ESCALANTE, ELECTRICIDAD DEL AUTOMÓVIL. POLÍGONO INDUSTRIAL «EL PALMAR»
Cuando el mes pasado regresaba de mi viaje a Denia, al pasar por un túnel me di cuenta de que no se encendían las luces del tablero de instrumentos de mi Seat Ibiza, y comencé a temblar.
Me aterroriza entrar en un taller mecánico, y más aún en el del concesionario. Y no es que no entienda que las máquinas se averían y que los especialistas que las arreglan deben cobrar su trabajo; eso lo tengo asumido perfectamente. Lo que me asusta es enfrentarme a un robo descarado y pagar carísimo un trabajo que no se ha realizado o un recambio de piezas innecesario.
Por ejemplo: El año pasado, en primavera, vino a vernos mi hija con su compañero y mi nieta. Venían de Castellón, y a una docena de kms de mi casa el coche comenzó a echar humo y a calentarse mucho. La grua lo trajo a casa y lo llevamos a un conocido taller de mi barrio “El mantequita”, donde al abrir el capó vieron la correa de transmisión rota. Esa correa la cambiamos todos los conductores alrededor de los 90,000 kms y sabemos que cuesta ponerla, con mano de obra y revisión incluida, alrededor de 300 euros. A mi yerno le tardaron en arreglar la avería toda una semana, y le cobraron... ¡1200 euros! Era todo el dinero que traían para pasar esos días de vacaciones.
Ante nuestra sorpresa por el abuso, el mecánico alegaba que la bomba del agua perdía, que la del aceite también, que le había cambiado la correa y varios manguitos, que tenía un fallo eléctrico... Lo peor es que al regresar a Castellón hubo de llevar el coche al taller porque le habían puesto mal la bomba del agua y mi yerno hubo de añadir líquido cada cierto tiempo durante el viaje.
De los concesionarios de las marcas de automóviles no hablemos: Se te funde una bombilla, y te ponen el faro nuevo. Ellos no reparan nada, viven de la venta de repuestos.
Bien, pues como les decía, venía yo temblando ante la idea de tener que acudir a un taller para dejarme robar por la cara. Ya veía la escena:
— ¿Qué le pasa al coche?
—No se encienden las luces del tablero de instrumentos, ¿será alguna bombilla fundida o cortocircuito...?
—Deje el coche y le daremos un vistazo en cuanto tengamos tiempo.
Dos horas después, llaman al teléfono:
—¡Oiga! Ya está solucionado lo del coche, puede venir a recogerlo cuando quiera.
Tomo aire, cierro los ojos y pregunto:
— ¿Y qué era lo que tenía?
—Le hemos puesto todo el frontal nuevo: relojes, agujas de velocidad, cuenta revoluciones, cuenta kilómetros y todas las lamparitas de los instrumentos. Total, le sale por 2000 euros + IVA.
Eso suele pasar en la actualidad, sobre todo en los concesionarios. La gente, harta de tantos abusos, ha logrado por medio de las asociaciones de consumidores que el Gobierno promulgue una ley que permita a los usuarios acudir a cualquier taller sin perder la garantía del vehículo.
Y ayer reencontré a una persona que no veía desde hacía veinte años: había trasladado el taller en que trabajaba desde el centro urbano a un polígono industrial. J. Escalante ya me reparaba entonces los múltiples fallos eléctricos de mi Peugeot 205; es una de esas personas íntegras y honestas cuyos valores ya escasean y se echan en falta: una joya como profesional, como ser humano solidario. Le dejé el coche a las once y a las cinco me llamó para que fuera a recogerlo. Le había desmontado todo el frontal para buscar la avería y vuelto a montar luego, tras haber solucionado el problema. Podía muy bien decirme que le había cambiado piezas, pues el vehículo había estado a su disposición durante todo el día. Al llegar yo, me dice:
—El coche no tenía nada roto ni fundido, solamente una mala conexión. Le he puesto un cable nuevo y ya está. Son 25 euros.
Sin comentarios.
Le pido su tarjeta para recomendarle a mis familiares y conocidos y me dice:
—- ¡No, gracias!; no hace falta, ya estoy saturado de trabajo. Vienen clientes de toda la provincia, y hasta de Sevilla y Málaga.
Efectivamente, tiene el taller a tope, y las aceras lucen llenas de autos esperando turno. Enfrente, hay otro taller casi vacío; y, a pocos metros, la casa oficial del concesionario SEAT, atendiendo a las averías y cambios de aceite de algunos vehículos en garantía (en el momento que ésta caduque, seguro que los clientes ya no vuelven, pues un cambio de aceite en un concesionario cuesta el triple que en un taller cualquiera. Y ponen el mismo aceite y los mismos filtros).
Juan Escalante es un hombre que a sus 63 años ya ha cotizado 47 años a la Seguridad Social, y podría jubilarse sin problemas si quisiera. Pero es que Juan es feliz en su taller, donde, además de reparar automóviles, realiza otra labor: acoge como aprendices a chavales desahuciados que viven en las calles, atrapados por la droga. Les enseña durante seis meses o un año y luego les busca trabajo. Se da el caso de que el mejor oficial electricista de coches del concesionario Peugeot es un alumno de Juan. Lo mismo sucede en la casa NORAUTO de Jerez, y en otra de Sanlúcar de Barrameda, y en Chiclana...
Juan Escalante no sólo ha conseguido sacarlos de la calle, sino que los ha reinsertado en la sociedad de tal manera que ahora no se pinchan, no fuman ni beben. Algunos han formado una familia, y ahora trabajan para llevar la casa adelante en vez de asaltar a la gente por una raya.
Me contaba Juan que uno de ellos, a quien hacía tiempo que no veía por residir en otra ciudad, llegó una tarde a presentarle a una chica: «Ésta es mi novia, Juan». Más tarde, cuando nació su primer hijo, volvió la pareja a presentárselo para que lo conociera. Cuenta Juan que a veces, cuando va por la calle con su esposa, algunas personas le paran y le saludan: son alumnos que han pasado por el taller y que lo aman y respetan como a un padre. Añadir a esto que a veces llegan al taller personas en paro y sin dinero para pagar la avería en ese momento. Juan les arregla el coche y ellos le pagan cuando encuentran un trabajo. Es frecuente que algún pescador le lleve a su casa un ranchito de pescado recien sacado del agua en agradecimiento por favores pasados.
El caso más grande que escuché ayer de la boca de un cliente de Juan fue el de un agente comercial que había venido desde Albacete en su coche. Pensaba entregarlo al regreso en el concesionario para sacar uno nuevo, que ya había encargado; pero en el viaje se le había quemado el alternador.
Juan le montó un alternador usado en buen estado y le dijo que se lo llevara prestado y que cuando tuviera el nuevo que se lo devolviera en un paquete; no le cobró nada más que el trabajo de montarlo. Todos los familiares de Juan, los amigos y el ayudante del taller le reprocharon que fuese tan cándido y tan confiado con los desconocidos.
Pero tuvieron que callarse cuando al cabo de unos días recibieron un paquete con el alternador viejo y, además, un valioso regalo.
Tienen que callarse cuando ven a un conocido desarrapado y drogadicto, que antes les pedía dinero para inyectarse, reparando coches sofisticados en las casas oficiales. Juan confía en la gente, dice que las personas no son malas, sino las circunstancias en que viven.
Juan Escalante ama su profesión, le gusta estudiar los nuevos modelos para estar al día en las últimas tecnologías aplicadas en el automóvil. Se esfuerza en hacer bien las cosas para que el cliente esté contento. Está seguro de que sólo realizando bien su trabajo, siendo justo en los precios, y mostrándose considerado y amable con las personas se puede mantener indefinidamente activa una empresa aun en plena crisis. Su lista de clientes aumenta constantemente por el efecto del boca a boca, de tal manera que apenas disfruta de un merecido descanso.