jueves, mayo 05, 2016

LA SOLEDAD






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Entró en el largo camino de tierra hasta que llegó a la vieja cancela. Estaba entreabierta pero no lo suficiente. Hizo un gesto de fastidio y se bajó de su pequeño Renault blanco, abrió las hojas lo más rápido que pudo y se metió en el coche con la respiración entrecortada. No era tarde pero ya estaba oscuro, aún faltaba mucho para que llegara la primavera. Entonces no le daría miedo bajarse del coche, miraría incluso las florecillas silvestres alineadas al borde del camino y no sentiría este miedo ridículo que la atenazaba.


Pero ahora los chalets contiguos estaban deshabitados y ella se hallaba sola en  la urbanización. Momentos antes, la radio del coche había anunciado que un grupito de dementes se  habían fugado del psiquiátrico,  situado  a tres kms de la   finca.
Condujo despacio hasta la casa y antes de bajarse del coche miró alrededor. Todo parecía en orden, tal como ella lo había imaginado: una ventana estaba abierta.
Reflexionó un momento sobre lo que estaba haciendo y finalmente se decidió a bajar, al fin y al cabo ella venía  buscando la aventura.
El día anterior se llevó un susto de muerte cuando al salir de la ducha se encontró a un joven de unos treinta años en la puerta del baño observándola. Ella dio un grito y salió corriendo desnuda hacia el salón,  sorteando los muebles hasta llegar a la puerta y salir al jardín y liarse a dar vueltas, seguida de cerca por aquel  sujeto con cara de ido, que no cesaba de chillar mientras corría.

 Ella continuaba corriendo en círculos, pues la  cancela estaba cerrada y recordó que la llave se hallaba  colgada en su sitio tras la puerta de la cocina. Finalmente, resollando y sin fuerzas,  cayó al suelo, quedando a merced del vigoroso hombre que la perseguía.
Fue entonces que él se acercó mostrando una sonrisa estúpida y colocando una mano en su nalga, dijo: ¡Tú la llevas!
Y echó a correr.
Hoy  era ella la que venía a buscarlo. Hacía seis meses que faltaba su marido y ella quería volver a sentir y vibrar como la  mujer que era. Disfrutaría del sexo con aquel desconocido y luego lo echaría fuera, advirtiéndole que llamaría a la policía si volvía a verle.
Pero al entrar en la casa se quedó pasmada: El sujeto había venido acompañado de media docena de hombres.

—Nosotros también queremos jugar— exclamaron al unísono.



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