Aquel día se presentaba muy duro para el joven muchacho, recién ordenado sacerdote, que sustituía al viejo párroco del pueblo. Hacía solo dos días que había llegado y el sacristán, un anciano que había sobrevivido a dos sacerdotes. Le había acompañado en todo momento para tomar posesión de la iglesia y de la casa donde viviría. Una gran expectación había levantado la noticia de sus llegada. Sobre todo entre las beatas que acudían diariamente a los oficios de la parroquia, y esa Nochebuena, la iglesia estaba llena hasta la puerta, para oír la primera misa del joven.
—¡Qué guapo es!— decían unas.
— ¡Y jovencito!— Respondían otras.
Mientras tanto, el cura, temblando desde los pies a la cabeza, recordaba mentalmente las instrucciones del señor Braulio, sacristán, para evitar errores comunes a causa de los nervios.
Y él había aceptado, ¡qué remedio!
Cuando subió para hacer el sermón navideño, se ató la cuerda a la mano; pero se veía mucho. Se desabrochó la sotana por la parte de en medio( y se ató el extremo de la cuerda a sus partes intimas. La barandilla ocultaba todo. Y comenzó el discurso:
— Queridos hermanos, hace tres mil años... — notó un tirón que le hizo saltar las lágrimas— hace dos mil veinticinco años, nació Jesús en un portal de Belén, y acudieron dos mil pastores — otro tirón de cuerda— bueno, quizá no fueron tantos pero un millar sí —Tironazo de nuevo— Y traían manadas de ovejas, cabras y vacas...
Aquí el tirón de la cuerda le hizo tambalearse y harto de tanto suplicio exclamó, girándose frente publico en el borde de la escalerilla:
— Bueno ¡y qué cojones importa si fueron dos mil o diez pastores! El caso es que el niño no nació solo ni pasó hambre, pues los pastores le ofrecieron quesos , chorizo y compartieron con él y sus padres la bota de vino— En este momento la cuerda se estiró tanto que sacó de su refugio el paquete más apreciado del joven.
— ¡Oh, santo Dios!— Exclamaron las mujeres de las diez primeras filas.
— ¡Joder, vaya con el chico! !— gritaron los hombres— De misa no sabrá mucho; pero que bien dotado está. Este tendrá éxito en el pueblo: los creyentes aumentarán.
El cura, no habiéndose dado cuenta del “accidente”, daba la bendición a los asistentes y terminaba diciendo:
— Podéis ir en paz. Feliz Navidad.









