El Internet es un medio maravilloso para adquirir información, publicar nuestros textos, para comunicarse, conocer gente y hacer amigos.
Ha sido gracias a Internet que en los dos últimos años he podido asistir y participar en encuentros culturales organizados por grupos de internautas amantes de la poesía. También ha sido Internet quien ha hecho posible que conociera en persona a seres virtuales entrañables, cuya desbordante alegría, sinceridad y empatía han tejido una fuerte y estrecha amistad entre ambas familias. De esa manera he conocido a la familia Antonio Porras y Loli, a la de Nelo en Valencia, a Conchi y Pepe en El Gastor, a la de Xary Cano, y a la familia Esteban de Miguel y Mercedes Dueñas.
El pasado miércoles, Mercedes me dijo que iba a estar unos días desconectada de Internet porque se iba a pasar unos días a casa de su madre, en Andujar, para recoger los pomelos de su jardín. Añadió que si yo quería pomelos tenía que ir a ayudar a recogerlos y que luego nos invitaría a comer a un sitio muy bueno del centro de la ciudad.
Y le tomé la palabra.
Pero como soy muy considerado y responsable no quise abusar de mi presencia y me presenté en su casa al día siguiente a las dos de la tarde, cuando calculé que ya habían terminado de recoger los frutos del pomelo: ¡11 bolsas de 15 kilos cada una: 165 kilos de fruta de un solo árbol!
Y nos fuimos a comer a uno de los mejores sitios de Andujar: Cafetería Memphis, que se halla en la avenida 12 de agosto, nº 20.
En ningún lugar de Andalucía he comido el rabo de toro tan exquisito como lo preparan allí. Pero es que, además, pides una cerveza y la tapa que te ponen es tan grande, que si repites ya estás lleno.
Lo pasamos tan bien y nos gustó tanto lo que comimos, que luego volvimos a cenar y lo pasamos realmente bien con muchas risas, mucho brindis y mucha alegría.
Al día siguiente amaneció lloviendo y se truncó la visita a la ciudad; pero sí pude conocer una de las singularidades de Andujar: El Mercado de Abastos.
El Mercado de Abastos de Andujar, antigua plaza de toros, es circular y fue recientemente reformado. La sección central está dedicada a las flores y plantas, las cuales mantienen todo su esplendor gracias a la luz que le proporciona la cúpula diáfana que ocupa el centro del edificio.
Pero al decir antes lo de singular me refería a la costumbre de almorzar en el mismo mercado. La gente compra lo que desea comer y se lo entrega al dueño del bar. Luego se sientan en una de las mesas y mientras esperan piden algo para beber: refrescos, bebidas alcohólicas, café o caldo de cocido. Varias mesas estaban ya ocupadas, pero encontramos una libre y nos sentamos.
Como hacía frío pedimos unas tazas de caldo de puchero, y a los pocos minutos comenzaron a llegar los platos que habíamos encargado: sardinas asadas, chuletas de cordero, morcillas y chorizos a la brasa.
Por el pasillo central pululaban vendedores de objetos y ropas, pero también indigentes que se acercaban a las mesas pidiendo. Incluso un hombre bien vestido y obeso, que miraba lo que comían en las mesas y pedía que lo dejaran probarlo. Una y otra vez. En una y otra mesa. Se tragaba la morcilla entera y se iba a otra mesa a pedir algo. Era digno de fotografiar, pero por respeto no lo hice. Creo que estaba enfermo, y me temo que algún día caiga reventado en medio del Mercado.
La virgen Santa Mercedes Dueñas.
Otra cosa que me dejó estupefacto es el arte que tienen algunos para vender. Siempre me han dicho que un buen representante es capaz de venderle arena a un árabe en el desierto, pero el caso al que asistí en el Mercado de Andujar no se me olvidará:
Estábamos tranquilamente degustando las sardinas recien asadas cuando vemos acercarse a un hombre con los brazos abiertos y sonriendo. Miraba a Mercedes y decía:
"¡Qué alegría, mujer, encontrarte de nuevo, cuánto tiempo si verte!"
Se fue hacia ella y le estampó un par de besos, reiterando la alegría que sentía de volver a verla mientras ella trataba de recordar cuándo fue la última vez que le compró a aquel hombre.
Al final el hombre consiguió venderle media docena de paquetes de calcetines, cada uno conteniendo media docena de pares. Y además, un café calentito.
Entre el vendedor que se ganaba honestamente y con arte la vida, y el gordo y tragón que nos quería quitar las costillitas de cordero asadas, nos parecíamos a San Francisco de Asís, que atraía y llamaba hermanos hasta a los animalitos.
También tuvimos el placer de conocer a la madre de Mercedes, la señora María Ballesteros, una encantadora octogenaria amante de la lectura (tiene las paredes del salón recubiertos de colecciones de libros del Círculo de Lectores) y cuyas delicadas manos crearon valiosas joyas de artesanía manejando magistralmente las agujas en labores de punto en cruz y de lana. Carmen y ella simpatizaron al instante y se intercambiaron consejos y muestras de punto de ganchillo.
Obras de arte realizadas en punto de cruz por María Ballesteros
En fin, que el Día de la Constitución de este año no lo recordaré por lo que significa ese día: la Carta Magna no se ha revelado como lo que la inmensa mayoría de los españoles esperábamos de ella, ni garantiza los derechos que en ella se estipula. Al amparo de la Constitución, la clase política se ha comportado como lo que verdaderamente es: una jauría de vividores y corruptos que se ha enriquecido y cubierto sus espaldas con injustificables privilegios, mientras ha arruinado el futuro y las esperanzas de varias generaciones de jóvenes y ha extirpado los derechos adquiridos tras décadas de lucha de sus mayores.
No, nada que ver con la Constitución. El día 6 de diciembre lo recordaré como uno de los encuentros entre amigos más felices de los últimos años. Y, además, me traje dos bolsas de pomelos. Me vienen de perlas, pues yo acostumbro a tomarme el zumo de uno cada mañana en ayunas: previenen muchas enfermedades, aportan mucha vitamina C y son buenos para adelgazar.