martes, diciembre 04, 2012

FELICIANA (Reposición)

FELICIANA COCA PEREZ, relato basado en hechos históricos. Ha ganado el 2º Premio en el Certamen Internacional de Relatos convocado en  2008 en El Gastor ( Cádiz), en el cual participaron 180 relatos procedentes de todas las comunidades de España e Iberoamérica.
Para ilustrar el texto, y sin que tengan relación alguna con esta historia, he pegado fotos de pinturas presentadas en una exposición organizada por el Exmo. Ayuntamiento de Villa del Río:
1º Villa del Río, de Blas Moyano. 2º y 3º Mujeres, de Manuel Luna Rosa



En Villa del Río (Córdoba), aquel día de abril del año 1866 amaneció soleado y con un cielo completamente azul. El aroma de azahares de los naranjos que adornaban sus calles flotaba en el aire fresco de la mañana y los rosales del jardín de la Casa Consistorial presentaban la fina capa del rocío caído durante la noche, provocando la admiración de la dama que descendió de la diligencia. En una sala del edificio se hallaban las hijas del Marqués de Benamejí y sus descendientes.

La lectura del testamento del Marqués estaba prevista para las diez en punto de la mañana. Aún faltaban unos minutos y sus familiares, nerviosos, se removían inquietos en sus asientos. De pronto el ujier abrió la puerta de la sala y anunció: “¡Doña Feliciana Coca Pérez!”

El murmullo de la sala cesó súbitamente y todos se volvieron hacia la puerta al oír el nombre de la dama. Luego se miraron unos a otros con la sorpresa dibujada en sus rostros. Uno de los presentes exclamó: “¡¿Pero cómo se atreve esa fulana a presentarse aquí?!”

En ese instante apareció Feliciana en el umbral de la espaciosa sala. A pesar de su aspecto enlutado y compungido, reconocieron que se conservaba hermosa. Sabían que en su juventud fue la mujer más bella de la comarca, y que vivía en Bujalance, un pueblo cercano, en cuyas fiestas el difunto Marqués la había conocido varios años antes, enamorándose en el acto de ella.

La familia intentó separarlos, usando todos los medios posibles. Pero fue en vano. Todos los presentes en la sala notarial sabían que un día, ya lejano, el Marqués Juan Bautista Bernuy reunió a sus hijos en el salón del palacio y le dijo a Francisco: “Hijo, no entiendo tu falta de respeto hacia el apellido que llevas, ni tu incapacidad de raciocinio, ni tu torpeza y ligereza al tomar decisiones. Me gustaría mucho que sentaras la cabeza y eligieses una mujer de nuestra clase; pero respeto tu deseo de permanecer soltero y disfrutar de la vida sin ataduras. Para satisfacer tu sed lujuriosa, existen en Córdoba y Sevilla casas de reconocida fama, donde bellísimas y selectas mujeres, educadas para conversar y dar alegre compañía, te darían la felicidad que buscas con dulzura y amabilidad, sin obligarte a nada.
En cambio, esa joven que frecuentas…, una plebeya que carece de la educación necesaria para vivir entre cortesanos; una inexperta, que a la primera entrega se quedará embarazada y te robará la libertad y la dignidad... Las noticias corren por los pueblos, alimentando los corrillos en las calles y establecimientos y ofreciendo una imagen tuya inaceptable para un Bernuy: la del rico heredero que sólo piensa en fornicar con sus siervas.
Te ordeno que te apartes de ella. El soltero más deseado por las ricas herederas de la nobleza, que revolotean en torno a él como abejas en un panal, no debe perder su dignidad con una sierva. Querido hijo: no sé si te das cuenta de que con tu actitud estás mancillando el buen nombre de la familia. Si no me haces caso y persistes en tu locura, tendrás que asumir las consecuencias". 
Aquel día el joven Francisco, quien por primera vez en su vida sentía las uñas del amor arañarle el corazón, bajó la cabeza y permaneció mudo ante la reprimenda. Pero no pudo sustraerse al embrujo de Feliciana y continuó visitándola. Poco a poco se fue distanciando de su familia y como los reproches, insultos y acusaciones continuaban se fue a vivir con su novia.

Feliciana era plebeya, y no estaban permitidas las relaciones entre éstas y los nobles, por eso, y a pesar de que durante los años que vivieron juntos fueron felices y ella le dio tres hijos, Francisco nunca quiso hablar de matrimonio, decisión que alababan sus hermanas pensando en que, finalmente, ellas heredarían el marquesado. A la muerte de sus padres, Don Francisco de Paula se convirtió en el 8º Marqués de Benamejí, pero ese título en nada cambió su relación con Feliciana hasta el día de su muerte, el 29 de marzo de aquel año 1866. Ése era el motivo por el que las hermanas y sobrinos del Marqués fueron citados allí para escuchar del Notario la repartición de sus bienes.
¡Y Feliciana entraba en la sala en ese instante!

Todos la observaban con desprecio, preguntándose quién la había llamado. ¿Para qué? ¿Qué pretendía? ¿Suplicar una limosna para ella y sus hijos? ¡De ninguna manera, esa ramera ya había hecho suficiente daño a la familia!
Una hermana del difunto Marqués miró a su esposo y movió negativamente la cabeza, no entendía el porqué de la presencia allí de la recién llegada. Dirigió una mirada despectiva hacia la dama que avanzaba por el pasillo central, y en su rostro apareció una mueca de repugnancia. Luego se giró hacia el frente y le dio la espalda.

Feliciana avanzó por el pasillo, decidida y con la cabeza alta, y se dirigió hacia la primera fila de las sillas situadas frente al ostentoso y labrado escritorio de caoba del Escribano General. Iba vestida toda de negro y cubría su cabeza con un finísimo velo que ocultaba la tristeza de sus grandes ojos verdes, enmarcados en profundas y azuladas manchas delatadoras del sufrimiento. Era alta y esbelta, su cintura estrecha y sus senos firmes, no muy grandes, lo justo para atraer todas las miradas. Se sentó en una silla en el lado derecho, apartada de los parientes del finado cuyas últimas voluntades serían conocidas en breves instantes.

Horas antes, un carruaje negro tirado por cuatro caballos de color azabache había ido a recogerla a su casa para llevarla a la reunión convocada en la Casa Consistorial por el Escribano General del Reino.



Al evocar el maravilloso encuentro que tuvo lugar unos años antes a pocos kilómetros de donde se hallaba ahora, unas lágrimas rodaron por sus mejillas.
Aquel día ella paseaba por la calle principal, que lucía engalanada con farolillos y guilnardas con motivo de la fiesta de la patrona. Estaba mirando los productos que ofrecían los feriantes cuando vio venir hacia ella a un caballo que se había puesto nervioso y no obedecía a las riendas de su amo. La gente gritaba, presagiando la tragedia. Al llegar frente a ella el corcel relinchó y levantó las patas delanteras, dejándolas caer pesadamente a un metro escaso de su cabeza. Ella, presa del pánico, se desvaneció. El jinete, que no era otro que el joven Don Francisco de Paula, desmontó rápidamente y acudió en su auxilio, intentando reanimarla y permaneciendo a su lado hasta que recobró la lucidez. Pasado el susto, se ofreció a acompañarla y la invitó a unos dulces para que olvidase el mal rato que por su culpa había pasado.
Aquel encuentro breve les supo a poco y concertaron otras citas. La admiración y deseo de estar juntos dio paso al amor, que surgió apasionado, fuerte y lleno de ternura.

Una tarde calurosa de verano se bañaron en las frescas aguas del Guadalquivir, acompañados por cientos de pececillos que, admirados ante la belleza y lozanía de sus cuerpos, mordían despacito y fugazmente sus carnes, como preludio de los besos y caricias que seguirían luego.
El sol descansaba sobre una colina y, curioso por ver lo que hacían los jóvenes, introducía sus finos rayos entre el follaje de los árboles. Unas nubes permanecían quietas allá arriba sobre el remanso, disfrutando del espectáculo que ofrecían los dos enamorados yaciendo abrazados sobre la hierba, hasta que, ruborizadas por la audacia de sus juegos amorosos, cambiaron sus tonos grises en anaranjados y rojos. Allí fue donde Feliciana, descubriendo nuevas y agradables sensaciones, se estremeció de gozo y dejó escapar un largo y hondo suspiro, que la transportó dulcemente en una nube de algodón hacia la nada...

A ese encuentro siguieron otros, cada vez más ansiados, más apasionados, más enamorados. Nada les detenía, nada les impedía entregarse con toda el alma. Ni las habladurías de la gente, que daban por hecho que el Marqués la abandonaría una vez saciado su ego, tal como había sucedido con otras mujeres anteriores a ésta. Ni las amenazas del Marqués, quien llegó a insinuar la posibilidad de desheredar al primogénito si éste no rectificaba; ni los intentos de soborno con que intentaron alejar a Feliciana del joven alocado Francisco de Paula.

Al quedarse embarazada, lejos de abandonarla, el joven enamorado decidió irse a vivir con ella, haciendo caso omiso de las habladurías de la gente y de su familia. Vivieron juntos muchos años y juntos vieron crecer a sus tres hijos.
Absorta en sus pensamientos, Feliciana no se había dado cuenta de que el Notario había iniciado la sesión y después de decir unas palabras preliminares, comenzó a leer el documento:

“Yo, Don francisco de Paula Bernuy y Aguayo, Marqués de Benamejí y Conde de Villa la Alta, en plenas facultades…”

Feliciana recordó la cruel enfermedad que se lo había arrebatado, destrozando su vida y envolviéndola con el manto de la soledad y del dolor. Recordó las horas pasadas a su lado en el lecho, intentando hacerle menos dolorosa la existencia, atenta al menor detalle, acariciándolo y abrazándolo para retener el calor que, inevitablemente, se le escapaba del cuerpo.

Sus ojos se llenaron de lágrimas al recordar lo sucedido en los últimos instantes de la vida de su amante:
La alcoba olía mal, se sentía la muerte. Ella intentaba paliar el hedor del aire viciado colocando ramos de rosas en la habitación. Un escribano, el médico y el sacerdote rodeaban la cama del enfermo. Era tal su gravedad que el cura inició el rito de la extremaunción, y fue en ese preciso momento cuando el moribundo dijo:
– No padre, eso aún no. Cásenos antes.
Ante la mirada perpleja del sacerdote, el Marqués insistió:
– Feliciana, mi amor, acércate y dame la mano. Y usted, padre, celebre el matrimonio sin dilación.
Poco después Feliciana y el Marqués pronunciaban el “Sí, quiero” y Francisco se abandonaba en los brazos de su amada.

“Lego mis bienes a mi esposa, doña Feliciana Coca Pérez, y a nuestro hijo, Juan de Dios Bernuy y Coca, el título de Marqués de Benamejí.
Y para que así conste y sea respetada mi voluntad, firmo la presente en la Villa del Río, el día…”

Al escuchar eso, Feliciana se desmayó. Cuando recobró el sentido, la familia del Marqués había abandonado la sala. El Escribano General le explicó que se habían ido muy enfadados, le preguntó si lo había entendido todo bien y ante la respuesta afirmativa dio por finalizado el acto.

La Marquesa se levantó de la silla y salió del salón sin vislumbrar aún todo el alcance de la nueva situación que se le ofrecía: ¡Sus hijos, al fin, dejaban de ser bastardos y ocupaban su lugar en la Historia!

Al salir a la calle, un grupo de guardias vestidos con uniforme de gala, que esperaban junto a la carroza para escoltarla, se puso firmes y le presentó armas. Mientras se acercaba a su nueva residencia, Feliciana recordó las palabras que un día le dijo su esposo: “Si muero antes que tú, seré tu Ángel de la Guarda."



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8 comentarios:

  1. Hola Juan, gracias por las felicitaciones, yo también te felicito por lo que escribes y como expresas tu arte a través de este hermoso blog. Leí la historia y está muy buena.
    Un saludo afectuoso y ojalá sigamos en contacto.
    Hasta siempre!!!!

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  2. Hola, Luna lunar: Me alegro de que encuentres bueno este blog. Intento hacerlo mejor cada día para no defraudar a los visitantes. Te agradezco tus amables palabras y, ya sabes, estaremos en contacto.
    Saludos.

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  3. Anónimo4:16 p. m.

    Ohhh Juan!!
    Es precioso, me ha gustado especialmente, aunque sea algo triste por la muerte del marido.
    Me encantó leerte^_^
    Un abrazo!

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  4. Gracias, Lady luna, me alegro mucho que te haya gustado.Nos seguimos leyendo. Un abrazo.

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  5. FELICIDADESSSSSSSSSSSSSSSSSSSS

    TE HARÉ ALGO BONITO
    MIL BESITOS DE AGUA
    MERCHY

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  6. ¡Hola, Mertxy! ¡Fíjate, un 2º premio para este relato, elegido entre más de 160 participantes en el concurso!
    Espero con ansia tu regalo. Mil besos desde el Sur.

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  7. Genial relato Juan, y genial la panza a llorar que me he dado. Debe haberme pillado floja o que soy muy romantica. jajaja.
    Bellisimo y romantíco relato.
    Mis felicitaciones. Besos.

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  8. Buenas,

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