Acabo de venir del supermercado El jamón donde me he encontrado a Miguelito, el hijo de mi vecino Eusebio.
Me ha dejado pasmado con la historia que me ha contado. El sinvergüenza confiesa que ha grabado la conversación que ha mantenido con los padres de la Luisa, la joven que sale con él desde la pasada Nochebuena.
—Pero hombre, ¿le has pedido permiso para grabar? Eso está prohibido compartirlo en las redes...
—Es para que no me se olvide, y por si luego ellos se echan para atrás.
— ¿Para atrás de qué?
— De lo que hemos hablado y acordado
— ¿Y se puede saber qué?
— Pues mira, señor Juan, a usted se lo envío por wassap cuando llegue a mi casa para que lo escuche y me aconseje luego, que mi padre le aprecia mucho porque usted ha estudiao.
— Pues vale, chaval. Ya te diré.
Y aquí estoy ante la pantalla del ordenador en blanco sin saber si debo contarlo aunque me tilden de chismoso, o guardar el secreto. Pero como sé que el Miguelito no solo ha compartido la grabación conmigo, ¡si lo conoceré yo!, os lo voy a contar todo.
La grabación empieza así:
“Ringgg, ring....”
Se escuchan pasos y se abre una puerta. El dueño de la casa mira a Miguel de abajo arriba y a la inversa (esto no está grabado pero me lo imagino viendo el aspecto de Miguel) y dice con el ceño fruncido:
—¿Qué desea?
—Pues que... Yo venía a pedirle la mano de su hija, la quiero mucho y queremos casarnos.
—¡¿ PERO QUÉ DICES, IDIOTA?!
— Óiga usted, que yo no le he faltado al respeto.
— ¿Y para qué quieres su mano, qué vas a hacer con ella?
—Yo nada, es su mano la que va a tener mucho que hacerme.
— ¿Mi mano?
— No, la de su hija, que ya es una experta.
— ¿Experta, so gilipollas...? ¿Pero tú estás capacitado para fundar un hogar y sacar a una familia adelante?
— Por supuesto, yo sirvo para todo, hago lo que haga falta.
— A ver: ¿A qué te dedicas? ¿A jugar a las cartas en el bar o a aparcar coches delante del hospital?
—Eso lo hacía antes de conocer a su hija; ahora voy a trabajar en serio en una empresa.
—¿En una empresa? ¡Pero quién te va a querer dar trabajo a ti, si no sirves ni para lavar los platos en un restaurante!
En esto se oye la voz de una mujer:
— Deja en paz al chico, Manolo, que todos tienen derecho al trabajo y a la vida.
—Pero si es un tarado, ¿no lo ves? No sirve para nada.
—¡Sí que sirvo, pregúntele a su mujer!
— ¿A mi mujer? ¡Qué sabrá ella!
—Pues sí que lo sé, Manolo: el chico vale para algunas cosas más que muchos hombres. Doy fe. Por eso he hablado con el gerente del hotel Luna, que es muy apañao, y lo van a llamar para contratarlo por la temporada veraniega.
— ¿Y tú que tienes que ver con este, Lola? Qué te importará a ti si trabaja o no...
—Pue sí, me importa. Ellos se quieren y hay que darles una oportunidad. El chaval, si trabaja y le pagan un sueldo digno es capaz de fundar un hogar y criar una familia. Para eso está bien preparado. Al principio le costará, como te costó a ti cuando nos casamos; pero luego todo irá bien, ya me encargo yo de enseñarlo a llevar una casa pa lante.
— ¿Pero y si la deja preñada y nos da un nieto tarado como él?
— ¿Tarado? Ojalá el nieto esté tan bien dotado como el chico. ¿No notas el paquete?
— ¡Pero Lola, qué me dices! ¿Que sabes tú de su dote que no me hayas contado? Yo me refería a la cabeza.
—La cabeza, a eso me refiero. El otro día en la playa salió del agua y se le salió la cabeza por debajo del bañador ¡Madre mía, qué cosa! Las mujeres que tomaban el sol en las tumbonas le sacaban fotos con disimulo, incluso la Mari y la Isabelita, la mujer del picoleto, lo llamaron y le invitaron a un gintonic. ¡Ay, Dios del amor hermoso!, ¿por qué le das pañuelos a quienes no tienen mocos? Desde que supe que la niña lo quería, comprendí que al chaval había que darle una oportunidad y ayudarle en lo que fuere necesario para demostrar su valía.
—Bueno, entonces que hago con la mano de tu hija: ¿Se la corto y se la doy a este? ¡Vaya plan, con lo bien que estábamos!
—De cortar nada, Manolo, que todos nuestros miembros son necesarios. Que se comprometan y nosotros vamos preparando la boda para el año que viene.
—La preparas tú, que eres tan entusiasta y lista. A mí no me saca este ni un euro.
Se oye un portazo.
—No te preocupes , mi niño. Entre mi hija y yo, te convertiremos en un hombre trabajador y feliz.
Fin de la grabación.
A ver ahora qué le aconsejo yo al Miguelito. Como no me ofrezca a la Lola para colaborar en el proyecto... No sé, no sé.
© Juan Pan García 6 del 6 de2024 Día del Desembarco de los Aliados