La Naturaleza no se había mostrado generosa con Pablito, quien, a sus nueve años, tenía escasas luces y era mudo.
Había nacido sobre un colchón de paja tirado en el suelo en el interior de una choza anexa a las cuadras de un cortijo, donde sus padres trabajaban desde siempre.
El padre cuidaba de los dos hermosos corceles blancos de raza árabe que habitaban los establos, los ensillaba y los tenía listos para cuando el amo, don Francisco Sánchez, y su hijo, el señorito Juan, decidieran montarlos. La madre se ocupaba de la cocina y las labores de la casa.
Pablito adoraba a los caballos y los contemplaba, ensimismado, cuando salían de las cuadras al paso y, de pronto, al sentir las espuelas en los costados, se encabritaban y se lanzaban al galope, complaciendo a sus amos. A veces, absorto en el espectáculo, no se daba cuenta de que estaba en medio del camino, y recibía el varapalo del señorito:
« ¡Quita de ahí, niño estúpido!»
Y su padre corría a su encuentro, maldiciéndolo, y le cogía por la oreja y le empujaba adentro de la cabaña. Ésa era su vida, así pasaron los años.
Un día, un perro famélico apareció en el cortijo. Nadie sabía de dónde venía ni quién era su dueño. El animal se acercó a Pablito meneando el rabo, y el niño le puso la mano en la cabeza y acarició su pelaje. No hizo falta más preámbulo para que ellos se entendieran y se hicieran amigos.
Pablito le daba trozos de pan duro y restos de la comida que tiraban los señoritos. Todos los días se iban juntos a deambular por la dehesa; el niño lanzaba piedras y palos para que el perro corriese a recogerlos, y, cuando se cansaban, jugaban a pelearse en la hierba. El sol brillaba en lo alto, la piara de cerdos ibéricos rebuscaba las bellotas bajo las encinas, mientras el niño revisaba las perchas y cepos en busca de alguna incauta presa. De noche, el perro se tumbaba a su lado en el jergón, y, al menor ruido, estiraba las orejas y ladraba para ahuyentar el peligro.
Un día, el amo entró muy irritado en la choza cuando Pablito se tomaba un tazón de leche migada con pan duro que su madre le había puesto para desayunar, y le dijo a su padre que estaba agotado y sufría de los nervios, pues no podía dormir casi ninguna noche porque el perro ladraba mucho y lo despertaba.
—Así que llévate al perro y mátalo. No quiero verlo más, ni aquí ni por la dehesa.
—No se preocupe usted, don Francisco, que esta tarde, cuando vaya al pueblo por la compra para la señora, me lo llevaré y acabaré con él para que no moleste más.
Y Pablito se agarró a la mano del amo y comenzó a ponerse rojo. Sentía un ardor subirle desde el vientre hasta el pecho, intentaba hablar y decirle que él enseñaría al perro a estar callado; pero las palabras no salían de sus labios y el amo le empujó desdeñosamente.
—¡Quita de en medio, idiota! Entre tú y el perro, me tenéis harto. Prepárate si cuando yo regrese esta noche me encuentro al perro.
Y aquella noche el perro no estaba. Ni el niño tampoco. Ambos habían huido y caminado durante horas, atravesando ríos, montes y cañadas. Y, cuando les sorprendió la noche, se sentaron bajo una encina y se repartieron el pan y el tocino que Pablito había sustraído de la cocina. Luego, extenuados por la agotadora caminata, se tumbaron sobre la hierba y se quedaron dormidos con el monótono canto de los grillos, bajo la atenta mirada de un mochuelo que vigilaba el camino desde una rama.
La noche estrellada de enero extendió sus sábanas de escarcha y cubrió con mantas de aire helado a las dos criaturas, quienes, abrazadas, compartiendo el amor y el calor de sus débiles cuerpos, se quedaron dormidas.
Un cuento triste Juan y desgraciadamente en nuestros dias sigue habiendo gente mala que sigue haciendo mucho daño a los indefensos animales ya para no hablar a los niños y a los mayores.
ResponderEliminarEn la proxima entrada quiero ver un cuento o un poema de aquellos que tu escribes, llenos de picardía andaluza.
Un beso Juan.
Flor
Juan pude entrar! menos mal! porque me hubiera perdido un bellísmo y sentido cuento en donde para mi está allí mezclado el recuerdo de Lucero. Maravilloso y emotivo amigo! me encantaría que estuviera en universo poetico. ojalá así sea. un beso muy grande!
ResponderEliminarQue pena.
ResponderEliminarEs una historia tiernísima.
Pobrecillos.
Saludos.
Un relato tierno y duro, Juan. Me has emocionado. Un beso grande.
ResponderEliminarLa violencia es una lacra en cualquiera de sus formas, maravillosa forma de contarlo.
ResponderEliminarFlor nos habló de ti y nos gustaría entrevistarte en el programa del próximo 2 de febrero entre las 18 y 19 horas, es un programa de radio online, sería por teléfono, unos diez minutos.
Ruego nos confirmes cuanto antes y nos mandes el teléfono si puedes y estas interesado.
info@luzdegasradioblog.es
Gracias
En la humildad está muchas veces la esencia de la vida. En la soberbia el despotismo y la barbarie.
ResponderEliminarUn emotivo relato.
Un abrazo
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarQuerido Juan:
ResponderEliminarLo poco que conozco de tu narrativa (me confieso que he sido muy apática para visitar blogs a raíz de lo que me sucedió), me lleva deliciosamente por ese sendero mágico hacia la imaginación, donde puedo observar como en una pantalla todo cuanto va sucediendo en tu historia, con imágenes tan nítidas que hasta estructuré al personaje con aquella cara de gestos tan peculiares del precoz Nino del Arco. Es hermoso el vínculo de amor de los niños con los animales, sobre todo con los perros, con quienes forman esa conjunción de almas a tal grado que pueden comunicarse entre sí con el mágico lenguaje de las miradas, y me refiero a los niños que nacen respetando y amando la vida en general. Esta historia de los dos amigos, aunque, como dicen todos, es un relato triste, por desgracia se acerca mucho a una realidad cruel de todos los días que no debiéramos dejar pasar por alto y me parece tan acertada y magnífica la manera de darle fuerza con tu pluma, pues no deja de lado el importante objetivo que es el despertar de conciencia.
Recibe un fuerte abrazo acompañado con mi admiración sincera,
María
¡Hola, María! Gracias, amiga. La verdad es que es un cuento triste, como triste es la vida de los niños que sufren alguna anomalía y se sienten repudiados en las escuelas y en sus mismas familias.Si eso sucede ahora, con todas las leyes que protegen a los niños, imagina lo que sufrían hace cincuenta años, y aún más en el medio rural.
ResponderEliminar¿Y los perros que vemos con la lengua afuera corriendo en busca de sus amos por el arcén de las carreteras?
Saludos.
Hola, Flor, ante todo muchas gracias por recomendarme a Luz de Gas, eres un sol.
ResponderEliminarEn cuanto al relato te doy la razón: en el siglo de las comunicaciones y adelantos electrónicos, aún se dan casos dolorosos de maltrato a los niños, ancianos y animales.
Espero se me ocurra algo más alegre pronto, amiga. Dicen que uno habla o escribe según su estado de ánimo, y el mío está por los suelos.
Un beso y feliz día.
María Susana, cuánto siento lo del virus en tu PC.Yo pasé por eso el año pasado. Espero se solucione pronto.
ResponderEliminarNo te preocupes, luego pongo el cuento en tu foro. Un beso.
Eso mismo digo yo, Toro Salvaje: ¡Pobrecillos los niños y animales que sufren maltrato!
ResponderEliminarY los hay.
Gracias por leerme siempre, amigo. Saludos.
Bienvenido, Luz de Gas, y muchísimas gracias por dedicarme tiempo para una entrevista, es un gran honor para mí.Estaré pendiente a tu llamada.
ResponderEliminarSaludos.
Muchas gracias, Antonio. Sabias palabras las tuyas. Me alegra que te haya gustado el relato. Un abrazo
ResponderEliminar¡Hola,querida amiga María Ayala! Es un placer verte en mi casa.
ResponderEliminarTu comentario es muy gratificante y te lo agradezco en el alma. Son ciertas tus palabras en cuanto al amor y entendimiento entre niños y animales. Por eso en mi casa siempre ha habido alguna mascota y mis hijos han crecido con ellas.
Ahora ellos también las tienen en sus respectivos hogares y mis nietos crecen amándolas.
Sin embargo soy consciente de que también hay niños que se comportan cruelmente con perros y gatos, apedreándolos o pegándoles sin venir a cuento. Creo que ello se debe a la educación que reciben en sus hogares: si los padres detestan a los animales y comentan sobre ellos y los hijos lo oyen, no es extraño que a la menor ocasión los niños pongan en práctica lo que sus padres hubieran hecho.
Las descripciones son esenciales en cualquiere historia y me alegra haber logrado hacerte "ver" las imágenes del niño y su amigo.
En este cuento las he reducido para que no sea tan largo y se cansen los lectores.
Te agradezco la indicación que me has hecho por email, ya la he corregido. Un beso fuerte
tierno relato, hizo bien Pablito en largarse con su amigo.
ResponderEliminarUn abrazo
Cuando puedas me confirmaras la asistencia al IV Encuentro.
Hasta mediados de Febrero tenemos tiempo.
Soy MarianGardi, sìiii
ResponderEliminarJuan vienes al Encuentro con tu esposa?
ResponderEliminarTengo que anotar otra plaza.
Confirmamelo que paso a hacer la anotación en el blog
Hola, Marian, gracias por tu comentario al cuento.
ResponderEliminarCurioso,el contador me dice que llegas desde Issy les Moulineaux, un lugar de bellos recuerdos para mí.
Sí,amiga, al Encuentro vamos los dos, ya te lo confirmo por correo. Un beso
Juan: un gusto leer este emotivo relato, es una buena historia, me gusto el final.
ResponderEliminarhasta pronto mario
Gracias, Mario, un placer verte de nuevo. Un abrazo.
ResponderEliminarQuerido amigo Juan:
ResponderEliminarUna muy buena narrativa, de ágil lectura, para un tema tan conmovedor. Es agradable que un cuento nos haga sentir tantas emociones por recuerdos de haberse encontrado y conocido los varios arquetipos que se ven reflejados en tu cuento.
Te felicito y agradezco contarte como amigo y seguirte como escritor, para leer tu blog ameno sobre lo cotidiano.
Tu cuento "DOS AMIGOS", es muy bueno.
Muchas gracias, amigo Orlando. Esas palabras llegando de un poeta y profesor de Literatura me honran, me llenan de alegría y me animan a continuar.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, amigo.
Que bonito relato Juan, muy tierno.
ResponderEliminarSiempre hay quien quiere mal a los animales, a pesar de que un animal da sin esperar nada a cambio, muy al contrario que las personas.
Las personas que hemos tenido la suerte de convivir con ellos, sabemos que un perro es tener siempre un amigo al que acudir.
Un besito
Pd: Otro para Carmen, espero que esté mejor
Tienes razón, Oreadas, los perros son fieles y lo dan todo a cambio de nada.Me alegro de tener una amiga que entienda y ame a estos animales. Un beso
ResponderEliminarYa veo Juan, que no puedes desembarazarte del recuerdo de Lucero que creo que te ha inspirado este relato corto lleno de sensibilidad. Un cordial saludo
ResponderEliminarMiguel.
No creo que pueda olvidar a mi perrito, era para mí como un niño pequeño, y lo adoraba.Gracias por tu coemntario, Miguel.
ResponderEliminarUn abrazo