El mar me da paz, pero yo adoro la montaña, sus cumbres escarpadas, sus senderos angostos, sus fértiles valles y frescos torrentes, sus helechos y bosques... Tan solo encontrarme de frente con la serpiente me causa terror, pues el águila, el ciervo, el zorro, el jabalí y el lobo son seres que sienten como yo.
Y fue en la sierra donde la pasada primavera, en la tranquila habitación del hotel en que me hospedaba, sufriendo de insomnio en la madrugada, contemplaba la silueta por la Luna iluminada de una majestuosa fortaleza que mi admiración despertaba.
Hallábame yo hipnotizado por los tonos grises y oscuros de las escasas nubes que flotaban en el cielo, con sus orlas plateadas en torno al núcleo negro, la Luna me observaba enfrente sonriendo, y abajo de todo eso, las maravillosas siluetas de una gran iglesia y el enorme castillo vigilando la paz del pueblo.
Fue entonces cuando vi cabalgar hacia mí en un caballo blanco con aura de fuego a una mujer preciosa con una corona de hojas de enebro que surgió detrás de una nube de las que había en el cielo.
¡Pasmado quedeme yo ante semejante portento!, mudos mis labios, grandes mis ojos abiertos. ¿Estaré soñando o loco yo me he vuelto?
No soy religioso, ni siquiera creyente, como suele creer en Andalucía la mayoría de la gente; pero en algunos casos caer de rodillas se impone ante un milagro y eso era lo que yo con mis propios ojos estaba viendo. Me hinqué pues de rodillas e incliné mi cuerpo hasta pegar mi frente en el suelo ante la hermosa dama que se apeaba de su caballo y entraba por la ventana.
– Alzaos, mi Señor — me dijo con voz dulce–. Hoy he venido de parte de Dios a calmar vuestra pena, a acariciar vuestra alma y endulzar la hiel que invade vuestro corazón.
Luego me tomó de la mano y mirando el castillo me dijo con voz nostálgica:
– Tiempo ha yo fui Reina de Egipto y de los Medos y los Persas, y en fortalezas como ésa yo dominaba. Sus inquilinos se rendían ante mi sola presencia. A causa de las rencillas y envidiosas tramas, que urdieron mis enemigos, los Nobles me destronaron y hube de huir al Norte, a Avalón, la Isla de la Alegría, donde reposa el Rey Arturo, y donde mi nombre alcanzó fama.
Ahora dedico mi vida a ayudar a las almas tristes, aquéllas que arrastran la pena desde su nacimiento, y que siendo nobles sufren marginación y soledad del alma. Y hoy te ha tocado a ti, amigo mío, conocer la felicidad por mí.
Diciendo esto me llevó hasta la cama, se despojó de su túnica y quedose ante mí completamente desnuda. ¡Yo no daba crédito a lo que estaba viendo! ¡Qué hermosura! Sus largos cabellos caían sobre su espalda, su senos redondos, enhiestos, de puntas sonrosadas, me apuntaban a la cara; su talle esbelto, su vientre liso y sus caderas perfectas –digo yo, que soy inexperto, porque no creo que las hubiera de mejor medida–, sus muslos torneados, de piel suave y finísima, atesorando entre ellos el precioso pubis poblado de finos vellos oscuros tan ansiado por un hombre solitario y falto de ternura como yo lo estaba. Puso las manos sobre la cama y elevó una rodilla para subir y acomodarse en ella mostrando en ese momento su bellísimo trasero. ¡No pude más! la sujeté por las caderas y me puse a besarla toda ella: su cintura, sus glúteos, sus piernas... y todo lo que aparecía ante mis encendidos ojos. Pronto noté la cálida y tierna tersura de su interior y en ella derramé mi alma.
Pasamos las horas siguientes, ambos entrelazados jugando al juego divino de la total entrega, hasta caer al alba jadeantes y rendidos sobre el lecho con los ojos cerrados de cara al techo. Fue entonces que ella se levantó, se puso su túnica, me envió con su mano un beso y, ante mi gran desconcierto, salió por la ventana, montó en su caballo y voló cabalgando hacia el cielo. Yo me quedé desolado viendo cómo desaparecía entre las nubes rojizas del amanecer y se esfumaba en el oscuro firmamento. ¡No.., no estoy loco! Creedme; es verdad lo que os cuento: yo sé bien que fue real y no un sueño.
Pasamos las horas siguientes, ambos entrelazados jugando al juego divino de la total entrega, hasta caer al alba jadeantes y rendidos sobre el lecho con los ojos cerrados de cara al techo. Fue entonces que ella se levantó, se puso su túnica, me envió con su mano un beso y, ante mi gran desconcierto, salió por la ventana, montó en su caballo y voló cabalgando hacia el cielo. Yo me quedé desolado viendo cómo desaparecía entre las nubes rojizas del amanecer y se esfumaba en el oscuro firmamento. ¡No.., no estoy loco! Creedme; es verdad lo que os cuento: yo sé bien que fue real y no un sueño.
Desde entonces me paso las noches mirando al cielo, y cuando veo una estrella fulgir me pregunto:¿Será ella? ¿Por qué no me llevaste contigo en vez de darme a probar el elixir del amor para luego dejar morir mi alma, roto mi corazón?
¡Dios, cuánto la añoro!
Juan:
ResponderEliminarAmigo, esta es una historia típica de tu ingenio.
Ella llego para recordarte que la gloria si existe pero no es fasil
conservarla.
un gusto leerte Mario
Qué historia tan curiosa!
ResponderEliminarUna mezcla de realismo y fantasía, pero muy bien elaborado.
Excelente Juan, te felicito, es un gusto leerte e imaginarme esa visión divina-humana.
Abrazos.
Bonito relato, parece sacado de un cuento de hadas, para mayores claro, aunque en realidad la mayor parte de cuentos que llamamos para niños inicialmente eran para mayores. Felicitaciones a esas musas que te acompañan.
ResponderEliminarAbrazos mil.
Me puedes dar la dirección de ese hotel?
ResponderEliminarNo, por nada, por nada...
Saludos.
Es cierto, Mario: muy difícil, pero que muy difícil alcanzarla. Un abrazo, amigo
ResponderEliminar¡Muchas gracias, genessis! El placer es mutuo, me encanta leerte y cuando tardas en publicar algo te echo mucho en falta. Un beso
ResponderEliminarDe un hada especial se trata, querida Mercedes,no llevaba varita mágica, pero sabe como hacer felices a los humanos. Un beso fuerte, amiga mía.
ResponderEliminar¡Ja,ja,ja,! Con sumo gusto, Toro Salvaje: sólo tienes que preguntar por el Hotel Baños en el mismo pueblo Baños de la Encina. Saludos.
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