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El sol se había ocultado tras la montaña, dibujando una orla escarlata en las nubes grises que flotaban en el atardecer; una brisa fresca se movió entre los árboles del aparcamiento y acarició el rostro de Manuela, una septuagenaria que, de pie junto a la esquina del local, admiraba el espectáculo que se dibujaba en el firmamento.
«¿Necesita algo, señora?», le había preguntado la empleada. Y ella había le había sonreído mientras negaba con la cabeza.
Su hija le había echado sobre los hombros la mantilla de punto de lana que la anciana había hecho con sus propias manos diez años antes, cubriendo con ella sus brazos y espaldas y dejando visibles solamente sus huesudas y sarmentosas manos; luego le pasó el brazo por los hombros, rodeó el local y la acompañó al WC de señoras. Una vez dentro, le dijo: «Mamá, haz lo que tengas que hacer sin prisas, porque tardaremos mucho en parar otra vez. Mientras, voy a comprar agua fresca y cigarrillos en la tienda. Ahora vuelvo».
Ya no recordaba qué hacía allí ni cuánto tiempo había pasado desde que salió de los servicios. El sol ardoroso de la tarde había dejado paso al viento suave y fresco del noroeste y al maravilloso lienzo de color fuego que recortaba las aristas de la montaña y adornaba el cielo con nubes oscuras de ribetes morados. La empleada de la tienda no cesaba de mirarla y ella no sabía por qué.
De pronto la sorprendió un enjambre de luces giratorias, rojas y amarillas, y un recuerdo infantil de feria surgió de las profundidades de su cabecita de cabellos ondulados y blancos, y la hizo sonreír. Dos personas se apearon del vehículo y se acercaron a ella.
«Tiene que acompañarnos, señora», le apremiaron los agentes.
Ella posó en ellos su mirada cansada y neutra. Al ver que ella no reaccionaba, la ayudaron a entrar en el vehículo y se volvieron por donde habían venido.
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Registrado el 27 de mayo de 2013
Hola Juan! Me encantó leer tu texto que desgraciadamente passa muchas veces y no solo en las vacaciones. Uno de estos dias estaba diciendo una vecina que ahora van a empezar a aparecer los perros perdidos o rechazados por ahí y yo le contesté que si fueron solo los perros... pero a los abuelitos también. Qué es que esa gente tiene en el lugar del corazón??????? Solo arena.
ResponderEliminarUn abrazo e un beso y mismo que no esté presente jamás te olvido!!
Flor
Es verdad, no solo en las vacaciones suceden estos abandonos de personas y animales. Son gente egoísta, sin apego ni conciencia. Algún día pagarán lo que hacen. Recuerdo un cuento de calleja que leí cuando era niño: Un hombre cargaba a cuestas a su padre para ingresarlo en un asilo. Cansado de caminar se sentó a descansar en una piedra del camino. Entonces el viejo comenzó a llorar.
ResponderEliminar- ¿Por qué lloras, padre?
-Porque en esta misma piedra me senté yo a descansar cuando llevaba a mi padre al asilo.
Gracias por venir, querida Flor. Yo tampoco te olvido. Un beso fuerte.