lunes, agosto 27, 2007

HOY TE ABRO MI CORAZÓN

Hoy me siento... No sé como me siento, decir triste no lo expresa del todo.

Hoy vuelvo con una rama de olivo en la mano, y espero sepas valorarlo; hoy te abro mi corazón y te hablo con versos de Miguel Ángel Rincón, que asumo y hago míos.

Hoy he pensado mucho en ti, en cuando eras pura dulzura..., en tus palabras y en tus besos. Éstos, aún lo recuerdo, se diluían en el viento y cruzaban los mares hasta llegar a mí...




Abrí mi corazón

Retuve el viento de la madrugada
esperando tu regreso, y esperé…
esperé mil noches y mil días.
Las madrugadas se hicieron eternas.

Guardé para ti cientos de estrellas
aguardando a que volvieras
y esperé minuto tras minuto,
hora tras hora, vida tras vida.

Abrí mi corazón de par en par
esperando acogerte en él.

Pregunté por ti a la ausente Luna
y esperando respuesta me dormí
y soñé que estabas aquí, junto a mí
a orillas del río, caminando conmigo.

Busqué entre los rayos de Sol,
busqué en enjambres de estrellas
esperando tu regreso, y esperé…
esperé mil noches y mil días.


©Miguel Ángel Rincón. http://www.miguelangelrincon.com/

viernes, agosto 24, 2007

¿MORAL O MORALINA?

Nunca me gustaron los sermones en los foros literarios, la moralina de los textos, la costumbre de juzgar en vez de comentar, el fijarse en el mensaje y no en su perfecta redacción. Y menos aún si ellos procedían de personas cuyas vidas dejaban mucho que desear.

Hoy me topado con uno de estos, y lo peor es que ha convencido al autor para que cambie el escrito y acomodarlo a sus creencias.

Tenía ante mí un relato tierno y actual: un enamoramiento virtual, dos seres que se conocen, se comunican y se enamoran a través de Internet. La relación es sincera, profunda, y sólo las circunstancias adversas en las que viven ambos enamorados impide su encuentro real.

Como en toda pareja real, han tenido una disputa y han dejado de comunicarse, y es tan fuerte el dolor que siente el protagonista que se va al bar y se emborracha; el exceso de alcohol le hace hablar más de la cuenta; el camarero le asusta y se lo lleva fuera del bar; luego regresa y comenta con risas ante los parroquianos el suceso.

En la otra parte del mundo, su amada también sufre, tanto que al considerar la pérdida de la relación se suicida.

Es pues una historia de verdadero amor, aunque no se hayan visto de otra manera que en fotos y hayan descubierto su alma en los escritos que diariamente se intercambiaban. Es más: es el amor del futuro, ya existen muchas parejas que se han conocido y unido gracias a este medio virtual.

Pero he aquí que llega una señora, maestra ella, que le dice al autor que está mal el cuento porque dice que la mujer amante se suicida y ella, sus creencias, no ven bien esa acción, y le recomienda que corte el cuento en el último párrafo, donde el camarero regresa y comenta el suceso con los parroquianos. Y el autor la cree y lo ejecuta. Sí, digo bien “ejecuta,” porque ha asesinado el cuento, ya no es el mismo: de una historia de amor sincero entre un viejo lleno de ternura y una mujer, su alma gemela, al otro lado que prefiere la muerte a quedarse sin realizar su sueño, ha convertido el texto en una crónica de un viejo que se pasa las horas enviciado y chateando por la red hasta que alguien le asusta con amenazas y le hace prometer que no volverá a hacerlo.

El autor no ha tenido aquí la suficiente personalidad para defender su texto, se ha dejado convencer fácilmente por alguien que profesa creencias distintas y le ha impuesto sus puntos de vista.

Una verdadera lástima.

Y lo digo yo, que soy el menos indicado y no tengo interés alguno en que ese cuento esté publicado, pero me joden las moralinas de una persona cuya vida, contada por ella misma en episodios continuados, deja mucho que desear

jueves, agosto 23, 2007

AMAPOLAS



Llevo varios días en los que no se me ocurre nada para escribir; las ideas no llegan y sólo se me ocurren tonterías, como esa de hablar de mi abuelo en el texto anterior. Entonces me dedico a pintar, a echar los días afuera de cualquier manera.
Mi esposa se aprovecha de eso y me tenía preparado otro lienzo... Y el otro día me dijo: "Estoy de antojo, y quiero un cuadro de flores".
Y claro, aunque ya no tenga edad para esas cosas de los antojos del embarazo, ¿quién no satisface a su esposa en una cosa tan sencilla?
Ya se lo he pintado. Ella se esperaba un jarrón o canasto con un ramo de flores, pero yo me he inclinado por las florecillas sivestres de los campos, que también tienen derecho.
En el lienzo he plasmado unas amapolas y margaritas, pintando tranquilo mientras escuchaba esta música:
EN EL CIELO UNA FLOR SILVESTRE", la puedes oír copiando esta direc
ción:
http://es.youtube.com/watch?v=FE-iNsFcI0Y

martes, agosto 21, 2007

COMPRA MI NOVELA

No olvides que mi novela la puedes adquirir en
http://circuloindependiente.net/tienda/la-pista-del-lobo-p-195.html

Alli puedes ver de qué trata la historia, pero además de la sinopsis de la obra, que verás detallada junto a la foto del libro, ya te explico que cuando yo apenas tenía 6 años los máquis secuestraron a mi amigo y compañero de juegos y se lo llevaron a las montañas.
Ése es uno de los capítulos, el principal, pero la novela narra también otras muchas cosas, propias de la vida que transcurría en la Sierra de Cádiz en los años de la posguerra española, una página negra de nuestra historia reciente: el contrabando, el hambre, atracos a trenes y bancos, fusilamientos indiscriminados...

El precio de venta al público en librerías es de 18 euros, gastos de envío no incluídos. Tengo una docena de ejemplares en mi casa para aquellas personas que deseen tener mi obra dedicada y firmada. Para ello deben escribirme y proporcionar la dirección a la que debo enviar mi novela.
El precio es el mismo: 18 euros más gastos de envío contra reembolso.
Mi dirección es: juanpangarcia@yahoo.es

MI ABUELO JUAN

MI ABUELO
Cuando me daban las vacaciones en la escuela, me iba con mi madre a casa del abuelo, en Jerez de la Frontera.
Mi abuelo era de Villalengua del Rosario, pero el Gobierno de la República repartió unas tierras para colonizarlas entre varias familias de desempleados y a él le concedieron una finca con casa y todo en Caulina, Jerez.

Mi abuelo era un hombre muy inteligente, a pesar de ser analfabeto. Había hecho de joven la campaña de Cuba y lo que no consiguieron los americanos -ni la sífilis, que acabó con cientos de soldados en los tres años que estuvo allí- lo consiguió el viaje de regreso en barco: cogió el escorbuto, que dicen que entonces era algo muy malo.

Cada día, al amanecer, mi abuelo agarraba una naranja borde de un árbol y se la comía en ayunas. Yo le preguntaba por qué se comía una fruta tan amarga y, antes de que él respondiese, mi madre me decía: “Es por su enfermedad”, y yo me quedaba preguntándome qué era una enfermedad, porque había cosas que yo no las sabía. Y es que a mí no me explicaban las cosas como hacía mi abuelo, cuando al pobre le dejaban hablar.

Por ejemplo: cuando él tenía retortijones se levantaba de su sillón y se iba al campo, y cuando mi mamá le preguntaba adónde iba él respondía: “Me estoy cagando”, y claro, eso sí que lo entendía yo, y no sólo yo: todos lo entendían, a juzgar por la cara de conformidad de mi madre.
A mí no me dejaban expresarme como mi abuelo, y cuando era yo el que tenía urgencias de vientre, decía: “Quiero hacer popó”, y para orinar, “pipí”, que es como las monjas del colegio decían que teníamos que hablar los niños.

Eso de “popó” me parecía raro y se nos quedaba la cara como de idiotas cuando nos veíamos en el trance de tener que decirlo en voz alta en la clase delante de todos. Sonaba mejor decir cagar, como mi abuelo, y todos entendían.
La monjita que nos daba clase en el colegio, cuando algún chico hacía algo malo, le decía: "Te voy a dar tras, tras en el pompis". En cambio, mi abuelo, un día que yo le escondí la petaca del tabaco, me agarró por una oreja y me dijo: "Juanillo, como lo vuelvas a hacer, te voy a dar un guantazo que tu madre te va a tener que echar el yodo con una escoba".


Mi abuelo sabía llamar a las cosas por su nombre, no hacía falta esforzarse para que lo entendieran; curiosamente, siempre decía lo contrario de mi madre. Cuando ella me explicaba que mi abuelo se comía las naranjas bordes porque eran buenas para curar su enfermedad, él me decía en voz abaja: “¡Y un carajo!: me las como porque no hay de las otras, el hijoputa alcalde de Jerez a llenado las calles de naranjos bordes, porque si los llega a poner de los buenos, con el hambre que hay la gente se comería hasta las hojas”.

De vez en cuando el viejito se ponía muy triste y se le saltaban las lágrimas; pensaba en Manuela, mi abuela, que murió hacía muchos años; yo no llegué a conocerla y él me la mostraba en fotos.
Me dijo que se fue a luchar a Cuba sin saber a qué o a quién defendería sólo porque en su pueblo no había trabajo. Nunca lo hubo en ese pueblo y la gente se iba de un lado para otro. Mi abuelo no sabía leer el contrato y puso su dedo manchado de tinta para firmarlo, se alistó y se pasó tres años en la otra parte del charco, como decía mi mamá, quien tampoco sabía leer entonces, pero sabía que había un charco grande entre el abuelo y su casa del pueblo que se llamaba “La mar”.


Me dijo que hubo guerra contra Cuba y contra Estados Unidos porque los americanos hundieron uno de sus propios barcos, "El Maine", con 266 soldados a bordo, para echarle la culpa al Gobierno de España y declararle la guerra. Yo no sabía si eso era verdad o divagaciones de mi abuelo, pero ahora que soy mayor pienso que no me extrañaría nada la certeza de sus afirmaciones: hemos visto en películas y reportajes de televisión cómo los mandos estadounidenses exponían a sus soldados a la acción nuclear en un desierto para estudiar sus efectos en los humanos.

La única ilusión que mantenía a mi abuelo vivo era el día de la paga, al fin de cada mes, porque, eso sí: le había quedado una paga por ser excombatiente en Cuba, que por otra causa no le pertenecía: no existía aún la Seguridad Social y él no había cotizado nunca.
Cuando llegaba el día del cobro, mi abuelo se vestía con lo mejor que tenía: si era invierno, se ponía su pantalón de pana, su camisa, su chaleco, la pelliza y el sombrero de fieltro de ala ancha y se iba caminando una legua hasta el pueblo. Si era verano se ponía la misma ropa, no tenía otra, y le caían los chorros de sudor por la frente. Mi madre le decía que se dejase la pelliza y el chaleco, pero él decía que debía causar buena impresión y, además, de noche hacía fresco. Y se la llevaba colgada del brazo.

Le observábamos cuando se iba hasta que desaparecía en la curva de la carretera, caminando muy erguido, llevando un bastoncillo con empuñadura de nácar en una mano, y nos quedábamos preguntando cuándo le volveríamos a ver.
Eso sucedía casi siempre a los tres o cuatro días de su partida, cuando alguien llegaba a casa en bicicleta y le decía a mi madre: “María, tu padre está tirado en la cuneta a la salida de Jerez, con una borrachera descomunal; no se tiene en pie ni deja que nadie lo levante”.
Siempre pasaba lo mismo: cada fin de mes, borrachera. En Jerez hay un barrio que mi abuelo visitaba porque tenía mucho ambiente: Rompechapines. Como tenía mucha confianza conmigo me lo contaba todo: “Algún día serás un hombre y harás lo mismo que yo; todos picamos en el anzuelo, Juanillo,” me dijo mientras cogíamos higos de las higueras que había en la finca.

En Rompechapines abundaban las tabernas y las mujeres públicas, como las llamaban entonces, y se agarraban al brazo de mi abuelo en la taberna para llevárselo con ellas a la alcoba trasera; pero mi abuelo decía que no, que era inútil insistir: “Mi pajarito guarda el mismo luto que mi corazón”.
El viejo se gastaba en las tabernas la paga y no regresaba jamás por su propio pie. En tales casos, mi madre llamaba a un vecino, que era arriero, y le pagaba por ir con la carreta a recogerlo. Y así cada mes.
Digo yo, que menos mal que estaba enfermo, pues de estar sano, no aparecería más por la casa.

Un día trajo una cosa nueva: una cajita metálica que liaba los cigarrillos en un segundo. Sólo debía poner el papelillo en el lugar adecuado y echar el tabaco en medio. Luego le daba a una palanquita y salía el cigarro ya liado. En un rato llenó una caja de zapatos de cigarrillos. Y como los tenía a mano y le gustaba de presumir de su máquina invitaba a todo el que llegaba, y debido a esa cordialidad la ración de tabaco del mes no le alcanzaba ni para una semana.
Mi mamá le reñía y le reprochaba que gastase el dinero en vicios y que no aportase nada a la casa, pero él respondía: “Ese dinero me ha costado mucho ganarlo y si lo gasto, bien gastado está. Además, por ir a Cuba he dejado morir a mi mujer poco a poco, mientras ella se dedicaba a cuidarme –llegados a este punto se le saltaban las lágrimas y comenzaba a llorar, cosa que hacía desistir a mi madre de su sermoneo–, y el que quiera peces que se moje el culo.”

Con el tiempo empeoró su salud y permanecía en la cama, donde hacía todas sus necesidades sin avisar de los retortijones, como hacía antes.
Pasaron los años y un mes de julio volví a su casa de vacaciones. Para entonces ya no me reconocía siquiera, había perdido la memoria y debido a eso murió: se le olvidó la forma de respirar y comenzó a hacer aspavientos con los brazos y a ponerse morado hasta que se quedó quieto.

Desde entonces ya he crecido un montón, bueno crecer no, sólo he llegado a medir 164 centímetros, según dijeron los militares cuando entré en quintas y me midieron; lo que quiero decir es que me hice hombre y aprendí a pensar y a hacer las cosas que hacen los hombres, que como supongo ya las conocen ustedes no voy a cansarles repitiéndolas.
Ahora soy yo el que les cuenta cosas a mis nietos cuando me visitan, si mis hijos me dejan, que ésa es otra: no me dejan hablar nunca. Perdón, creo que no me he explicado bien: me dejan, sí, hablar me dejan, pero es como si no me dejaran, porque no me escuchan ni me hacen caso.

Lo único que temo es perder la memoria como mi abuelo y llegue un día que no sepa cómo se respira. Por eso tengo en mi cajón un cuaderno lleno de dibujitos con todos los pasos que debo hacer: Inspirar…, expulsar… Inspirar…, expulsar, y así sucesivamente sin dejar de hacerlo. Bueno, y el tabaco ni lo pruebo, pues está comprobado que perjudica gravemente a la salud.

Ah, y eso de beber vino como mi abuelo y llegar apestando a alcohol agrio…, ¡eso ni hablar!; yo solo bebo ron con cola, cubano del bueno, un cubata tras de otro, no quiero que tengan que venir a buscarme a la calle como hacían con él, sino que cuando veo que las cosas comienzan a girar, me apoyo en la pared y espero a que pase mi casa por delante para entrar en ella, que uno aprende, ¡ coño!


domingo, agosto 19, 2007

REFLEXIONES DE UN SOLITARIO



"Le penseur" de Odin. Estudio Carlos Botelho

REFLEXIONES DE UN SOLITARIO

Hoy, día 19 de agosto, es domingo. Temo a los domingos: la gente se va a las playas o al campo y me encuentro solo en la red. Ahora mismo sólo yo estoy en el foro. Miro los últimos comentarios a los cuentos y me deprimo. Es como dice el dicho: “No quieres coles, pues el plato lleno”.

Entro en los foros desde enero de 2004. Comencé en Yoescribo.com y luego alterné ése con otros, hasta seis a la vez... Me tenían enganchado noche y día. En los foros he conocido a mucha gente, algunos aún se comunican conmigo cada semana; otros se fueron. He conocido a personas realmente interesantes y otras de las que tuve que alejarme. El mejor año fue el 2006. Y el peor.Yo aprendí mucho de ellas, y ellas de mí; nos necesitábamos.

Hace tres meses, hice clik, y de golpe borré tres foros de "Mis favoritos", con todos los usuarios dentro. Eso es Internet: Haces clik, clik, y desaparecen amistades, enemistades, comunicación y colaboración; todo es virtual, intangible y por tanto quimérico.

Aún me quedan dos: El Recreo y Planeta de escritores. Y me paso el día pensando, tal como el

" Pensador", de Rodín.

Sí, sé que es una tontería, que el Internet es una falacia, que las amistades son ilusorias, vienen y se van con solo pulsar el ratón. Crees que no puedes vivir si ellas, pero realmente no las conoces, sólo son un nombre y una foto , lo más probable es que sea falsa o antigua.

Pero hace unos días que siento una desazón, algo me duele, me sabe mal, y no entiendo por qué. Se forman grupitos, clanes; los mensajes privados van y vienen. Noto cambios de actitud en personas en las que había depositado toda mi confianza. Lo sé por que son ya muchos años de rodaje en los foros y uno se vuelve suspicaz, o perpiscaz, según el momento.

Estoy seguro de que con sólo un gesto cambiaría de vida: un clic y "eliminar", borrar la página Web de “Mis favoritos”, y solucionaba el problema. Atrás quedarían horas de intercambio de información, de textos, de comentarios, de proyectos y de amistades virtuales.

Lo hice hace tres meses con otros y no ha pasado nada, he sobrevivido.

A veces, como le digo e Epix en un comentario a su cuento, me gustaría deshacer entuertos, pedir excusas, volver la página; pero es imposible, la vida está formulada de tal manera que la solución a los problemas que hemos creado no depende luego de nosotros: nuestras acciones nos desbordan y aparecen incontroladas. Es difícil retroceder sin dejar rastro: la acción genera reacción y por tanto lo que hagamos genera unas actitudes en los otros que no podemos controlar, y que influyen muy fuertemente en nuestra manera de vivir y que a la larga pueden cambiar nuestras vidas.

“Rectificar es de sabios”, está escrito en algún sitio, pero cuando se ha dado el paso no se puede volver atrás, pues puede ser mal interpretado, por eso se sigue en la misma dirección que nos causó el problema, agravándolo, alimentándolo y creando un abismo entre los contendientes. Si te echas atrás en algún proyecto te catalogan como inconsecuente, inseguro, veleidoso… cuando lo que intentas al reconsiderar tu postura es recobrar la paz, la seguridad, la armonía…

Si, por el contrario, continúas en esa dirección errónea, eres un mal nacido, un ser rencoroso, celoso, despreciable…

Nunca sabes a qué atenerte.

Me siento incomprendido e inaceptado, sólo la educación, o el guardar las apariencias, hace que algunos, respetuosamente, comenten mis textos, sin más. Una palabrita aquí, otro dato allá, una frase insultante en otro lado, una pregunta insidiosa allá, dejada ahí como por descuido…

Cada cierto tiempo debo sufrir los incordios de alguien que se afana en dividir en lugar de aunar esfuerzos para crear arte, intercambiar opiniones, corregir textos y de ayudarse en la tarea de ser escritor.

Ante esto, me pregunto si no es mejor abandonar, cerrar la página que nos une y dedicarme en solitario a escribir e intentar contactar con las editoriales. Un solo clik, y vida nueva. Sería fácil hacerlo, pero… resulta que algunos me caen bien y he llegado a apreciarlos, y si los dejo los echaría de menos. Otros, sé que se regocijarían si me voy.

Mañana es lunes y recomienza la normalidad, ojalá y me aclare las ideas.

miércoles, agosto 08, 2007

EL GASTOR EN FIESTAS

Esta es una calle del pueblo gaditano de El Gastor. La foto está tomada el día del Corpus, 7 de junio de 2007, sus calles estaban engalanadas con ramas de diferentes árboles, y el suelo era una alfombra compuesta de tallos de hierbas y cereales. Para mí fue un día inolvidable, y por eso he querido inmortalizar este recuerdo pìntando este lienzo al óleo.
Pincha sobre la foto para verla más grande.

viernes, julio 13, 2007




Terminada mi segunda novela: Mariluz

AGRADECIMIENTOS: A José Tena Tejado, por el diseño de las portadas.

A mis amigas Conchi Postigo Casanueva y Marisol Tenorio López
Por su paciencia en leer, comentar y sugerir ideas y palabras que enriquecieron el texto

SINOPSIS

Mariluz es una hermosa estudiante que al acabar su carrera se enfrenta a la ardua tarea de buscar un empleo adecuado a sus conocimientos. No será fácil: preparará oposiciones, trabajará de azafata, de limpiadora, telefonista, dará clases particulares…

Y sufrirá acoso en el trabajo, será violada, y se verá inmersa en un asunto de narcotráfico y asesinatos… Es entonces que encuentra a su príncipe azul ¿Logrará salvarla?

Una novela de intriga, de pasiones incontroladas, de amor y de odio; una crítica social de rabiosa actualidad que refleja los problemas a los que se enfrentan nuestros jóvenes.

martes, junio 12, 2007

CITA A CIEGAS DE JUAN PAN Y CONCHI POSTIGO





FIESTA DEL CORPUS EN EL GASTOR, EL DÍA DE LOS PREMIOS
Hacía tiempo que deseaba conocer a ATENEA, mi paisana. Preparábamos una quedada en su pueblo para setiembre, pero los acontecimientos adelantaron la cita: ambos habíamos ganado un premio literario en el certamen  de relatos.
Amaneció un día nublado y con viento en El Puerto.”Mejor, así no pasaré calor con el traje y la corbata”, pensé mientras viajaba a El Gastor, uno de los “pueblos blancos” de la Sierra de Cádiz, situado a unos 100kms.
La entrada principal del pueblo tiene una pendiente considerable; dejé el coche al final de la calle, porque no me atreví a detenerme a realizar una maniobra de aparcamiento en esas condiciones.
Cuando cerré el coche, llamé a Conchi para decirle en qué lugar me encontraba y que viniese a buscarme. Diez minutos después, llegó ella con su marido, Pepe, un hombre muy amable, culto e inteligente, atento al menor detalle para hacer que me sintiera tan bien como en mi propia casa. También vino su hija, Cristina, la que ha escrito ese par de cuentos tan bonitos que a todos en el foro "El Recreo" entusiasmó. Los cuatro nos fuimos a ver el pueblo.
Todas las calles estaban engalanadas con ramas de eucaliptos, chopos y laureles; el suelo estaba cubierto por una alfombra verde de hierbas mezcladas con tallos de trigo y centeno. Las casas, pintadas de blanco inmaculado, resplandecían al sol; allá arriba, en el cielo completamente azul, unas parejas de buitres negros giraban de forma permanente, curiosos por saber qué sucedía en El Gastor ese domingo para que hubiese tanto trasiego de gente por sus calles.
Visitamos su plaza, el Ayuntamiento, el museo de la casa de Jose María “El Tempranillo”, y por todas partes aparecían pequeños altares, monumentos y maquetas del dolmen que existe en el término municipal. Luego nos fuimos a casa de Conchi, un precioso chalet situado en la calle de entrada al pueblo. Allí conocí al resto de su familia: su anciana madre, su otro hijo y una hermana con los suyos, una parejita de mellizos.
Conchi me hizo probar un manjar delicioso, elaborado con sus propias manos, que estaba tan sabroso que juraría que jamás lo había probado yo tan rico: lomo en manteca, y entremeses de productos ibéricos artesanales y de insuperable calidad, todo regado con Rioja. Después de comer los postres de tarta helada y tomar el café, me enseñó el resto de la casa y entramos en internet para ver qué sucedía en El Recreo.
Estuvimos hablando de literatura, proyectos, ideas y del libro que los usuarios conjuntamente estamos intentando publicar en esa web.
En casa de Conchi se está de maravilla. Y también se está muy bien sentados afuera, bajo su porche de parras de verdes hojas y rodeado de plantas y árboles frutales: melocotones, perales, membrillos, caquis, uvas…
Allí comentamos cómo se desarrollaría el acto de la entrega de premios, habida cuenta de que Conchi había asistido en años anteriores a otros certámenes y tenía experiencia.
Me explicó lo que iba a decir: agradecer la asistencia, la convocatoria del certamen y al jurado por haber elegido su relato como el mejor. Yo le dije:
 –Como voy detrás de ti, estaré atento a cómo lo presentas y yo haré lo mismo.
¡Ja, Ja, Ja! ¡Y un cuerno!
Una cosa es predicar y otra dar trigo; una cosa es proyectar algo y otra que las cosas salgan como previstas.
El salón multiusos de la Casa de Cutura estaba lleno, con más de cien personas; una cámara de televisión local estaba preparada para grabar toda la ceremonia. Llegada la hora, las tres mujeres que componían la junta directiva de la asociación "La Ladera", organizadora del certamen literario, subieron al estrado con tres hermosos y grandes ramos de flores para los galardonados.
Yo miré a Conchi, que estaba sentada junto a mí y le dije:
–Espero que no me den un ramo de flores, sólo me faltaba eso; si lo hacen, vienes a recogerlo; no lo aceptaré.
–¡Que no, hombre, que no!, ¿a ti cómo te van a dar flores? —me decía ella, con esa risa tan espontánea, y tan encantadora.
En ese instante, el presentador anunció la apertura del acto y le cedió la palabra a la presidenta de la asociación.
Ésta, muy seria y nerviosa, leyó en voz alta: ¡Juan Pan García!
¡Sí, mi nombre!, ¡yo sería el primero en salir al estrado! ¡Yo, que confiaba aprender de la ganadora del certamen y repetir sus palabras ante el público! ¡Yo, que no me había llevado las lentes para leer!
La gente se giró hacia mí –creo que era el único forastero que había en la sala y debido a ello se imaginaron que era a mí a quién llamaba–, se levantó de los asientos sin cesar de aplaudir. Me dirigí contrariado al escenario y subí los cuatros escalones dispuesto a acabar pronto, agradeciendo el premio con un simple “Gracias”.
Pero no, no fue así.
Al llegar junto a las mujeres de la Junta, me saludaron con un beso cada una, y cuando esperaba que una de ellas me ofreciera el sobre con el cheque, la presidenta me alargó dos folios escritos y me dijo:
–Tiene usted que leer su relato para que el público conozca de qué trata el cuento premiado.
Así, sin más. De golpe.
Miré angustiado al fondo de la sala, busqué a Conchi, como pidiendo ayuda; pero ella estaba demasiado ocupada pensando ya en su intervención. Cogí las hojas de papel que me ofrecía la presidenta y me dispuse a leer.
Fue a partir de ahí que el suelo tembló, una sacudida de al menos 7 grados en la escala de Ritcher: Los muebles, los asientos; la gente que tenía enfrente; el papel en mis manos; el suelo del escenario, todo, todo se movía sin cesar, sin duda el más fuerte terremoto que se había registrado en esa zona.
El papel temblaba en mis manos, las letras aparecían borrosas – ya dije antes que no llevaba encima mis gafas para leer y ver cerca. Y aunque hubiesen estado fijas las letras, no las habría visto porque era incapaz de mantener mis manos quietas, se movían más que la batuta de un director de orquestas. Recordé el truco ese de imaginar que todos en la sala estaban en pelotas y se sentían humillados de verse así ante mí. Es falso, no sirve de nada.
Las mujeres de la Junta cuchicheaban entre ellas acerca de lo mal que estaba organizado todo, de que me habían puesto en un compromiso,”Hay que ver cómo tiembla”, escuché en voz baja.
Yo no podía concentrarme en la lectura y sentí como el temblor alcanzaba a todo mi cuerpo. El cuento era largísimo, no tenía fin, a pesar de tener una página y media a doble espacio, tamaño de letra 12.
Miré hacia el público, que permanecía mudo de asombro, a la espera de asistir a mi derrumbe en el escenario. Los buitres graznaban en el cielo, sobre el edificio en el que estábamos. Pensé que estaban esperándome a mí y el temblor aumentó, ya no era un temblor normal: era la “danza del Vientre”. Sakira a mi lado era una aprendiza; mis pies bailaban mejor que Fred Astaire, los tímpanos me dolían del silencio sepulcral que invadía la sala; mis güevecillos parecían un sonajero chocando entre ellos… mis esfínteres debatían entre ellos sobre la necesidad de abrir y soltar la carga que pugnaba por salir. Aquello era el fin; me acordé de mi mujer , mis hijos y nietos, que se quedaban solos en el mundo.
Llegué por fin a pronunciar la ansiosamente buscada palabra “FIN”, y un fuerte aplauso me acompañó mientras me dirigía a mi asiento. Conchi se reía a carcajadas; yo me preguntaba que faltaba ya para morirme, Qué más cosas tenían que suceder, qué delitos más me quedaban por pagar.
–¡Concha Postigo! –llamó la presidenta.
Mi amiga se levantó del asiento y se dirigió majestuosamente hacia el estrado. La gente aplaudía estrepitosamente a su paso. Conchi caminaba lentamente, tranquila, consciente de que era la triunfadora, aquélla ante quien debíamos todos arrodillarnos. Era la más guapa, más atractiva de todas, la que despertaba en ese momento toda clase de emociones: envidia, admiración, arrobo, alegría… La impresionante mujer, joven esposa y madre de familia, subió los escalones del acceso al estrado y se puso ante el micrófono. El presentador se apresuró a colocarlo bien y se lo puso a su altura, le trajo un atril, que apareció de forma milagrosa en el estrado. ¡Qué suerte ser mujer!  Para  mí, el presentador  no  hizo nada de eso.

Conchi dejó el papel de su relato sobre el atril y, apoyando sus manos sobre él, comenzó a leer cono voz fuerte, clara y pausada, aparentemente sin nervios el maravilloso y tierno relato en homenaje a “La tía Paca”.
Su bella imagen tras el atril mirando cara a cara al público; el tono de su voz, dulce y cristalino, la emoción que transmitía al leer su relato… todo hizo que al acabar su lectura el público saltara de sus asientos, dando rienda suelta a sus emociones contenidas y aplaudiera enfervorizado.
Luego, Conchi volvió sonriendo a nuestro lado en medio de vítores y aplausos. Estuvimos escuchando a otra participante y al acabar dio comienzo el certamen de gaita castoreña. La gaita castoreña es única, sólo existe en ese pueblo. Es un cuerno, al que se le añade una cánula para soplar. La usaban los pastores del lugar, y ahora se trata de transmitir los conocimientos para que esa gaita perviva.
Para concursar con ella, de lo que se trata es de aspirar el aire y soltarlo poco a poco sin dejar de tocar una melodía. Una vez comenzado el soplo no se puede detener hasta que acabe de tocar: el que más tiempo dura tocando una melodía es el que gana.
Al finalizar la primera ronda de concursantes, nos fuimos a celebrar los premios en la terraza de una cafetería. Allí nos reímos mucho recordando la experiencia que acabábamos de tener. No comprendía cómo Conchi no había sucumbido a los nervios; ella me dijo que antes de la ceremonia se había tomado una pastilla para los nervios, pero aún a sí, no me lo creía.
Fue entonces que me di cuenta de que Conchi tenía las uñas partidas. Me dijo que se apoyaba tan fuerte en el atril, que las había dejado incrustadas en la madera.
–¡Los nervios, hijo, qué cosa tan terrible!
Luego nos fuimos a otra cafetería para divisar el pueblo desde arriba. Pepe y yo permanecimos largo rato mientras cenábamos hablando de la Naturaleza, de los senderos creados para el turismo, de los íberos que poblaron la cima de un monte que hay enfrente del bar, donde permanecen unos vestigios de su cultura. Así llegó la hora de la despedida.
Cuando regresaba hacia mi casa, al salir del pueblo vi las siluetas de los buitres en el cielo, reflejando la luz de brasas del horizonte por donde se acababa de ocultar el Sol.
“Esta vez os chincháis, amigos, no habéis conseguido mis restos.” pensé.
Sucedió el 10 de junio de 2007: un día inolvidable, que quedará grabado para siempre en mi memoria.



CONCHI CON PEPE, SU MARIDO
CONCHI, LEYENDO SU RELATO " LA TÍA PACA", 2º PREMIO
Mi amiga Conchi Postigo, compañera del foro El Recreo, y el que escribe estas líneas, mostrando los premios conseguidos en el certamen literario de cuentos de El Gastor, (Cádiz)
Objetos típicos del lugar realizados artesanalmente en esparto y palmas
Leyendo el relato "El Relevo", galardonado con el 3º premio en el certamen literario
Gaita gastoreña, instrumento musical único en España y representativo de El Gastor
Interior del patio de una casa, ornamentada para el Corpus
Museo de objetos y herramientas antiguos del lugar
Maqueta del dolmen ubicado en las cercanías del pueblo.
Una casa del precioso pueblo de la sierra gaditana El Gastor
Paseo por las calles de El Gastor al medio día, hora del aperitivo.
Calle adornada para la procesión del Corpus en El Gastor.
Vista de una calle engalanada con motivo de la fiesta del Corpus en El Gastor, (Cádiz)
Conchi Postigo Casanueva y Juan Pan García, mostrando sus premios literarios: ella, un ramo de flores y un sobre con su cheque bancario; Juan Pan, un libro de los cuentos ganadores de años anteriores y el cheque.

CRÓNICA DEL DÍA DEL CORPUS

por

CONCHI POSTIGO (ATENEA41)

Ayer hice una cosa que no había hecho en mi vida. Me cité con un hombre al que había conocido por internet.

Imagino que eso para muchos de vosotros será una cosa normal, pero para mi era algo muy especial.

Muchos planes acudían a mi mente, muchas planificaciones, mensajes, llamadas telefónicas, dudas, incertidumbres, deseos, anhelos…

Eso se vio incrementado por el hecho de haber ganado un premio en un concurso de relatos literarios.

Aunque Juan tenia en mente la idea de venir a mi pueblo, el hecho de que él ganase otro premio en el mismo concurso aceleró el evento.

Así que ayer, domingo, día del Corpus Chisti en mi pueblo, nos citamos por primera vez.

Yo llevaba nerviosa varios días, pero cuando me llamó y me dijo:

"¡ Conchi, que estoy aquí, en tu pueblo ! las piernas empezaron a temblar y cogí a mi hija de la mano en un afán por sujetarme a algo para no caer."

Fuimos hasta donde me dijo que se encontraba y sentí una sensación rara, como si lo conociese de toda la vida pero sin conocerlo.

Entonces me presenté, luego le presenté a mi marido y a mi Cristina , y en ese momento me quedé muda, sin saber qué decir ni qué hacer.

¡¡¡ Estaba cortada !!!

Mi marido sin mirarme lo adivinó y comenzó a hablar con Juan, a preguntarle si conocía estos lugares si había estado aquí alguna vez etc.

Poco a poco me fui reponiendo y al cabo de diez minutos se me pasó y comencé a hablar con él.

Estuvimos viendo el museo de usos y costumbres, la plaza con una maqueta del dolmen famoso de nuestro pueblo, las calles adornadas con ramas y juncia en el suelo, sus altares, sus flores en los balcones etc.

Luego fuimos a mi casa, comimos , entramos en el Recreo para curiosear un poco y hablamos sobre su libro , la forma de edición , los amigos del foro, los conflictos que se crean en él …

Sin ofender a nadie hablamos de mucha gente.

Y poco a poco, sin darnos cuenta fue pasando el tiempo y llegaron las seis de la tarde.

La ganadora del primer premio, (con la que yo había contactado varios días antes y que me había dicho que tenia mucho interés en leer su relato) me llamó por teléfono y me dijo que no pensaba leer el relato pues el salón no estaba acondicionado para ello.

Entonces Juan y yo nos relajamos un poco porque ninguno de los dos queríamos leer los cuentos, yo porque me pongo muy nerviosa y él porque no traía las lentes.

No obstante yo me tomé una pastillita para los nervios que tenía mi madre, por si acaso…

Nos presentamos en el salón y empezaron a entrar gente y más gente y mis nervios a flor de piel. La presidenta de la asociación habló con Pepi y quedó en que no leyésemos los cuentos.

La piernas me temblaban y los dientes me castañeaban.

Cuando llamaron a Juan él subió muy seguro y cuando recogió el premio dijo la presidenta:

"Ahora nos va a leer el relato para que sepamos de qué va."

En aquel momento oí un trueno, relámpagos, un terremoto, miles de gusanos me comían por todos lados y yo solo tenia ganas de salir corriendo y meterme debajo de la cama.

Mi marido me sujetó por la muñeca y me dijo:

-Tranquila Conchi, esto no es nada. Limítate a leer lo que llevas en el papel y a mirar solo a los de la primera fila. Confía en ti, verás como te sale bien.

Juan estaba un poco nervioso, pero se defendió bastante bien.

Cuando me tocó el turno a mi, se me olvidó todo, menos mal que llevaba la chuleta.

Un escenario con tres o cuatro escalones para subir, un salón abarrotado de gente que habría por lo menos 100 personas y yo diciendo

¡¡¡ TIERRA TRAGAMEEEEEE !!!

El presentador buscó un atril que había por allí y lo colocó delante mía, menos mal, porque así no se veían mis piernas de temblar.

Así que puse el papel, el relato y me olvidé de la gente, de los focos y de todo.

Mi hija estaba sentada en la primera fila ¡¡ Y NO LA VI !!

Cuando terminé me fui a mi sitio y pude comprobar, con disimulo, que a Juan todavía le temblaban las piernas.

Luego nos fuimos a un bar y nos tomamos unas bebidas para celebrar nuestra victoria y comentar nuestros nervios.

Y como se hizo de noche rápidamente, mi reciente amigo se despidió de nosotros y se marchó, no sin antes desearnos un pronto reencuentro y salud para poder contarlo durante mucho tiempo.

jueves, abril 26, 2007

YA ESTÁ MI NOVELA EN FORMATO PAPEL Y FORMATO ELECTRÓNICO

Formato electrónico y en edición de papel:
http://www.todoebook.com/ficha-public.asp?cod=PUB0022194
http://www.circuloindependiente.net/
YA ESTÁ MI NOVELA PUBLICADA EN SOPORTE DE PAPEL.

sábado, abril 21, 2007

Los frescos del torreón de Albalate de Cinca

Fotos cedidas por Manuel Pons




Estas pinturas misteriosas me inspiraron para escribir el relato que sigue abajo, totalmente ficticio y producto de mi imaginación perversa. Toda similitud con la realidad es producto del azar.

viernes, abril 20, 2007

Mural del Torreón de Albalate de Cinca, Foto cedida por Manuel Pons
Relato dedicado a la familia propietaria del hostal CASA SANTOS, en Albalate, muy agradecido por sus atenciones.

EL MISTERIO DE ALBALATE DE CINCA

El todoterreno avanzaba rápidamente por la estrecha carretera, en dirección a Albalate, donde se celebraba la Semana Santa. Una de las curiosidades de este pueblo es que el Viernes Santo sacan el santo Entierro en procesión, y cuando llegan a la plaza lo colocan en el suelo y hacen pasar a todos los niños nacidos ese año en el pueblo por encima del ataúd santo, en la creencia de que serán protegidos durante toda la vida. Muchos niños nacidos en la comarca también son pasados sobre “La tumba”, tal como la llaman.

Albalate es un pueblo de 1200 habitantes. Está enclavado en la margen del río Cinca, al sureste de Huesca, Tiene una torre de construcción árabe en su plaza, junto al palacio medieval de los Eril, que luego fue de los Moncada.

El vehículo pasó junto al monumento a Fleta –nacido en el pueblo y primer tenor español que conquistó la Scala de Milán–, torció a la izquierda y se detuvo ante el hostal.

Desde hacía cinco años, Carlos, un hombre de treinta años, soltero, bien parecido e hijo de un empresario de Huesca, acudía a pasar la Semana Santa en esta zona del Cinca Medio, y aprovechaba para visitar las Ripas –una montaña de trescientos metros de altura, cortada a cuchillo verticalmente en su vertiente Este, en cuya base se ubica el pueblo de Alcolea de Cinca–, y lanzarse en parapente desde la cima. En el todo terreno llevaba el equipo necesario para practicar este deporte.

Carlos había reservado una habitación en el hostal del pueblo, famoso por su exquisito plato “patatas de Casa Santos”, especialidad de la casa que muchos clientes venían a devorar desde Barcelona. Su receta había sido transmitida desde siglos antes, de generación en generación, y constituía un secreto guardado celosamente por los actuales herederos de la casa, Inés y su esposo Ramón.

Carlos se instaló en su habitación y durante los días que siguieron se lanzó varias veces desde las cimas arcillosas de Las Ripas con los miembros del club de parapente del pueblo.

También tuvo tiempo de entablar amistad con una de las camareras del hostal: Dorotha.

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La Luna llena reflejaba su luz en la pared y resaltaba las líneas oscuras del mural pintado tres siglos antes en la cal cubierta de humedades. Carlos, que permanecía desde hacía rato sentado en el suelo en un rincón, se quedó mirando las imágenes sorprendido: ¡Parecían cobrar vida! ¡Las figuras se movían y Carlos escuchó sus risas! Una mujer joven le vio y se adelantó a sus doncellas, vino hacia él con paso felino, sonriendo y abriendo con sus finas y largas manos el corpiño de su vestido. ¡No puede ser!, exclamó Carlos, que sabía que no había bebido tanto como para alucinar de esa forma. Sin embargo…

La joven bajó del muro e inició una danza muy sensual, que acabó de rodillas frente a él; entonces le acarició sus cabellos y la mejilla con dulzura; luego se sentó a su lado, se giró hacia Carlos, le sujetó la cara entre las manos y lo besó despacio, cogiendo sus labios entre los suyos, introduciendo su lengua en la boca, hurgando en ella, intercambiando fluidos… Carlos sentía un cosquilleo en su bajo vientre, mientras la abrazaba y respondía a las tiernas caricias. Pronto notó la presión de su miembro viril que forzaba por salir de su encierro. La chica posó suavemente su mano entre las piernas, moldeando el bulto que se había formado, notando su extremada dureza, y entonces se levantó y se quitó el vestido, quedándose completamente desnuda. Carlos se alzó rápido y se situó de rodillas ante ella, abrazándola y pegando la mejilla a su vientre, cubriéndola de besos y bocados tiernos. Pronto estuvieron desnudos y entrelazados en el frío suelo. La ninfa se arrodilló y separó sus muslos, quedando a horcajadas sobre su vientre y echada hacia delante; puso las manos a ambos lados de la cabeza de Carlos, mientras oscilaba con mágicos movimientos que le producían dulces sensaciones. Carlos admiraba sus senos, cálidos, que oscilaban sobre su cara y los tomaba entre sus manos y besaba; apresaba entre sus labios aquellos pezones endurecidos que se disputaban las caricias y sentía estremecerse al tacto de sus manos el cuerpo de la muchacha. Carlos sentía un placer inmenso, increscendo, que acabó sacudiendo su cuerpo con espasmos increíblemente placenteros que le sumieron en la nada, con la respiración agitada y descontrolada.

Al cabo de unos momentos volvió a la normalidad. Con los ojos cerrados, respirando quedamente, recordó lo sucedido unas horas antes…

Dorotha era una chica joven y rubia, con una trenza que le alcanzaba hasta media espalda; de grandes ojos de color azul claro, metálico, como el cielo raso de Albalate en los días en que azota el Cierzo.

Dorotha había llegado de Polonia dos meses antes, y esa noche del Sábado Santo se había citado con él. Ella, tal como habían convenido, esperó a que se apagasen las luces del restaurante, abrió la ventana de su habitación –ubicada en la planta baja, en la parte trasera del edificio–, y se descolgó hasta la acera. Luego se dirigió, cautelosa, hacia el coche todoterreno, un Suzuki negro y con los cristales tintados, que la esperaba en la calle con su motor encendido, calentando el habitáculo.

Al entrar en el coche, Dorotha sonrió y dijo: “Perdonar, yo no puede venir antes; yo no estar segura de jefa acostada.”

Carlos la abrazó y besó con ansia; ella rechazó el abrazo y dijo: “No; no aquí, poder ver alguien.”

El vehículo arrancó con rapidez, lanzando con fuerza gravillas hacia atrás, y se dirigió hacia Alcolea, al otro lado del río, cruzando el puente construido en medio de un bosque de altos árboles y espesa maleza, reserva de jabalíes y corzos, alegría y despensa de cazadores.

Nada más cruzar el puente, el conductor salió de la carretera y dirigió el vehículo por un camino que lo llevaba al interior del bosque.

– ¿Adónde ir? Aquí no es Alcolea, no hay hotel –exclamó la rubia

–Luego iremos, cariño, antes quiero hacerte el amor en pleno bosque.

– ¡No, no! Tú llevarme a casa, esto no gustarme

– Tranquila, verás como te gusta; luego te llevo al hotel.

La chica estaba asustada y negaba con la cabeza; intentó abrir la puerta del coche en marcha, pero no pudo: el conductor la había bloqueado desde su lado.

Al ver que Dorotha estaba asustada y comprender que ya no podría convencerla, detuvo el vehículo.

Al cabo de unos segundos abrió los ojos, justo el momento preciso para ver el destello de la espada brillar a la luz de la Luna.

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Inés, la dueña del Hostal Casa Santos, marcó el número de Urgencias. Al cabo de unos segundos cogieron la llamada en el cuartel y diez minutos más tarde llegaba ante el hostal el Land Rover de la Guardia Civil. De él descendieron un sargento y un guardia. Isabel salió a recibirlos

– ¿Qué ocurre? ¿Aún no ha aparecido? ¿Han mirado bien en su habitación? ¿Saben si salió con alguien?–el sargento de la Guardia Civil no cesaba en sus preguntas, mientras entraban en el edificio.

–La chica no está en la casa, la hemos buscado por todas las habitaciones y no hay rastro de ella. Ayer acabó su jornada y se fue a su habitación para acostarse. Hoy debía madrugar para preparar los desayunos de unos clientes que se levantan muy temprano para ir a pescar al río. No sabemos de nadie del pueblo que esté relacionado con ella, no tiene amigos: hace poco que trabaja aquí y aún no conoce a nadie, exceptuando a los clientes habituales y sus compañeras de trabajo.

La voz de la desaparición de Dorotea, “la polaca”, se extendió como la pólvora y en poco tiempo la gente se congregó delante del hostal para colaborar en la búsqueda. Un nutrido grupo de hombres se dirigió al río, allí repasaron cada palmo de terreno antes de cruzar el puente y pasar al otro lado. No tardaron en descubrir las huellas de un vehículo pesado, que los condujo hasta un cuerpo medio oculto entre un matorral: era Dorotha.

La Guardia Civil encontró el todoterreno manchado de barro y con restos de hojas y matojos aparcado delante del palacio de los Eril, en la plaza. No había rastro del conductor. Siguieron con la mirada las huellas de las pisadas de barro que comenzaban en el coche y seguían hasta la torre árabe. Se dirigieron a ella.

La torre es conocida por sus frescos medievales de la tercera planta. Ésta consiste en una habitación de 4´50 x 3´80 metros con una única ventana, y cuyas paredes están adornadas con unas pinturas en tonos grises que relatan la historia de Judit y Holofernes –el general enviado por Nabucodonosor en el siglo llV antes de Cristo –, sacada del Antiguo Testamento, donde se narra cómo Judit conquistó al general asirio y lo venció: Cantaba y danzaba para él en su tienda, y le ofrecía vino. Cuando estuvo ebrio y se quedó dormido le cortó la cabeza y la pinchó en una vara; más tarde la plantó ante la puerta de la ciudad sitiada. Esto produjo tal desconcierto en los invasores, que aterrorizados huyeron, abandonando máquinas de guerra y animales. Judit fue ejemplo durante siglos para los débiles: les enseñó a emplear astutamente cualquier medio para lograr la victoria ante el poderoso.

Los guardias encontraron la puerta del torreón cerrada. Cruzaron la plaza y preguntaron en el Ayuntamiento por la llave. El conserje comprobó que ésta no estaba colgada en su lugar y ninguno de los presentes en el Consistorio sabía cómo había desaparecido. Los Guardias volvieron a la torre, forzaron la puerta y subieron las estrechas escaleras. No se escuchaba nada, ni un murmullo, el silencio era doloroso.

El edificio olía a humedad, parecía abandonado, y el hecho de encontrarlo cerrado les hacía pensar que allí no había nadie. Ya desconfiaban de encontrar lo que buscaban allí y decidían regresar, cuando al alcanzar la tercera planta vieron que se filtraba sangre por debajo de la puerta. Le dieron una fuerte patada y ésta se abrió de golpe, mostrando la escena:

Todo el suelo estaba anegado de sangre, y sobre el pavimento de piedra yacía el cuerpo desnudo de un hombre… ¡decapitado!

Su cabeza estaba colocada sobre una columna partida de mármol. Tenía los ojos muy abiertos y miraba con expresión de horror hacia los dibujos de la pared de enfrente.

Sobre ésta, escrito con sangre, que chorreaba de cada letra hacia el suelo, aparecía un nombre: JUDIT

FIN