viernes, marzo 07, 2014

ELSA



Comencé el día mal: el despertador no había sonado, pues durante la noche se fue la corriente eléctrica y el reloj se puso con las luces intermitentes sin funcionar como es debido.
Total, que me levanté una hora más tarde, me vestí de prisa y sin probar el desayuno que mi mujer me había preparado, bajé corriendo las escaleras y me fui volando en mi Peugeot 2005 a la fábrica.
El jefe no quiso atender mis motivos porque la cadena de producción estaba atascada en mi puesto de trabajo y  me echó una bronca de mil diablos, amenazándome con echarme a la calle la próxima vez que eso sucediera, pues en mi puesto se habían amontonado una gran cantidad de piezas y los siguientes puestos estaban detenidos por falta del material.
 Ocupé mi sitio en la máquina y trabajé a destajo durante todo el día para recuperar el tiempo perdido, despejar el atasco  y dar servicio a las siguientes máquinas que dependían de mí.
Cuando sonó la sirena al finalizar la jornada, yo permanecí un cuarto de hora más para acabar unas piezas que tenía entre manos y así comenzar sin atrasos al día siguiente. Mis compañeros entre tanto se dirigieron al vestuario, se ducharon y se cambiaron de ropa.
Cuando yo llegué a las duchas, empapado de sudor y exhausto, me di cuenta de que ya no había agua caliente, pues mis compañeros habían agotado la que había en el depósito del termo, y me duché con agua fría, ¡en febrero!
Decididamente aquél no era mi día.
Salí de la ducha tirititando y comencé a secarme con vigor para entrar en calor; luego me dirigí a la sala de las taquillas donde me esperaba mi ropa de calle. Allí me esperaba otra sorpresa:
Colgada de mi pantalón, con las garras hundidas en él de tal manera que no sabia soltarse, se hallaba un  gatito de unas cinco semanas  de edad. Se había subido trepando por la pernera del pantalón para alcanzar la repisa de arriba, donde yo había dejado mi bocadillo intacto, y ahora no sabía soltarse.
El gatito me miraba angustiado y maullaba con un sonido tan débil que me dio pena. Lo cogí por el centro de su cuerpecito de manera que mi mano lo abarcaba totalmente. Por encima de mi mano asomaban sus patitas delanteras, y por debajo las traseras y su diminuto rabito.

Era tan delgadito que mi dedo pulgar se juntaba con los otros dedos abrazando su cuerpecillo.
El felino me miraba con sus ojos verdes grandes y abiertos, y me soplaba amenazadoramente tratando de impresionarme para que lo soltara. Era de un color  atigrado y moteado. Tenía una línea blanca y fina alrededor de los ojos, y el morrito también blanco. En el cuello amarillento tenía tres líneas como tres collares oscuros, del mismo color que el pelo del lomo.
Yo me senté en el banco de madera y sin soltar al animal le quité el embalaje de aluminio al bocadillo y se lo puse delante. Era atún en aceite de oliva.
El animal, que estaba hambriento, no perdía tiempo en masticar ni nada: bocado y para adentro, así una y otra vez hasta que acabó con el atún. Lo solté en el suelo y comencé a vestirme para regresar a casa, pero el animal, agradecido, se frotaba su cabecita con mis pies una y otra vez. No había nadie más en el vestuario y era viernes. Pensé que el gatito se quedaría solo en el vestuario hasta el lunes, con el único alimento del pan impregnado en aceite que yo había dejado. Acabé de vestirme y me dirigí a mi coche. Abrí la puerta y al ir a cerrarla  de nuevo una vez sentado en mi asiento vi como el gatito, que me había seguido, intentaba subirse al vehículo dando saltos, aunque era tan pequeño que no alcanzaba.
Entonces decidí llevarlo a mi casa para que mis hijos lo cuidasen durante el fin de semana y devolverlo el lunes a la fábrica, pues sin duda alguna su madre estaría buscándolo.
Yo no sé lo que pasó, todavía hoy no puedo explicármelo; pero lo único que sé es que la gatita, pues resultó ser hembra, entró un viernes de febrero de 1977 en mi casa y salió el 7 de febrero de 1989, doce años después.
¿Qué tenía ese animal que nos conquistó a todos?
La verdad es que lo ignoro; pero vamos a analizar el tema en profundidad y así tal vez descubramos el porqué las cosas a veces no salen como se piensan.
Lo primero que hicieron mis cuatro hijos fue pelearse  entre ellos por tener en brazos a la gatita, atiborrándola de alimentos: el uno le daba paté, el otro leche, otro yogurt, otro carne...
Mi esposa le dio un baño caliente para quitarle los parásitos que corrían por su vientre y la gata casi se nos muere de frío. Mi mujer se asustó al verla temblar de aquella manera, y le estuvo dando calor en su regazo durante toda la tarde, rodeada por los niños que no le quitaban ojo a la gatita diciendo: ahora me toca a mí — decía uno —, y luego a mí –respondía otro.
Había de ponerle un nombre, y decidimos llamarla Elsa, como a la leona de una película que habíamos visto hacía poco, "Vivir libre".
Mientras tanto, yo no me quitaba de la mente lo difícil que me iba a resultar llevarme la gata el lunes a la fábrica. ¿Qué dirían mis hijos? ¿Se opondrían?
Ya me imaginaba sus argumentos, y no me equivoqué. El domingo por la noche me rodearon medio  llorando unos, con cara larga otros, y me dijeron: ¿Para qué lo has traído entonces? ¿Lo traes muerto de hambre para que lo cuidemos y ahora que se ha recuperado lo vuelves a abandonar donde estaba para que se muera?
Finalmente, decidí dejarlo unos días más hasta que el animal pudiese buscarse la vida solo. Así pasaron los días, las semanas , los meses y los años.
Nos vimos obligados a proteger el tresillo con un forro porque a Elsa le encantaba afilarse las uñas en los sillones; cambiamos tres veces las cortinas y sufríamos mucho cada vez que la veíamos trepar por ellas, deshilachándolas.
Media docena de figuritas de porcelana heredadas de la abuela de Carmen, una parejita de ancianos  de Lladó con un siglo de antigüedad, acabaron destrozadas por los suelos.
Pero todo se le perdonaba ante la desesperación de Carmen, pues cuanto más traviesa era la gata más la querían los niños, que no cesaban de jugar con ella, provocándola para que ella les atacase. Otras veces le lanzaban bolitas de papel y Elsa corría  y saltaba sobre ellas como si fuera una presa que había cazado.
A veces la observábamos escondida toda encogida y en tensión detrás de una silla, dispuesta a saltar sobre su presa, que no era otra cosa que una bolita de papel que habían dejado olvidada los niños. Elsa se encogía y de pronto se estiraba dando un salto cayendo sobre la bolita y le daba manotazos de un lado a otro provocando las risas de mis hijos. Otras veces les traía la bolita en la boca y la soltaba a los pies de uno de ellos para que se la lanzase de nuevo para cazarla y volver a traérnosla. Y repetía la acción una y otra vez hasta que caía rendida en el suelo y descansaba.
Los pajarillos la volvían loca, y se pasaba las horas sobre la mesita camilla en el balcón observándoles volar. A veces las aves  se arrimaban a los cristales y Elsa daba un zarpazo sobre el vidrio intentando cazarlos.
Tenía dos años de edad cuando vio detenerse un gorrioncillo en la ventana del cuarto de baño. Elsa no desaprovechó la ocasión que los dioses le ofrecían y avanzó cautelosamente por el pasillo con la mirada fija en el pajarillo. De pronto tomó carrerilla y se lanzó sobre él, y el avecilla, asustada al ver lo que se le venía encima, echó a volar.
Elsa también voló, pues en lugar de caer sobre el gorrión salió por la ventana planeando hasta caer sobre la acera, cinco plantas más abajo, desde  doce metros de altura.
Nosotros no nos dimos cuenta de nada y no fue hasta pasada media hora que la echamos en falta. Comenzamos a buscarla por toda la casa sin resultado: Elsa no estaba.
Fue cuando nos asomamos al balcón que vimos a un grupo de niños  alrededor de un gato que avanzaba arrastrándose hacia el portal del edificio, dejando un rastro de sangre por el camino. Bajamos corriendo por las escaleras sin esperar al ascensor y comprobamos que era Elsa, nuestra gatita.
Aunque cayó de pie sobre sus cuatro patas, la inercia del golpe hizo que se diera contra la acera en la boca, y parecía un monstruo con la cabeza hinchada, deforme, ovalada; la boca sangrante y también hinchada. Apenas podía respirar.
Mi hija tuvo una crisis de nervios y de llanto. Intentamos convencerla de que ya nada podíamos hacer, pues el animal estaría reventado por dentro; pero ella insistía en que la llevásemos cuanto antes al veterinario, y así lo hicimos.
Después de examinarla concienzudamente, el veterinario nos dijo:
"Puede ser que tenga el cráneo partido, en cuyo caso morirá sin remedio. No le voy a hacer radiografías porque de nada sirve saber que lo tiene fracturado; no se salvará con saberlo y solo aumentará la factura. Le voy a inyectar dos inyecciones: un anti inflamatorio y un calmante para que no sufra; pero háganse a la idea: Si tiene fractura craneal, morirá; si no la tiene, podrá curarse."
Efectivamente, a los tres días,  con el morrito hinchado y en carne viva, ya estaba corriendo por la vivienda.
Aquella experiencia hizo que la quisiéramos todavía más, pasó a ser uno más de la familia. A Elsa le sirvió para tenerle pánico a la calle y a las ventanas. Nunca se atrevió a salir más allá de la puerta del ascensor, y se asomaba por la reja de la escalera y miraba hacia abajo y regresaba corriendo a casa.
Estuvo diez años más así, sin salir de mi casa. Las gaviotas y golondrinas pasaban rozando el ventanal del balcón y eso la volvía loca. Elsa maullaba mirándonos como solicitando que le cazáramos una para ella.
Durante todos esos años aprendimos muchas cosas sobre los gatos:
Aprendimos que los olores tienen gran incidencia sobre su comportamiento. Si alguien trae un olor que la desagrada ella buscará el punto de donde sale el olor: un pantalón, un calcetín, una camisa un zapato....y se frotará sobre ese punto  para quitárselo y dejar el suyo.
Odian el olor a naranja hasta tal punto que si alguien intentaba cogerla o acariciarlas después de haberla comido, Elsa se repuchaba y atacaba  de improviso con todas las uñas fuera.
A mí me arañó  la cara, la cabeza y  el cuello una vez que quise darle un besito en la cabecita. Luego comprendí que era por el olor a naranja ya que no me había lavado todavía  los dientes ni las manos después de comerlas.
Por eso, cuando la gente dice que los gatos son traicioneros, se vuelven locos y atacan a sus dueños de improviso, ignoran que es debido al olor que llevan, que posiblemente odien los gatos.
Una de las primeras cosas que hay que hacer ( he tenido cuatro gatos, cada uno era diferente en su comportamiento, y algo he aprendido observándolos), es saber qué olores desagradan al animal y cuales acepta.
Elsa no quería olores a colonia ni lavandas, ni a naranjas, y mucho menos a limones. A ella le gustaba acostarse sobre la ropa sucia que dejábamos al llegar del trabajo o del instituto con olor a sudor. Se frotaba sobre ella intentando quitarle el olor para dejar el suyo, y seguía a Carmen cuando se llevaba la ropa sucia a la lavadora, maullando porque se la habían quitado a ella.
También buscaba los rincones del sofá o de las camas donde ella ya había estado antes, los reconocía porque  conservaban su propio olor.

LA ALIMENTACIÓN
 La gatita que yo traje a mi casa hambrienta y que se comía cualquier cosa: pan, arroz, paté, garbanzos etc. se volvió después, cuando ya tenía donde escoger, extremadamente delicada con las comidas. Rechazaba todo lo que nosotros le echábamos en su platillo  de nuestros platos. Se relamía pero no lo probaba. Comenzamos a comprarle comida de gatos: hígado, pescado, carnes...  Pero nada le gustaba, todo lo rechazaba.
Por fin un día, a fuerza de probar, dimos con el alimento que le gustaba: unas bolitas secas que vienen en cajas; pero tenían que ser de atún, salmón y trucha. Nada de carnes ni de mezclas.
También le encantaba la pescadilla blanca cocida y caliente. Ninguna otra clase de pescado.
El yogurt natural o de todas clases de frutas menos el de ananas.
El quesito del Caserío; pero ningún otro.

Como podéis comprobar, era muy exigente y no nos quedó más remedio de darle lo que ella quería durante todo el tiempo que estuvo en casa.
Otra cosa que aprendimos del animal, y que ignoramos si es una cualidad común a todos los gatos, es que ella notaba cuando alguno de la familia estaba enfermo, pues cada vez que uno de nosotros debía permanecer en cama con fiebre, gripe o cualquier otra cosa ella permanecía junto a él sobre la cama  todo el día, y de vez en cuando acercaba su cabecita para olerle y trataba de   lamerle la cara como queriendo quitar con su rasposa lengua la enfermedad.

Cuando nosotros nos comíamos nuestro yogurt de postre, ella se quedaba esperando mirándonos fijamente para ver quién era el que le iba a dejar la última cucharada. Entonces le echábamos cada uno en su platito una cucharada de nuestro yogurt. Elsa le encantaba comer el postre a la par que nosotros, era un miembro más de la familia y no quería verse apartada.

Su curiosidad era infinita: cualquier cosa que comprásemos, cualquier cosa que hiciera ruido en nuestras manos o bolsillos: monedas, papeles, llaves... debíamos enseñársela y dejar que la oliera, pues ella venía corriendo a investigar lo que teníamos en las manos.
Después, cuando nos íbamos a la cama a descansar, Elsa elegía con quién dormir y se iba a la cama  elegida, se acostaba en los pies, y allí permanecía hasta que se cansaba y se mudaba a otro lecho.
 Toda la casa era suya, no permitía compartirla con ningún otro invitado. Nos regalaron un perrito caniche y tuvimos que darlo porque ella intentaba sacarle los ojos.

A los doce años tuvimos que sacrificarla porque sufría con un tumor. Mi hija cogió depresión y durante un tiempo dejó de estudiar.
Ahora estará en alguna parte, o quizás viviendo otra vida como ser humano, ¿quién sabe los designios del Creador?

7 comentarios:

  1. AyyyyyyyyyJuan querido!! como me has emocionado y hecho reír con esa hermosa gatita.
    amigo tenía tres, luna murió va a hacer 2 años el 20 de marzo.Está enterrada pared por medio en un jardín muy hermoso con una plantita que yo le puse, no puedo recordarla sin llorar. Quedan clarens, machito y Barby a los que adoramos y solo pensar que un día deba despedirme de ellos me aterra. Amo a los animales y creo que nos comprenden más que los humanos pensantes!! Hermoso relato de un hombre cariñoso que ama a los animalitos y es un amigo querido para mi! Abrazos!

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  2. Què hermosa historia, me hizo recordar a algunas similares que tuvimos en casa cuando èramos chicos y nos disputàbamos entre los hermanos a hacer màs cosas con la mascota. Forman parte de nuestras historias de ninos.
    Feliz fin de semana,
    abrazos Juan.

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  3. Muchísimas gracias, María Susana, habiendo nacido el mismo día es lógico que tengamos tantas cosas en común, como el amor a los animales.Somos almas gemelas, cariño, una pena que estemos tan lejos. Un beso, te llevo siempre en el corazón.

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  4. Muchas gracias, amiga genessis. Es cierto,estos animalitos forman parte de nuestra historia, mis hijos siempre han crecido con mascotas en casa, y ahora que están casados y viven lejos también las tienen. Un beso, querida amiga.

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  5. Le he cogido cariño yo también.
    Ojalá esté en el cielo de los gatos y sea inmensamente feliz.
    Me ha llegado al alma.

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  6. Gracias, amigo Toro Salvaje. Saludos

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  7. Anónimo9:41 a. m.

    Muy bonito Juan y aunque a mi me gustan mas los perros para tenerlos en casa,los gatos me gusta mirarlos nada mas,pero si alguna vez me encontrara uno en esas condiciones haria lo mismo.
    Besitos
    Larisa

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