El hombre vivía tranquilo en su cabaña disfrutando de su retiro. Atrás habían quedado los años de duro trabajo procurando el sustento y felicidad de los suyos, que no la suya, pues le estaba vedado ese derecho por los fantasmas que lo despertaban bruscamente de madrugada devolviéndolo a la tierra y pisoteando sus sueños.
Aunque las deseaba y frecuentemente se enamoraba, siempre había huido de las mujeres para evitar el bochorno de sus risas ante la imposibilidad de complacerlas, secuelas de un trauma antiguo que venía arrastrando desde la escuela. Y es ahora, cuando ya no tenía que demostrar nada, ni tenían valor su currículo ni experiencias; cuando sólo se limitaba a gozar de bellos amaneceres que producían en las nubes orlas doradas y escarlatas, y daba vida a los millares de hojas de diferentes tonos verdes; a maravillarse contemplando el reflejo de la luna en el agua del lago mientras escucha música a través de los auriculares de su teléfono móvil o mientras plasma en su cuaderno de notas algunas de las escasas experiencias agradables que le ha concedido la vida...
Sí, es ahora cuando de entre la maraña de árboles que circundan su cabaña sale una hermosa figura que camina descalza luciendo una túnica blanca semi transparente.
Es una mujer maravillosa que viene hacia él, le tiende la mano y le sonríe abiertamente, destapando una perfecta línea de dientes anacarados entre sus labios sensuales y carnosos. Sus ojos de color miel tienen brillo de fuego y el reflejo de la luna en la piel blanca de su rostro le dan un aire de misterio, de hada de los bosques, de diosa...
Y el viejo se prenda de ella, ¡Qué hermosura, Dios mío!, exclama. Su corazón palpita desbocado como un caballo salvaje de las praderas cuando ella se acerca y le abraza, toma su rudo rostro entre sus delicadas manos y lo besa en la boca...
El hombre se deja hacer, siente la felicidad invadir su pecho y extenderse por todos sus miembros. De pronto un temblor,¡el temblor!,sacude todo su cuerpo y lo mantiene inmóvil, preso del miedo. Una vez más ha visto al monstruo salir de entre las nubes. Viene hacia él montado en un corcel negro y blandiendo su espada de fuego. Se acerca raudo, galopando sobre la copa de los árboles del inmenso bosque.
¡Ha vuelto!, grita desesperado el viejo.
La mujer le mira, pasmada, no entiende nada, y se alarma al ver el espanto reflejado en el rostro de aquel hombre solitario cuya sencillez, amor por la Natura y por la vida, habían despertado su ternura, a pesar de su rostro curtido y ajado por los años.
Un par de lagrimas descienden por sus delicadas y llenitas mejillas y corren a esconderse entre las hermosas dunas que forman sus senos.
El viejo se dirige a la cabaña a continuar su condena. Desde la puerta se vuelve y dice:
No es desprecio, bella y dulce mujer, ¡ya quisiera yo! Es que no puedo ser feliz, no me está permitido hacerlo, de eso se encargan los monstruos del Averno.