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Un día, ya lejano, fui de visita a casa de un tío de mi esposa.Éste trabajaba en una prestigiosa bodega de Jerez, en la casa Garvey, donde tenía un cargo mediocre, pero que le hacía creer que era Dios. También era pintor en sus ratos libres y en las paredes de su casa tenía algunos lienzos preciosos. Yo, que acababa de comprar mi apartamento, que parecía un hospital robado por la escasez de muebles, le pedí que me pintase un lienzo para el salón. No quiso:"Una obra de arte no se regala; son muchos días pensando, estudiando , pintando, retocando...hasta que aparece la Obra para que luego acabe en un rincón anónimo de una casa cualquiera", me dijo. Aquello me dolió tanto, que le dije a mi esposa: mañana mismo compro un lienzo y te pinto yo un cuadro. Ella me miró sorprendida: nunca había pintado yo otra cosa que las paredes de nuestra nueva vivienda. Con el paso de los años, pintando y repintando sobre los mismos lienzos para ahorrarme dinero en comprarlos, llegué poco a poco a llenar mi casa de cuadros pintados por mí mismo, sin necesidad de recurrir a gente tan pija como mi tío. Estos son mis cuadros,¿les gustan ?



Hay días en que todo te sale mal, te levantas con el pie izquierdo y luego no paras de tropezar.
Un día, hace ya muchos años, fui con una amiga mía a ver la nieve a Chamonix. Nos hospedamos en el Hotel du Bois, situado a los pies del Mont Blanc. Mi amiga me sorprendió al llegar, pues de su coche comenzó a sacar artilugios deportivos de invierno: esquíes, guantes, gorro, botas, gafas de sol, cremas solares, ect. Yo no llevaba nada más que una maletita con un “neceser”, dos mudas de ropa exterior y cuatro interiores, pues sólo íbamos a quedarnos el fin de semana.
El hotel era un edificio acogedor, moderno y bonito. A través de sus grandes ventanales podíamos apreciar el maravilloso paisaje de la montaña helada, de sus pistas de hielo y de sus contrastes claroscuros a la luz del sol. Al día siguiente, después de un buen desayuno, comencé a sacar fotos mientras mi compañera se montaba en una telesilla y se elevaba rápidamente hacia la cima, cargada con su equipo deportivo. La fui siguiendo con el zoom de la cámara hasta que su imagen se difuminó. Luego entré muerto de frío en el hotel y me recosté en la barra del bar, ¡eso era lo mío: un buen cubata de ron Barceló con Cola y no menos de 23º de temperatura! A mi lado sólo había un señor leyendo el periódico y fumándose un puro, cuyo olor y humo invadía la sala. Todo el mundo se había marchado en el teleférico a disfrutar de la nieve. El camarero me observaba como a un bicho raro, pues no es normal llegar hasta una lejana estación de esquí para quedarse en el bar mientras mi compañera se marchaba sola a la montaña, donde abundaban los merodeadores humanos que sólo venían a ligarse a la primera fémina que se pusiese a tiro.
Al cabo de un rato y sin poder soportar más el silencio del local, le dije al señor que leía el periódico, para cortar el hielo, nunca mejor dicho:
– Huele bien ese puro, ¿de qué marca es?
– Es de la casa Cohíba. No son comercializados: se fabrican muy pocos de éstos. Están numerados, y me los envía exclusivamente a mí un amigo desde La Habana, en Cuba.
– ¿Y vale mucho un puro de esos?
– Seis francos suizos.
– ¡Caray! Un poco caritos, ¿no cree usted?
– Sí; son caros.
¡El tío no gastaba mucha saliva hablando, que digamos! Pero eso no me iba a disuadir: yo era un cliente del hotel, y tenía derecho a molestar a quien sea; para eso pagaba.
– Y… ¿Cuántos se fuma usted cada día?
– Cinco puros.
Yo encendí mi calculadora mental y calculé: 5X6= 30 Francos S. al día, ¡una barbaridad!
– ¿Fuma usted desde hace mucho tiempo?
– Desde hace cuarenta años.
Mi calculadora vuelve a entrar en acción: 40x30x365= 440000 FS.
– ¿Se da usted cuenta? Si hubiese usted guardado ese dinero, hoy sería usted el dueño de este hotel.
– Sí; es cierto. ¿Usted fuma?
Entonces vi la ocasión soñada desde hacía tiempo, ¡siglos!, de poder expresar mi desprecio a los fumadores:
– ¿Fumar yo?, ¿llenar las habitaciones de humo y de mal olor?, ¿obligar a tragar el humo que ha recorrido el estómago y los pulmones llenos de microbios a bebés, ancianos y niños sin preocuparme de ellos?, ¿impregnar las ropas de la gente con ese asqueroso olor? ¡Jamás!
– Entonces…, es usted el dueño del hotel
– No…, no.
El hombre se llevó el puro a la boca, aspiró un momento el humo y luego lo expulsó, y mirándome a la cara dijo:
– Yo sí
Me dejó cortado .Subí a mi habitación y me puse a ver la tele hasta que mi amiga volvió. Le conté lo sucedido y le dije que el tío me había dejado completamente helado. Entonces ella sonrió y me dio todo su calor. Menos mal, que si no…


Hace cinco meses, cuando mi hija me llamó por el móvil y me dijo: “Papá, estoy embarazada”, creí que el cielo se me caía encima.
La noticia de una hija soltera, sin empleo estable, residiendo con unas amigas a ochocientos kilómetros de mi casa me aplastó. Luego pensé en la criatura y comencé a hacerle un sitio en mi corazón: la pobre no tenía culpa de la mala cabeza ni de las imprevisiones de su madre.
Mi esposa, llena de alegría desde un primer momento, comenzó a comprar lanas y a hacer trajecitos de color rosa y azul, mantillas y jerseys de diferentes tamaños, previendo su rápido crecimiento.
De vez en cuando se cruzaban los mensajes y las llamadas al móvil buscando la información deseada: ¿Cómo está la mamá?, ¿te hace falta algo, hija? Te he comprado un canastito para el transporte. ¿Por qué lo has hecho, mamá?, todavía es muy pronto y eso trae mala suerte. ¡Bah, no hagas caso de las supersticiones! Será una niña, ya lo verás. ¿Y por qué lo dices? Por que yo lo sé; será una niña.
A los tres meses nos llega la noticia:
– Mamá, es una niña
– ¡Ya lo sabía, nunca me equivoco!
–Eres una bruja, mami.
–Bueno, y ¿cómo está ella?
–Muy bien, se parece al papá en la boca: tiene el labio superior reboleao.
Y llego yo del trabajo y me lo cuentan. Me pongo muy contento y los ojos se vuelven lagrimosos. No sé por qué. Qué tontería, ¿verdad?
Nos alegramos todos, olvidando que esa niña es un problema añadido a los que ya tiene mi hija: se le acabó el contrato hace dos meses y como ahora está embarazada no se lo renovarán. No podrá pagarse los gastos, aunque sus compañeras de piso le han dicho que no se preocupe, que cuando encuentre trabajo ya les pagará. Le dije que se viniese a su casa, que su habitación permanecía a su disposición tal como la dejó ; que los abuelos criarían a la niña. Pero ella no quiere volver: no quiere ser una carga para nosotros y dice que, como aún le queda paro, espera encontrar algo antes de que se le agote la ayuda.
Y ayer, domingo 16 de octubre, me suena el móvil y me avisa de un mensaje MMS. Lo abro y me encuentro una mancha clara-oscura y un texto: “Papi, esta es tu nieta. Se parece a ti.”
Y la miro y remiro, le doy vueltas al móvil buscando la mejor posición para ver eso que me dice la niña que se parece a mí. No entiendo nada de ecografías, pero al final sí creo ver una cabecita donde se distingue una carita, los ojos y la boca, o es que es tanta la ilusión que tengo que lo adivino mejor que verla.
¡Qué alegría siento! La miro y le hablo dándole la bienvenida, animándola a portarse bien y a no darle muchos problemas a su madre, que se queja de que no la deja dormir con sus pataditas.
– ¡Bienvenida seas, nietecilla!- , le dije. Y la besé.








