Últimamente los periódicos nos bombardean con noticias de agentes corruptos de las fuerzas de seguridad del Estado, quienes teóricamente deberían defendernos contra los delincuentes, y es verdad que esa gentuza debe ser desenmascarada y pagar por los crímenes contra la salud pública como cualquier otro ciudadano:
"Detenidos un sargento y medio cuartel en un pueblo de Sevilla por operación anti droga"
"Detenidos cuatro guardias civiles por robar droga a los traficantes"
"Detenidos cinco policías locales por presunta implicación en trama corrupta en Palma de Mallorca"
Pero sería un grave error concluir que todos los agentes son corruptos, que sólo van a enriquecerse o a acosar a los conductores poniendo multas por mal estacionamiento, por no llevar casco en la moto o por ir con unas copas de más.
Los hay cuya dedicación al servicio de la Sociedad sobrepasa sus obligaciones como policía. Por ejemplo: un agente no tiene por qué hacer el trabajo de los bomberos y arriesgar su vida realizando un trabajo para el que no está preparado ni equipado adecuadamente. Por eso, cuando sucede un caso como el que aconteció durante la noche de las cabalgatas, el día 5 de enero de 2015 en Tabernes Blanc, un pueblecito pegado a Valencia, y que nos narra el mismo protagonista, un policía local, muy servicial y amigo de todos en el pueblo —que además es un gran poeta al que conozco en persona y he tenido el privilegio de escuchar recitar varias veces en nuestros Encuentros de Poetas en Red—, uno no puede más que estar agradecido a que existan agentes en la Policía que no dudan en arriesgar sus vidas por salvar las nuestras. Son héroes anónimos cuyas gestas no airea la prensa.
Les adjunto el texto publicado en su día por el agente de policía Miguel Martí:
Miguel Martí.
5 de enero de 2015 •
NO LO HABÍA PENSADO
Las cinco y pico de la madrugada.
El teléfono suena.
Miras el reloj.
Ves un número de tres cifras
Y de inmediato sabes que vas a salir corriendo antes incluso de coger la llamada.
La conversación dura un parpadeo.
Y en efecto.
Sales corriendo con tu compañera de aventuras.
Atajar es imprescindible y cruzas por la plaza del pueblo que aún sigue con sus adornos navideños.
No hay ni un alma por las calles.
La humedad de la madrugada cercana al mar, se hace notar en el asfalto, que parece recién regado.
Un cruce con un semáforo en rojo.
Por suerte tu vehículo tiene luces azules y los pocos vehículos que circulan se detienen.
Aceleras y en dos minutos frenas en seco.
No era exagerado el aviso
Sales corriendo mientras en la oscuridad de la noche unas llamas enormes iluminan y rugen desde un segundo piso.
En la calle dos vecinos te indican con gestos y palabras de urgencia que ni escuchas ni precisas.
Has visto arder fallas valencianas toda tu vida.
Pero esto son viviendas.
Y sus moradores duermen ajenos al horror que rápido pretende devorar sus hogares y sus vidas.
La finca es de tres alturas y ancha.
Muy ancha
El sistema eléctrico ya no funciona
Menos mal que en el cinturón llevas una pequeña pero potente linterna que nadie te regaló.
Por las escaleras es la única vía de ascenso y la más segura.
Llegamos a un pasillo largo.
Muy largo y repleto de puertas y un denso humo negro que nos alcanza ya por la cintura .
Como un poseso comienzas a golpear con las manos en todas y cada una de las puertas.
Corres en cuclillas.
Poco a poco se van abriendo puertas con habitantes en pijama.
No hay tiempo de explicaciones y ordenas salir corriendo por las escaleras.
Gritas con toda la potencia que tu voz ya cargada de humo negro te lo permite.
Fuego
Fuego.
Rápido
Por las escaleras
Una puerta más que se abre
Una mujer joven con dos críos de no más de dos o tres años.
Busca algo de abrigo.
No hay tiempo
Los levantas y te pones uno en cada brazo.
El más pequeño se abraza a tu cuello.
El otro se resiste.
Patalea y llora.
Intentas que te se tranquilice y le pides la tranquilidad de la que careces.
Mientras bajas con rapidez, ya se encuentra mucha gente en la amplia acera.
Dejas a los niños y vuelves a subir corriendo.
Minutos interminables mientras desalojar es la prioridad.
Poco a poco las nueve viviendas de esa planta se van abriendo al ritmo de los repetidos golpes en sus puertas.
¿Las nueve?
Mierda
Hay una que por más que insistes no responden.
Alguien por fin te indica que no están.
Te acuerdas entonces de tu compañera y asciendes otro piso más.
No la encuentras.
Y te comunicas con ella por una emisora que se escucha fatal.
Su voz te tranquiliza.
Están llegando
Están llegando.
Ya están aquí.
Había acudido a conducir a los bomberos directamente al lugar.
En esta segunda planta la oscuridad es total y el humo todo lo invade.
Te arrastras
Gritas
Golpeas puertas.
Y de la irrespirable oscuridad surgen sombras.
Corren hasta las pequeñas luces de las linternas.
Por aquí
Rápido
Llegan refuerzos con uniformes verdes.
Esta vez no asustan
No llevan libretas en las manos.
Abrimos ventanas de los descansillos y el humo escapa, sube y baja a su antojo.
Y seguimos a cuatro patas moviéndonos como los monos.
Son apenas quince minutos eternos cuando ves al primer bombero y al segundo y al tercero.
Ellos llevan cascos y máscaras.
Portan en su espalda una pesada botella de oxígeno. Cargan con rollos de pesadas mangueras.
Y ascienden más y penetran erguidos en la oscuridad total hasta donde ya no alcanzas.
Poco a poco de vez en cuando salen de las sombras con algún vecino al que le han prestado una mascarilla.
Y te entregan a las personas.
Las conduces por las escaleras advirtiendo de bajar con cuidado.
Las mangueras ya forman obstáculos haciendo difícil caminar sin tropezar.
Conduces hasta la seguridad de la calle a cuantas personas puedes y te alegras de encontrarte con tu compañera que hacía rato no veías
Ella también baja acompañando a personas.
Una niña camina delante con un pequeño perro negro que se niega a bajar los escalones.
Lo lleva con su correa y es tozudo
En un segundo se forma un tapón de gente tras de ti.
No piensas si el perro negro muerde y lo agarras y te lo pones bajo el brazo mientras continuas bajando.
Más tarde averiguas que el perro en origen era blanco.
La calle cada vez se encuentra más repleta.
Observas las luces de los camiones de bomberos que siguen llegando.
Y vuelves a subir hasta donde puedes permanecer en cuclillas en el rellano del segundo piso.
Informas a cada bombero que aparece.
La primera planta está desalojada.
Arriba no sabemos los que quedan.
Parecen no escuchar a través de sus máscaras.
Penetran de nuevo en la oscuridad.
El humo cada vez más bajo va llenando el pequeño espacio .
Y decides subir a gatas hasta la tercera planta
Hay que darle salida.
Llegas a duras penas a la ventana del tercer rellano y la abres mientras bajas con los ojos llorosos y un picor en la garganta caliente y asqueroso que te impide respirar.
Otros dos bomberos aparecen y les indicas que la terraza se encuentra cerrada.
Ellos si que llevan máscaras y una maza.
Suben y se escucha un golpe sordo.
Y el humo negro comienza a ascender como una chimenea.
Continúan bajando a personas con sus mascarillas.
Y de nuevo te alegras de que te las entreguen hasta llevarlas a la seguridad.
Al salir sobre la acera ves muy cerca a un señor bien abrigado y muy mayor
Le indicas que se retire
Qué pueden caer objetos.
Y te mira aturdido mientras te pregunta por su mujer.
No la encuentra entre las personas que se agolpan junto al parque frente a la finca.
Algunos vecinos han bajado mantas
Pero el frio cala los huesos.
La mayoría está en pijama y algunos pequeños incluso descalzos.
Comunicamos con el jefe que se encuentra durmiendo plácidamente en su casa.
Le contamos lo sucedido y el estado de precariedad de todas las personas que están en la calle.
Entonces sugiere que vayan todos al salón de plenos del ayuntamiento, mientras se dispone a vestirse y acudir al lugar.
Buena idea.
Para eso está el jefe.
En el salón de plenos pueden cobijarse del frio.
Hay sitio de sobra y calefacción.
Y pides la colaboración de los compañeros de las vecinas poblaciones.
La respuesta es rápida y se desplazan y proceden a trasladar en los coches a todos los vecinos.
Allí hay espacio y calefacción.
Vuelvo a subir mientras mi compañera se encarga de trasladarse y abrir el citado salón.
Al parecer están todos los moradores ya a salvo.
Un bombero estira sin éxito de una manguera que se ha enganchado entre unos barrotes de la maldita y bendita escalera.
El acople metálico es el culpable y de pronto antes de poder desconectarlo y volver a conectar el sistema de empalme.
Un chorro de agua me golpea en el pecho empujandome contra la pared.
No siento el frio y me aparto junto a la ventana.
Miro por el deslunado alumbrando con mi pequeña linterna.
Y cuando no lo esperaba.
Veo a una señora mayor en la ventana del tercer piso.
Estaba alejada del foco principal
Se lo comento a varios bomberos.
Pero no me escuchan .
El ruido de los ladrillos explotando y el ensordecedor motor de un ventilador enorme a gasolina, hace difícil entenderse.
Otro bombero sale corriendo de la oscuridad y dice que el fuego a bajado hasta la primera planta y para aliviar la tensión, indica que hay una fuga de gas natural.
Bien
Sólo falta un francotirador.
Me obligan a bajar y de nuevo en la calle me encuentro con el anciano.
Él no ha sido trasladado .
Me vuelve a preguntar por su mujer.
Se llama Antonia y vive en la última puerta.
Le digo que no se preocupe.
Que voy a buscarla.
Subo y se lo digo al primer bombero que me encuentro.
Le digo el número de puerta.
Me contesta que está controlada.
Que está en zona alejada y que de momento es mejor no bajarla.
El fuego se ha propagado a la primera planta .
Con la noticia regreso a la calle y hablo con el anciano.
Le digo que está bien y me mira incrédulo mientras sus cansados ojos brillan.
Le doy mi palabra.
Le pregunto su nombre.
Me llamo Antonio.
Y con seguridad le digo mientras pongo mis manos en sus hombros
Yo soy Miguel y le voy a traer a su mujer.
Me encaminó al interior y haciendo caso omiso de un bombero, me asomo a la ventana del deslunado buscando y llamando a la señora.
No hay respuesta.
Y bajo cabizbajo cruzandome con otro bombero.
Le vuelvo a insistir.
Aún queda una anciana en la última puerta.
Y salgo al patio.
La mirada de Antonio es un poema.
No me dice nada.
Sólo me mira.
Yo le vuelvo a prometer que se la voy a traer.
Y aunque ya tenía dudas.
Vuelvo a subir por enésima vez.
En las escaleras del primer piso veo a dos bomberos con una señora.
Y por fin me siento aliviado
Les doy las gracias y la acompaño despacio.
Hay muchas mangueras y agua por el suelo.
Cuando salgo por la puerta del patio.
Con una sonrisa le pregunto al señor Antonio.
¿Es esta?
Y se abrazan.
En ese instante que se me queda grabado.
Algo húmedo me deja borrosa la visión, es breve y recorre una de mís mejillas.
Huele a mar.
Pero seguro que era humo.
Mi compañera por su parte ha organizado a la perfección el acondicionamiento de las personas evacuadas.
Les han proporcionado agua, leche, galletas, productos lácteos y asistencia sanitaria a quien la precisaba.
Al final se realiza una inspección de las zonas más afectadas junto al sargento de bomberos y el técnico municipal para valorar si la estructura ha sufrido daños.
Tres viviendas han sido precintadas y poco a poco tras ventilar todo el edificio las gentes regresan a sus casas ennegrecidas.
Un total de 69 personas entre las cuales se encontraban muchos niños y Antonio y Antonia.
Pero extrañamente, casi todos se muestran felices y emocionados y no dejan de agradecer a mí compañera y a mí, el trabajo por el que nos pagan.
Incluso alguien me preguntó.
Qué se siente al jugarse la vida .
Entonces y solo entonces pensé
No lo había pensado.
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