Esta entrada se trata de participar en un
reto: en la clase de Creación Literaria a la que asisto semanalmente se han
repartido tareas para desarrollar una carta de amor entre seres u objetos opuestos.
A mí me ha tocado redactar una carta de amor de la puntilla al martillo.
Querido martillo:
Me paso el día mirándote desde
esta caja de plástico que ves encima de la mesa. Tú estás muy cerca, ocupando un lugar preferente en el panel de las herramientas.
Hoy estamos a 14 de febrero y entra
el sol por la ventana. Un sol que hace florecer los almendros en pleno
invierno, adelantándose a la competencia de otros árboles, que se cubrirán de
flores en primavera.
Al igual que el almendro, yo quiero llamar tu atención antes de que te
fijes en alguna de mis compañeras.
Perdona mi atrevimiento, pero no
puedo soportar este ansia, este ardor, esta agitación en mi alma...
Cada vez que te veo tan apuesto, con ese mango tan
estirado, tan rígido y suave, tan usado por manos expertas, con esa cabeza
oscura tan pulida, tan recia, tan dura...,
se me enciende el alma y me muero de impaciencia. Entonces deseo que me
poseas como te he visto hacer otras veces: unas breves y suaves caricias en mi cabecita para prepararme y luego, esclavo del deseo y la
pasión, penetrarme a lo bestia contra la pared, en una mesa o en el
parqué...
Cuando acabes te retirarás sin
fuerzas y te sentirás orgulloso y
satisfecho al verme inerte, desfallecida, sumisa, entregada...
¡Ay, cuanto te quiero, martillo
mío! Rezo por ser tuya y me claves cuanto antes en cualquier sitio.
Estoy locamente enamorada de ti, he nacido
para ti, vivo para ti. Somos la pareja ideal, nos complementamos: el uno sin el
otro no vale nada.
Te amo.
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