Pensaba yo, iluso de mí, que tocarme la lotería navideña sería el cambio que
los Mayas hace siglos presagiaran, pero
llegó la fecha y se celebró el sorteo y, como es costumbre, no me ha tocado
nada.
Sigo tal como estaba: mileurista, que vive en un piso soñando con mudarse a una casa con patio y jardín donde plantar naranjos, césped, rosales y diversas plantas. No; no podré comprarme la casa de mis sueños, una que está en venta desde hace cuatro años.
Sigo tal como estaba: mileurista, que vive en un piso soñando con mudarse a una casa con patio y jardín donde plantar naranjos, césped, rosales y diversas plantas. No; no podré comprarme la casa de mis sueños, una que está en venta desde hace cuatro años.
Ayer en televisión una señora de Alcalá de Henares que había rechazado comprar el número que ha
sido agraciado y prefirió otro que no le ha dado nada, respondía a la reportera
que «Era feliz sabiendo que el premio había caído en los hogares de sus vecinos más necesitados; ella tenía sus
necesidades cubiertas y se alegraba por ellos».
¡Ja,ja,ja!, permítanme que me ría.
Suena bien de cara al tendido, pero no deja de ser una declaración
hipócrita: lo que esa señora hubiera querido, como yo y como todo el que compra
un número, pues para eso lo compra, es que le hubiese tocado a ella; los demás,
que se jodan.
Ésa es la pura realidad, lo demás es engañarse a sí mismo. Seguramente, esa pobre mujer se dio de cabezazos contra la pared cuando escuchó el número que había ganado en la radio o en la televisión. Entonces se dio cuenta del tremendo error cometido.
Ya me veía yo como Berlusconi: sentado en el borde de la piscina de
una lujosa mansión, rodeado de hermosas jóvenes posándose sobre mí como moscas
hambrientas; y a mi mujer tendida en una camilla mientras un mulato joven y musculoso, solamente vestido con una pequeña
toalla a modo de falda, la cual no logra cubrir del todo su tercera pierna, se afana
en darle un placentero masaje en la espalda y las nalgas.
Tampoco hubiera despreciado un segundo premio con el cual
adquirir ese chalet de dos plantas que veo cada vez que voy a caminar por la
ruta del colesterol, con 200
metros de jardín vallado, paneles solares, piscina y
barbacoa. Poder contratar a una asistenta para las labores de la casa y dejar descansar a mi mujer; viajar a Sevilla en taxi para ir a los
teatros y sala de fiestas, y llamar por teléfono a mi mujer y decirle que
se me ha hecho tarde y que debo pernoctar en un hotel (sin decirle, por supuesto, que me acompaña una belleza para que me
cuente cuentos para dormir y cuando tenga hambre me dé teta).
Incluso me hubiera venido bien un tercer premio para
comprarme el dichoso chalet, aunque luego me rompiese las espaldas y las piernas cavando
en el jardín para plantarle flores a mi parienta. Vendería este piso viejo y
con el dinero obtenido tendría un colchón para amortiguar los pellizcos del Gobierno y
de Hacienda
Ya me gustaría, visto que nada me ha tocado, que me hubiese
tocado el cuarto o quinto premios para realizar el viaje al Iguazú, esa
maravilla de Argentina, donde también residen algunas de mis mejores amigas
virtuales, a las cuales hace años que prometí visitar, abrazar y besar. Por ese
orden.
Pero nada de eso ha sucedido: sigo igual de pobre que antes, peleando
con el monedero para llegar al día 30 de cada mes, maldiciendo cada vez que me
obligan a realizar gastos imprevistos, como la ITV; restringiendo los viajes y
salidas de ocio; ocupando un piso en la última planta de un edificio en el que
viven 20 vecinos, la mayoría morosos y en pleitos con la Comunidad, pues ni
acuden a las asambleas ni pagan la cuota, dejando que el edificio se caiga a
trozos, habiendo de espolvorear el motor del ascensor con Viagra para que tenga fuerzas para subir hasta la última planta. Todo ello me impide invitar a mi casa a los amigos porque siento
vergüenza de ver el estado del edificio.
Y, claro, viendo la situación en que viven millones de personas en España, debería decir
lo mismo que esa señora de Alcalá: «Otros lo necesitan más que yo y estoy
contento de que les haya tocado»
¡Y un carajo! Lo que estoy es hundido, decepcionado, ¡joder!
Si la Constitución dice que todos somos iguales y con los mismos derechos, ¿por
qué coño no me toca a mí la lotería y a
otros sí?
De alegrarme por los
demás, ¡nada! Siento que la diosa de la Suerte me ha maldecido: jamás me ha
regalado nada y lo poco que he conseguido lo he tenido que sudar con sangre y
lágrimas; y últimamente no me toca ni mi
mujer. Ella es más conformista, más sensata, más dulce... Me dice: Cariño, no
pasa nada, quizás tengamos más suerte en la del Niño...
¡Anda, anda...!, déjate de niños, cariño, que no está el horno
para bollos ni para pestiños.
Me uno al club de los poco afortunados...pero bueno te deseo una Navidad llena de amor porque el dinero no quita la soledad ni te hace un mimo cuando estas enfermo, ni siquiera te sirve la comida con mucho amor...y te dice papa te quiero mucho, en fin para mi eso es lo más importante, besossssss y que esta Navidad la pases con mucho amor y alegría...
ResponderEliminarA mí tampoco me ha tocado.
ResponderEliminarLa verdad es que cada vez juego menos y menos que jugaré porque el año que viene el estado se llevará el 20% de todos los premios.
Efectivamente el dinero permite muchas cosas que mejoran la vida y el que lo niegue no está diciendo la verdad.
Felices Fiestas.
Yo, Juan, no puedo decir ni lo de "mientras tengamos salud..." :-) Porque no tengo ni salud ni dinero. No sé si cortarme las venas o dejármelas largas.
ResponderEliminarEso sí, aunque no tengamos ni dinero ni salud, mientras tengamos humor, iremos tirando.
Besos y felices fiestas!
Bueno, Juan, otra vez será... eso es lo que solemos decir. Y, eso sí, como bien dice Ana, que no falte el sentido del humor. A mí tampoco me ha tocado nada.
ResponderEliminarLo de la salud, pues será un tópico, pero yo digo lo que aquél "Virgencita que me dejen como estoy".
Ais, entiendo a esa señora. Es verdad que si yo tengo el número en la mano y lo rechazo (¡cosa que nunca hago por si las moscas!), me daría rabia, pero también me alegraría por los demás, más si sé que están necesitados. Están los tiempos... Recuerdo que uno de los momentos más entrañables que siempre nos gustaba ver a mi madre y a mí, era ver en el telediario a la gente que le había tocado celebrando con cava y gritando de alegría. Nos contagiaba.
Espero que hayas pasado un buen día de Navidad y que tengas una entrada inmejorable del 2013 y que este año nuevo te traiga todo lo que necesites para ti y los tuyos.
Un beso,
Margarita