Andaba yo perdido en un bosque denso tan oscuro que no
penetraba la luz del Sol.
Miraba a un lado y otro al sentir cualquier ruido, en mis
ojos habitaba el miedo, la soledad en mi corazón.
Al llegar a un cruce de caminos la vi sentada en el suelo y
sollozando con la cabeza hundida entre las manos.
Y yo, un ser
despreciado y sin alma, me emocioné y corrí a su lado.
— Levántate, mujer, seca tus lágrimas, que si puede hacer
algo por ti lo haré —dije olvidando que yo mismo había sido desahuciado y no
tenía nada que ofrecer.
Y la cogí de la mano y juntos por la senda caminamos, con el
corazón henchido de ternura y la esperanza
en el alma, buscando la felicidad.
El espejo de sus ojos
reflejaba su mal. Me desveló sus desventuras y eran similares a las mías;
al sacarlas a la luz notamos que ello nos fortalecía.
Un rayo de luz se abrió paso entre las densas nubes e iluminó el camino. Desde ese preciso
momento, niña triste, formas parte de mí vida, ocupas mi corazón. Juntos
caminaremos, apoyándonos el uno al otro, sin ataduras ni condiciones, eres
libre. Y en la larga y fría travesía, compartiremos el calor que procura la manta del AMOR.
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