Desde el día de la
Virgen del Carmen tenía en la nevera una botella de cava valenciano de buena
relación precio- calidad. Cuesta en torno a los seis euros, igual que el
Freixenet que venden por millares en Carrefour en las navidades, y es incluso
mejor que aquél. Yo no compro
cava catalán ni otros productos: si no quieren ser españoles que se lo coman y beban ellos.
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Aquél día la puse esperando que viniesen mi hijo y nuera a comer y celebrar el santo de Carmen; pero nadie acudió a casa.
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Aquél día la puse esperando que viniesen mi hijo y nuera a comer y celebrar el santo de Carmen; pero nadie acudió a casa.
Y desde entonces cada día al
abrir el frigorífico veía la botella.
Hoy me vino a la mente la parábola
del Gran Maestro en la que cuenta que un rey invito a muchos nobles a un
banquete de bodas y todos se excusaron. Entonces mandó a sus siervos a recoger
a todo indigente que encontrase y los sentara a la mesa. Y así dieron cuenta
del banquete. (Evangelio S.Mateo 22: 1 - 14)
Yo no he llamado a nadie,
simplemente he abierto la botella y me la estoy bebiendo con mucha alegría en
la comida y después en la sobremesa.
No se extrañen, que yo he viajado
mucho y eso también es Cultura.
En Cava la gente bebe cava en las
comidas y en los bares. Saben que con solo las exportaciones navideñas de
botellas no es suficiente para progresar y, como aman a su pueblo y los
beneficios del pueblo revierten en ellos, consumen su cava a todas horas.
Los catalanes son muy diferentes
a otras comunidades. Los andaluces, por ejemplo, somos los más grandes
productores de vino y brandy. Y en vez de consumir para que florezcan las
bodegas y haya más trabajo pedimos
cubatas de ron con cola o whisky con
sevenap, enriqueciendo a americanos, ingleses, escoceses y cubanos en vez de a
nuestros bodegueros, que son los que nos dan
trabajo.
Si uno se da una vuelta por el
pueblo ve una gran cantidad de edificios en ruina y abandonados, son bodegas
que siempre han sido pioneras en la exportación y consumo de vinos.
La elaboración del vino conlleva
mucho trabajo desde que se planta la cepa: la poda, el labrado de la tierra, la
vendimia y el llenado de los barriles. Luego están las plantas embotelladoras,
las imprentas que hacen las etiquetas, las fábricas de tapones, los
transportistas y distribuidores, y, finalmente, el camarero que sirve el vino
en el bar o en el hotel.
Todo eso se hacía en El Puerto hasta finales
de los años 70. Luego comenzó a notarse el cambio en las costumbres sociales de
la gente, que en vez de un vino fino de
jerez pedían un cubata o una copa de wiski
con hielo.
Ya no se apunta gente para la
vendimia ni contratan luego a más gente en las bodegas. Todo lo hacen las
plantillas fijas que les quedan y algún inmigrante no muy exigente.
Desde hace treinta años vivo en
esta ciudad, y sé que existe una bolsa permanente de parados que fluctúa de 11 a 13 mil personas. Lo peor
es que muchos parados cuando van al bar piden un cubata o un cortito en vez
de apoyar el producto de su tierra.
Así nos va.
Catalunya ha sido siempre diferente a
nosotros. En todo.
Es una referencia mundial en las diferentes ramas de la Cultura:
Editoriales, premios literarios, venta de libros, música, teatros, cine,
deportes... Su gastronomía, su viticultura, su folklore, sus fiestas, su afán ahorrador e
inversor, su amor por "la Pela"... Pero dejando aparte a una minoría
de exaltados independentistas — que acabarán arruinando a su país, y que ya está provocando el
malestar y el boicot de cientos de miles de españoles—, el resto es gente amable,
trabajadora y emprendedora que ama a su tierra.
Yo he trabajado varios meses
con catalanes y son personas extraordinarias. Lástima que no se manifiesten en
contra de lo que el millón de independentistas exaltados exigen en las calles. Un
millón de ocho millones de habitantes no son mayoría. Si los otros siete
millones salieran a la calle, otro gallo cantaría.
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