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domingo, octubre 23, 2005

LA MARCHA VOLANTE


“LA MARCHA VOLANTE”

Mes de junio de 1959. Estancia en el campamento de la IX Promoción de la Escuela de Formación Profesional “Francisco Franco”. Málaga.

El gran número de escorpiones y tarántulas que había en la zona, obligó a las autoridades a montar el campamento sobre una plataforma de arena de cien metros de larga, cincuenta de ancha y dos metros de altura, construida en medio de encinas, alcornoques y lentiscos en la cima de la sierra. En la parte norte se hallaban las tiendas de los jefes y el botiquín; en la parte izquierda se contaban siete tiendas de campaña, y otras tantas en el lado derecho. Cada una de ellas estaba ocupada por una “escuadra”, es decir: siete personas, componentes de cada una de las 14 escuadras que juntas formaban la “Centuria Guerrero Castillo.” En medio se alzaba un mástil de quince metros de altura que sujetaba ondeando a la bandera de España.




Eran las cuatro de la mañana cuando la corneta tocó diana. Nos levantamos apresuradamente, preguntándonos qué demonios sucedía para que nos convocasen tan temprano.
Cinco minutos más tarde, los cien miembros de la centuria se presentaban firmes delante de sus respectivas tiendas de campaña. El jefe pasó revista de una punta a otra del campamento.”Sin novedad”, le decían los jefes de escuadras al pasar por delante de sus respectivas tiendas. Una vez pasada la revista, el jefe de centuria leyó la Orden del Día:
“Después de desayunar marcharemos hasta la Cueva de las Piletas, sita en Benahoján, a unos treinta kilómetros del campamento. Cada escuadra llevará los utensilios necesarios para la marcha: platos, vaso, cubiertos, y agua. La comida se facilitará en el lugar de destino por el Ayuntamiento de la ciudad anfitriona. Los componentes de cada escuadra, se turnarán en la labor de transportar los utensilios que usarán sus compañeros.”
Luego se comenzó a izar la bandera mientras todos nosotros cantábamos el “Cara al Sol” con el brazo extendido a la altura de los ojos. Al grito de “¡Rompan filas!”, cada cual se fue corriendo a las duchas y a los servicios. A las cinco en punto, con el desayuno completado, iniciamos la marcha hacia la cueva.
Mi tienda era la última de la derecha y como se comenzó a formar la fila por la parte de la izquierda, resultó que nosotros éramos los últimos de una fila de cadetes que caminaban por la vereda hacia el destino programado.
Poco a poco me fui quedando detrás de todos. La orden era de relevar al camarada que fuese cargado con el macuto de los utensilios cada media hora, pero como me quedé detrás con la carga, nadie venía a relevarme. La distancia se fue ampliando y llegó un momento que me quedé solo, sin ver a nadie, sin saber por dónde estaba el resto del grupo.
Me preocupé mucho al verme solo en la montaña, cargado y con una rozadura dentro de la bota que me hacía imposible el continuar andando. Estaba ya amaneciendo, el sol aparecía ya por encima de la línea de la sierra de Ronda, llenando el paisaje de tonos anaranjados. No se veía a nadie delante de mí. Calculé en unos dos kilómetros la distancia que me separaban de mis compañeros, pues ésta era, más o menos, la longitud de la senda que aparecía ante mí sin rastro de ellos. Pensé que éstos se habían dado cuenta de mi ausencia, pero como a ellos les beneficiaba, porque así no tenían que relevarme de mi carga, no se daban por enterados.
No podía más. Decidí sentarme a descansar y abandonar la visita a la cueva. A la vuelta me encontrarían en el mismo sitio que me había detenido, pensé. Fue en ese momento que me resbalé y caí rodando por la pendiente del monte. Me detuve a unos diez metros de la senda.
Sentía un fuerte dolor en la pierna y en la cabeza, sangraba por la nariz y tenía arañazos en los brazos. Tuve miedo de no poder salir de allí, y comencé a llorar. No podía mover la pierna derecha, el tobillo se me había hinchado y me dolía terriblemente. Una hora más tarde, quizás para espantar al miedo comencé a cantar en voz alta una canción que cantábamos en los desfiles del Instituto:

“Canciones que llegan al alma,
y el viento las lleva por ahí.
¡Que en España, en España,
comienza a amanecer!
Al cielo se alzan felices promesas
Y hasta las estrellas encienden mi fe.
¡Gloria, gloria! ¡Gloria y victoria!
Con el cuerpo y con el alma,
con las armas en la mano.
Por la Patria.”

De pronto me asusté al sentir un ruido; pensé que algún animal salvaje venía a atacarme, y grité: ¡Socorrooo!

– ¡No temas, camarada, aquí estamos!
Miré hacia arriba, hacia el camino, y vi a un grupo de compañeros que bajaban a recogerme. El jefe de centuria me examinó y vio el estado en que me hallaba. Miró alrededor y vio que no había ramas ni ningún material apto para construir una camilla. Entonces gritó:
– ¡Un voluntario para llevar a cuestas al camarada!
– ¡Presente! –, gritaron cien voces a la vez.
Uno de ellos, de diecisiete años, me puso sobre sus hombros, con una pierna colgando a cada lado de su pecho, y me llevó así durante media hora; luego, otro le relevaba, y así llegamos hasta la cueva.
La Cueva de las Piletas era una maravilla recién descubierta, cuya entrada se hacía por arriba y una vez dentro se bajaba hasta cuatro plantas. Contenía pinturas murales y preciosas figuras de estalactitas y estalagmitas que semejaban a personas y animales. El agua era abundante y formaba grandes pilas, de ahí su nombre. Acostada en un nicho de la tercera planta se hallaba el esqueleto fosilizado de una mujer, cuya antigüedad calculaban en unos diez mil años.
El Ayuntamiento de Benahoján nos obsequió con un almuerzo y luego regresamos en tren hasta la estación de Cortes.
Al llegar a la estación, el jefe de campamento me dijo que iba a llamar a un taxi para que me llevase hasta el campamento, pero yo le dije que preferiría irme con mis compañeros de tienda.
– ¡Pero si no puedes andar!–, exclamó él.
– Nos arreglaremos, camarada–, le dijo mi jefe de tienda.
Y así regresamos. Atado a una cuerda por la cintura y remolcado por mis compañeros, subí los ocho kilómetros que separaban la estación de RENFE del campamento.


FIN

3 comentarios:

  1. hola Juan:
    no es tan complicado hacer el comentario, solo das clik en donde dice comentario (no donde esta el sobre de correo)y te aparece publicar un comentario y abajo de haga su comentario escribes, pones tu nombre de usuario y contraseña que tienes en este blog y listo
    perdon y la palabra que te ponen despues (medio deforme)y ahora si listo

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  2. Anónimo11:00 p. m.

    ¡Hola Juan! soy Miguel. Este relato, que me imagino autobiográfico, me ha gustado porque me he hecho regresar a la infancia, yo con poco más de diez años tambien asistí a un campamento del Frente de Juventudes en un paraje montañoso cerca de la capital. Para mí fue una experiencia inolvidable pues era la primera vez que salía de mi casa solo y sin conocer a nadie. En aquellos veinte días , más o menos ,hice amigos y también realizamos marchas de madrugada, hicimos ofrendas por " los caídos" , desfilamos,cantámos canciones patrióticas e hicímos cosas que ahora me parecen ridículas pero que a mí me llenaban de una emoción indescriptible. En fin ya sabes, la inocencia y toda aquella parafernalia del nacional-catolicismo.
    Saludos a todos.

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  3. Fue una época inolvidable que nunca volverá. De ridículas, nada, amigo. Cada cosa tiene su aquél, y ahora que se oculta la pertenencia a organizaciones como las del Frente de juventudes, los jóvenes también se van a vivir aventuras que me parecen ridículas.Mi hijo se va con sus amigos, todos ellos titulados universitarios, al circuito de Jerez y pagan 20 euros por jugar uniformados liquidarse entre ellos con armas similares a las de los comandos, sólo que en vez de balas disparan chorros de pintura o algo parecido.¿Quienes hacen el ridículo, nosotros o ellos? Por lo menos están entretenidos en eso y no en cosas peores, y se lo pasan bien. También juegan a perderse en la montaña y buscar con una brújula la salida del bosque o de la montaña.
    Yo jamás olvidaré aquella etapa de mi vida en la que permanecían los valores que cuento en mi historia: el compañerismo,la lealtad y el amor a España y su contenido. Un abrazo.

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