Antoñito era un niño travieso y
según su padres y conocidos siempre tramaba algo; pero en realidad él
sólo deseaba descubrir cosas, y jamás hacía daño a nadie.
Una noche se despertó de madrugada y
como no podía volver a conciliar el sueño se levantó de la cama y se asomó a la
ventana.
Frente a él, la Luna se había
detenido sobre el pino que había en el jardín, y le observaba; parecía
que se estaba riendo. Antoñito saltó por la ventana y se dirigió al
árbol.
La imagen de la Luna se colaba entre el follaje y pensó que él
podía alcanzarla y conversar con ella.
Antoñito no tenía muchos amiguitos
en el cole: era de familia pobre y mientras sus compañeros disfrutaban de consolas, tablets, portátiles o carísimos teléfonos móviles, él se contentaba con admirarlos en los escaparates; mientras que sus compañeros vestían ropas de marca, él se vestía con ropa de segunda mano. ¡Pero qué feliz sería si él pudiera alcanzar la Luna!
Sonrió al pensar en la sorpresa que les
iba a dar al presentarles la Luna como su amiga. ¡La cantidad
de amigos que tendría de pronto!
Sin pensarlo más, comenzó a trepar
por el tronco y llegó hasta la copa del pino. La Luna parecía estar al
alcance de la mano, a un metro hacia la derecha, y Antoñito quiso tocarla.
Comenzó a caminar sobre una rama delgada, que se balanceaba peligrosamente a
medida que él avanzaba.
De pronto escuchó un chasquido y se
precipitó al suelo, tropezando en su caída con las ramas que encontraba a su
paso.
El niño se quedó tumbado de espalda
y como no podía moverse comenzó a llorar y a gritar. Unos perros comenzaron a ladrar y fue gracias a ellos que se despertaron los vecinos y
pudieron llevar a Antoñito al hospital.
Ahora Antoñito tiene las
rodillas rotas y, aunque los médicos hagan todo lo posible por sanarlo, sus
piernas no quedarán bien. Todos lo compañeros del colegio le llevan regalos
y le demuestran su cariño; pero Antoñito permanece triste: sabe que su futuro y
sus sueños se han destruido.
Moraleja: no
vayas más allá de tus posibilidades; lo que no puede ser no puede ser. Y además, es imposible.
Muchas veces corremos riesgos inútiles, pero esta claro que el que no arriesga no gana.
ResponderEliminarSi comprendiéramos que nosotros mismo creamos nuestra propia realidad seríamos más felices.
Muy bueno tu cuento y muy reflexivo.
Besos.
A veces los sueños acaban, como dice la canción, cuando te despiertas sin saber qué pasa, sentado sobre una calabaza.
ResponderEliminarAsí es la vida. Por eso es muy importante no perder nunca el norte por muy a gusto que se esté soñando.
Que razón tienes Juan pero por desgracia eso sólo se aprende a base de años y experiencias.
ResponderEliminarSaludos.
Muchas gracias por tu aportación , Mercedes. Un beso
ResponderEliminarMuchas gracias por tu aportación , Mercedes. Un beso
ResponderEliminarasí es, Mamen, si uno sueña demasiado puede sufrir al despertar. Debemos mantener los pies en tierra y ser realistas. Gracias por tu visita.Un beso
ResponderEliminarasí es, Mamen, si uno sueña demasiado puede sufrir al despertar. Debemos mantener los pies en tierra y ser realistas. Gracias por tu visita.Un beso
ResponderEliminarasí es Toro salvaje: a golpes de vara, aprende el burro.Gracias por tu visita. Saludos
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