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Mi lista de blogs
viernes, octubre 20, 2023
REVOLUCIÓN, DE ARTURO PÉREZ REVERTE
miércoles, octubre 18, 2023
¡QUÉ VERGÜENZA!
martes, octubre 10, 2023
ANDALUCÍA , AÑO 2040
domingo, octubre 08, 2023
EL SUICIDIO DE ESPAÑA
¡Buenos días, amig@s! Estuve afiliado al sindicato CC.OO en dos comunidades desde 1978 hasta el 1991. Fui secretario local del Metal en El Puerto de Santa María desde 1986 hasta 1990. Siempre que voté fue a la izquierda, y pegué muchos de sus carteles en campañas electorales. Pero ahora veo con tristeza que esa misma izquierda, que siempre voté, está llevando a España al suicidio como nación,
Todavía quedan unas semanas hasta la investidura. Ojalá den marcha atrás. No es ético ni lícito anteponer los intereses personales al de la Nación.
" Españolito que vienes al mundo; te guarde Dios". A. Machado
sábado, octubre 07, 2023
DE REPENTE NO HAY PÁJAROS
Por fin ha hablado el presidente Pedro Sánchez.
Se ha referido a normalizar las acciones de la Justicia en relación al Procés catalán; es decir: Annistiarlos de todas las condenas y deudas.¡Y éstos sostienen que lo volverán a hacer! Craso error, nos espera una temible legislatura.
Lo peor para mí es que...¡Yo le voté, maldita sea mi estampa! Jamás creí que se atreviera a dividir España por continuar en su poltrona.
Ahora, otras Comunidades exigirán lo mismo: Independencia. ¿Qué sera´de España?
Si hubiese estado activo el anterior Jefe del Estado, el corrupto, estoy seguro de que hubiera exclamado : "Sánchez, ¡por qué no te callas!"
Lo malo es que es la gente la que calla, como si no fuera con ellos.
DE REPENTE NO HAY PÁJAROS
De repente no hay pájaros.
Desde un boquete gris del duermevela
baldío del no canto.
¿Dónde habla la vida,
los insectos, los árboles, las fuentes?
Contemplo ese magnífico
instrumental de la naturaleza,
los sonidos no audibles hacinados
en la parasitaria cerrazón del paisaje.
Ya no soy más que ese silencio
generado en el hueco de un despertar sin pájaros.
Poema de D. José Manuel Caballero Bonald, Premio Nacional de Poesía.
jueves, agosto 17, 2023
LAS SEÑORÍAS RECOGEN SUS CARTERAS
De ANTENA 3:
“Ya han comenzado a desfilar por el Congreso para recoger no sólo su acta, también el "kit del diputado". Un complemento que incluye Iphone, Ipad y el pago del ADSL en sus domicilios.”
“Los diputados disfrutan además de otras ventajas. Cuentan con una tarjeta anual de 3000 euros para gastar en taxis, una póliza de seguros de accidente, pensiones para exparlamentarios, coches oficiales para los portavoces de los grupos y dietas por desplazamiento y alojamiento. Privilegios que para algunos son excesivos y se han comprometido a reducir. Podemos lo intentó en la anterior legislatura, sin embargo 40 diputados desoyeron al partido y no renunciaron a los 3000 euros para taxis.”
Pues me parece muy bien, no es tan caro como creía, pues me habían dicho que además del móvil, el ipad y los 3000 euros para taxis y el ADSL gratuito también contenían muñecas hinchables para los diputados y succionadores de clitoris para las diputadas. Al parecer estos artículos no entran porque esas cosas ya se las pagaban algunos con las tarjetas blaks.
¡Pensar que en Alemania, con 84, 080,000 habitantes tiene 16.182 políticos, y España, con 47.615.000 habitantes 66.662 políticos!
martes, agosto 15, 2023
EN LA FARMACIA
Sigo
igual con el catarro. Haciéndole caso a mi vecino Eusebio he ido a la farmacia
a buscar un remedio.
Estaba
yo guardando cola detrás de cuatro personas, muy preocupado porque delante de
mí había un hombre que no paraba de estornudar de forma escandalosa: las
vitrinas de medicamentos temblaban a cada estornudo, el suelo ya resbalaba y el
ayudante del farmacéutico se puso la mascarilla.
Cuando
le llegó el turno, el hombre estornudó de tal manera que llenó de
mocos el mostrador y la pantalla de cristal que separa a los pacientes del
Farmacéutico. Este, si esperar nada cogió un tarro del estante, lo abrió y le
dio una cucharadita del contenido al enfermo, diciéndole:
—Son 10 euros. Ahora se toma estas cucharaditas y al llegar a casa se toma otra más, y luego, otra cada ocho horas.
Todos
estábamos mirando sin perder nota de lo que estaba sucediendo. El hombre pagó y
salió de la farmacia. Entonces el titular del negocio salió de la oficina y le
preguntó a su ayudante:
—Ramón... ¿Qué es lo que le has dado a ese
señor para el resfriado?
—Un par de cucharadas grandes de jarabe contra el
estreñimiento
—¡¡ Pero eso es una barbaridad, hombre, me
van a cerrar la farmacia !!
—Perdone jefe, pero en estos casos, es lo
más efectivo. Asómese a la puerta conmigo y vea
Salen
ambos a la puerta y ven al hombre apoyado en una farola con una mano
sujetándose el vientre y la otra pinzándose la nariz con los dedos.
—¿Ve usted como ya no estornuda?
lunes, julio 31, 2023
EL INDULTO DE FRANCO
miércoles, julio 19, 2023
MIS RECUERDOS: Finca “ El Rincón del Rosario”, verano de 1961
viernes, julio 07, 2023
RECUERDO DE LOS SANFERMNINES DEL AÑO 1969
CAPÍTULO 26
LAS
VACACIONES, JULIO DE 1969
Al llegar el mes de julio, mi empresa cerraba por vacaciones durante veintiún días. Yo decidí disfrutarlas en Valencia con mis
padres, pues el año anterior las pasé con unos amigos en Royan, en el suroeste
francés. Alquilamos una casita en una playa donde había dos bunkers alemanes de
la segunda Guerra Mundial.
En junio no se hablaba de otra cosa en la factoría.
Las preguntas más frecuentes eran: ¿Adónde vas de vacaciones? ¿Con quién vas?
¿Cuánto te cuesta el alojamiento?
Fue en la mañana del 6 de julio, último día de
trabajo, cuando Souto, el portugués, mantuvo una fuerte discusión con el
encargado y le dijo que se iba a Oporto y ya no volvería, pues estaba harto del
racismo y discriminación de los franceses.
Entonces vino a verme y me preguntó si podía venirse conmigo en el coche hasta
San Sebastián, de donde salía un tren que lo llevaba a Portugal sin tener que
pasar por Madrid.
Llegamos a San Sebastián a las siete de la tarde.
Souto quería que me quedase con él las tres horas que faltaban para la salida
de su tren, pero yo me negué alegando que aún había sol y que quería llegar a
Pamplona antes de que oscureciera.
—Venga, Juanito, brindemos en nuestra despedida porque
nos vaya bien y algún día nos volvamos a ver.
No pude evitar
tomarme dos o tres cervezas con él en una callejuela cercana a la estación,
donde nos obsequiaron con un espectacular chuletón a la plancha. Al final se me
hizo de noche y me despedí del portugués cuando faltaban escasos minutos para
la salida de su tren.
Me fui contento de perderlo de vista, pero el destino
me preparaba una sorpresa.
Apenas comencé a subir el puerto de Alsasua, un grupo
de guardias civiles me dio el alto. Sus correajes y guantes reflectantes, se
veían a más de cien metros.
Eran cuatro los guardias, una pareja a cada lado de la
carretera. Mientras uno se acercaba y me pedía la documentación, los otros me
apuntaban con sus fusiles.
—¡Vos papiers!
Yo le saludé en español
— Buenas noches, soy español.
Eso fue mi
perdición:
—¡Mi sargento,
es un español!
El sargento me
abrió la puerta de golpe, me agarró del brazo y me sacó de un tirón, dejándome
tirado en el asfalto. Los otros tres se acercaron y me encañonaron mientras el
oficial hacía las preguntas.
—¿De dónde viene y adónde va?
—Vengo de París y voy a Valencia, a pasar las
vacaciones
—¿A qué hora ha salido de París?
—A las siete de la mañana
— Ha tardado mucho, ¡qué ha estado haciendo?
—No tenía prisa y me he estado parando cuando se me
apetecía. He llevado a un compañero a la estación de San Sebastián, un
portugués
—¡Abra la maleta!
Apenas saqué la
llave de la cerradura y abrí la maleta me empujaron y la volcaron en el suelo.
Un guardia registró toda la ropa del equipaje y luego, al no encontrar lo que
fuere que buscaban, me ordenaron
continuar el viaje. Tuve que recoger todo el contenido de mi maleta del
suelo y ordenarlo; ellos continuaban apuntándome con sus armas y no me ayudaron
en nada ni se excusaron. Yo llevaba
pantalón corto y tenía la rodilla rozada
y con hilos de sangre del golpe que me di contra el suelo cuando me sacaron del
Dyane 6.
Me fui de allí
humillado y con un sentimiento de impotencia indescriptible, maldecía la hora
en que decidí venir a España de vacaciones, ¡con lo bien que lo pasaba yo en
París! Pero tenía que ver a mis padres y dejarles algo de dinero.
Apenas había recorrido cinco kilómetros cuando vi otra
vez los guantes y los correajes luminosos dándome el alto. Me detuve en el
arcén y esperé.
—¡Baje del coche!
«¡Por favor, Dios mío, qué tengo que soportar más!»,
exclamé mentalmente. Salí del vehículo y el guardia me dijo:
—¡Deme sus documentos y abra la maleta!
—¡Pero si me acaban de registrar otros guardias hace
cinco minutos!
—¡Usted se calla y obedece! —grito fuera de sí al
tiempo que me arreaba una bofetada. Yo sentía un fuerte dolor en el pómulo y
comencé a sangrar por la nariz. Su compañero se acercó y me empujó contra el
coche mientras otros dos me apuntaban con sus fusiles. Soportando el dolor y
aterrorizado (Podían muy bien pegarme un tiro y alegar cualquier cosa, la ley
de fugas, por ejemplo, o arrojarme a un barranco; nadie se enteraría), abrí la
maleta y esperé a que lo revolvieran
todo.
Media hora más
tarde, me dejaron marchar.
Llegué a Pamplona a las cuatro de la madrugada, aparqué en una plaza y me dispuse a dormir un
poco. Me fue imposible conciliar el sueño. Pero cerré los ojos y traté de
descansar. Había gente vestida de blanco y con pañuelo rojo amarrado al cuello
tumbada por todas partes entre botellas vacías y vómitos. Era el día 8 de
julio, el día anterior habían comenzado los Sanfermines. Cuando escuché
levantar la persiana de la puerta de un bar,
fui a tomar café y a lavarme un poco. Luego salí a la calle para continuar viaje y me detuve en una
gasolinera a la salida de Pamplona para
repostar.
Cuando llegué
a Valencia con el ojo morado y el pómulo
hinchado, y conté lo que me había
pasado, nadie me creía. «Algo habrás hecho», decían.
Hasta entonces yo no hablaba de política, y menos aún contra el Régimen, al que me
sentía agradecido por haberme concedido
una beca para estudiar F. P. como interno en la Escuela de Formación
Profesional de Málaga. Cada curso escolar costaba nueve mil pesetas de las de
1956. Para que se hagan una idea, el salario base de mi profesor de Tecnología
era entorno de las mil doscientas pesetas al mes. O sea: mi beca costaba ocho
veces el sueldo mensual de un profesor de enseñanza secundaria.
Yo no había
emigrado por carecer de trabajo, como habían hecho cientos de miles de
españoles, pues era fijo en la empresa Caparrós; me fui a Francia por otros
motivos: conocer el mundo libre e independizarme y para librarme del servicio militar, pues el
Gobierno consideraba que la entrada de divisas servía mejor a España que
mantener a un joven durante un año sin hacer nada, y por tal motivo en el
Consulado de París ofrecían la exención del servicio a todo varón que firmase un documento comprometiéndose a
permanecer trabajando en el extranjero
durante diez años.
Viví bien, no
me sacrifiqué limpiando oficinas al acabar mi jornada laboral en la empresa,
como hacían otros compañeros para ahorrar dinero y enviar divisas a España.
Amaba a mi país, pero el trato y las vejaciones
recibidas aquella noche por la
Guardia Civil me hicieron reflexionar y
me marcaron para siempre.
Al regreso de las vacaciones me apunté al sindicato CGT y colaboré con ellos en la distribución del semanario Vie Ouvriere. Durante la noche me pasaba horas escuchando a Dolores Ibárruri en Radio Pirenáica; me suscribí al diario L´Humanité y acudía a las diversas ferias y fiestas organizadas por el Partido Comunista para recaudar fondos.
LEER MÁS EN EL LIBRO DE MIS MEMORIAS:
lunes, junio 26, 2023
LA FÁBRICA CITRÖEN , PARÍS, AÑO 1963
Yo intentaba pues hallar trabajo por todos
los medios. Sabía por los periódicos que
la Citröen contrataba personal permanentemente, pues el trabajo era de tal dureza que la gente entraba
por una puerta y salía al poco tiempo por otra.
Distinta era la fábrica Regie Renault, en
ésa, todo el mundo quería trabajar. Había que superar exámenes teóricos en
francés. Por ello era tan difícil conseguir un puesto.
Me levantaba a las cinco de la mañana para
coger el primer tren del Metro con el fin de llegar de los primeros a la plaza
y coger sitio en las filas delanteras.
Todo era en vano: cuando llegaba, tras cuarenta minutos de trayecto, encontraba
una escena deprimente: varios centenares
de personas ocupaban la plaza, empujándose unas a otras
para situarse delante de la puerta de la
oficina de contratación, donde habían instalado una especie de ring de madera
de unos cuatro metros de lado, con su barandilla de cuerdas incluida.
Observándolo desde lejos, empinado sobre mis zapatos, me preguntaba para qué
servía. Pronto tendría la respuesta:
A las nueve de la mañana en punto se abría
una puerta del edificio y salían tres o cuatro hombres muy bien vestidos,
parecían que iban a una fiesta en vez de a contratar personal. Súbitamente, la
multitud se agitaba empujando y gritando con el brazo alzado mostrando su
documentación en la mano. Uno de los ejecutivos de Citröen llevaba un megáfono
y anunciaba: «Solo vamos a contratar a cincuenta personas, es inútil permanecer
ocupando la plaza todo el día, dificultando la circulación. Por ello, una vez
terminada la selección, deben despejar
la plaza.»
Mientras decía eso, los otros observaban y
elegían los candidatos entre la gente ansiosa y alterada que tenían delante. De
pronto señalaban a uno de ellos, casi siempre el más alto y fuerte, y le
decían: «Tú, acércate si quieres trabajar». Y el señalado se abría paso a
codazos, empujones y hasta puñetazos para llegar hasta el estrado. Algunos
aprovechaban el hueco que iba dejando tras él para seguirle y avanzar unas
filas. Los demás le miraban con envidia y esperaban tener la misma suerte.
Cuando el elegido subía hasta el estrado,
uno de los empleados de la fábrica le cacheaba, le sobaba los músculos de los
brazos y piernas, le miraba la dentadura, le preguntaba la edad y el nombre, y
finalmente diagnosticaba: «Este es bueno para
la planta de fundición».
Después señalaban a otro y le invitaban a
acercarse. La operación se repetía hasta alcanzar el cupo de los 50. Conseguido esto, los directivos se iban y
cerraban la puerta. A los pocos minutos aparecía un camión de los
antidisturbios provisto de un cañón de agua dirigido a la multitud. Así
despejaban la plaza.
Desolado ante el trato que se dispensaba a
los emigrantes, propio de los tiempos de la esclavitud, pensé seriamente en
volver a España a recuperar mi puesto de trabajo, aunque hubiese de realizar el
servicio militar, algo que
me angustiaba, pues mis hermanos me habían asegurado que en los cuarteles, en
vez de hacerte un hombre de provecho, tal como todo el mundo anunciaba, te
hacían sufrir sin necesidad y te robaban media vida.
Aprovechaba la mañana para visitar la zona. Muchas fábricas
rodeaban a la Citröen, proveyéndola de componentes. Justo al lado había una fábrica de neumáticos, envuelta
en vapor y despidiendo un fuerte olor
a goma quemada, que convertían el aire fresco y matinal en irrespirable. En
ella trabajaban dos amigos procedentes del mismo pueblo que yo: Dolores y su
novio José el Negro. A las doce disponían de media hora para comer y ellos
salían y comentábamos lo sucedido en la puerta de la Citröen. Ellos me animaban
siempre: «Otro día tendrás mejor suerte, Juan. Tienes que madrugar más para
estar en primera fila».
Al día siguiente me levanté a las tres de
la madrugada y cogí un taxi. No sirvió de nada: cuando llegué, la plaza estaba
a tope. Muchos emigrantes llegaban a París y se dirigían directamente a la
plaza Balard cargados con sus maletas, y se sentaban sobre ellas delante de la
fábrica. Los candidatos eran portugueses, polacos, yugoslavos y españoles.
A quince metros a la derecha de la
puerta principal había otra puerta bajo un cartel en letras grandes que decía:
«Solo para africanos», y una multitud de negros y árabes pernoctaba ante ella.
Un día, ¡por fin!, fui invitado a
subir al estrado. Fue gracias a Dolores. Ella cambiaba de turno, y después de
cenar con ella y José en su
habitación (me ayudaron mucho mientras estuve sin empleo) me dijo:
—Yo entro a trabajar a las once. Si
quieres, me acompañas a la fábrica de
neumáticos y te quedas luego en la plaza Balard hasta que abran los de la
Citroën.
—De acuerdo.
¡Qué largas se me hicieron las horas sentado
en medio de la neblina en la acera de la factoría!
Para acompañar a Dolores estrené una
cazadora de ante, color marrón, que había comprado en Cortefiel por un elevado
precio, a pesar de beneficiarme de las rebajas de enero. Ese día yo estaba en
primera fila, frente a las cuerdas del ring, y cuando salieron los directivos
una avalancha de gente me empujó contra ellas. Yo apenas podía moverme.
Entonces los directivos me señalaron y entré pasando el cuerpo entre las
cuerdas y rozándome con ellas. Estaban impregnadas de alquitrán y salí con mi
cazadora llena de rayas negras y las manos pringadas.
Después de sufrir el manoseo del experto
en esclavos, entré en una oficina para un examen médico y firmar el contrato y
los documentos necesarios para obtener el permiso de trabajo y la tarjeta
de la seguridad Social. Cuando
mostré al jefe de personal los documentos que acreditaban mi
profesión y mis estudios se echó a reír.
Luego, despectivamente, me dijo:
—Los puestos de trabajos cualificados son
para los franceses.
—¡Pues que se queden los franceses con la
fábrica! —le espeté.
Recogí mis documentos y me fui de allí sin mirar
atrás. Esa noche, regresé a la rutina de antes: mercado y periódicos. La Suzi
me ayudó a escribir en francés una solicitud de trabajo y yo la copiaba y la enviaba a todas
las empresas que ofertaban trabajo para
soldadores en los periódicos. Me salía más barato que los billetes de
Metro necesarios para ir a visitarlas. Total, si iba solo no iba a entender la
respuesta
https://www.amazon.es/CARRETERA-MANTA-MEMORIAS-EMIGRANTE-RETORNADO-ebook/dp/B08V1GZLCX
domingo, junio 18, 2023
EL REPOSO DEL GUERRERO
La pasada semana, cuando el viejo aparato de música se negó a funcionar, nos preguntamos con tristeza, Carmen y yo, qué íbamos a hacer con el medio centenar de cassettes que guardamos desde hace cincuenta años. Una de ellas contiene la grabación de 1975 en la que yo le contaba un cuento a mi hijo mayor, de tres años de edad.
Fuí a buscar un nuevo aparato a Carrefour y a un par de tiendas de electrónica, pero los radiocassettes no se venden ya, y en en una de ellas incluso se rieron de mí:
«
Es usted muy anticuado, caballero. Estamos en el siglo XXI, la era digital».
Pues
Amazon no me ha fallado y, desde el momento en que la pedí, en 24 horas me la llevaron
a casa.
Este pequeño
aparato tiene conexíón para auriculares, conexión VHS para escuchar música
enlatada en pendrives. Arriba, tiene el lector de Cd´s, y en el frontal, la
radio y el lector de cassettes.
Y aquí hemos
pasado la mañana al fresco escuchando
tranquilamente música española. ¡Se oye de maravilla!
¡Y mi Carmen desborda hoy ternura hacia mí! A ver
qué pasa.
https://youtube.com/shorts/uGGSnEP787o?feature=share