Las luces del escaparate de la tienda más importante de la ciudad destacaban sobre el alumbrado de la avenida; el interior de las grandes vitrinas estaba lleno de juguetes y regalos; una música pegadiza se escuchaba por los altavoces situados en la cornisa que cubría totalmente la acera a todo lo largo del escaparate y sobre la cual, con letras grandes e iluminadas, se leía: ¡Feliz Navidad!
La canción navideña, acompañada de panderetas y zambombas, se escuchaba en toda la zona:
En un lado, una estrella de luces atraía a los paseantes hacia un Belén viviente: José le daba paja al burro; María amamantaba al niño Jesús, que movía las manitas nervioso porque, quizás, la leche de la madre no llegaba con la cantidad que él deseaba.
Frente al cristal del escaparate varios padres con sus hijos miraban sonrientes y emocionados la escena. Entre ellos y cogida de la mano de su madre estaba Laura, una niña de ocho años que sonreía señalando al niño Jesús porque pataleaba cuando se le escapaba el pezón del seno de María. De pronto un niño de diez años y tez oscura, vestido con un chándal del Real Madrid y con un ramo de claveles rojos en la mano, se acercó a la niña y le dijo:
—¿Tú comprar uno? Sólo me quedar este ramo para me poder ir a casa con padres.
—Vale —dijo ella
Y la niña sacó un pequeño monedero de su bolsillo y le dio un euro al chico a cambio de una flor. El chaval le dio las gracias y se fue a ofrecerle otro clavel a una señora que estaba mirando sola el belén; pero ésta le dijo que no quería nada. El chico continuó ofreciendo sus flores a otras personas por la acera.
—Mamá —dijo la Laura—: ese chico no puede irse a su casa hasta que no venda todas las flores. Aún le quedan muchas… ¿Tú le puedes comprar algunas más para que él pueda celebrar también la nochebuena con su familia?
Y la madre, enternecida por el corazón tan bueno de su niñita, llama al chico y le compra el ramo de claveles. El niño miró a la niña y a la madre, y exclamó:
—¡Muchas gracias, muchas!
—Feliz Navidad —dijo la niña.
Madre e hija se fueron caminando hacia su casa, con el corazón rebosante de ternura, contentas de haber hecho una buena obra: esa noche el niño también cantaría villancicos al lado de su familia. Los altavoces continuaban proclamando la música del villancico.
Antes de volver la esquina, Laura se volvió para ver por última vez las luces de la tienda, justo en el momento en que un hombre grande y fuerte, de unos cuarenta años de edad, le arreaba un tortazo al niño, que se cubría la cabeza con los brazos, y le obligaba a coger en sus manos otro ramo de claveles. La niña tiró del brazo de su madre, mientras un grito se le escapó de la garganta:
—¡Mamá, mira!
Vieron al niño ofreciendo una flor a una señora, vigilado desde la acera de enfrente por su padre, que se apoyaba en la pared mientras fumaba. La música continuaba, ajena al drama:
La mujer acarició la mejilla de su hija y le dijo:
—Vamos, cariño. No podemos hacer nada. No podemos evitarlo.
Laura miró de nuevo al chico, y con los ojos bañados por las lágrimas preguntó:
— ¿No podemos? ¿De verdad no podemos?
Y la madre pensó que sí, tal vez… Pero no era asunto de ellos. Luego puso su brazo sobre los hombros de la niña y se fueron muy tristes hacia su casa.
La canción navideña, acompañada de panderetas y zambombas, se escuchaba en toda la zona:
¡Parrampín, parrampín, parrampía...!
¡Parrampín, parrampín, parrampán...!
Que en Belén, con José y María...
Hay un niño en el portal…
¡Parrampín, parrampín, parrampán...!
Que en Belén, con José y María...
Hay un niño en el portal…
En un lado, una estrella de luces atraía a los paseantes hacia un Belén viviente: José le daba paja al burro; María amamantaba al niño Jesús, que movía las manitas nervioso porque, quizás, la leche de la madre no llegaba con la cantidad que él deseaba.
Frente al cristal del escaparate varios padres con sus hijos miraban sonrientes y emocionados la escena. Entre ellos y cogida de la mano de su madre estaba Laura, una niña de ocho años que sonreía señalando al niño Jesús porque pataleaba cuando se le escapaba el pezón del seno de María. De pronto un niño de diez años y tez oscura, vestido con un chándal del Real Madrid y con un ramo de claveles rojos en la mano, se acercó a la niña y le dijo:
—¿Tú comprar uno? Sólo me quedar este ramo para me poder ir a casa con padres.
—Vale —dijo ella
Y la niña sacó un pequeño monedero de su bolsillo y le dio un euro al chico a cambio de una flor. El chaval le dio las gracias y se fue a ofrecerle otro clavel a una señora que estaba mirando sola el belén; pero ésta le dijo que no quería nada. El chico continuó ofreciendo sus flores a otras personas por la acera.
—Mamá —dijo la Laura—: ese chico no puede irse a su casa hasta que no venda todas las flores. Aún le quedan muchas… ¿Tú le puedes comprar algunas más para que él pueda celebrar también la nochebuena con su familia?
Y la madre, enternecida por el corazón tan bueno de su niñita, llama al chico y le compra el ramo de claveles. El niño miró a la niña y a la madre, y exclamó:
—¡Muchas gracias, muchas!
—Feliz Navidad —dijo la niña.
Madre e hija se fueron caminando hacia su casa, con el corazón rebosante de ternura, contentas de haber hecho una buena obra: esa noche el niño también cantaría villancicos al lado de su familia. Los altavoces continuaban proclamando la música del villancico.
Antes de volver la esquina, Laura se volvió para ver por última vez las luces de la tienda, justo en el momento en que un hombre grande y fuerte, de unos cuarenta años de edad, le arreaba un tortazo al niño, que se cubría la cabeza con los brazos, y le obligaba a coger en sus manos otro ramo de claveles. La niña tiró del brazo de su madre, mientras un grito se le escapó de la garganta:
—¡Mamá, mira!
Vieron al niño ofreciendo una flor a una señora, vigilado desde la acera de enfrente por su padre, que se apoyaba en la pared mientras fumaba. La música continuaba, ajena al drama:
¡Parrampín, parranpín, parrampía…!
¡Parrampín, parrampín, parrampán…!
Que en Belén, con José y María
Hay un niño en el portal…
¡Parrampín, parrampín, parrampán…!
Que en Belén, con José y María
Hay un niño en el portal…
La mujer acarició la mejilla de su hija y le dijo:
—Vamos, cariño. No podemos hacer nada. No podemos evitarlo.
Laura miró de nuevo al chico, y con los ojos bañados por las lágrimas preguntó:
— ¿No podemos? ¿De verdad no podemos?
Y la madre pensó que sí, tal vez… Pero no era asunto de ellos. Luego puso su brazo sobre los hombros de la niña y se fueron muy tristes hacia su casa.
FIN
Este cuento ha ganado el 3º premio en el concurso de "Cuentos navideños" en 2006 en la página web de El café de Artistas. com , acompañado de otros de mis cuentos, "Un cuento de navidad" e "Historias de Navidad".
http://www.cafedeartistas.com/octubre/viewtopic.php?t=15450
Los tres forman parte de mi libro "Los cuentos del abuelo", registrado en el Registro de la Propiedad Intelectual de Cádiz el 10 de enero de 2006 con la clave CA 9/o6
Muy lindo, Juan, muy lindo tu cuento!
ResponderEliminarPero en la verdad se puede hacer si!
Se puede informar las autoridades para detener a ese padre por estar explotando y maltratando su hijo.Se puede y se debe, no podemos callar.Para eso estan ahí las autoridades y para eso esta allí la democracia.
HAY QUE DENUNCIAR SIEMPRE!!
Muchos besos y un abrazo fuerte,
Flor
JUAN: me puse a llorar cuando terminé de leer el cuento.
ResponderEliminarEste relato es una verdadera denuncia social. No sólo para Navidad, sino cotidianamente en colectivos, calles, subtes, hay niños que son explotados por los mayores.
¿hasta cuándo tanto maltrato?
se puede festejar Navidad felizmente con esta realidad que nos abruma mundialmente?
Dios nos ilumine y que los gobernantes tomen conciencia de las brutalidades que no quieren ni ver ni oír.
A vos, mi querido amigo, te doy las gracias, emocionadísima por este relato.
Un beso y un abrazo muy grande desde este sur caluroso y húmedo.
Hola, Flor. Gracias por tu visita y por comentar. Evidentemente, eso es lo que habría que hacer si se descubre una actividad como esta.
ResponderEliminarCuando escribí el cuento hace casi cinco años, se veían niños, generalmente rumanos y de etnia gitana, vendiendo flores o pidendo limosna en la puerta de supermercados y restaurantes. También en las ferias.
Ahora es más difícil debido a la vigilancia policial. En esta ciudad, al menos, ya no se ven.
Un beso
Hola, SUSURU: gracias por expresar tu sensibilidad ante estos abusos.
ResponderEliminarComo le digo a Flor, las cosas han cambiado en estos últimos años y ahora apenas se ven niños mendigando por las calles.
En algún semáforo(por ejemplo: en el Puente del Ángel San Rafaél,Córdoba),a veces uno se encuentra grupos de menores ofreciéndose a limpiar los cristales de los coches, pero huyen cuando ven a la policía.
Pero estoy seguro que en estas navidades, como en las anteriores, muchos niños en todas las ciudades del mundo son explotados por sus padres para recaudar dinero aprovechándose del espiritu bondadoso y solidario que florece en las personas en estas fechas.
Un beso, amiga,
Feliz navidad!!!
ResponderEliminarHoy te voy hablar desde mi corazón y mi corazón te quiere decir que en esta navidad solo recuerda los buenos momentos, estos buenos momentos son las luces que iluminaran tu camino………
Aunque no seas creyente aprovecha estas buenas energías que fluyen de todos los rincones del mundo para pedir tus deseos.
Puse mi arbolito delante del cereal que nos da la pacha mama, para alimentarnos durante todo el año y además es en lo que trabajo……
Un abrazo de oso.
Gracais, Común, te deseo en estas fiestas y en el resto de tu vida que disfrutes de salud, alegría y ánimo para continuar tu lucha por el planeta Tierra. Besos
ResponderEliminarUna historia muy triste, real y, por desgracia, muy común. Ver las desgracias ajenos como si no fueran con nosotros. Has descrito bien la situación, amigo. Me alegro que te lo premiaran.
ResponderEliminarJuan, que pases una Feliz Nochebuena y Navidad, en compañía de los tuyos.
Un beso,
Marisol
Hola, Margarita.me alegro mucho de verte por aquí, señal de que estás más animada.
ResponderEliminarTambién te deseo felicidad,salud, y que se solucionen los problemas que te acuciaron durante este nefasto año. Mil besos, saludos a tu marido y tu niña.
Precioso Juan, enternecedor, cuánto tiene que cambiar el mundo y quien lo verá...Feliz Navidad.
ResponderEliminarHola, Encarna! Este mundo no lo cambiará el Hombre, será él quien lo destruya. A menos que la Tierra se rebele y nos trague a todos.
ResponderEliminarEs lo más seguro.
Gracias por tu visita.Feliz Navidad.Un abrazo
Esperemos que el hombre reacciones, cada uno por si mismo y descubra que todos somos uno. Me temo que no todos llevamos el mismo camino.
ResponderEliminarLa fuerza no se mide por los pesos que se pueden levantar o las medallas de oro que se ganan, sino por las verdades dolorosas que somos capaces de soportar.
De cualquier manera feliz vida para todos, no olvidemos que navidad solo son cuatro días.
Muy bueno Juan.
Besos.
Muchas gracias por tu visita, Mercedes, siempre estás ahí, animando. Tienes razón: la Navidad son cuatro días al año. Si no existiera inventaríamos otra. Un beso
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