Miguel tenía 16 años y estaba perdidamente enamorado de su maestra. Ella era una hermosa chica que no pasaba de los veinticinco, de mediana altura y pelirroja, en cuyo bello rostro lucían dos ojos de mirada intensa, color miel.
Miguel se la comía con los ojos mientras ella explicaba la lección junto a la pizarra. Su mirada se detenía en su bonito trasero, que llevaba enfundado en unos estrechos y deshilachados pantalones vaqueros, y cuando ella le miraba de frente se quedaba extasiado contemplando su boca, sus senos, imaginando que se los comía a besos. Cada noche se masturbaba pensando en ella, haciendo caso omiso de las quejas de su madre al descubrir las sábanas manchadas. Al finalizar el curso los alumnos, acompañados de sus respectivos maestros, fueron a pasar una semana a un campamento ubicado en la Sierra de Cazorla.
Un día Miguel halló a su maestra sentada en la cafetería del campamento y, respirando hondo, se acercó a saludarla. Ella le invitó a sentarse a su lado y luego comenzó a preguntarle si le gustaba el sitio, cuáles eran sus proyectos para el futuro, a qué se dedicaban su padres...
Estaba Miguel respondiendo a todas su preguntas, eufórico por estar junto a ella, cuando se acercó uno de los maestros del Instituto y besó a la chica en ambas mejillas, luego le preguntó:
— ¿Te vienes a dar un paseo por el río?
— Sí, vamos
La joven recogió su bolso y se agarró del brazo de su compañero, y sin decirle nada a Miguel, que se había quedado mudo, ambos abandonaron el local. El chico sintió un fuerte ardor en el pecho mientras que las uñas de los celos arañaban sus entrañas. Las lágrimas afloraron a los ojos y el fuerte latido de su corazón herido y desbocado le oprimía el pecho y dificultaba su respiración.
No se lo pensó más: se levantó de la mesa y salió del local. Vio a la pareja a unos cincuenta metros de distancia. Se dirigían al bosque por la senda que conducía al río.
Miguel los seguía a un centenar de metros, cuidando de no hacer ruido y ocultándose tras los árboles. De pronto observó que la maestra se detenía y el maestro la abrazaba y besaba en la boca.
Miguel no podía apartar los ojos de ellos, no se creía lo que estaba viendo. Su maestra, la chica de sus sueños, la que durante cuatro años le había dado clase y le había encandilado de tal manera que sólo pensaba en ella, soñando despierto con sus besos y caricias, se entregaba al profesor de gimnasia.
Se quedó pasmado y sintiendo su corazón golpear con fuerza en su pecho al ver que la maestra le desabrochaba la bragueta, sacaba el miembro viril del maestro y poniéndose de rodillas le hacía una felación.
Miguel no pudo soportar más el dolor que le producía lo que estaba viendo y, olvidándose de tomar precauciones, salió corriendo y regresó al campamento.
Al día siguiente, nadie supo explicarle a los guardias los motivos por los que Miguel, un chico aventajado cuyas notas superaban con creces las del resto de la clase, se había cortado la venas y aparecía tumbado en su lecho con la tez pálida, muerto y desangrado
Bueno al menos este se corto las venas por una decepción amorosa, algunos lo hacen porque sus papas
ResponderEliminarno le compraron el celular de moda.
un gusto leerte Mario
Un amor desesperado...
ResponderEliminarQue pena.
Ah, Felicidades!!!
Saludos.
Hola, María! Interesante comentario. Puede ser, ignoro todo sobre el tema de testosterona relacionado con el desamor y la desesperación.Gracias por tu aporte. Un besito, guapa
ResponderEliminarasí es, amigo Mario. La mente nos juega a veces cada jugada...
ResponderEliminarUn placer verte siempre por acá. Un abrazo
¡Gracias, Toro Salvaje! Saludos
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