Yo he escrito dos historias diferentes: Invierno y Soledad.
EL INVIERNO
Entró en el largo camino de tierra hasta que llegó a la vieja cancela. Estaba entreabierta pero no lo suficiente. Hizo un gesto de fastidio y se bajó de su pequeño Renault blanco, abrió las hojas lo más rápido que pudo y se metió en el coche con la respiración entrecortada. No era tarde pero ya estaba oscuro, aún faltaba mucho para que llegara la primavera. Entonces no le daría miedo bajarse del coche, miraría incluso las florecillas silvestres alineadas al borde del camino y no sentiría este miedo ridículo que la atenazaba.
Entró en la casa a sabiendas que no pegaría ojo en toda la noche: el viento se colaría por las rendijas de las ventanas silbando como si fueran lamentos de almas errantes; las ramas desnudas y angulosas de los árboles parecerían fantasmas agitando sus brazos esperando un auxilio que nunca llegaría, y las nubes oscuras pasarían raudas regando el suelo con sus lágrimas, añorando el ambiente cálido y seco de la Costa del Sol.
Y ella se quedaría quieta observando el jardín desde la ventana. Sobre todo el pequeño rincón bajo los chopos donde a veces le parecía ver a su marido tambaleándose y pidiendo ayuda.
Durante diez años habían compartido la casa. Fue una época terrible, en que obedecía sumisa a sus deseos, soportando las afrentas y los golpes, tragándose las lágrimas y las palabras y maquillándose concienzudamente para no destapar el drama que estaba viviendo.
Al fin se había ido, la gente comentaba en las tiendas y los bares que él la había abandonado y se había marchado lejos, al fin del mundo.
Sí, aún faltaba mucho para la primavera. Los chalés de al lado se llenarían de gente los fines de semana, y entonces ella podría invitar a sus vecinos a merendar mientras los niños jugaban en el jardín, donde florecerían los rosales que había plantado sobre su tumba. Sólo tenía que aguantar tres meses más.
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