Primero fuimos a ver los dólmenes, construcciones de granito
con una antigüedad de más de cinco mil años.
Habían pronosticado lluvia, pero esta vez se equivocaron: estuvo nublado y fresco, pero hizo buen día.
Al parecer, las planchas de granito, de entre
tres y cinco toneladas de peso, fueron arrastradas desde la cantera ubicada a
unos quinientos metros; cortadas y ajustadas casi milimétricamente para que
encajaran perfectamente unas con otras sin dejar ni una ranura, como puede
comprobar el visitante. Previamente
vimos un video sobre cómo vivían los primeros habitantes del paraje y cómo
usaron su inteligencia para construir estos enormes recintos funerarios y
religiosos.
En las visitas a los monumentos que he hecho a lo largo de mi vida
he comprobado que es indispensable la información que proporciona un guía: Me
hacen observar detalles que de otra forma pasarían inadvertidos. Por
ejemplo: las entradas de los dos dólmenes de Antequera están orientadas en
dirección a la montaña en forma de cara de mujer que preside la ciudad. Figura
que para los primeros moradores de la zona representaban una diosa. Así mismo,
a cierta hora y día el sol entra hasta el fondo del dolmen, iluminando el lugar
donde se hallaban las tumbas.
La segunda parte del viaje ha sido admirar una maravilla de
la Naturaleza, como es el Torcal. Se llama así a una amplia zona de rocas que emergió del mar,
como prueban los fósiles de moluscos que se encuentran incrustados en las
rocas. Las figuras que forman la masa rocosa tienen una belleza extraordinaria.
Al llegar al Centro de Visitas nos proyectaron una película
sobre la zona y su historia. El Torcal ha servido de refugio a bandoleros; de
fortaleza inexpugnable contra soldados franceses y entre españoles. Es
un verdadero y duro ejercicio de senderismo, a través de estrechos,
escarpados y resbaladizos senderos en
medio de un paisaje imponente, que de estar solo incluso causa respeto y temor:
parecen que las figuras de pierda son seres que observan lo que haces.
Serían las tres de la
tarde cuando volvimos al autocar, y sentimos un pellizco en el estómago viendo la
escarpada y estrecha carretera por donde el conductor, haciendo malabarismos,
lograba conducir el vehículo con gran seguridad.
Llegados a Antequera, entramos en el Meson Emilio para devorar el
riquísimo menú que nos ofrecieron.
Después de comer, y para bajar la copiosa comida, fuimos
subiendo las calles hasta llegar a la Alcazaba y la Iglesia Monumental.
Subimos hasta la torre. Menos mal que la campana del reloj no tocó la
hora mientras estuvimos bajo ella, que si no, nos hubiera lastimado los
tímpanos.
Al bajar de la Alcazaba dimos un pequeño paseo para comprar
regalos y recuerdos, y a las 18 horas
treinta el autocar se puso en marcha para regresar a casa. Llegué a El Puerto a las diez
Me ha parecido un pueblo grande, con hermosos monumentos y que merece la pena visitarse.
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