Estaba el hombre sentado en una roca junto a una ciénaga llena de mosquitos y alimañas. Sobre sus espaldas cargaba el peso de la soledad. Todo eran sombras en rededor suyo, los rayos del sol no lograban penetrar la maraña de árboles, que se juntaban en las alturas unos con otros.
Arrepentido por el crimen cometido, preguntábase si valía la pena seguir viviendo, y miraba el agua negra y fétida de la charca como la mejor solución. Súbitamente elevó el rostro al cielo y gritó con todas sus fuerzas:
"¡¿Dios....Por qué me has traído con taras a este mundo?! Vivir padeciendo comparaciones, burlas y abusos me ha convertido en un ser despreciable, envidioso, celoso, rencoroso y vengativo que solo sabe hacer daño... Dame fuerzas para acabar con esto y llévame a tu lado para conocer la paz."
De pronto, sintió un cántico entre los árboles y vio venir hacia él a un grupo de mujeres vestidas con túnicas blancas y radiantes de luz. Eran siete, pero todas tenían el mismo rostro: el de la mujer a quien él había vituperado y cruelmente maltratado, arrebatándole su dignidad y sumiéndola en la tristeza...
Se pusieron en fila y pasaron ante él deteniéndose unos segundos para dar su mensaje:
1ª Soy la Prudencia. Si hubieras seguido mis consejos, no estarías en esta situación.
2ª Me llamo Justicia. Has cometido un horrendo crimen al privar de dignidad y honra a un ser humano. Es justo que pagues por ello.
3ª Soy la Fortaleza. Percibo tu arrepentimiento y te concedo fuerzas para soportar la sentencia en soledad.
4ª Soy la Fe. Si hubieses tenido fe en ella, no hubieras sentido celos ni actuado de manera tan cruel. No le eches la culpa a Dios, nada tiene que ver con tus celos.
5ª Soy la Templanza. No seas cobarde y asume la vida que tú mismo te has buscado. Templa esos nervios y el carácter y aprende la lección.
6ª Me llaman Caridad. Estoy harta de que me pidan ayuda los que son intransigentes con los demás... Cambia de actitud y entonces hablamos.
Diciendo esto, las seis jóvenes y angelicales criaturas, desaparecieron en la selva. Sólo una permanecía de pie a tres metros de distancia mirándole fijamente a los ojos. Al cabo de unos minutos se acercó y, colocando su delicada mano en el pecho del hombre, dijo:
Soy la Esperanza, me instalaré en tu corazón, no me pierdas nunca.
Acepta tu castigo, pero piensa que todo tiene su fin. Deja fluir el tiempo, y la vida regresará a ti.
Y ella desapareció. El desgraciado sentía una fuerza enorme en su interior. Agarró su mochila y se alejó de la charca y de la umbría en busca de la luz: la vida le esperaba en alguna parte.
La esperanza es esa luz, ese horizonte que nos invita y nos permite seguir caminando.
ResponderEliminarMe ha encantado tu cuento, querido amigo. ¡Exquisito!
También me he pasado por tu blog de poesía y he dejado mi pequeña huella. He aprovechado para darle vida al mío también.
Espero que estéis bien.
Un abrazo grande, querido Juan.
Siempre la esperanza nos da fuerzas para seguir, para luchar, para volver a ser. muy bueno juan un abrazo!! buen domingo!
ResponderEliminarNunca es demasiado tarde, cuando se arrepiente de las maldades siempre queda la esperanza.
ResponderEliminarMario
Hola Juan, es una alegoría muy bonita. ¿La has escrito tú? Imagino que sí, pero no lo pone, o al menos yo no lo he visto. Te felicito.
ResponderEliminarHe leído que has estado malo :( Me alegro de que estés mejor y otra vez en activo. Yo también echo de menos los tiempos de BBVV. Pero todo pasa, ya se sabe.
Abrazos.