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lunes, agosto 27, 2007

HOY TE ABRO MI CORAZÓN

Hoy me siento... No sé como me siento, decir triste no lo expresa del todo.

Hoy vuelvo con una rama de olivo en la mano, y espero sepas valorarlo; hoy te abro mi corazón y te hablo con versos de Miguel Ángel Rincón, que asumo y hago míos.

Hoy he pensado mucho en ti, en cuando eras pura dulzura..., en tus palabras y en tus besos. Éstos, aún lo recuerdo, se diluían en el viento y cruzaban los mares hasta llegar a mí...




Abrí mi corazón

Retuve el viento de la madrugada
esperando tu regreso, y esperé…
esperé mil noches y mil días.
Las madrugadas se hicieron eternas.

Guardé para ti cientos de estrellas
aguardando a que volvieras
y esperé minuto tras minuto,
hora tras hora, vida tras vida.

Abrí mi corazón de par en par
esperando acogerte en él.

Pregunté por ti a la ausente Luna
y esperando respuesta me dormí
y soñé que estabas aquí, junto a mí
a orillas del río, caminando conmigo.

Busqué entre los rayos de Sol,
busqué en enjambres de estrellas
esperando tu regreso, y esperé…
esperé mil noches y mil días.


©Miguel Ángel Rincón. http://www.miguelangelrincon.com/

viernes, agosto 24, 2007

¿MORAL O MORALINA?

Nunca me gustaron los sermones en los foros literarios, la moralina de los textos, la costumbre de juzgar en vez de comentar, el fijarse en el mensaje y no en su perfecta redacción. Y menos aún si ellos procedían de personas cuyas vidas dejaban mucho que desear.

Hoy me topado con uno de estos, y lo peor es que ha convencido al autor para que cambie el escrito y acomodarlo a sus creencias.

Tenía ante mí un relato tierno y actual: un enamoramiento virtual, dos seres que se conocen, se comunican y se enamoran a través de Internet. La relación es sincera, profunda, y sólo las circunstancias adversas en las que viven ambos enamorados impide su encuentro real.

Como en toda pareja real, han tenido una disputa y han dejado de comunicarse, y es tan fuerte el dolor que siente el protagonista que se va al bar y se emborracha; el exceso de alcohol le hace hablar más de la cuenta; el camarero le asusta y se lo lleva fuera del bar; luego regresa y comenta con risas ante los parroquianos el suceso.

En la otra parte del mundo, su amada también sufre, tanto que al considerar la pérdida de la relación se suicida.

Es pues una historia de verdadero amor, aunque no se hayan visto de otra manera que en fotos y hayan descubierto su alma en los escritos que diariamente se intercambiaban. Es más: es el amor del futuro, ya existen muchas parejas que se han conocido y unido gracias a este medio virtual.

Pero he aquí que llega una señora, maestra ella, que le dice al autor que está mal el cuento porque dice que la mujer amante se suicida y ella, sus creencias, no ven bien esa acción, y le recomienda que corte el cuento en el último párrafo, donde el camarero regresa y comenta el suceso con los parroquianos. Y el autor la cree y lo ejecuta. Sí, digo bien “ejecuta,” porque ha asesinado el cuento, ya no es el mismo: de una historia de amor sincero entre un viejo lleno de ternura y una mujer, su alma gemela, al otro lado que prefiere la muerte a quedarse sin realizar su sueño, ha convertido el texto en una crónica de un viejo que se pasa las horas enviciado y chateando por la red hasta que alguien le asusta con amenazas y le hace prometer que no volverá a hacerlo.

El autor no ha tenido aquí la suficiente personalidad para defender su texto, se ha dejado convencer fácilmente por alguien que profesa creencias distintas y le ha impuesto sus puntos de vista.

Una verdadera lástima.

Y lo digo yo, que soy el menos indicado y no tengo interés alguno en que ese cuento esté publicado, pero me joden las moralinas de una persona cuya vida, contada por ella misma en episodios continuados, deja mucho que desear

jueves, agosto 23, 2007

AMAPOLAS



Llevo varios días en los que no se me ocurre nada para escribir; las ideas no llegan y sólo se me ocurren tonterías, como esa de hablar de mi abuelo en el texto anterior. Entonces me dedico a pintar, a echar los días afuera de cualquier manera.
Mi esposa se aprovecha de eso y me tenía preparado otro lienzo... Y el otro día me dijo: "Estoy de antojo, y quiero un cuadro de flores".
Y claro, aunque ya no tenga edad para esas cosas de los antojos del embarazo, ¿quién no satisface a su esposa en una cosa tan sencilla?
Ya se lo he pintado. Ella se esperaba un jarrón o canasto con un ramo de flores, pero yo me he inclinado por las florecillas sivestres de los campos, que también tienen derecho.
En el lienzo he plasmado unas amapolas y margaritas, pintando tranquilo mientras escuchaba esta música:
EN EL CIELO UNA FLOR SILVESTRE", la puedes oír copiando esta direc
ción:
http://es.youtube.com/watch?v=FE-iNsFcI0Y

martes, agosto 21, 2007

COMPRA MI NOVELA

No olvides que mi novela la puedes adquirir en
http://circuloindependiente.net/tienda/la-pista-del-lobo-p-195.html

Alli puedes ver de qué trata la historia, pero además de la sinopsis de la obra, que verás detallada junto a la foto del libro, ya te explico que cuando yo apenas tenía 6 años los máquis secuestraron a mi amigo y compañero de juegos y se lo llevaron a las montañas.
Ése es uno de los capítulos, el principal, pero la novela narra también otras muchas cosas, propias de la vida que transcurría en la Sierra de Cádiz en los años de la posguerra española, una página negra de nuestra historia reciente: el contrabando, el hambre, atracos a trenes y bancos, fusilamientos indiscriminados...

El precio de venta al público en librerías es de 18 euros, gastos de envío no incluídos. Tengo una docena de ejemplares en mi casa para aquellas personas que deseen tener mi obra dedicada y firmada. Para ello deben escribirme y proporcionar la dirección a la que debo enviar mi novela.
El precio es el mismo: 18 euros más gastos de envío contra reembolso.
Mi dirección es: juanpangarcia@yahoo.es

MI ABUELO JUAN

MI ABUELO
Cuando me daban las vacaciones en la escuela, me iba con mi madre a casa del abuelo, en Jerez de la Frontera.
Mi abuelo era de Villalengua del Rosario, pero el Gobierno de la República repartió unas tierras para colonizarlas entre varias familias de desempleados y a él le concedieron una finca con casa y todo en Caulina, Jerez.

Mi abuelo era un hombre muy inteligente, a pesar de ser analfabeto. Había hecho de joven la campaña de Cuba y lo que no consiguieron los americanos -ni la sífilis, que acabó con cientos de soldados en los tres años que estuvo allí- lo consiguió el viaje de regreso en barco: cogió el escorbuto, que dicen que entonces era algo muy malo.

Cada día, al amanecer, mi abuelo agarraba una naranja borde de un árbol y se la comía en ayunas. Yo le preguntaba por qué se comía una fruta tan amarga y, antes de que él respondiese, mi madre me decía: “Es por su enfermedad”, y yo me quedaba preguntándome qué era una enfermedad, porque había cosas que yo no las sabía. Y es que a mí no me explicaban las cosas como hacía mi abuelo, cuando al pobre le dejaban hablar.

Por ejemplo: cuando él tenía retortijones se levantaba de su sillón y se iba al campo, y cuando mi mamá le preguntaba adónde iba él respondía: “Me estoy cagando”, y claro, eso sí que lo entendía yo, y no sólo yo: todos lo entendían, a juzgar por la cara de conformidad de mi madre.
A mí no me dejaban expresarme como mi abuelo, y cuando era yo el que tenía urgencias de vientre, decía: “Quiero hacer popó”, y para orinar, “pipí”, que es como las monjas del colegio decían que teníamos que hablar los niños.

Eso de “popó” me parecía raro y se nos quedaba la cara como de idiotas cuando nos veíamos en el trance de tener que decirlo en voz alta en la clase delante de todos. Sonaba mejor decir cagar, como mi abuelo, y todos entendían.
La monjita que nos daba clase en el colegio, cuando algún chico hacía algo malo, le decía: "Te voy a dar tras, tras en el pompis". En cambio, mi abuelo, un día que yo le escondí la petaca del tabaco, me agarró por una oreja y me dijo: "Juanillo, como lo vuelvas a hacer, te voy a dar un guantazo que tu madre te va a tener que echar el yodo con una escoba".


Mi abuelo sabía llamar a las cosas por su nombre, no hacía falta esforzarse para que lo entendieran; curiosamente, siempre decía lo contrario de mi madre. Cuando ella me explicaba que mi abuelo se comía las naranjas bordes porque eran buenas para curar su enfermedad, él me decía en voz abaja: “¡Y un carajo!: me las como porque no hay de las otras, el hijoputa alcalde de Jerez a llenado las calles de naranjos bordes, porque si los llega a poner de los buenos, con el hambre que hay la gente se comería hasta las hojas”.

De vez en cuando el viejito se ponía muy triste y se le saltaban las lágrimas; pensaba en Manuela, mi abuela, que murió hacía muchos años; yo no llegué a conocerla y él me la mostraba en fotos.
Me dijo que se fue a luchar a Cuba sin saber a qué o a quién defendería sólo porque en su pueblo no había trabajo. Nunca lo hubo en ese pueblo y la gente se iba de un lado para otro. Mi abuelo no sabía leer el contrato y puso su dedo manchado de tinta para firmarlo, se alistó y se pasó tres años en la otra parte del charco, como decía mi mamá, quien tampoco sabía leer entonces, pero sabía que había un charco grande entre el abuelo y su casa del pueblo que se llamaba “La mar”.


Me dijo que hubo guerra contra Cuba y contra Estados Unidos porque los americanos hundieron uno de sus propios barcos, "El Maine", con 266 soldados a bordo, para echarle la culpa al Gobierno de España y declararle la guerra. Yo no sabía si eso era verdad o divagaciones de mi abuelo, pero ahora que soy mayor pienso que no me extrañaría nada la certeza de sus afirmaciones: hemos visto en películas y reportajes de televisión cómo los mandos estadounidenses exponían a sus soldados a la acción nuclear en un desierto para estudiar sus efectos en los humanos.

La única ilusión que mantenía a mi abuelo vivo era el día de la paga, al fin de cada mes, porque, eso sí: le había quedado una paga por ser excombatiente en Cuba, que por otra causa no le pertenecía: no existía aún la Seguridad Social y él no había cotizado nunca.
Cuando llegaba el día del cobro, mi abuelo se vestía con lo mejor que tenía: si era invierno, se ponía su pantalón de pana, su camisa, su chaleco, la pelliza y el sombrero de fieltro de ala ancha y se iba caminando una legua hasta el pueblo. Si era verano se ponía la misma ropa, no tenía otra, y le caían los chorros de sudor por la frente. Mi madre le decía que se dejase la pelliza y el chaleco, pero él decía que debía causar buena impresión y, además, de noche hacía fresco. Y se la llevaba colgada del brazo.

Le observábamos cuando se iba hasta que desaparecía en la curva de la carretera, caminando muy erguido, llevando un bastoncillo con empuñadura de nácar en una mano, y nos quedábamos preguntando cuándo le volveríamos a ver.
Eso sucedía casi siempre a los tres o cuatro días de su partida, cuando alguien llegaba a casa en bicicleta y le decía a mi madre: “María, tu padre está tirado en la cuneta a la salida de Jerez, con una borrachera descomunal; no se tiene en pie ni deja que nadie lo levante”.
Siempre pasaba lo mismo: cada fin de mes, borrachera. En Jerez hay un barrio que mi abuelo visitaba porque tenía mucho ambiente: Rompechapines. Como tenía mucha confianza conmigo me lo contaba todo: “Algún día serás un hombre y harás lo mismo que yo; todos picamos en el anzuelo, Juanillo,” me dijo mientras cogíamos higos de las higueras que había en la finca.

En Rompechapines abundaban las tabernas y las mujeres públicas, como las llamaban entonces, y se agarraban al brazo de mi abuelo en la taberna para llevárselo con ellas a la alcoba trasera; pero mi abuelo decía que no, que era inútil insistir: “Mi pajarito guarda el mismo luto que mi corazón”.
El viejo se gastaba en las tabernas la paga y no regresaba jamás por su propio pie. En tales casos, mi madre llamaba a un vecino, que era arriero, y le pagaba por ir con la carreta a recogerlo. Y así cada mes.
Digo yo, que menos mal que estaba enfermo, pues de estar sano, no aparecería más por la casa.

Un día trajo una cosa nueva: una cajita metálica que liaba los cigarrillos en un segundo. Sólo debía poner el papelillo en el lugar adecuado y echar el tabaco en medio. Luego le daba a una palanquita y salía el cigarro ya liado. En un rato llenó una caja de zapatos de cigarrillos. Y como los tenía a mano y le gustaba de presumir de su máquina invitaba a todo el que llegaba, y debido a esa cordialidad la ración de tabaco del mes no le alcanzaba ni para una semana.
Mi mamá le reñía y le reprochaba que gastase el dinero en vicios y que no aportase nada a la casa, pero él respondía: “Ese dinero me ha costado mucho ganarlo y si lo gasto, bien gastado está. Además, por ir a Cuba he dejado morir a mi mujer poco a poco, mientras ella se dedicaba a cuidarme –llegados a este punto se le saltaban las lágrimas y comenzaba a llorar, cosa que hacía desistir a mi madre de su sermoneo–, y el que quiera peces que se moje el culo.”

Con el tiempo empeoró su salud y permanecía en la cama, donde hacía todas sus necesidades sin avisar de los retortijones, como hacía antes.
Pasaron los años y un mes de julio volví a su casa de vacaciones. Para entonces ya no me reconocía siquiera, había perdido la memoria y debido a eso murió: se le olvidó la forma de respirar y comenzó a hacer aspavientos con los brazos y a ponerse morado hasta que se quedó quieto.

Desde entonces ya he crecido un montón, bueno crecer no, sólo he llegado a medir 164 centímetros, según dijeron los militares cuando entré en quintas y me midieron; lo que quiero decir es que me hice hombre y aprendí a pensar y a hacer las cosas que hacen los hombres, que como supongo ya las conocen ustedes no voy a cansarles repitiéndolas.
Ahora soy yo el que les cuenta cosas a mis nietos cuando me visitan, si mis hijos me dejan, que ésa es otra: no me dejan hablar nunca. Perdón, creo que no me he explicado bien: me dejan, sí, hablar me dejan, pero es como si no me dejaran, porque no me escuchan ni me hacen caso.

Lo único que temo es perder la memoria como mi abuelo y llegue un día que no sepa cómo se respira. Por eso tengo en mi cajón un cuaderno lleno de dibujitos con todos los pasos que debo hacer: Inspirar…, expulsar… Inspirar…, expulsar, y así sucesivamente sin dejar de hacerlo. Bueno, y el tabaco ni lo pruebo, pues está comprobado que perjudica gravemente a la salud.

Ah, y eso de beber vino como mi abuelo y llegar apestando a alcohol agrio…, ¡eso ni hablar!; yo solo bebo ron con cola, cubano del bueno, un cubata tras de otro, no quiero que tengan que venir a buscarme a la calle como hacían con él, sino que cuando veo que las cosas comienzan a girar, me apoyo en la pared y espero a que pase mi casa por delante para entrar en ella, que uno aprende, ¡ coño!


domingo, agosto 19, 2007

REFLEXIONES DE UN SOLITARIO



"Le penseur" de Odin. Estudio Carlos Botelho

REFLEXIONES DE UN SOLITARIO

Hoy, día 19 de agosto, es domingo. Temo a los domingos: la gente se va a las playas o al campo y me encuentro solo en la red. Ahora mismo sólo yo estoy en el foro. Miro los últimos comentarios a los cuentos y me deprimo. Es como dice el dicho: “No quieres coles, pues el plato lleno”.

Entro en los foros desde enero de 2004. Comencé en Yoescribo.com y luego alterné ése con otros, hasta seis a la vez... Me tenían enganchado noche y día. En los foros he conocido a mucha gente, algunos aún se comunican conmigo cada semana; otros se fueron. He conocido a personas realmente interesantes y otras de las que tuve que alejarme. El mejor año fue el 2006. Y el peor.Yo aprendí mucho de ellas, y ellas de mí; nos necesitábamos.

Hace tres meses, hice clik, y de golpe borré tres foros de "Mis favoritos", con todos los usuarios dentro. Eso es Internet: Haces clik, clik, y desaparecen amistades, enemistades, comunicación y colaboración; todo es virtual, intangible y por tanto quimérico.

Aún me quedan dos: El Recreo y Planeta de escritores. Y me paso el día pensando, tal como el

" Pensador", de Rodín.

Sí, sé que es una tontería, que el Internet es una falacia, que las amistades son ilusorias, vienen y se van con solo pulsar el ratón. Crees que no puedes vivir si ellas, pero realmente no las conoces, sólo son un nombre y una foto , lo más probable es que sea falsa o antigua.

Pero hace unos días que siento una desazón, algo me duele, me sabe mal, y no entiendo por qué. Se forman grupitos, clanes; los mensajes privados van y vienen. Noto cambios de actitud en personas en las que había depositado toda mi confianza. Lo sé por que son ya muchos años de rodaje en los foros y uno se vuelve suspicaz, o perpiscaz, según el momento.

Estoy seguro de que con sólo un gesto cambiaría de vida: un clic y "eliminar", borrar la página Web de “Mis favoritos”, y solucionaba el problema. Atrás quedarían horas de intercambio de información, de textos, de comentarios, de proyectos y de amistades virtuales.

Lo hice hace tres meses con otros y no ha pasado nada, he sobrevivido.

A veces, como le digo e Epix en un comentario a su cuento, me gustaría deshacer entuertos, pedir excusas, volver la página; pero es imposible, la vida está formulada de tal manera que la solución a los problemas que hemos creado no depende luego de nosotros: nuestras acciones nos desbordan y aparecen incontroladas. Es difícil retroceder sin dejar rastro: la acción genera reacción y por tanto lo que hagamos genera unas actitudes en los otros que no podemos controlar, y que influyen muy fuertemente en nuestra manera de vivir y que a la larga pueden cambiar nuestras vidas.

“Rectificar es de sabios”, está escrito en algún sitio, pero cuando se ha dado el paso no se puede volver atrás, pues puede ser mal interpretado, por eso se sigue en la misma dirección que nos causó el problema, agravándolo, alimentándolo y creando un abismo entre los contendientes. Si te echas atrás en algún proyecto te catalogan como inconsecuente, inseguro, veleidoso… cuando lo que intentas al reconsiderar tu postura es recobrar la paz, la seguridad, la armonía…

Si, por el contrario, continúas en esa dirección errónea, eres un mal nacido, un ser rencoroso, celoso, despreciable…

Nunca sabes a qué atenerte.

Me siento incomprendido e inaceptado, sólo la educación, o el guardar las apariencias, hace que algunos, respetuosamente, comenten mis textos, sin más. Una palabrita aquí, otro dato allá, una frase insultante en otro lado, una pregunta insidiosa allá, dejada ahí como por descuido…

Cada cierto tiempo debo sufrir los incordios de alguien que se afana en dividir en lugar de aunar esfuerzos para crear arte, intercambiar opiniones, corregir textos y de ayudarse en la tarea de ser escritor.

Ante esto, me pregunto si no es mejor abandonar, cerrar la página que nos une y dedicarme en solitario a escribir e intentar contactar con las editoriales. Un solo clik, y vida nueva. Sería fácil hacerlo, pero… resulta que algunos me caen bien y he llegado a apreciarlos, y si los dejo los echaría de menos. Otros, sé que se regocijarían si me voy.

Mañana es lunes y recomienza la normalidad, ojalá y me aclare las ideas.

miércoles, agosto 08, 2007

EL GASTOR EN FIESTAS

Esta es una calle del pueblo gaditano de El Gastor. La foto está tomada el día del Corpus, 7 de junio de 2007, sus calles estaban engalanadas con ramas de diferentes árboles, y el suelo era una alfombra compuesta de tallos de hierbas y cereales. Para mí fue un día inolvidable, y por eso he querido inmortalizar este recuerdo pìntando este lienzo al óleo.
Pincha sobre la foto para verla más grande.