El 28 de julio de 1962 dejé a mis padres y hermanos en Vergel ( Alicante) y me subí a un autocar que me llevaba a París junto a otras 50 personas.
Previamente había pedido la cuenta en la empresa
Construcciones MATOGA S.L. donde un año antes me habían hecho fijo y me
habían entregado la cartilla de la Seguridad Social. Pero aunque ganaba el
salario estipulado en el convenio (3000 pesetas mensuales), la codicia me
atrapó al encontrarme con Pepe "El Chato", un amigo que llevaba dos
años trabajando en París. Lucía traje de marca a medida y un Renault Florida
descapotable. Había venido de vacaciones y me convenció para que me fuera con
él a trabajar en su empresa:
— Juan, estás perdiendo el tiempo en esa empresa. Lo
que ganas tú en un mes trabajando 48 horas semanales lo gano yo en una semana
laboral de 40 horas.
Al día siguiente pedí la cuenta. El director intentó
retenerme pero yo insistí.
Finalmente me dijo que si decidía volver tendría un
puesto en su empresa.
En el autocar había dos grupos de pasajeros: los que
llevaban algún tiempo en Francia y regresaban de las vacaciones, y los que al
igual que yo íbamos a probar fortuna por vez primera.
Los primeros comentaban lo bien que le iban las
cosas, el dinero que habían ahorrado, la casa que se estaban construyendo etc.
Los demás escuchábamos esperanzados de que también a nosotros nos fuese bien en
un país del que desconocíamos idioma y costumbres.
El autocar rezumaba mala educación. En un país donde
se prohibían las reuniones no estábamos educados para convivir con otros, y al
poco de iniciar el camino comenzaron los problemas: gritos llamándose unos a
otros, exigencias de parada al conductor cada vez que alguno tenía alguna
necesidad, cantar sin respetar el derecho al silencio y a dormir de los demás,
intento de ligar con mujeres independientemente de que viajasen solas o con sus
parejas, orinar por la ventanilla delante de todos porque el conductor no se
detenía dado que hacía menos de media hora habíamos parado en un restaurante
para comer y hacer las necesidades...
Cerca de Pamplona hubo una pelea entre dos pasajeros
porque el uno, que estaba borracho, le pellizcó el trasero a la mujer del otro,
y el conductor se detuvo en el arcén y se bajó del vehículo diciendo:
— De aquí no me muevo hasta que llegue la Guardia
Civil de Tráfico y ponga orden.
De pronto todos los pasajeros se enfrentaron al
borracho y le amenazaron con partirle la cara si abría la boca o causaba alguna
molestia en lo que quedaba de viaje; luego tranquilizaron al conductor y nos
pusimos en marcha. El sujeto se hundió en su asiento y permaneció calladito
hasta llegar a París.
Cuando el día uno de agosto mi amigo " El
Chato" fue a su empresa a trabajar y hablar por mí, se encontró con la
carta de despido por haberse tomado una semana más de vacaciones por su cuenta,
pues tenía derecho a 21 días y se había tomado el mes entero.
El mundo se me cayó encima.
De mis memorias:
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