El tema era sobre el legado cultural de D. Ramón Bayo Valdés. Manolo Morillo nos presentó a los ponentes:la profesora de Historia del Arte y colaboradora de Ramón, Olga Lozano, que hablaría sobre la vida, las aficiones y el carácter del ilustre personaje, y Fernando Baños, un representante de la familia del finado.
Entre los asistentes, unos veinte, se hallaban diversas personalidades de la administración local y otras personas interesadas, como yo, cuyos nombres no tengo el gusto de conocer por ser la primera vez que asisto a esas tertulias.
¿Quién era D. Ramón Bayo?
D. Ramón era un ilustre ciudadano portuense, autodidacta, que ha dedicado su vida a trabajar para sacar adelante a su familia. Y lo hacía en las Bodegas Osborne, donde aún se guarda parte del legado en cuestión.
Pero, además de trabajar, D. Ramón tenía otras inquietudes, otras aficiones. Por eso fue co-fundador de
Coincidiendo con las informaciones que nos ofrece la conferenciante, Olga, el Presidente de
“En su casa mostraba gustosamente a todo aquel que lo visitara una ingente cantidad de documentos inéditos de importancia historiográfica aún por determinar.
Cuatro salas repletas de material cultural de diferentes épocas históricas nos aguardaban tras la puerta de la casa solariega, sita en la calle San Francisco del Puerto de Santa María. En las primeras de las estancias nos introdujo en un gran túnel del tiempo, reviviendo los más ínfimos detalles del ascenso del fascismo en
“Mientras, un suave hilo musical con los sones de ¡Ay Carmela!, y otras sonatinas de las guerrillas del enfrentamiento fraticida nos introducían, cada vez más, en aquel ambiente del pasado más reciente de nuestra historia.
El siguiente habitáculo estaba repleto de bombas, sin estallar, del célebre bombardeo de Guernica. Cascos militares, instrumentos musicales del frente y restos de comida del asedio del Alcázar de Toledo completaban la exposición. En la siguiente habitación nos aguardaba una ingente cantidad de retratos de los Jefes de Estado y Presidentes de Gobierno transcendentales dedicadas a nuestro insigne anfitrión, desde Carter a Clinton, pasando por el Rey Juan Carlos y Bush, por poner algunos ejemplos. Entre tanto, una Isabel II majestuosa nos observaba desde el sello más cotizado de la filatelia española, enmarcado junto a la carta que un día la transportó hacia su destino. Legajos de vitolas, carteles taurinos y botellas de vino de todas las épocas, formas y tamaños cerraban la sala no sin antes pasar por un gran depósito de álbumes que contenían kilos de metal-moneda, otro testimonio más de la delicadeza del conservador por contener entre sus paredes 19S hitos del ayer.
“Un pasillo repleto de cartelería y un gran collage de fotografía histórica nos condujeron, como fiel mosaico del pretérito, hasta otro gran salón que mezclaba desde ánforas fenicias hasta un busto de Francisco Franco. Por otro lado, los bolaños de los franceses de
Una última sala ejemplo de la historia etnográfica de la zona nos daba la despedida. Espartos, toneles, llaves centenarias y aperos de labranza clausuraban ante nuestros ojos el paseo por la historia de la humanidad que aquella tarde lluviosa y gris nos había regalado aquel señor espigado, canoso y octogenario, de sonrisa cálida”.
Me entero en la tertulia de que D. Ramón quería que este tesoro cultural se quedase en El Puerto para siempre,con el fin de que fuese expuesto al público y todo el mundo pudiera disfrutarlo. Con esa idea lo donó. Repito: donaba, no vendía.
Pero he aquí que los responsables de Cultura del Ayuntamiento no parecían interesados en eso; les iba mejor promocionar el clima benigno de la ciudad -algo que no cuesta dinero-, el Carnaval y los toros. No entra en los cálculos de
En los últimos años de su vida, Ramón ofreció al Ayuntamiento su colección, pero le dieron largas. Después de su muerte, sus descendientes intentaron cumplir el deseo del fallecido y entablaron conversaciones con otros ayuntamientos, ya que aquí, en la ciudad donde nació y permaneció toda su vida, no les daban respuesta.
Finalmente, el patrimonio cultural de don Ramón Bayo se ha ido a Cádiz, una ciudad que se compromete a dedicar un museo con el nombre del donante, quedando perdido para El Puerto y sus ciudadanos.
Sentí rabia al oír esas cosas. ¿Cómo se puede ignorar el valor que representa para una ciudad poseer un patrimonio cultural de esa talla? ¿No son rentables los museos?, ¿no reciben millones de visitantes? ¿Aún creemos que los turistas sólo buscan el sol y las playas?
No es de extrañar que otros países, y otras ciudades, atraigan a los turistas y nos lo roben. Luego se quejarán de que disminuye el turismo. ¡Pensar que en algunas ciudades, como Ronda, cobran seis euros por visitar cualquier casa vulgar como grandioso monumento, porque fue donde habitó tal o cual personaje! Basta con poner un cartel diciendo MUSEO, y eso atrae a miles de visitantes, que luego sólo encuentran (véase Museo del Bandolero) un par de maniquíes, libros antiguos, tebeos, trabucos, pistolones y navajas… Y que un tesoro cultural como el de D. Ramón, formado de colecciones de lienzos extraordinarios, monedas, carteles y objetos de hace dos siglos no merezca la atención de los responsables políticos que han ocupado el Ayuntamiento de El Puerto en los últimos cincuenta años... ¡Es para morirse!
Y qué decir de la bodega donde don Ramón pasó casi toda su vida, Osborne, en donde dejó su juventud, sus esfuerzos, sus conocimientos y parte de su colección, y que luego, cuando ya no trabaja ni produce, no tiene siquiera el detalle de conservar en un lugar digno el legado de uno de sus más destacados empleados.
Una pena.
Ayer salí de aquella tertulia con el ánimo por los suelos y la indignación por las nubes. Luego, al pensar en los mítines políticos en televisión, los debates, las promesas imposibles de unos y otros, y la gente enfervorizada, aclamándoles en las plazas de toros y estadios, les digo: Votad, votad, que luego se pasarán vuestros votos por el culo.














