Obra de Jeff Rowland.
CÁDIZ, FEBRERO DE 1950.
CÁDIZ, FEBRERO DE 1950.
".....En la estación de RENFE, el reloj señaló las diez de la mañana. El jefe de estación levantó la banderita y la máquina del tren Correo de Andalucía dio un fuerte pitido, al tiempo que exhalaba un chorro de vapor por la válvula que empujaba el pistón engarzado en la biela que movía las ruedas. El maquinista movió una palanca y la locomotora dio un tirón que arrancó de su letargo al largo convoy que la seguía, iniciando penosamente su camino hacia Madrid y dejando atrás una nube de humo negro con olor a carbonilla. Asomados a la ventanilla se hallaban cuatro niños de entre 6 y 12 años: el que escribe, y sus tres hermanas.
En el andén, un par de monjas del colegio San Juan de Dios nos decían adiós con la mano y se iban quedando poco a poco detrás, hasta que la perdimos de vista. Poco antes, ellas nos habían presentado al policía que viajaba de paisano en el convoy, encomendándole nuestra custodia tras asegurar que una persona nos estaría esperando en la estación de Atocha y se haría cargo de nosotros.
El vagón era de tercera clase, y como tal tenía bancos de madera. Estaba atestado de viajeros, muchos de los cuales, al no disponer de asientos, viajaban sentados sobre sus maletas en medio del pasillo. En los portaequipajes, sobre los asientos, podían verse maletas y cestas con alimentos. Sabían que pasarían treinta horas en el tren antes de llegar a Madrid. Las monjas, sin embargo, no nos dieron nada más que un boniato para comer a cada uno. Como no había asiento libre, el policía nos condujo al rellano del vagón, junto a la puerta de entrada, y nos invitó a ocupar las banquetas que había plegadas en las esquinas, advirtiéndonos de no movernos de allí pasara lo que pasara, que él vendría de vez en cuando a visitarnos.
Y poco a poco fuimos acortando distancias, mirando por las ventanillas aquellos enormes y extraños paisajes con el asombro reflejado en los ojos y el corazón encogido por el alejamiento del hogar paterno y de los amiguitos, angustiados por el temor ante lo desconocido.
Acostumbrados a vivir en los montes de Cádiz y sin haber visto antes un tren admirábamos, temblando de frío, la inmensa y helada llanura de la Mancha. Un ejército de cepas oscuras y podadas desfilaban ante la vista y, cual garras amenazadoras, mostraban sus retorcidos sarmientos presagiando el destino misterioso y austero que nos habían asignado."
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