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viernes, septiembre 02, 2016

YO, PRESIDENTE


FRAGMENTO DE MIS MEMORIAS


Aquella tarde de 1989 flotaba en el aire mucha expectación en la sala del Colectivo Cultural Rafaél Alberti: el poeta   llegaba a Sevilla para instalarse definitivamente en su ciudad natal. El tema a debatir era  enviar una delegación al aeropuerto para recibirle.

 Nos hallábamos  en la primera planta de la sede del Partido Comunista, en la calle Larga , 62. de El Puerto de Santa María.
El Colectivo Cultural Rafaél Alberti,  del cual yo era el Presidente, era un pomposo nombre para un grupo que sólo se componía de seis o siete socios, los mismos que estábamos reunidos aquella tarde, unos eran sindicalistas de CC. OO; otros, afiliados a Izquierda Unida.

  Durante dos años, el Colectivo mantuvo correspondencia con Alberti, quien nos puso al corriente de su próxima vuelta a España. Nos  dedicamos a promocionar la obra del poeta, dando charlas, trayendo a conferenciantes para hablar de diversos e interesantes  temas de actualidad. Más de una vez, hubimos de agasajar al invitado para quitarle el amargo sabor de encontrarse la sala vacía, pues, aparte de la ejecutiva del Colectivo, nadie acudía a las conferencias. Pero aunque todo eso nos costaba dinero de nuestros bolsillos no había problema: con las subvenciones que anualmente concedía el Ayuntamiento, lo recuperaríamos. Para conseguirlas, sólo necesitábamos presentar un programa  anual de actividades y posteriormente las facturas derivadas del mismo.

El  primer problema surgió cuando debíamos elegir a los dos miembros del Colectivo que debían viajar a recibir al insigne poeta al aeropuerto a su regreso a El Puerto al finalizar su exilio. Lo lógico era que fuese yo como Presidente, pero rápidamente se abrogaron el derecho, por su mayor antigüedad, un socio que era empleado del Ayuntamiento en el mantenimiento de parques y jardines y la secretaria del grupo, su amante.
Para ello demostraron sus amplios conocimientos de la obra de Alberti, del cual eran, al decir de ellos, sus más fieles seguidores.
Yo, la verdad, aparte de unas cuantas poesías y de lo que había leído del poeta durante la Guerra Civil en la biografía de Miguel Hernández, al cual despreciaban todos los famosos de su época, exceptuando a Neruda que creía en él y lo ayudaba, no sabía nada de Alberti.
 Además, mi nombramiento como Presidente había sido accidental: debíamos elegir nuevo Presidente y Secretario y nadie se presentaba. El anterior dimitió un mes antes porque había sido elegido concejal del partido Comunista y no quería que su firma apareciera en la solicitud de las subvenciones; pero en realidad era él quien seguía dirigiendo el grupo. Y fue él quien propuso que fueran los amantes a recibir a Alberti.
—  Tú ya te beneficias de las entradas gratis al teatro, a los conciertos y corridas de toros que envía el Ayuntamiento a  todos los presidentes de entidades socioculturales. No quieras abarcarlo todo — me dijo.
Era cierto. Al igual que a los presidentes de todas las asociaciones culturales y vecinales, el Ayuntamiento me había enviado entradas a dos conciertos de la Orquesta Filarmónica de Sevilla, a la obra "El hombre deshabitado" de Alberti, y a dos corridas de toros. A éstas  nunca fui ni permití que nadie fuera en mi lugar: rompí las entradas  en el acto. No podía apoyar una fiesta que detesto. Los animales merecen respeto.

El segundo problema llegó a la vuelta del viaje: nuestra delegada, adelantándose a su amante,  recibió en nombre del Colectivo a Rafaél Alberti y el poeta le obsequió con un ejemplar de La arboleda perdida, firmado y dedicado a su nombre.
Yo le dije que el libro pertenecía al Colectivo Cultural Rafael Alberti, a quien ella representaba y  era el que corría con los gastos del viaje.
— Mira, compañera: si no hubiera sido porque ibas en nombre del Colectivo, el poeta Alberti no te hubiera atendido. Es lógico que el libro se quede en la biblioteca del grupo, ¿no te parece?
 —  El libro me lo ha regalado a mí, como demuestra la dedicatoria.
 Y se quedó con el libro.

El tercer problema, y el último para mí como Presidente, fue la exigencia por parte del concejal y el resto del Colectivo de estampar mi firma en una factura de una actividad que no habíamos realizado para poder cobrar la subvención. Me negué rotundamente, y ante la insistencia porque se acababa el plazo para reclamar ante el ayuntamiento, dimití y abandoné el colectivo.

Cuando Alberti llegó a El Puerto, tras muchos años de exilio, fue recibido y acaparado por las autoridades. Le procuraron un chalet en Las Viñas, una urbanización cercana a Valdelagrana, y fue numerosas veces galardonado, siendo el reclamo de numerosos actos del Ayuntamiento. A veces, aun agotado y sin poder tenerse en pie, le obligaban a asistir a actos oficiales, como la presentación de la Feria de Primavera.
Nunca tuvo tiempo para visitar al Colectivo que tanto tiempo le había dedicado. Fue la razón, creo yo, de que éste desapareciera.



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