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domingo, octubre 04, 2009

HA MUERTO LA VOZ DE AMÉRICA LATINA



BUENOS AIRES (Reuters) - La popular cantante argentina Mercedes Sosa, que con su voz luchó contra dictadores sudamericanos y se convirtió en un símbolo de la música contemporánea latinoamericana, murió el domingo en Buenos Aires a los 74 años.

La muerte de "La Negra", como se la conocía cariñosamente por su cabello y piel oscuros, ocurrió tras varios días de internación debido a severos problemas renales y llenó de tristeza a miles de admiradores que la vieron en escenarios de todo el mundo.

Sosa fue apodada "la voz de la mayoría silenciosa" por su defensa de los pobres y su lucha por la libertad, y fue también una artista reconocida por músicos de todas las generaciones y estilos con los que compartió palcos y grabaciones, mostrando apertura y generosidad artística.

Su versión del tema "Gracias a la Vida" de Violeta Parra se convirtió en un himno para los izquierdistas de todo el mundo en las décadas de 1970 y 1980, cuando se vio obligada a exiliarse y sus discos fueron prohibidos.

Su poderosa voz ganó aplausos en el exterior y popularidad en el país, al igual que su estilo con el cabello largo y ponchos tradicionales.

En las turbulentas décadas de 1960 y 1970, Sosa fue un exponente clave del Nuevo Cancionero, un movimiento altamente politizado que trató de llevar la música popular de vuelta a sus raíces.

Los censores de Estado prohibieron sus canciones y Sosa huyó a Europa en 1979 después de ser detenida en mitad de un concierto junto al público en la ciudad universitaria de La Plata.

Algunos meses antes de que el gobierno militar invadiera las Islas Malvinas en 1982, Sosa volvió a su tierra natal para encontrarse con sus canciones y con una nueva generación de jóvenes aficionados.

En una serie de conciertos a su regreso cantó con reconocidas figuras de la música popular argentina como León Gieco y Charly García y salió de gira por Europa, Brasil y Estados Unidos, donde recibió una ovación de pie de 10 minutos en el Carnegie Hall de Nueva York.

A lo largo de su carrera, Sosa recibió una serie de galardones internacionales por la defensa de los derechos de la mujer, entre ellos varios premios Grammy Latinos y el premio CIM-UNESCO por sus "valores éticos y morales" y "su constante defensa de los derechos humanos".

Sosa tuvo complicaciones de salud durante varios años, pero volvió con un nuevo álbum en 2005. Este año, la intérprete lanzó un disco de dos volúmenes denominado Cantora, a dúo con renombradas figuras latinoamericanas como Joan Manuel Serrat, Caetano Veloso y Shakira.

"No soy joven ni hermosa, pero tengo mi voz y el alma que sale en mi voz", dijo en una entrevista en 2001.

DESCANSA EN PAZ, MERCEDES, NUNCA TE OLVIDAREMOS.


sábado, octubre 03, 2009

SUDÁFRICA 5, UN TAL F. FRUTOS...

Un tal F. Frutos.

De vez en cuando nos encontrábamos allí con algún español nuevo, recien llegado de España. Siempre había algún conocido que lo abrazaba y se quedaba conversando con él. Casi todos los que venían a Sasol eran antiguos compañeros de centrales eléctricas o refinerías.

Poblado de Secunda, construido a siete Kms. de la refinería para residencia de su técnicos blancos.

Fue una tarde, cuatro meses después de mi llegada, cuando al regresar del trabajo encontré a un hombre sentado en el recibidor de la entrada al campamento.
Era un recien llegado, a juzgar por las maletas que tenía al lado. A primera vista no lo reconocí, pues tenía la melena y la barba muy largas. Parecía Jesucristo en una de esas imágenes que vemos en la Semana Santa; pero él se quedó mirándome tan fijo que me intrigó y le pregunté si nos conocíamos. Me dijo que se llamaba F.Frutos, de Illescas, (Toledo).

Sí, lo conocía. Lamentablemente.
Habíamos coincidido en la Central Nuclear de Cofrentes. Él era ajustador y trabajaba con una empresa distinta a la mía.

Frutos era comunista y formaba parte del Comité; excelente orador, pronto destacó en los mítines sindicales que había entonces. Organizaba asambleas en horas de trabajo para incitar a la huelga si no aumentaban los salarios. Le hicimos caso e Hidroeléctrica cerró la planta y nos vimos en la calle durante dos semanas.
Al final la gente, que se había endeudado comprando coches y viviendas, mendigaba para recuperar su puesto de trabajo. Después de tanta lucha sólo conseguimos perder la mitad del salario del mes, y quedar señalados ante la empresa.

Pero Frutos, al parecer, estaba endeudado hasta las cejas porque había montado en Illescas un supermercado, y lo que buscaba era dinero a cualquier precio. Entonces denunció la falta de calidad y el fraude en la construcción de la central; fotografió una soldadura que según él no reunía los requisitos y la publicó en el Diario Levante, como prueba de la irresponsabilidad de parte de las empresas que estaban construyendo la central.

De cada soldadura se guarda un expediente donde se refleja el número de homologación de los soldadores, la temperatura de precalentamiento, el espesor del acero, el material empleado y las radiografias.
Si la soldadura de un tubo sale mal, se repara y se vuelve a radiografiar. Si vuelve a salir mal se corta el tubo, se tira y se pone otro nuevo: según las normas ASME IX, aplicadas en la central nuclear, las soldaduras no se deben realizar más de dos veces porque el sobrecalentamiento transforma la estructura y las cualidades del acero.

Y Frutos afirmaba que en Cofrentes no se tiraban los tubos, sino que se reparaban cuantas veces fuera necesario.
Fue tal el revuelo que se armó, debido a la cercanía de la capital valenciana, que paralizaron los trabajos hasta que se realizó una inspección.
Frutos insistía en su denuncia y de pronto desapareció; la central volvió a la normalidad y al cabo de un año comenzó a funcionar. Un vecino suyo de Illescas afirmaba que había conseguido cuatro millones de pesetas de indemnización por el despido.
Eso era lo que Frutos buscaba.

Esa tarde, cuando supe quién era, me preocupé mucho. Tanto, que no pude conciliar el sueño y al día siguiente los compañeros me preguntaban qué me sucedía. Yo les dije: ¿Habéis visto el hombre barbudo que llegó ayer? Pues bien: antes de un mes, el caos.

Frutos trabajaba en el proyecto Sasol Three, lejos de mí. Cada noche, en el salón del campamento, calentaba a sus compañeros sobre las condiciones que estaban sufriendo y les animaba a exigir un plus de peligrosidad que suponía doble paga cada tres meses. Convenció a todos sus compañeros, pues a nadie le amarga cobrar un sobresueldo.

Sasol Three, a medio construir.
No había pasado un mes de su llegada cuando sucedió: estábamos trabajando, serían las cuatro de la tarde, poco antes de la tea-time,
cuando vimos un convoy de unos cincuenta camiones cargados de soldados armados dirigirse a Sasol Three. La voz se corrió como la pólvora por todas partes: The Spanish are in strike! (¡Españoles en huelga!).

En Sudáfrica no estaba permitido hacer eso, los huelguistas eran considerados enemigos del país. Los soldados invadieron la zona de trabajos asignada a la empresa española, y todos los españoles fueron conminados a subir a los camiones. Desde allí, con la ropa de trabajo puesta, fueron llevados al aeropuerto de Johannesburgo.

Permanecieron tres días en la sala de embarque del aeropuerto, esperando la llegada del Embajador; pero éste no llegó.
El Cónsul de España nada pudo hacer por ellos: habían transgredido la Ley de la Seguridad Nacional.
Sus equipajes fueron requisados en sus habitaciones y transportados al aeropuerto.
Y al cuarto día fueron expulsados del país. Allí quedábamos ciento cincuenta españoles intentando cumplir con nuestro compromiso.

Mientras los militares cargaban los equipajes, tomé una foto, ¡una sola foto!, la que me quedaba para finalizar el carrete, y los soldados me lo requisaron de malos modos. Así perdí las treinta y cinco imágenes que yo había tomado el fin de semana anterior durante mi visita al Kruger Park.

Soldados sudafricanos en las cercanías de Sasol, en misión de vigilancia.

Diario 16 se hizo eco de la noticia en sus ediciones nacionales. Frutos presentó en Magistratura una denuncia por incumplimiento de contrato contra la empresa Mannesman, sita en Torrejón de Ardoz, la primera entidad que envió trabajadores españoles altamente cualificados a Sudáfrica; pero perdió el pleito. Y con él los doscientos españoles que le hicieron caso. De la liquidación les descontaron doscientas veinte mil pesetas de los viajes de ida y vuelta, y otras cien mil por daños y perjuicios..

En 1984 coincidí con él en la central térmica de Carboneras, y repitió la operación. Un mes de huelgas y numerosos despidos; pero él sacó tajada.

La actitud de personajes como este hizo mucho daño a sus compañeros y a la credibilidad de los sindicatos que lo apoyaban para formar parte de los comités de empresa donde trabajaba. Y por aquel entonces, mucha gente decían de los sindicalistas, “Son personas que sólo buscan el litigio para beneficio propio.”

miércoles, septiembre 30, 2009

SUDÁFRICA , 4

Desde aquel día, los americanos pusieron furgonetas para los españoles que tuvieran que pasar por el control militar en la entrada a Sasol Two, la refinería en activo. Sasol Three no tenía controles porque aún no producía nada que pudiese explotar. Pero en el control debíamos descender del furgón para pasar revista. Y el charco seguía allí, según supimos más tarde, para impedir que un vehículo llegase a gran velocidad y penetrase en la refinería, pues el desnivel del terreno, oculto por la profundidad del agua, lo haría saltar por los aires.


Consciente de que muchos lectores no entenderán las explicaciones técnicas que siguen, las escribo de todos modos en atención a aquéllos que sí tienen nociones de soldadura; ellos sabrán valorar las terribles dificultades que entrañaba realizar ese oficio en Sasol.

La tubería a soldar tenía un espesor de tres centímetros, cuyos bordes habían sido previamente biselados por los especialistas tuberos.

Tenían que unirlo con una pasada de electrodo celulósico, luego rellenar todo el bisel con electrodo básico. Acabado de soldar por fuera, debían pasar al interior, sanear la raíz y volver a soldar con electrodo básico.

Un trabajo durísimo habida cuenta de que a veces debían recorrerse por el interior un centenar de metros a gatas, hasta llegar a la unión que debía soldarse, arrastrando consigo los cables, los electrodos, las herramientas y la manguera de aire para poder espirar.


Cualquier golpe de martillo en el exterior resonaba dentro como si uno estuviera en el campanario de una catedral cuando toca a misa. El humo de la soldadura inundaba la tubería y era arrastrado por el aire de la manguera hacia delante, produciendo una corriente que abrazaba los sudados cuerpos y acababa resfriándolos.


Los mismos problemas sufríamos Iñaki y yo para entrar a reparar y radiografiar las soldaduras.


En Sudáfrica no existía ningún tipo de Seguridad Social: día que no se trabajase, no se pagaba. Era habitual ver a técnicos y obreros de diferentes nacionalidades acudir a sus puestos de trabajo con piernas o brazos escayolados, o enfermos con gripe y fiebres, para poder fichar a la entrada y cobrar el día. Si faltabas al trabajo tres días seguidos sin causa justificada, te despedían.


En las torres metálicas de las centrales térmicas en construcción se afanaban cientos de obreros negros y “coulored” (mulatos), distribuidos en las balaustradas de las ocho o nueve plantas del edificio. Las grúas subían sus pesadas cargas de material por encima de ellos, que la miraban asustados sin poder refugiarse en ningún sitio. A veces la carga se desprendía, cayendo sobre el personal, y los arrastraba hasta el suelo. Durante el año que estuve allí, contabilizamos una media de un muerto diario. Sólo un par de ellos eran blancos.


Debido al estrés el personal se mostraba irascible, y la menor insinuación acababa en disputa. Así no se podía vivir y la empresa comenzó a organizar viajes turísticos para relajarnos. El primero de ellos fue una visita al país de los swazi: Swaziland.


Con tal de perder de vista aquel lugar yo hubiera ido al mismísimo Infierno. Swaziland era el Paraíso. Fui de los primeros en solicitar el visado.


Imagínense un oasis en medio de un desierto, un refugio en la montaña nevada, un almacén de alimentos en un campo de refugiados hambrientos…


En Sudáfrica, un país donde todo estaba prohibido, donde hasta las fotos de los periódicos y revistas aparecían con estrellas negras ocultando los senos de las artistas en topless, existía un reino de hadas del tamaño de dos provincias andaluzas, que ofrecía a sus visitantes todo lo que pudiera comprarse con dinero. Todo estaba permitido.

Diseminados en las verdes praderas, aparecían por doquier hoteles de lujo, que invitaban a quedarse y pasar en ellos el fin de semana. La majestuosidad de la cadena montañosa de Drakensmberg impresionaba. De ella pinté un cuadro años más tarde.


La capital, Mbabane, destacaba por sus hoteles-casinos, prostíbulos y salas de fiesta. En los aledaños de los hoteles abundaban las mujeres jóvenes y sonrientes, que se aferraban a los brazos de los turistas, dispuestas a complacer cualquier íntimo deseo por muy retorcido que fuere. Las más grandes fiestas tenían lugar en las lujosas suites de las grandes cadenas hoteleras que se habían instalado en el reino.

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Los hoteles mostraban orgullosos sus restaurantes y cafeterías, expositores colmados de diamantes, oro, piedras preciosas y figuras de marfil, y, sobre todo, las discotecas y salas de juegos acompañando la noche.

En las plazas y estadios de la ciudad, así como en las aldeas, encontrabas grupos de indígenas que nos obsequiaban con demostraciones de danzas y ritos tribales antiquísimos.

Cuatro parques nacionales distribuidos en las entradas al país recibían la visita de cientos de miles de turistas; yo fui con unos cuantos compañeros al más cercano a la capital: Parque Nacional Mliwane.


Cuando la Flota americana hacía escala en las proximidades de Swaziland, tras su periplo por los puertos de Asia, acudían en masa los marines para divertirse y regar el país con sus dólares. Y con sus virus.


En las dos semanas que siguieron al viaje a Swaziland, las clínicas de Secunda no daban abasto para atender las infecciones venéreas. De los 300 españoles que componían la plantilla, medio centenar debía acudir cada día al centro médico a inyectarse antibióticos. Entre ellos se hallaba Iñaki. Durante dos semanas estuvo de baja y me pusieron de ayudante a un negro.



Este compañero, al igual que cientos de ellos, sabía hablar y escribir en inglés, francés y africans, y se comunicaba con sus compañeros de raza en bantú, su lengua materna.

Era mecánico de motores diesel, y cobraba 0´30 dólares la hora. Los mecánicos blancos sudafricanos, cobraban 10 dólares la hora.












Algunos se gastaron más de lo que podían en Swaziland. Otros perdían su salario diario al no poder trabajar por sufrir temibles enfermedades venéreas, y le exigían préstamos al jefe para que su mensualidad llegase a sus familias y no notasen lo que les sucedía.


A la vista del resultado, la empresa dejó de organizar viajes turísticos; cada cual podía ir adonde quisiera bajo su propia responsabilidad.

Tres meses más tarde, cuando regresé en la primera expedición a España para pasar un mes de vacaciones, seis españoles aún estaban curándose de su grave enfermedad y debieron quedarse en Sudáfrica.


El siguiente viaje lo hice por mi cuenta con un soldador de Zamora que presumía de hablar inglés a nivel conversación. Lo había aprendido en un manual de esos cuyo título decía “Hable inglés en quince días”. Con ese libro aprendías a decir dónde está el baño, cuánto cuesta el viaje, gracias, hasta luego, te amo, filetes con patatas…, y poco más.


Con algunos cientos de rands en la cartera cada uno, y con la seguridad que nos daba el libro para comunicarnos con los nativos en inglés, nos lanzamos a la carretera para ir a ver el Big Hole, el agujero más grande del mundo hecho por el hombre.

Pero eso lo dejo para otro capítulo.

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martes, septiembre 29, 2009

LA ENTREVISTA DE MI VIDA

Ayer, día 28 de septiembre, fui a la emisora municipal de Arcos de la Frontera a grabar la mejor entrevista que me han hecho en mi vida. Es una grabación para el programa “Nostalgia bajo la Luna”, que se emite desde las 23´15 hasta altas horas de la madrugada.

No sé cuándo se transmitirá la entrevista, porque ahora comienza la Feria de San Miguel, patrón de la ciudad y la emisora se traslada al recinto ferial, donde pasará las 24 horas del día retransmitiendo en directo todos los actos.
Era prácticamente imposible encontrar aparcamiento en el centro urbano y, después de intentarlo dando varias vueltas, me vi obligado a dejar mi coche en el aparcamiento municipal subterráneo.
La emisora se halla en la primera planta de una coqueta casita ubicada en un lugar privilegiado en la cima de la peña, con vistas únicas sobre el precipicio que limita a la ciudad.


Al entrar fui recibido por D. Manuel Téllez, director de la emisora. Me presentó a María José, la locutora que me había entrevistado el mes pasado por teléfono, y a otros cuatro empleados de la empresa.








Seguidamente entré en la sala de grabaciones y me encerré en ella con don Manuel.


La mesa estaba llena de objetos curiosos, apenas un sitio libre donde posar los brazos. Son recuerdos de viajes a lugares exóticos que lucen sobre la mesa con el fin de relajar a los visitantes. El sonido de un chorrito de agua cayendo sobre el estanque de una fuente en miniatura oculta tras otros objetos contribuía a lograrlo.

Tras un breve intercambio de impresiones y comentarios sobre la actualidad, comenzó la entrevista. Y la oposición de mis nervios.
Hablé sobre mi infancia, de la época escolar, el bachillerato y el abandono final de los estudios. Cuento algunas cosas íntimas de mi familia. Hablo de mi primer empleo, de las personas que me ayudaron y de mi emigración. De cómo germinó en mí el deseo de escribir, convirtiendo mis recuerdos infantiles en una novela, y cómo la llevé a cabo.

Durante la entrevista leí un par de relatos y dos poemas. De la novela, hablo de un hombre que formaba parte del grupo de los maquis, era poeta, y mientras estuvo escondido en la sierra le escribía poemas a su esposa en un cuaderno. Años antes, cuando fueron los guardias a buscarlo a su casa, él salió por la ventana y se escapó por los tejados. Atrás dejó a su esposa embarazada y a punto de alumbrar, y eso le consumía poco a poco.
Su esposa leyó el cuaderno cuando le trajeron sus objetos personales, tras haber sido fusilado. El suyo es uno de los poemas que leo en la entrevista.

Opino sobre Internet, de las amistades que se hacen, de los blogs y de los aportes literarios que encontramos en ellos.


Al finalizar, don Manuel me regaló un libro de la emisora, publicado con motivo del XXV aniversario de su fundación. Puse mi firma en el libro de visitas, dejando constancia de mi agradecimiento por la entrevista y por el trato exquisito recibido por parte de todos los componentes de Radio Arcos.

En el libro se encuentran, entre otras, las entrevistas realizadas a personajes políticos: Narcís Serra, Luis Rejón, Carmen Romero, Manuel Chaves, Pepa Caro, Julio Anguita...
Cantantes: Dolores Abril y Juanito Valderrama, Chiquetete, Los Romeros de la Puebla, Niña Pastori, Jesulín de Ubrique...
Personajes famosos:Los Morancos, Luis del Olmo, Manolo Santana, Rocío Carrasco...

En la entrevista saludo a much@s amig@s de los que me acompañan en este deambular virtual. Alguno se me habrá olvidado debido a los nervios del momento, espero no me lo tome a mal.

Nos encerramos en la sala a las 11´30 y salimos a las 15 horas. Para entonces, ya no hacía falta emisora ni antena ni nada: mi cabeza lo retransmitía todo mientras caminaba hacia el aparcamiento para recoger el coche.

Don Manuel me esperaba en su coche a la salida y me invitó a comer en el restaurante Voy Voy, donde se come un menú de lujo por siete euros. El que no viene a Arcos, no sabe lo que se pierde.

Fue una experiencia inolvidable para mí, que espero se repita con motivo de la publicación de otra de mis novelas. Desde aquí agradezco a D. Manuel y al equipo de Radio Arcos todas sus atenciones.

sábado, septiembre 26, 2009

SUDÁFRICA 3



Una pequeña aldea había crecido en torno al campamento. En ella vivían los técnicos que trabajaban en la refinería antigua; los trabajadores sudafricanos que habían venido de otras provincias para construir la nueva vivían en caravanas apiñadas en un camping cercano.


La primera vez que vi el lugar de trabajo me quedé asombrado ante la cantidad de obras que se realizaban al mismo tiempo en aquella inmensa llanura: una central termoeléctrica, una refinería, una enorme cinta transportadora de tres kilómetros, la planta de transformación de residuos químicos, cientos de depósitos de almacenamiento de combustible, y una gruesa tubería que llevaba el combustible producido hasta ellos. Se calculaba en veinticuatro mil personas las que trabajaban en el proyecto Sasol Three.


Dado que no existía petróleo en Sudáfrica y que los países democráticos mostraban su oposición a la política del Apartheid bloqueando sus intercambios comerciales, el Gobierno sudafricano, consciente de su riqueza y despreciando a todo el mundo, se autoabastecía de carburantes usando la tecnología que inventaron los científicos alemanes Fischer y Tropsch en los años 20, usada por Hitler en la segunda Guerra Mundial, que consiste en extraer dióxido y monóxido de carbono y metano del carbón, un mineral inagotable en el país, para convertirlo en carburante sintético para los automóviles.


El carbón extraído en las entrañas de la tierra emergía de la boca de la mina sobre una cinta transportadora que se elevaba cien metros en el aire y lo dejaba caer en un molino que lo trituraba y convertía en polvo; de ahí pasaba a la planta de transformación química, donde por medio del empleo del calor y posterior enfriamiento de los gases condensados, destilaban el precioso líquido negro, que tras haber pasado por la refinería era conducido hasta las gasolineras distribuidas por todo el territorio.



Pero la producción de Sasol Two no era suficiente para alimentar los vehículos de una nación que poseía una de las rentas per cápita más altas del mundo —un país donde cuatro millones de blancos vivían en un paraíso rodeado de más de treinta millones de sirvientes negros—, y se racionaba el carburante: los fines de semana no habrían las gasolineras.


Para acabar con esas deficiencias, el Gobierno aprobó el proyecto Sasol Three: la construcción de una refinería gemela enfrente de la primera, a un kilómetro de distancia, dejando el espacio entre ellas para la línea de tuberías que conducirían los gases y combustibles producidos en ambas a los depósitos de carga.


La sección del proyecto que me asignaron fue la construcción de un oleoducto que comunicase Sasol Two, la refinería antigua en actividad, con la futura Sasol Three por medio de una tubería de 42 pulgadas de diámetro. Mi grupo se componía de catorce hombres en total: un americano de Texas a punto de jubilarse, que supervisaba el trabajo; el encargado español — un enchufado de Huelva que no tenía idea de soldaduras ni gaseoductos; pero que hablaba inglés perfectamente y figuraba como intérprete—, cuatro tuberos, cuatro soldadores, y dos controladores de calidad: Iñaki y yo.


El coche que cada día nos conducía hasta la planta industrial avanzaba por una carretera gris que habían construido mezclando tierra con cemento y regándola antes de compactarla con enormes apisonadoras. En la refinería no usaban alquitrán para las carreteras, lo aprovechaban todo para producir carburantes.


Nos deteníamos en la entrada de la refinería. Ésta tenía el aspecto de un campo de concentración: el perímetro estaba rodeado por una alambrada, y en la carretera había un puesto de guardia donde una docena de militares apuntaban con sus armas al vehículo mientras un oficial se plantaba delante con el brazo alzado y dando voces.


Mientras el oficial pedía los documentos al conductor los soldados nos ordenaban descender del vehículo y ponernos en fila para comprobar nuestros documentos uno a uno. Esta operación se repetía cuantas veces atravesáramos la puerta del control en un sentido o en otro. De forma que si un día necesitásemos salir para hacer encargos o ir al laboratorio diez veces, pues diez veces nos obligaban a descender del vehículo para revisar documentos y maletero.


Llevaría algo más de un mes trabajando en aquel lugar cuando nos enteramos de que un encargado que se dirigía con quince electricistas en un camión a reparar una avería que había dejado media planta sin corriente se puso furioso al ser obligado a pasar el control por cuarta vez en el mismo día y protestó airadamente ante el oficial que estaba al mando. Los guardias se lo llevaron a empujones al interior del cuartelillo y ya no lo volvimos a ver. Sus compañeros dieron la voz de alarma por toda la factoría.


Aquella noche hicimos una asamblea en el campamento y pedimos a la empresa información sobre el compañero, decididos a no volver al trabajo si no aparecía. Entonces nos dijeron que lo habían enviado a España por insultar a los soldados. Un compañero de Burgos tomó la palabra y explicó que desde el inicio de la obra se habían dado ya varios casos de españoles humillados y maltratados. Tras un intenso cruce de acusaciones entre el representante de la empresa y nosotros, decidimos por mayoría no acudir a trabajar y regresar a España. Al día siguiente ningún español fue a trabajar.

La dirección de la empresa, muy preocupada por el cariz que estaban tomando las cosas, se reunió con nosotros en el campamento y nos dijo que los soldados cumplían con su deber, pues se habían producido graves atentados terroristas en la refinería antes de nuestra llegada y, precisamente por eso, el Gobierno había traído mano de obra especializada extranjera: no se fiaba de los nativos. Ni de nadie.

Nos recordó el discurso que hizo el jefe de Seguridad y que todos aceptamos a la llegada: No meterse en política; obedecer las normas y ocuparse de realizar el trabajo para regresar a casa cuanto antes con el contrato ganado.

Nos dijo que la obra en la refinería antigua estaba a punto de finalizar, y luego comenzaríamos la más importante: Sasol Three, la que nos daría trabajo durante un par de años más. “Sería una pena que la perdiésemos por el acaloramiento de un hombre que no era la primera vez que pasaba por el control de aquella entrada y sabía lo que sucedía”, concluyó.


Y la solidaridad cedió ante el egoísmo.


La reunión acabó en una desbandada de hombres corriendo a sus puestos de trabajo, temerosos de perder un jugoso contrato que les mantendría ocupados mientras en España la situación empeoraba y se oían ruidos de sables.

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miércoles, septiembre 23, 2009

SUDÁFRICA, 1º

Cofrentes, foto tomada en 1980

Mi viaje a Sudáfrica se originó en 1979 en la Central Nuclear de Cofrentes, (Valencia). Consciente de la elevada cualificación profesional exigida en los trabajadores que construían la central, llegó un día al hotel de ese pueblo un ingeniero en busca de soldadores y tuberos para realizar un trabajo en Sudáfrica.



El sueldo que ofrecía era el doble del que ganábamos en la central, que era muy alto, y además teníamos los gastos de manutención y alojamiento pagados. Una cláusula estipulaba que cada seis meses teníamos derecho a una paga extra de trescientas mil pesetas y a disfrutar de un mes de vacaciones en España con los gastos de viajes a cargo de la empresa. En cambio, aquél que solicitara el regreso antes de los seis meses, se le descontaría de la liquidación el precio de los viajes y una indemnización por los gastos ocasionados en su contratación.


Al principio la gente no estaba por la labor, habida cuenta de que en Cofrentes lo ganábamos bien y estábamos en España, cerca de la familia, a la que veíamos cada fin de semana. De Sudáfrica nos llegaban los ecos del Apartheid, y el ambiente de preguerra que se respiraba ante tanto atentado independentista. La mayoría de los trabajadores de Cofrentes preferíamos ganar menos y quedarnos en nuestro país.

Pero siempre surgen intrépidos dispuestos a ir adonde sea, y una primera expedición se organizó a los pocos meses de la visita del ingeniero. El resto nos quedamos en la central, a la espera de saber cómo les iba a los aventureros.


El primer requisito era ir a Madrid y pasar unos exámenes prácticos para homologar a los soldadores. La prueba se realizaba en el Instituto Politécnico Virgen de la Paloma, y consistía en unir, empleando electrodos celulósicos, tres tubos en diferentes posiciones, que luego eran radiografiados y sometidos a diversos procedimientos en el laboratorio para comprobar la calidad y resistencia de la soldadura efectuada.


Como sucede en todos los montajes industriales, en la central de Cofrentes aparecieron los bocazas de siempre, que presumían de ser expertos en esa clase de electrodos y de tener un armario lleno de esas homologaciones, fruto de sus numerosos años de experiencias laborales en plataformas petrolíferas y gaseoductos por todo el mundo. Estos aconsejaban a los no iniciados en ese material que no fuesen a hacer la prueba para no hacer el ridículo y ahorrarse el viaje.


Eso fue lo que me desmotivó a presentarme en la primera expedición, pues yo hacía tiempo que había dejado la soldadura y me dedicaba a controlar las que hacían los demás. Pero cuando finalizó mi contrato en Cofrentes, me fui a ver la empresa que contrataba para Sudáfrica.


Las oficinas estaban en la calle Padre Damián, pegada al estadio Bernabeu. En la puerta me encontré con un nutrido grupo de compañeros de la central nuclear, entre ellos varios de los supuestos experimentados. Quedamos citados para la semana siguiente en el Instituto Politécnico.

Aquel día, a las nueve de la mañana, ya estábamos todos preparados en los talleres del Instituto. Nos recibieron tres ingenieros ingleses, representantes de la empresa que nos contrataba, y un americano, que actuaba en nombre de la empresa FLÚOR COMPANY, la constructora del proyecto.


Después de pasar lista nos adjudicaron un número a cada uno y pasamos a una sala dividida en múltiples reservados, separados entre sí por un panel de madera. En cada compartimento había una máquina de soldar con un equipo completo de herramientas.

Allí comprobé una vez más que hay que confiar en uno mismo y no hacer caso a lo que diga la gente: dos de los supuestos expertos suspendieron la prueba; yo la aprobé a la primera, a pesar de mi inexperiencia en el material celulósico.


Ellos no aceptaban el resultado de las radiografías. Decían que alguien había manipulado o cambiado los nombres, que era inexplicable que otros aprobasen siendo novicios en ese método, y ellos, que eran documentados técnicos veteranos, fallasen. Sus compañeros, aquellos que formaban parte de su grupo por haber trabajado juntos en varios proyectos, los apoyaban. El técnico que realizó las radiografías juraba que él no conocía a ninguno de los examinados y que no había manipulado nada, que los tubos estaban marcados con nuestro número y nombre. Pero el ingeniero de la empresa americana ordenó repetir las pruebas delante de él.


Los que originaron el problema fallaron de nuevo el examen y se fueron humillados. A la semana siguiente, me llamaron a casa para firmar el contrato. El ingeniero, a ver en mi currículum que había trabajado como control de calidad en Francia, me dijo que nadie mejor que un supervisor de Calidad y soldador experimentado para detectar los fallos en la ejecución de las soldaduras, y que mi trabajo sería ambivalente: controlar la calidad y reparar los fallos.



La compañía Iberia realizaba el trayecto de Madrid- Johannesburgo en once horas de vuelo, incluyendo una hora de escala en Kinshasa (El Zaire).

Me avisaron de que en una semana estarían listos los visados y me fui a casa con el contrato firmado, indeciso aún por tener que abandonar a la familia. Pero en 1980 el paro comenzaba a ser preocupante y la situación política no presagiaba nada bueno. Al llegar a Valencia, comencé a preparar mi equipaje.

martes, septiembre 22, 2009

REFLEXIÓN PARA EL OTOÑO

Arcos de la Frontera, foto tomada del blog del autor del texto

LA VIDA

No se mide según con quién sales, ni por el número de personas con quienes has salido.
No se mide por la fama de tu familia, por el dinero que tienes, por la marca de coche que manejas, ni por el lugar donde estudias o trabajas.
No se mide ni por lo guapo ni por lo feo que eres, por la marca de ropa que llevas, ni por los zapatos, ni por el tipo que música que te gusta.

La vida, simplemente, es... otra cosa.

La vida se mide según a quién amas y según a quién dañas.
Se mide según la felicidad o la tristeza que proporcionas a otros.
Se mide por los compromisos que cumples y las confianzas que traicionas.
Se mide por el sabor de boca que dejas a los demás con tu presencia y con tus comentarios.
Se trata de lo que se dice y lo que se hace y lo que se quiere decir o hacer, sea dañino o benéfico.
Se trata de los juicios que formulas, y a quién o contra quién los comentas.
Se trata de a quién no le haces caso o ignoras intencionalmente.
Se trata de los celos, del miedo, de la ignorancia y de la venganza.
Se trata del amor, el respeto o el odio que llevas dentro de ti, de cómo lo cultivas y de cómo lo riegas.

Pero por la mayor parte, se trata de si usas la vida para alimentar el corazón de otros.Tú y solo tú escoges la manera en que vas a afectar a otros y esas decisiones son de lo que se trata la vida… La vida será contigo tan justa como lo eres con los demás.
Hacer un amigo es fácil; pero la vida habla de ti, por aquellos amigos que fielmente supiste conservar.Por aquellos a los que te supiste entregar sin exigencias.Aquellos que cuando no estás…lloran tu ausencia
.


Texto de autor desconocido.

Transmitido por don Manuel Tellez en la emisora municipal Radio Arcos, de la que forma parte como Director de programas.

miércoles, septiembre 16, 2009

A MIS AMIG@S

Llevo unos días en los que hasta crecen los enanos en mi circo y no puedo concentrarme en nada que no sea un problema de los que surgen de improviso: problemas con el seguro de la comunidad, con los morosos, con el electricista, con el perro, que se ha torcido una pata y anda cojo y nos ha costado una pasta el veterinario...

Con deciros que el lunes lavé el coche porque llevaba un mes estacionado en la acera y daba pena verlo con los churretes causados por el matrimonio entre el polvo y el rocío, y ayer, recién lavado y encerado, va y cae un chaparrón que me lo ha puesto perdido lleno de barro del polvo que había en el ambiente. ¡Y hacía tres meses que no llovía ni una sola gota!

Así no hay quien escriba otra cosa que barbaridades.

Y para colmo, una amiga andaluza no me escribe ni responde a mi correo.

¡Si no doliera tanto hacerlo, me chocaba contra la pared!

Visto así el panorama, prefiero dedicaros con todo cariño este vídeo a todos los que me visitáis.
Abrazos.