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Entró en el largo camino de tierra hasta que llegó a la vieja cancela. Estaba entreabierta pero no lo suficiente. Hizo un gesto de fastidio y se bajó de su pequeño Renault blanco, abrió las hojas lo más rápido que pudo y se metió en el coche con la respiración entrecortada. No era tarde pero ya estaba oscuro, aún faltaba mucho para que llegara la primavera. Entonces no le daría miedo bajarse del coche, miraría incluso las florecillas silvestres alineadas al borde del camino y no sentiría este miedo ridículo que la atenazaba.
Entró en el largo camino de tierra hasta que llegó a la vieja cancela. Estaba entreabierta pero no lo suficiente. Hizo un gesto de fastidio y se bajó de su pequeño Renault blanco, abrió las hojas lo más rápido que pudo y se metió en el coche con la respiración entrecortada. No era tarde pero ya estaba oscuro, aún faltaba mucho para que llegara la primavera. Entonces no le daría miedo bajarse del coche, miraría incluso las florecillas silvestres alineadas al borde del camino y no sentiría este miedo ridículo que la atenazaba.
Pero ahora los chalets contiguos estaban
deshabitados y ella se hallaba sola en
la urbanización. Momentos antes, la radio del coche había anunciado que
un grupito de dementes se habían fugado
del psiquiátrico, situado a tres kms de la finca.
Condujo despacio hasta la casa y antes de bajarse
del coche miró alrededor. Todo parecía en orden, tal como ella lo había
imaginado: una ventana estaba abierta.
Reflexionó un momento sobre lo que estaba haciendo y
finalmente se decidió a bajar, al fin y al cabo ella venía buscando la aventura.
El día anterior se llevó un susto de muerte cuando
al salir de la ducha se encontró a un joven de unos treinta años en la puerta
del baño observándola. Ella dio un grito y salió corriendo desnuda hacia el
salón, sorteando los muebles hasta
llegar a la puerta y salir al jardín y liarse a dar vueltas, seguida de cerca
por aquel sujeto con cara de ido, que no
cesaba de chillar mientras corría.
Ella
continuaba corriendo en círculos, pues la
cancela estaba cerrada y recordó que la llave se hallaba colgada en su sitio tras la puerta de la
cocina. Finalmente, resollando y sin fuerzas,
cayó al suelo, quedando a merced del vigoroso hombre que la perseguía.
Fue entonces que él se acercó mostrando una sonrisa
estúpida y colocando una mano en su nalga, dijo: ¡Tú la llevas!
Y echó a correr.
Hoy era ella
la que venía a buscarlo. Hacía seis meses que faltaba su marido y ella quería
volver a sentir y vibrar como la mujer
que era. Disfrutaría del sexo con aquel desconocido y luego lo echaría fuera,
advirtiéndole que llamaría a la policía si volvía a verle.
Pero al entrar en la casa se quedó pasmada: El
sujeto había venido acompañado de media docena de hombres.
—Nosotros también queremos jugar— exclamaron al
unísono.
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