
Apacible se te ve, joven Doncel,
Mientras lees el libro de poemas
que tal vez a tu amada escribieras
en Granada, la tierra del infiel.
Antes de que el moro te hiriera
Y de la extensa vega granadina
regase tu sangre la verde yerba...
Tu pensamiento fue para ella
A la dulce dama que te cautivó.
Abnegada madre, enamorada amante ...
¿Dónde la dejaste? ¿Cuál era su nombre?
¿Por qué anónima? ¿Por qué se la olvidó?
Cuentan los mendigos que velan en la puerta
Arropados por cartones y entregados al vino,
Que de noche te asaltan los remordimientos
ahuyentando de tu almohada el sueño, y
no ha lugar en tu corazón para el olvido.
Insisten estos pobres seres, con voz cascada
—Y apuestan por ello mil botellas de vino—
que en la silenciosa catedral, de madrugada,
la marcha nupcial de Mendelssohn sonó en el órgano
y juran por sus muertos y por sus vivos
que te vieron en el altar junto a tu amada
Uno de ellos, poeta incomprendido,
que en alcohol sus penas ahogaba.
Desahuciado por su mujer y sus hijos
de tal manera la escena narraba:
«Las altas vidrieras, fulguran en la noche.
De importantes invitados, la catedral llena
Ansiando escuchar del Doncel un «Sí, quiero»
Que a la bella novia honor y felicidad conceda.
Cuando el órgano enmudece, el Doncel le dice:
"Soy Noble; tú, plebeya, ¡desposarte no puedo!
A cumplir las reglas, a mi pesar, me debo"
Sus ojos, antes serenos, se llenan de lágrimas
La novia, humillada, arroja su ramo al suelo
Alma herida, corre hacia la puerta y escapa
Derramando por las calles su amargura
El ruido de sus pasos rebota en las casas
Cientos de murciélagos brotan de las hendiduras
Las nubes en el cielo huyen raudas y levantan
Remolinos de papeles y hojas muertas en la plaza
Un mochuelo cruza el aire y se posa en una rama
La noche oculta a la dama; nadie puede hallarla »
Y el poeta me mira con sus vidriosos ojos,
alza un tremuloso dedo y declara:
«La estirpe de los Arce, eliminó a la muchacha»
FIN