
1ª La llegada de los árabes y la ocupación de España.
2ª La Reconquista desde Cantabria hasta la toma de Granada.
Con este libro me he llevado una gran decepción. Yo esperaba aumentar los escasos conocimientos que tengo sobre los orígenes de la nación española, y lo que he aprendido es que la Historia de España que relata Irving, como la de muchos investigadores del medievo, se basa en textos antiguos escritos por monjes y obispos católicos cuyas metas, más que dar fe de la realidad, eran las de propagar su fe religiosa sin escatimar esfuerzos.
Para ello no vacilaban, a la hora registrar los sucesos, en imaginar milagros y hechos sobrenaturales que inculcasen en el pueblo, pobre y analfabeto, la idea de que Dios estaba con los reyes cristianos. Así, sin pudor alguno, pregonaban en los púlpitos de las iglesias y dejaban por escrito para la posteridad acontecimientos que son un verdadero insulto para la inteligencia humana.
Por que ¿quién se puede creer que en una batalla en la que el ejército moro triplica en número de soldados al del rey cristiano, y cuando éste está a punto de ser derrotado el “Cielo se abre y el Apóstol Santiago aparece con su espada y corta la cabeza a miles de infieles, venciendo al rey moro, que sale huyendo a toda velocidad hacia su castillo"?
Intervenciones divinas como ésa aparecen por docenas en el libro, avaladas por notas a pie de página que indican la fuente investigada. O esta otra: un caballero cristiano entra en una capilla minutos antes de entrar en la batalla para pedir ayuda a Cristo. Sin darse cuenta entra en éxtasis, pasa el tiempo y él permanece allí orando, y cuando sale de la capilla la batalla ha terminado. El caballero se preocupa, teme que le llamen cobarde y que le acusen de haberse escondido para evitar la lucha. Pero hete aquí que en vez de eso le aclaman y felicitan por su bravura.
El caballero está más desconcertado que yo al leer esa página, pero el fraile que cuenta la historia nos aclara lo que sucedió:
«Mientras el caballero oraba arrodillado ante el altar, Dios envió a un ángel, quien vestido con una armadura como la suya, y cabalgando en un caballo idéntico al suyo, se lió a dar espadazos a diestro y siniestro, descabezando a casi todo el ejército moro. El ángel recibió varias heridas en el pecho, así como su caballo. Y para convencer a quienes le rodeaban de que había sido el caballero cristiano el protagonista de la heroica gesta, Dios hizo que mientras el caballero escuchaba las alabanzas y recibía honores del Rey aparecieran en su pecho las heridas sangrantes recibidas por el ángel, y también en su caballo».
En otra ocasión, anochecía cuando el rey cristiano estaba venciendo en una batalla y temía que cayera la noche y no pudiesen acabar con los infieles. Entonces el Rey miró al cielo y le pidió por favor a Dios (Así, como el que se lo pide a un amigo funcionario) que alargase el día hasta que acabara de exterminar a su enemigo. Y así sucedió. «El Sol se detuvo en el cenit hasta que el rey cristiano acabó su tarea».
Esa historia el fraile la conocería del Antiguo Testamento, pues allí está escrita ( Josué capítulo 10: vesiculos 13 y 14), y sabiendo el resultado que produjo en los israelitas la aplicó a su rey logrando la sumisión y el fervor de todos los habitantes del reino, quienes veían en el soberano el representante de Dios.
El Rey agradecía estos detalles regalándoles a los frailes y obispos, quienes batallaban junto a él con sus propias huestes, la mitad de las tierras conquistadas con sus pueblos, castillos y palacios, cuyos habitantes pasaban a ser siervos de ellos.
De esta forma se originó la enorme riqueza y el inmenso poder que aún posee la Iglesia.
Lo positivo de estas fantasiosas Crónicas, es que muestran con todo detalle la cruel manera en que se originaron las fronteras entre las provincias y comunidades actuales: los reyes y nobles salían con frecuencia de sus fortalezas a buscar víveres, riquezas y doncellas, matando a miles de personas usando la espada, devastando y arrasando ciudades y pueblos enteros con la Cruz por delante como estandarte y esclavizando a sus habitantes. La misma estrategia que aplicaron luego en América los conquistadores.
No me extraña, pues, y les comprendo, que desde el Siglo de las Luces, los pueblos que en la Península Ibérica fueron sometidos con engaños, el horror de la Inquisición, el pillaje y el derramamiento de su sangre, pidan la vuelta a sus raíces y que se les restituyan sus tierras, sus libertades e independencia.