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lunes, marzo 31, 2008

Hoy se cumple el 22º aniversario del naufragio del CALPE QUINTAN´S

MI AMIGO EL MARINERO

Cuando me harté de trotar por el mundo y me instalé en el Puerto de Santa María -primavera de 1982-, había una flotilla de unos sesenta barcos de pesca. Era ésta una de las mayores industrias de la ciudad.

Lo cierto es que ahora apenas quedan barcos en El Puerto: los han desguazado casi todos en lugar de repararlos. Los armadores, han cobrado de Bruselas sus buenos dineros por hacerlo; los marineros han ido a engrosar el número de parados del pueblo.

En aquellos tiempos tenía yo un amigo que era marinero, un compañero del bar adonde yo acudía a diario a degustar unas copas de vino fino después del trabajo. Allí nos encontrábamos, a veces, cuando él volvía de la mar después de varios días sin pisar tierra. Apoyado en el mostrador me contaba, mientras se bebía una copa detrás de otra hasta que se derrumbaba, el peligro que había corrido, el miedo que había pasado dentro de aquel cascarón, de carcomida madera, al que llamaban barco:
–Imagínate por un momento la escena, amigo: En un pequeño cuchitril dormíamos diez hombres amontonados, sin contar el patrón, que ése tenía otro cuarto. Cuando estaba en mi litera, en días de temporal, sentía la enorme fuerza de las olas golpear contra la débil madera que me separaba del mar. Y por las viejas juntas de las tablas el agua entraba y mojaba las sábanas de mi cama. No teníamos lavabos ni retretes… Para lavarnos, se sacaba el agua del mar en un cubo, pues el agua dulce, para beber se guarda. Y si quieres hacer lo demás te bajas los pantalones, sacas el culo por la borda y… ¡hala, a soltar en el agua!
–¡Pero eso es increíble! ¿Y en esas condiciones te embarcas de nuevo? –preguntábale yo, sereno, pues llevaba bebidas menos copas que él.
– ¿Que otra cosa puedo hacer? Yo he nacido marinero, de padres marineros. No sé hacer otra cosa que navegar, echar las redes y pescar. Pasar varios días en la mar y, cuando vuelvo a casa, emborracharme para olvidar. ¿Sabes tú, compañero, a cuántos marineros se ha tragado en un golpe la mar cuando estaban solos en la cubierta, con el culo al aire y haciendo su necesidad? Pregunta… Sí, pregunta en El Puerto a cuántos marineros se ha llevado la mar. ¡Oye, tú, compañero!-le decía al camarero-, tú no dejes de llenar, que nunca esté vacía mi copa, aunque me veas lleno y que no pueda más..., que ya vendrán los míos para llevarme a casa y meterme en mi cama, de limpias sábanas, para dormir la mona sin pensar en nada.–Luego, mirándome a mí, continuó diciendo-: ¡Si tú supieras, amigo, lo que hay que tragar desde que salimos de El Puerto hasta que volvemos a la lonja a descargar! Hay que pagarle al moro para que te dejen pescar, aunque no estés en su mar. Si no, te llevan a puerto y te detienen, te quitan la carga y te encarcelan hasta que alguien pague la multa por pesca ilegal. Y eso sucede aunque el barco se halle en agua internacional. Pero ese detalle ellos lo niegan, y te encuentras solo; hay que pagar. Y se quedan con la carga, el fruto de nuestro trabajo. Por eso el patrón carga su barco de vino, tabaco y dinero antes de salir de El Puerto. Dinero que en la mar no se puede gastar: es para pagar el chantaje de los guardias moros que te vienen a abordar.

No sé si lo que mi amigo contaba era verdad o producto del vino que se había bebido, pero esa canción yo la había escuchado antes, interpretada por otras personas, y me acordé del refrán “Cuando el río suena…”
No volví a ver a mi amigo, y como nunca supe quién era ni su nombre, pienso que pudo haber estado en el Calpe Quintan´s, cuando lo del naufragio.
En aquel fatídico viaje, de El Puerto salieron a bordo del "CALPE QUINTAN¨S una docena de marineros y tan solo volvieron dos: uno vivo, el otro muerto. No pudieron utilizar las lanchas salvavidas porque, según dicen, estaban… ¡rotas!

En medio de una fuerte tormenta, un buque francés escuchó la llamada de socorro que hizo el barco y acudió a prestarles ayuda. Les lanzó una red para que trepasen por ella, pero la mar estaba tan agitada, tan fuertes eran sus olas, que la mayoría de los que lo intentaron murieron golpeándose contra el casco del carguero.
En la investigación que siguió, algo debía de haber de oscuro, pues nadie quería hablar de ello.
En memoria de los marineros muertos escribí un poema. Se lo mostré al representante sindical de ellos por si quería incluirlo en el Boletín de la Cofradía de Pescadores y me dijo:
–Mejor es que lo rompas que hablar de eso, pues lo que pasó nadie lo sabe; los marineros están muertos.
– Pero uno vive- insistí.
– Sí, pero ése no dirá nada: cobrará su dinero y lo olvidará. No, mejor es que rompas eso.

Al año siguiente, la víspera del aniversario de aquella tragedia, llevé el poema grabado en una cinta a la emisora de radio de El Puerto y les dije que era un homenaje a los que el día siguiente, el 31 de marzo de 1988, cumplían el primer aniversario de su terrible naufragio.
No lo retransmitieron. La emisora sólo recordó las circunstancias del naufragio. Al día siguiente fui a recuperar mi cinta, pues aún no había registrado mi poema como autor. “De qué cinta nos habla usted? Aquí nadie nos ha traído ninguna”, me respondieron.
Al salir de la emisora me pregunté: ¿Habría algo de cierto cuando aquel compañero del sindicato me dijo “Mejor es que lo rompas y no hables de eso”?
De todas formas, aquí está mi poema. Lo escribí en memoria de los marineros, de todos ellos: los vivos y los muertos… De todos aquéllos que navegan mar adentro, como el amigo del bar. Pobrecito.
¡Va por vosotros marineros! Y que los responsables de aquel siniestro carguen en sus conciencias con los silencios que siguieron a aquellos hechos, lamentables, en los que tantas vidas se perdieron.

EL NAUFRÁGIO DEL CALPE QUINTAN¨S


Marinero portuense
que te echas a la mar,
arriesgando tu vida
para ganarte el pan.

¿Cuántas veces
te lanzaste con valor
a ese mar tan grande y fiero
en un viejo cascarón?

Silba fuerte el viento.
La noche está oscura.
Olas grandes y negras, cae la lluvia.
El barco, descontrolado y herido,
gira y gira. No hay luna.

No era ese tu mar, marinero,
aquél que te vio nacer.
Era un mar extraño, fiero.
Tú no pudiste con él.

¡SOS! La radio llama
¡El barco se hunde, lanzad las lanchas!
¿Las lanchas? ¡Están rotas!
El capitán se alarma...
Y una voz: ¡Hombre al agua!

Un barco, que por allí pasaba,
por más señas francés,
les prestó una ayuda rara:
¡En vez de lanchas, les echó una red!

Con lágrimas en los ojos,
la cara asustada y agarrado a la red,
rompían tu cuerpo las olas ¡Malditas olas!
Contra aquel barco francés.

Que soledad tan grande
en medio de aquellas olas.
Olas grandes, negras. ¡Malditas olas!
¿Qué hacen los del barco?
¿Por qué no se asoman?

Ya no hay barco marinero,
sólo olas, ¡muchas olas!
Y sientes mucho frío,
mucho dolor y mucho miedo.

Qué oscuridad más grande
va rodeando tu cuerpo.
Ya no te duelen los golpes,
te duelen tus pensamientos:
“Qué lejos estoy de los míos,
qué lejos estoy de El Puerto…
¿Cuánta gente, allí en mi casa,
por mí, estarán sufriendo?”

Marinero portuense
que te echaste a la mar,
ya no hay luz en tus ojos.
Tampoco hay luz en tu hogar.

Las campanas de la iglesia
están tocando a muerto
y aparecen paños negros
en los balcones de El Puerto.

Los naranjos de la calle Larga
arrojan sus flores al suelo,
porque El Puerto está de luto,
ellos se visten de duelo.

Ya ha tocado la campana
de la iglesia Prioral Mayor.
Se está llenando el templo,
la plaza, y las calles de alrededor.

Allí acudíamos todos
con la misma devoción.
Señores con buenos trajes
y otros de menos valor.
Y uniformes de todos los colores:
blanco, azul, verde y marrón.

Mujeres había que lloraban
frente al altar mayor.
Era el adiós de un pueblo
unido por el dolor.

Adiós, marinero,
¡marinerito, hermano!...
¡Adiós!


Registrado en el Registro de la Propiedad intelectual de Cádiz

sábado, marzo 29, 2008

ASAMBLEA DE AGADER

Como cada año por estas fechas, ayer se celebró en la playa de La Barrosa, de Chiclana de la Frontera, la asamblea anual de AGADER, asociación formada por los emigrantes retornados de la provincia de Cádiz.

Un servicio de autocares, distribuidos por zonas, recogió a cada uno de los socios en sus respectivos pueblos. Los once invitados de El Puerto de Santa María salimos a las diez de la mañana, como previsto, y llegamos sobre las once al Restaurante Drogos, lugar de la asamblea.

Como aún era temprano, muchos nos fuimos a dar una vuelta por los alrededores para conocer el lugar y pasear por la playa, casi desierta en un día claro y luminoso, donde en un mar de aguas tranquilas se podía admirar a lo lejos la isla de Santi Petri con su castillo.




A las doce de la mañana, comenzó la reunión. Nos acomodamos alrededor de las mesas en las que daríamos cuenta del menú que nos habían preparado para después de la charla.


Durante la lectura del acta, fuimos conociendo datos importantes: supimos cuánto dinero habíamos gastado, cuánto fue el de los ingresos; recordamos los proyectos llevados a cabo en el año 2007, y guardamos un minuto de silencio por los socios que faltaban en la reunión. El número de socios actual es 1,330. Siete autocares fueron necesarios para traer desde sus distintos lugares de origen a los asistentes al acto. Muchos otros acudieron a pie o en sus propios vehículos.



La asesoría legal de la asociación nos informó de los cambios que se habían producido en la legislación de algunos de los países en los que habíamos trabajado y en qué nos afectaban en nuestros derechos a los que hoy cobramos una pensión de jubilación, viudedad o incapacidad.

Nos enteramos con sorpresa de que el Gobierno español también había cambiado una ley: Sólo se considerará emigrante retornado a los que hayan regresado a España en los dos últimos años.

Súbitamente, todos aquellos que durante años mantuvimos a nuestras familias y llenábamos las arcas del estado de divisas, colaborando así al éxito del llamado “Milagro español” de los años 60 -80, ya no somos considerados emigrantes, no existimos como tales para el Gobierno, y con ello perdemos todo derecho como asociación y como individuos.

El Gobierno quiere demostrar que España es un país acogedor y solidario, un país donde pueden venir los ciudadanos de países ricos del norte europeo a implantarse prótesis que el sistema de Seguridad Social de sus países no cubre y, por tanto, ellos deben de pagar.

Pero lo que no dice el Gobierno es que estas ayudas se detraen de otras partidas, las destinadas a los más débiles: en la calidad de la atención a los enfermos, los parados y los pensionistas.

Según he leído en la prensa y he visto en la televisión, los turistas del norte vienen aquí porque se les atiende gratis en la Seguridad Social, y se les implanta gratis lo que en sus países no cubre el seguro. Prótesis de cadera y otros, para los que los españoles debemos hacer cola durante años para ser atendidos, se les ponen rápidamente a los turistas extranjeros que llegan en viajes organizados y se van al cabo de las vacaciones con sus implantes relucientes.

Quieren demostrar solidaridad entregando también a las asociaciones de inmigrantes las ayudas que ahora niegan a las nuestras.

Ya no somos nada, no existimos. Atrás quedan los años en que España se moría de hambre y permitía la estampida de un millón de sus hijos al extranjero para mantener este país con sus remesas mensuales de divisas.

Durante años, se mostró agradecimiento a todos los emigrantes, se les alababa públicamente y se agradecía su aporte al enriquecimiento y desarrollo económico y social del país. Los emigrantes españoles contribuimos a los cambios democráticos en España, pues no en vano aprendimos de las culturas vigentes en los países que nos acogían, conociendo la diferencia entre la libertad y el sometimiento al Régimen, y cada cual lo expresaba públicamente cuando regresaba de vacaciones o para quedarse definitivamente.

También fue gracias a la experiencia en otros países de los emigrantes, que se pudo organizar a los sindicatos en muchas ciudades y pueblos. Durante años, ellos fueron la ventana en la que se asomaron al mundo los españoles que permanecían aquí atrapados sin libertades.

Y es ahora, con un Gobierno “del pueblo”, que se les niegan sus derechos como emigrantes, retirándoles las subvenciones a sus asociaciones para dárselas a la de los nuevos inmigrantes.

Y eso a pesar de que las asociaciones desarrollan una labor que debería hacer el Estado: preparar todos los documentos para solicitar las pensiones en los países donde se ha trabajado; exigir cada año a cada país los incrementos anuales correspondientes; reclamar los incumplimientos ante las autoridades e instituciones extranjeras. Hay países, como Brasil, Venezuela y otros del entorno que sólo responden a base de demandas judiciales a los derechos de los trabajadores españoles. Esa labor de defensa de nuestros derechos corresponde al Gobierno, y la están desarrollando las asociaciones de emigrantes. Si ahora les quitan las subvenciones, ¿cumplirá el Gobierno con la defensa de nuestros intereses?

Aún ahora contribuimos a crear riqueza, nos gastamos aquí el dinero que nos llega de otros países, ¿creen que no se notaría si medio millón de personas dejara de gastar sus pensiones aquí y regresaran a los países que las pagan?

Después de la lectura de las actas y someterlas a aprobación a mano alzada, dimos cuenta del excelente menú que nos habían preparado.

A las cinco de la tarde nos deleitó con su maravillosa voz una joven cantante y su compañero, el Dúo Perfiles, que unos escucharon embelesados sentaditos y otros bailando en el centro de la sala.



Yo salí con mi esposa a estirar las piernas y tomar café en una cafetería argentina de la playa, donde degustamos unas deliciosas tortitas importadas, y permanecimos sentados en una terraza ante el mar hasta las seis, la hora convenida con el conductor del autocar que nos llevaría de regreso a casa.


Fue un día muy bueno, lo pasamos estupendamente y conocimos a otras personas que como nosotros estuvieron durante muchos años en otros países.

martes, marzo 25, 2008

LA AMISTAD



Si le preguntasen a un profesor de sociología qué es la amistad, se explayaría con grandes definiciones, no siempre entendidas por todos. Sin duda, comenzaría con la raíz de la palabra en latín, o tal vez aceptase que prodede del griego.
Yo no sé de latín ni de griego, soy una persona normalita, vamos; pero entiendo que la amistad es una relación afectiva que une a las personas. Es la más común de las relaciones interpersonales. Es un sentimiento muy especial entre personas en quienes se deposita la confianza y se espera amor, respeto, ánimo y comprensión.
Se ha dicho mucho sobre qué piensan algunas personas de la amistad. Son variadas las opiniones, yo coincido con los puntos siguientes:
La amistad nace cuando dos o más personas se relacionan entre sí y encuentran entre ellas algo en común. Hay amistades que son espontáneas, como un flechazo. Son las que surgen en el momento de conocerse, al notar que existe entre ellas algo en común: una afición, una profesión, un mismo gusto por las cosas; otras amistades llegan con el tiempo, después de conocerse y llegar al convencimiento de que los une los mismos valores y objetivos. Hay amistades que duran un momento y otras que duran toda la vida.
La amistad es algo muy delicado, algo que hay que cuidar muy bien. Si surge un malentendido, no se debe esperar a que éste evolucione y se convierta en un problema. Hay que enfrentarlo.
En alguna parte he leído esta frase: se tarda toda una vida para conseguir un amigo, y tan sólo un segundo para perderlo.
La amistad se compone de un interés, un placer en compartirlo todo: la experiencia, las ideas, recuerdos, ilusiones o la vida. Una de las cosas más valoradas en una buena amistad es la lealtad, un buen amigo jamás traicionará al otro.
Estamos hablando de un amor especial, desinteresado, sincero, con plena confianza en el otro, interesándose en todo lo que le atañe, ayudándole en lo posible a realizar sus sueños y a solucionar sus problemas. Defendiéndole y matizando sus carencias sociales ante los que le quieren mal.
Un verdadero amigo te aceptará tal como eres, no intentará reciclarte para convertirte en su apéndice. La confianza debe ser tan grande, que nada impida expresar los sentimientos, errores, temores, proyectos. La mejor definición de este punto la expresó Ralph W. Emerson:
“Un amigo es la persona con quien puedes pensar en voz alta”.
Un amigo no te impone sus ideas; te aconseja sobre tus errores. No te muestra falsedad, sino al contrario: lejos de decir que sí a todo para complacerte, te dice lo que realmente piensa para que veas donde fallas y te corrijas. Un amigo jamás se olvidará de ti, estará pendiente al más mínimo detalle para que te sientas bien. Jamás intentará perjudicarte.
Con él no temes nada; eres tú mismo. Puedes decir lo que sientes, lo que piensas; puedes dar salida a tus defectos, odios, envidias, tus trampas, tus venenos. Al declaráselos te sentirás libre, desahogado, comprendido, protegido.
"Un amigo puede compararse como la obra maestra de la naturaleza." Ralph W. Emerson
Puede también permanecer callado mientras le abres tu corazón, sin reprocharte nada, ni escandalizarse, comprendiendo que todos en algún momento sentimos la necesidad de hablar, de descargar el peso que nos aplasta.
Ésa es la verdadera amistad.
Yo soy agnóstico, pero he leído varias veces la Biblia y he encontrado frases y ejemplos maravillosos, por algo es el libro más vendido del mundo y el que ha sido traducido a más idiomas. Y llegando al evangelio de san Juan, en el capítulo quince y versículo 13 me detuve ante esta frase:
“No hay mayor amor que éste: entregar la vida en favor de los amigos.”
Y mirando en Semana Santa a la multitud que acompañaba a las imágenes de Cristo en las procesiones, me preguntaba cuántas personas de entre ellas entienden el mensaje contenido en esa frase del crucificado.
¡Cuánta hipocresía nos rodea, Dios! Cuántos de los que se dan golpes de pecho y siguen el catecismo explotan a los débiles y apuñalan a sus "amigos" por la espalda.
Es fácil distinguir a los amigos verdaderos de entre los falsos. Cuídalos con cariño y aléjate de los otros, de ésos que te dan palmaditas en la espalda valorando tu cartera.

domingo, marzo 23, 2008

UNA VELA POR ELLAS


Enciendo esta vela por las víctimas del terrorismo de ETA, por las mujeres que mueren a manos de sus maridos o amantes, por todas las personas inocentes que cada día son vilmente asesinadas en Iraq y otras partes del mundo para que la industria bélica cotice alto en la Bolsa y reparta buenos beneficios.
DESCANSEN EN PAZ

Copia la imagen y ponla en tu blog, y que la llama dé la vuelta al mundo.

viernes, marzo 14, 2008

NO LO PERDONES


“NO LO PERDONES”, es un relato dedicado a todas aquellas mujeres que, soportando vejaciones y mal trato de sus esposos o parejas, esperan que algo les haga cambiar.
Foto de la página http://www.elmundo.es/elmundo/2011/09/07/andalucia/1315424270.html




                       “NO LO PERDONES”


          A mis 28 años y con toda la vida por delante, el futuro me sonreía. Había terminado mi carrera de ingeniero agrónomo y salía con una mujer elegante y rica. Pensábamos casarnos   la siguiente primavera.
   Fue entonces cuando apareció Sara, una joven de apenas 17 años, muy hermosa, rebosando alegría. Simpatizamos enseguida y desde aquel momento me la encontraba en todas partes.
   —¡Hola!, ¿tú por aquí? —decía, simulando sorpresa.
  Me seguía, estaba claro,  yo era un hombre…

  Quedamos en una cabaña que yo tenía en el campo, y allí se entregó por primera vez. Luego siguieron otras citas, donde ambos  gozábamos  del sexo con ansia desmedida.
   Su juventud, su hermosura, sus gemidos y sus increíbles iniciativas sexuales me enloquecían; pero al cabo de un tiempo comenzaron las noches de insomnio y ansiedad, debatiendo conmigo mismo sobre la conveniencia de ese amor joven, impulsivo, de entrega total, que me dejaba extenuado y satisfecho en un momento en que se realizaban los trámites de una boda que, sin lugar a dudas, me aportaría felicidad y estabilidad económica con una de las mujeres más ricas del pueblo.
     —Estoy embarazada — me soltó una mañana, plantada ante mí en medio de la calle, muy seria y mirándome a los ojos.
   Sus palabras se estrellaron en mi rostro, enrojeciéndolo. Fue como si una tremenda losa cayera sobre mí, inmovilizándome. Yo  no sabía qué hacer y lo primero que dije la enfureció:
    —¿Embarazada?, ¿de quién?
Cambió el color de sus mejillas, comenzó a respirar agitadamente y las lágrimas afloraron a sus ojos. De súbito me arreó una bofetada y, conteniendo un sollozo, dio media vuelta y se fue.

  La noticia no tardó en correr por las calles, entraba en las casas, invadía alcobas y salones, la degustaban con vino en las tabernas y se diluía en los cabellos, mezclada en los tintes y lacas de los  salones de belleza.
  Mi anunciada boda con mi novia se anuló con una escueta nota; la de Sara  se celebró a la fuerza, tras denunciarme sus padres  por abusar de una menor a la Guardia Civil.
  La tierra se abría bajo mis pies, no podía dar un solo paso, todos mis sueños y proyectos se arrastraban por el suelo por culpa de una relación furtiva, desenfrenada y adictiva.
  Como si no sufriera bastante, cada vez que iba al bar, que eran más veces de las que debiera, los amigos me reprochaban mi candidez, mi estupidez o inexperiencia, adjetivos que variaban según la cantidad de  copas que llevaba en la cuenta quien los pronunciaba.

  No había pasado una semana del casamiento cuando llegué harto de vino a mi casa y, sin mediar palabra, le propiné tal bofetada a la culpable de mis desgracias que cayó al suelo. Observé que se le hinchaba la cara y sangraba por la nariz y el oído. Me asusté, corrí a su lado y la abracé. «Te perdono, sé que no has sido tú, sino el vino», me dijo. Al cabo de un rato, ella cabalgaba sobre mí, gimiendo de placer. Yo la miraba, desconcertado, y me  entregaba a sus caricias, cerrando los ojos para no ver aquella mejilla hinchada, amoratada, monstruosa, desconocida para mí.
  La escena se repetía cada semana. Cada vez que me cruzaba con  mi antigua novia por la calle o en su coche,  recordaba la manera en que la había perdido, luego entraba en el bar  y me emborrachaba. El alcohol me enloquecía, y descargaba mi furia en Sara.
  Después de recibir la paliza, ella decía que me perdonaba, que me comprendía, que me amaba tanto que nada lograría separamos. Cuantos más golpes le arreaba, Sara se mostraba más solícita, más cariñosa, más dulces sus palabras, más delicadas sus caricias, más ternura en sus abrazos…

  Poco a poco me acostumbré a esa relación impetuosa y extraña: ella recibía sin rechistar los golpes que yo le propinaba; luego me abrazaba y pedía perdón por no entender mis motivos ni saber qué más podía darme para hacerme feliz. Ni una sola vez se quejó de dolor ni me acusó ante nadie, al contrario: intentaba ocultar los destrozos que mi locura ocasionaba en su cuerpo, aquél que alguna vez fuera esbelto, bonito y delicado; el mismo que  ahora estaba marcado de cicatrices y espacios morados.
  Así llevamos veinte años. Tenemos dos retoños, varón y hembra. La chica se fue de casa al cumplir los dieciocho, y  nunca supe por qué evitaba estar a solas conmigo y me miraba con ojos espantados cuando la besaba al llegar a casa. El niño llegó al mundo diez años más tarde, otro descuido, pero él es diferente: me acompaña a veces y me pide que caminemos por el campo, que demos una vuelta a caballo hasta el río, que nos bañemos juntos… cualquier cosa, con tal de alejarme de la taberna.

  Desde el día en que perdí mi soltería, ahogué mis penas en el alcohol y no puedo pasar de él. Sara lo sabe y lo asume.   Llevan un tiempo machacando con anuncios en televisión contra el maltrato de género y cuando lo emiten veo a Sara muy atenta a lo que dicen. Eso me enfurece, cojo el mando y cambio de canal. Ella guarda silencio y evita mirarme a la cara. 

  Hace una semana que todo cambió: mientras desayunaba en mi casa, llamaron a la puerta   los guardias. Me mostraron un documento oficial del Juzgado, una denuncia por malos tratos. La firmaba Sara. No la entiendo, llevamos juntos  veinte años, ¿por qué ahora? Los agentes me esposaron y me llevaron al cuartelillo, detenido.
  Respondí a todas sus preguntas y ellos tomaron buena nota de  cuanto dije. Luego me ordenaron alejarme de mi esposa hasta que el juez dictaminase. Así  lo hice, abandoné el pueblo y me fui a vivir a mi cabaña; pero ella rompe la orden cada día y viene a buscarme a la choza, me hace la comida, lava mi ropa y copulamos. Tampoco entiendo que haga eso.
 Sara dice que me ha denunciado para obligarme a cambiar, para que me dé cuenta del daño que le estoy haciendo a la familia y  del infierno en que he convertido el hogar. Dice que lo ha hecho por nuestros hijos, por amor, que me adora, que espera me rehabilite, pues no puede vivir sin mí… ¿Por amor? ¡Joder! No lo entiendo.

  En verdad, reconozco que Sara es maravillosa. Desde el día en que nos casamos, me trata como a un señor, su Señor; me abraza y me besa siempre como si fuera su luna de miel, pone el alma en ello. Sus caricias son dulces, enamoradas, llenas de ternura... Y cuando me posee lo hace entregándose totalmente, sin reservas, diciendo cuánto me quiere, cuánto me necesita. No se inhibe para nada. He bebido muchas de sus lágrimas en sus besos... Son amargas.
   Ella me defiende siempre ante mis hijos cuando se quejan de mi  salvaje comportamiento. «No lo perdones, mamá; no lo hagas: te pegará otra vez»,  decían ellos cada vez que la sorprendían llorando al llegar a casa, dolorida tras recibir la paliza. «Está enfermo, hijos, se curará, tened paciencia», respondía ella. Y yo bajaba la vista, avergonzado.
  Pero al denunciarme ha manchado mi nombre, me ha convertido en alguien con antecedentes penales, un delincuente… La gente se aparta de mí, no me habla. Ahora bebo solo. No puedo seguir así, tengo que hacer algo…

  Esta tarde, mientras hacía girar  mi copa y apreciaba el color  oro pálido del vino fino,  he tenido una idea. Creo que solucionaré  mi problema.
  No me importa lo que diga el juez, ya he tenido bastante castigo. La próxima vez que me visite daremos un paseo a caballo en la sierra, bordearemos los acantilados, presenciaremos la puesta de sol al caer la tarde y haremos el amor. La haré gozar como nunca lo he hecho, aspirando su alma con mis besos, comiéndole los labios, mirándola a los ojos en su orgasmo… Intentaré alcanzar el mío al mismo tiempo.
  Después, descansaremos  uno junto al otro, mirando al cielo cogidos de la mano. Y luego, al regresar por los acantilados, espolearé  a su caballo.
Creerán que ha sido un accidente.

                                                           FIN


Inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual de Cádiz.  CA- 00286-2008


martes, marzo 11, 2008

TE DESEO

Te deseo primero que ames,
y que amando, también seas amado.
Y que, de no ser así, seas breve en olvidar
y que después de olvidar, no guardes rencores.
Deseo, pues, que no sea así, pero que si es,
sepas ser sin desesperar.

Te deseo también que tengas amigos,
y que, incluso malos e inconsecuentes
sean valientes y fieles, y que por lo menos
haya uno en quien confiar sin dudar

Y porque la vida es así,
te deseo también que tengas enemigos.
Ni muchos ni pocos, en la medida exacta,
para que, algunas veces, te cuestiones
tus propias certezas. Y que entre ellos,
haya por lo menos uno que sea justo,
para que no te sientas demasiado seguro

Te deseo además que seas útil,
más no insustituible.
Y que en los momentos malos,

cuando no quede más nada,
esa utilidad sea suficiente
para mantenerte en pie.

Igualmente, te deseo que seas tolerante,
no con los que se equivocan poco,

porque eso es fácil, sino con los que
se equivocan mucho e irremediablemente,
y que haciendo buen uso de esa tolerancia,
sirvas de ejemplo a otros.

Te deseo que siendo joven no
madures demasiado de prisa,
y que ya maduro, no insistas en rejuvenecer,
y que siendo viejo no te dediques al desespero.
Porque cada edad tiene su placer
y su dolor y es necesario dejar

que fluyan entre nosotros.

Te deseo de paso que seas triste.

No todo el año, sino apenas un día.
Pero que en ese día descubras
que la risa diaria es buena, que la risa
habitual es sosa y la risa constante es malsana.

Te deseo que descubras,
con urgencia máxima, por encima
y a pesar de todo, que existen,
y que te rodean, seres oprimidos,
tratados con injusticia y personas infelices.

Te deseo que acaricies un perro,
alimentes a un pájaro y oigas a un jilguero
erguir triunfante su canto matinal,

porque de esta manera,
sentirás bien por nada.

Deseo también que plantes una semilla,
por más minúscula que sea, y la
acompañes en su crecimiento,
para que descubras de cuantas vidas
está hecho un árbol.

Te deseo, además, que tengas dinero,
porque es necesario ser práctico,
Y que por lo menos una vez
por año pongas algo de ese dinero
frente a ti y digas: "Esto es mío".
sólo para que quede claro
quién es el dueño de quién.

Te deseo también que ninguno

de tus defectos muera, pero que si
muere alguno, puedas llorar
sin lamentarte y sufrir sin sentirte culpable.

Te deseo por fin que, siendo hombre,
tengas una buena mujer, y que siendo
mujer, tengas un buen hombre,
mañana y al día siguiente, y que cuando
estén exhaustos y sonrientes,
hablen sobre amor para recomenzar.

Si todas estas cosas llegaran a pasar,
no tengo más nada que desearte.



VICTOR HUGO




miércoles, marzo 05, 2008

¡VOTAD, VOTAD!, que luego...


Ayer recibí una invitación de Manolo Morillo, miembro de la Asociación Cultural Razia Artis, para asistir por la noche a una tertulia en un lugar muy acogedor, donde se suelen debatir temas importantes en un saloncito sentados en torno a una mesa en cómodas butacas: El Café Milord.

El tema era sobre el legado cultural de D. Ramón Bayo Valdés. Manolo Morillo nos presentó a los ponentes:la profesora de Historia del Arte y colaboradora de Ramón, Olga Lozano, que hablaría sobre la vida, las aficiones y el carácter del ilustre personaje, y Fernando Baños, un representante de la familia del finado.

Entre los asistentes, unos veinte, se hallaban diversas personalidades de la administración local y otras personas interesadas, como yo, cuyos nombres no tengo el gusto de conocer por ser la primera vez que asisto a esas tertulias.

¿Quién era D. Ramón Bayo?

D. Ramón era un ilustre ciudadano portuense, autodidacta, que ha dedicado su vida a trabajar para sacar adelante a su familia. Y lo hacía en las Bodegas Osborne, donde aún se guarda parte del legado en cuestión.

Pero, además de trabajar, D. Ramón tenía otras inquietudes, otras aficiones. Por eso fue co-fundador de la Hermandad de la Flagelación en 1939, a la que dedicaba parte de su tiempo. Su mayor afición era coleccionar objetos variados, cuyo valor monetario sería imposible de calcular hoy, y sólo podemos hablar de su valor cultural, de la riqueza que supone para una ciudad albergar ese gran tesoro acumulado durante toda su vida.

Coincidiendo con las informaciones que nos ofrece la conferenciante, Olga, el Presidente de la Asociación Cultural Razzia, Ángel Quintana Fernández, nos cuenta lo que vio en su visita a la casa de don Ramón en octubre de 2003, unos años antes de su fallecimiento:

“En su casa mostraba gustosamente a todo aquel que lo visitara una ingente cantidad de documentos inéditos de importancia historiográfica aún por determinar.
Cuatro salas repletas de material cultural de diferentes épocas históricas nos aguardaban tras la puerta de la casa solariega, sita en la calle San Francisco del Puerto de Santa María. En las primeras de las estancias nos introdujo en un gran túnel del tiempo, reviviendo los más ínfimos detalles del ascenso del fascismo en la Europa de los años treinta. Dedicatorias del mismísimo Hitler, ropajes de requetés, tabaco de la Guerra Civil, así como una gran cantidad de banderolas coetáneas jalonaban el cumio, además de un sin fin de fotografías y objetos relacionados con el interesantísimo tema bélico.

“Mientras, un suave hilo musical con los sones de ¡Ay Carmela!, y otras sonatinas de las guerrillas del enfrentamiento fraticida nos introducían, cada vez más, en aquel ambiente del pasado más reciente de nuestra historia.

El siguiente habitáculo estaba repleto de bombas, sin estallar, del célebre bombardeo de Guernica. Cascos militares, instrumentos musicales del frente y restos de comida del asedio del Alcázar de Toledo completaban la exposición. En la siguiente habitación nos aguardaba una ingente cantidad de retratos de los Jefes de Estado y Presidentes de Gobierno transcendentales dedicadas a nuestro insigne anfitrión, desde Carter a Clinton, pasando por el Rey Juan Carlos y Bush, por poner algunos ejemplos. Entre tanto, una Isabel II majestuosa nos observaba desde el sello más cotizado de la filatelia española, enmarcado junto a la carta que un día la transportó hacia su destino. Legajos de vitolas, carteles taurinos y botellas de vino de todas las épocas, formas y tamaños cerraban la sala no sin antes pasar por un gran depósito de álbumes que contenían kilos de metal-moneda, otro testimonio más de la delicadeza del conservador por contener entre sus paredes 19S hitos del ayer.

“Un pasillo repleto de cartelería y un gran collage de fotografía histórica nos condujeron, como fiel mosaico del pretérito, hasta otro gran salón que mezclaba desde ánforas fenicias hasta un busto de Francisco Franco. Por otro lado, los bolaños de los franceses de la Guerra de la Independencia con los que, según el afamado Tanguillo, las gaditanas se hacían tirabuzones.., hacían su particular presencia junto a fósiles del cuaternario y una bellísima lucerna probablemente visigoda.

Una última sala ejemplo de la historia etnográfica de la zona nos daba la despedida. Espartos, toneles, llaves centenarias y aperos de labranza clausuraban ante nuestros ojos el paseo por la historia de la humanidad que aquella tarde lluviosa y gris nos había regalado aquel señor espigado, canoso y octogenario, de sonrisa cálida”.

Me entero en la tertulia de que D. Ramón quería que este tesoro cultural se quedase en El Puerto para siempre,con el fin de que fuese expuesto al público y todo el mundo pudiera disfrutarlo. Con esa idea lo donó. Repito: donaba, no vendía.

Pero he aquí que los responsables de Cultura del Ayuntamiento no parecían interesados en eso; les iba mejor promocionar el clima benigno de la ciudad -algo que no cuesta dinero-, el Carnaval y los toros. No entra en los cálculos de la Corporación invertir nada en una casa museo para ubicar ese tesoro cultural: no hay dinero en las arcas municipales para esas cosas, como no las hubo para albergar las colecciones de cuadros del famoso pintor portuense, Juan Lara, cuya obra ha desaparecido casi por completo; como no la hay para la colección de Manolo Prieto, que permanece desde hace más de cuarenta años amontonada en un cuarto lleno de polvo.

En los últimos años de su vida, Ramón ofreció al Ayuntamiento su colección, pero le dieron largas. Después de su muerte, sus descendientes intentaron cumplir el deseo del fallecido y entablaron conversaciones con otros ayuntamientos, ya que aquí, en la ciudad donde nació y permaneció toda su vida, no les daban respuesta.

Finalmente, el patrimonio cultural de don Ramón Bayo se ha ido a Cádiz, una ciudad que se compromete a dedicar un museo con el nombre del donante, quedando perdido para El Puerto y sus ciudadanos.

Sentí rabia al oír esas cosas. ¿Cómo se puede ignorar el valor que representa para una ciudad poseer un patrimonio cultural de esa talla? ¿No son rentables los museos?, ¿no reciben millones de visitantes? ¿Aún creemos que los turistas sólo buscan el sol y las playas?

No es de extrañar que otros países, y otras ciudades, atraigan a los turistas y nos lo roben. Luego se quejarán de que disminuye el turismo. ¡Pensar que en algunas ciudades, como Ronda, cobran seis euros por visitar cualquier casa vulgar como grandioso monumento, porque fue donde habitó tal o cual personaje! Basta con poner un cartel diciendo MUSEO, y eso atrae a miles de visitantes, que luego sólo encuentran (véase Museo del Bandolero) un par de maniquíes, libros antiguos, tebeos, trabucos, pistolones y navajas… Y que un tesoro cultural como el de D. Ramón, formado de colecciones de lienzos extraordinarios, monedas, carteles y objetos de hace dos siglos no merezca la atención de los responsables políticos que han ocupado el Ayuntamiento de El Puerto en los últimos cincuenta años... ¡Es para morirse!

Y qué decir de la bodega donde don Ramón pasó casi toda su vida, Osborne, en donde dejó su juventud, sus esfuerzos, sus conocimientos y parte de su colección, y que luego, cuando ya no trabaja ni produce, no tiene siquiera el detalle de conservar en un lugar digno el legado de uno de sus más destacados empleados.

Una pena.

Ayer salí de aquella tertulia con el ánimo por los suelos y la indignación por las nubes. Luego, al pensar en los mítines políticos en televisión, los debates, las promesas imposibles de unos y otros, y la gente enfervorizada, aclamándoles en las plazas de toros y estadios, les digo: Votad, votad, que luego se pasarán vuestros votos por el culo.

domingo, febrero 24, 2008

MUJER MISTERIOSA 2


En un lugar de la provincia de Cádiz, año 1980
Aquella mañana Rosa se levantó de mal humor, no había pegado ojo en toda la noche a causa de la discusión que había provocado su marido durante la cena al humillarla ante los criados, llamándola “mujer seca, infértil, que sólo sirve para adorno de la casa”.
Llevaban cinco años casados y Don Manuel Merelo, dueño de Los Rosales, la finca más grande de la comarca, le reprochaba ser incapaz de concebir una criatura que llevase su apellido y heredase el cortijo para continuar su obra, tal como habían hecho sus antepasados desde hacía dos siglos.
Los tres primeros años fueron muy felices, y esa felicidad se percibía en su trato con la familia, los amigos y los miembros del servicio, quienes cariñosamente les llamaban “los tortolitos” cuando se referían a ellos. Fueron años de cariños y regalos, de palabras pícaras y dulces susurradas al oído, de fiestas con los amigos y salidas nocturnas a espectáculos y restaurantes.
Pero luego todo cambió, a don Manuel le entraron las prisas por engendrar un heredero y se limitaba a copular en vez de hacer el amor. Y cada vez que realizaba el acto sexual lo hacía mecánicamente, sin ninguna consideración hacia ella, con el único fin de dejarla embarazada. Rosa se sentía menospreciada y la tristeza fue acomodándose en su alma, la rabia contenida y el insomnio depresivo dibujaron cercos oscuros en torno a sus grandes ojos.
Un día lluvioso y gris de otoño, un amigo de don Manuel llevó al cortijo una preciosa yegua blanca para que la montase su caballo. La monta era un negocio que producía buenos ingresos en las arcas de la hacienda. El capataz condujo al animal a un compartimiento de las caballerizas del cortijo, y Atila, el semental de la raza caballo andaluz más famoso de la comarca, relinchó al oler a la hembra. El hombre sujetó a la yegua mientras el caballo realizaba su cometido. Atila puso sus patas sobre ella, la cubrió y en pocos minutos la inseminó.
Rosa presenciaba la escena con su marido y el amigo. Éstos se mostraban alegres y divertidos comentando lo maravillosa que es la Naturaleza. Al terminar la tarea, el hombre se fue montado en su yegua por el camino jalonado de plátanos que unía la hacienda con la carretera, sembrado de hojas secas y amarillentas caídas de los árboles formando una verdadera alfombra que amortiguaba el sonido de los cascos del animal.
Aquella noche don Manuel la poseyó como de costumbre y luego le dio la espalda en la cama para dormir; entonces ella, tras permanecer pasiva mientras su marido la penetraba e inundaba sus entrañas de semen, exclamó con un dejo de amargura:
– Ahora sé lo que deben sentir las yeguas que traen para que las monte el caballo.
– Ése es tu papel en la función – respondió él en tono áspero y sin volverse –. Para eso nos casamos.
Desde aquel día la relación entre ellos, que un día fue tan amorosa y envidiada por tantos, fue empeorando cada vez más, hasta convertirse en un mero contrato en que cada uno se limitaba a cumplir con sus obligaciones sin apenas dirigirse la palabra.
Algunos meses más tarde, Rosa, aprovechando un viaje que hizo a la capital para acompañar durante unos días a una hermana, que había sufrido un accidente, fue a la consulta del prestigioso y discreto ginecólogo que una amiga le había recomendado. Dos semanas después, ella recibió una llamada del doctor notificándole el resultado de las pruebas que le había realizado: “Rosa, tengo los resultados: estás perfectamente capacitada para ser madre. El problema tal vez lo tenga tu marido.”
Desde entonces esas palabras resonaban en su mente y pugnaban por salir violentamente de su boca cada vez que su esposo la acusaba de sus desgracias.
Pero ella era cobarde; no se atrevía a decírselo. Su esposo estaba tan seguro de su hombría, presumía tanto de su vitalidad, que no aceptaría que alguien lo dudase: era fuerte, funcionaba bien, su semen era abundante y todos en su familia habían engendrado; jamás se haría esa prueba. Lo conocía bien, sabía que tampoco aceptaría la solución de inseminación artificial; querría un hijo suyo.
Rosa se dio cuenta de que le tenía miedo.
Aquella madrugada Rosa estaba nerviosa, y mientras su marido dormía profundamente ella permanecía a su lado despierta, meditando sobre la forma de solucionar el problema con tacto para no empeorar la relación.
Cuando comenzó a clarear el día,  se levantó y fue al salón a ver la televisión tumbada en el sofá, esperando a que sonase el despertador que obligara a la criada a levantarse para comenzar una nueva jornada de trabajo.
Lo primero que hizo la sirvienta fue dirigirse al dormitorio y despertar al señor. Sabía que Don Manuel tenía completa la agenda del día: concertar una cita con el veterinario para vacunar a las reses; ir al banco a sacar dinero y, luego, reunirse con unos ganaderos en el comedor privado del casino. Una hora más tarde, al servirle el desayuno, don Manuel le dijo:
–María, hoy llegaré tarde; no me espere para comer.
Al finalizar el almuerzo, don Manuel sacó el lujoso Mercedes Benz azul marino del garaje y, sin dirigir una mirada a su esposa, abandonó la finca.
Ante la insistencia de María, Rosa aceptó tomar el vaso de leche caliente que aquélla le ofrecía y fue a ensillar a Nevado, el hermoso caballo andaluz, color gris, de crines blancas, largas y colgantes que su esposo le había regalado el primer aniversario de su boda. El día lucía soleado y caluroso y ella decidió dar un paseo hasta el río Majaceite, límite sur de la hacienda.
Los Rosales era una finca enorme que lindaba al este con la carretera de Jerez-Algeciras. Al oeste contenía un bosque de encinas, donde se alimentaba la manada de cerdos ibéricos que producía cada año centenares de jamones. Al norte, a tres kilómetros de la casa, había una dehesa de pastos verdes para las reses bravas que ensalzaban su hierro en las plazas de toros de España. El río estaba a una hora a caballo, hacia el sur; el paisaje lo componían arbustos y vegetación baja, propia de los cotos de caza. El terreno permanecía salvaje y sólo era atravesado por la manada de reses bravas una vez al año, cuando los peones, montados a caballo, la trasladaban hasta unos corrales ubicados en el valle para realizar las labores de herrado y tienta de los becerros.
Rosa hizo correr al galope a Nevado durante unos minutos y luego lo condujo al paso, disfrutando del aire de la mañana, aspirando el olor a romero y tomillo; viendo correr espantados a conejos y perdigones mientras se aproximaba al valle del río y sentía el aroma de jarales, laureles, retamas y adelfas.
Llevaba un vestido escotado sujeto por finos tirantes, y lo había recogido sobre la montura para lucir sus piernas al sol. El caballo dio un relincho al percibir la presencia de otro equino y ella lo detuvo unos momentos y giró sobre sí misma, mirando alrededor. No vio a nadie. Luego avanzó hacia una loma y atisbó el valle que aparecía ante ella. Vio a un hombre junto al río que liberaba de la montura a su caballo y lo dejaba pastar libremente. Rosa decidió acercarse con precaución y observar.
Cuando estuvo a unos cien metros, ató a Nevado a un sauce y caminó entre los arbustos; al acercarse al río vio que el desconocido se estaba desnudando, y Rosa se detuvo, azorada. No sabía qué hacer, sintió el rubor en su cara. La curiosidad pudo con ella y permaneció tras las retamas observando al intruso. Éste caminó desnudo hasta la orilla, se introdujo en el río despacio hasta que el nivel del agua le cubrió las rodillas, se inclinó para mojarse un poco los brazos y la nuca y luego se lanzó al agua.
El hombre le pareció joven, le calculó unos treinta años; era alto, musculoso y muy atractivo. Rosa se quedó prendada de él y una agradable sensación de calor la invadió mientras lo contemplaba de espaldas caminando hacia el agua. El chico alcanzó la orilla opuesta, hizo pie y se giró hacia ella, que lo observaba medio oculta entre las retamas, cerca de donde él había dejado su ropa. Fue entonces que Rosa se decidió a dar el paso más importante de su vida: avanzó resuelta hacia el río, se colocó frente al joven, se despojó del vestido y fue a su encuentro.
Las pocas horas pasadas con aquel desconocido fueron maravillosas, inolvidables: nadaron y jugaron en el remanso de agua bajo las sombras de los sauces y álamos, vigilados de cerca por una pareja de nutrias encaramadas a una roca. Acabaron tumbados al sol entre los juncos, observados por los buitres que volaban formando círculos en el cielo azul y acompañados por el canto de ranas y chicharras. Ese día, Rosa disfrutó de un cuerpo joven, esbelto y poderoso; se rindió ante la simpatía y nobleza del chico, y se entregó a él con pasión y ternura.
Después de hacer el amor por segunda vez sintió hambre y el joven fue a buscar en su montura pan y carne en manteca, que devoraron entre risas y besos.
El muchacho le habló de él, de su casa y de su vida; pero ella evitó hablar de la suya: fue un encuentro fortuito, una providencia del cielo, una solución a su problema conyugal, y ella no deseaba estropearlo dando pistas; no quería compromisos.
Al terminar de comer se tumbaron en la hierba y el joven se quedó dormido. Entonces Rosa se levantó sigilosamente, cogió su ropa y desapareció por donde había venido.
Mientras cabalgaba hacia la hacienda se sentía embargada de felicidad y autoestima: había sido tratada de igual a igual, sin presiones ni condiciones, y había apreciado la diferencia entre ser amada como mujer o ser utilizada como objeto.
La noche siguiente se mostró cariñosa con su marido, y cuando notó que éste alcanzaba el éxtasis lo abrazó y retuvo un largo rato sobre ella. Esa fecha era muy importante; ambos debían recordarla.

sábado, febrero 23, 2008

BLOGER DEL DÍA

Entregado por mi querida amiga Mertxy, este premio es más valioso por la amistad y cariño que representa que por su valor monetario. El placer que me produce, como el agradecimiento
que siento por que me considere digno de estar entre sus amistades, es algo que no se puede medir con cintas métricas ni fórmulas secretas; sólo se comprenden con el corazón.
Este premio me otorga el derecho, dicen, de entregarlo a los cinco blogs que más visito y cuyos enlaces señalo en la columna de al lado.

La poesía de Mertxy, El patio de Conchi, Escribes conmigo, La perla de janis, Ladi Luna

Por lo tanto, amigos espero vengais a recogerlo. Abrazos.