Con mi madre en Algar, (Cádiz) 1957
Mañana muchos españoles acudirán al Valle de los Caídos para conmemorar dos muertes: La de Franco y la de José Antonio Primo de Rivera.
No muy lejos de ese lugar se hallaba el colegio en que pasé mi infancia. Corrían los primeros años de la década de los 50. En mi colegio las monjas nos hacían rezar por Franco. Decían que era el Salvador de España y que la Virgen del Pilar se le había aparecido en Zaragoza y le había aconsejado que no interviniera en la II Guerra Mundial. Esas monjas vestidas de negro y con una especie de babero blanco, pertenecían a la congregación de las hermanas de la Doctrina Cristiana, con quienes yo realicé mi enseñanza primaria.
El colegio tenía un campo para sembrar, y cuando lo araban nosotros íbamos detrás de la yunta de bueyes recogiendo balas y balines, hierros y obuses. En esa zona hubo grandes batallas durante la guerra, famosa la de Brunete. Las monjas quitaban los balines y sacaban la pólvora para hacer petardos para las fiestas, sobre todo para el día de San José, pues hacían una falla que quemaban a media noche ante todo el pueblo.
El cobre de las balas lo vendíamos cada mes a un chatarrero que venía a la puerta del colegio, y con el dinero que nos daba comprábamos chocolateLa Colonial para que nos dieran el cromo que venía en el interior de la tableta. Así juntamos varios álbumes con los jugadores y estadios de los equipos de primera división y la selección nacional, la llamada “Furia Española”, con Lezama, Zarra, Gainza, Panizo… Mi apellido fue cambiado por Panizo, mote que llevé hasta la salida del colegio, a los trece años.
El cobre de las balas lo vendíamos cada mes a un chatarrero que venía a la puerta del colegio, y con el dinero que nos daba comprábamos chocolate
Una compañera, Rosita, del pueblo de Carcaixent, se resfrió, cogió angina y murió al cabo de unas semanas. La trataban con pastillas Okal solamente. Le pusieron un traje de la primera comunión y la metieron en un ataúd blanco rodeado de lirios y azucenas. Todo el pueblo acudió al entierro. Todos los niños lloramos al darle el último beso. Su madre gritaba mucho en un lenguaje extraño que no entendíamos y creíamos que estaba loca: “Filla meua , que tan fet” clamaba.
A los diez años me trasladaron al pabellón nuevo, exclusivo para niños, ubicado a doscientos metros, dejando el antiguo para las niñas. Cada mañana nos levantaban a las seis para ir a misa en el edificio antiguo, y luego regresábamos a desayunar. A las ocho comenzaban las clases. En el invierno íbamos a misa con la nieve hasta las pantorrillas, y la mayoría cogíamos gripes y pulmonías.
El día de Reyes era la misma doña Carmen Polo de Franco, acompañada de las esposas de varios Ministros, la que nos entregaba los juguetes en mano a cada niño y niña del colegio. Salimos algunas veces en el NO-DO y en mi pueblo, ubicado en la Sierra de Cádiz, todo el mundo iba a verme.
Estuve en ese centro hasta los doce años; luego obtuve una beca para estudiar en Málaga. Pero esos es otra historia
Se me encoge el corazón...
ResponderEliminarGracias por compartirlo.
Saludos.
auto biografía...
ResponderEliminarque interesante.
hasta pronto Mario
Qué vida!
ResponderEliminarDespués de todo, todo ese mar de sufrimientos y experiencias hicieron de tu vida, una vida rica en humanidad para poder comprender a los demás.
Son recuerdos que la vida regala...(valga la redundancia) gratuitamente.
Abrazos querido Juan.
Gracias a ti por estar siempre, Toro Salvaje. Saludos
ResponderEliminarInteresante es poder contarlo, querido amigo Mario. Gracias por tu lealtad y amistad, que ya dura más de 8 años. Abrazos, amigo.
ResponderEliminar¡Ay, genessis! Es cierto lo que dices, amiga, yo comprendo a todo el mundo, les abro mi corazón; pero soy incomprendido y ello me causa dolor.Gracias por tu visita. Un beso
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