Esto que les voy a contar no es un cuento, valga la redundancia. Ni tampoco el título significa el sonido de un gas que se fuga a plena luz del día en el interior de un ascensor lleno, obligando a sus ocupantes a mirarse sospechosamente unos a otros.
Sucedió en el último viaje de mi jornada de trabajo como revisor en el tren de cercanías que cubría la línea Aranjuez- Madrid-Atocha, el día 3 de diciembre de l999, a las siete de la tarde, 31 minutos y doce segundos. Para que luego digan que he perdido la memoria. Pues no, nada de eso, recuerdo perfectamente todos los sucesos de mi ajetreada vida, y especialmente a todas aquellas personas que me han tratado bien, o me han hecho daño, a lo largo de mis últimos sesenta años; todo lo llevo grabado en un rinconcito situado debajo de mis cabellos y sobre mis cejas.
Rebobinemos la cinta de la Historia y detengámonos en ese tren:
Hacía casi dos horas que había anochecido, el tren estaba lleno de viajeros silenciosos que regresaban a sus hogares tras una larga jornada de trabajo, observándose unos a otros directamente, o con disimulo a través del reflejo producido en los oscuros cristales de las ventanas. El aire estaba cargado a causa de la calefacción, del aliento y de los diferentes olores de tantas personas. Por la ventana pasaban velozmente las luces de los edificios en dirección contraria. El termómetro del vagón informaba de la temperatura en el exterior: 5º C.
A esas horas, yo estaba hasta la coronilla de picar billetes, y sólo deseaba llegar a Atocha, entregarle el informe a mi jefe y coger el Metro para bajarme en Cuatro Caminos y refugiarme en mi casa en la calle Bravo Murillo (perdonad que no os dé el número, pero mi intimidad es sagrada).
Habían pasado cuatro minutos desde que salió el convoy de la estación de Getafe cuando vi sentado en un rincón junto a una puerta a un hombre que me llamó la atención por su aspecto desaliñado. "Otro rumano sin papeles", pensé. Me acerqué a él y le pedí el billete:
—No billete, no pesetas— me dijo el personaje, abriendo mucho los ojos y sacando los forros de los bolsillos para demostrar la veracidad de lo que afirmaba.
—Pues si no tiene usted dinero, ¿por qué ha subido al tren? O paga el billete, o se baja en la próxima.
— No, yo no bajar, no pagar, usted hacer lo que quiera. A mí, psss...
Y yo me quedo pasmado ante la osadía del sujeto. “¡A mí psss…”, me dice el tío, encogiéndose de hombros!
En esto que veo al fondo del vagón al vigilante jurado que pone RENFE a mi disposición para estos casos.Cuando me mira le hago señas de acercarse con la mano, y el hombre se abre paso a codazos entre la gente que ocupa el pasillo.
—¿Qué pasa aquí? — espeta con la respiración agitada el recién llegado, un chaval de 27 años que apenas cabe dentro de su uniforme porque cada día pasa tres horas en el gimnasio alzando pesas antes de iniciar su turno de trabajo en RENFE. Y yo le miro, levanto los hombros y digo:
—Este señor, que parece ser un inmigrante, un insolvente, y le pido el billete y dice psss….
— Ah, ¿sí? Y qué va usted a hacer con él
—Psss…
—¿Psss…?
—A ver, qué quieres que haga si no quiere pagar y ya estamos llegando a Atocha. ¿Denunciarlo?
—Psss…
—¡¿Cómo que psss…?!
—Pues no veo qué otra cosa puedo decir: él no quiere pagar y dice Psssssss, y usted no le va a cobrar ni denunciar, ¿me puede decir qué desea que haga yo?
—Psss… Lo que quieras, yo sólo deseo acabar la jornada y perderme de vista.
El vigilante se gira ante el estúpido que quiere complicarme el día, le presenta su mirada 347 bis, ésa de Lee Van Clif en "El Bueno, el Feo y el Malo", y le dice, arrastrando las palabras y balanceando su cuerpo, golpeando una mano dentro de otra mientras lanza un escupitajo al suelo que va a caer sobre el zapato del viajero contiguo:
—¿Qué pasa, tío?, ¿vamos de chulos por la vida? Pues conmigo ni se te ocurra, que te doy una guantá que te van a tener que echar la mercromina con una escoba.
Y el indigente nos mira muy serio, primero al vigilante y luego a mí, levanta los hombros y dice:
—¡Psss…!
—¡Psss…!
—Cómo te atreves, hijo de ...!—exclama el vigilante enfurecido, levantando el brazo para arrearle.Yo me apresuro a sujetarlo y le digo que ésas no son maneras de tratar a los ciudadanos, que se calme que ya estamos entrando en Atocha. Y él me dice, rojo por la ira.
—¿Y entonces qué hago yo aquí?, ¿para qué me pagan?
Y el que viajaba sin billete, y todos los que estaban alrededor escuchando sin perderse una sola palabra, elevaron sus hombros y exclamaron al unísono: ¡PSSS…!
En ese momento el tren se detuvo en la estación de Atocha y las puertas, que habían permanecido atentas a lo que sucedía en el interior del vagón y no se habían perdido ni una sola palabra de la discusión, se abrieron exhalando un sonoro ¡PSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS!
Nota: Sí, lo sé, este escrito no es lo que esperábais, se puede mejorar, claro. Pero siempre no se puede comer marisco, y hay días en que uno debe conformarse con un bollo de pan con aceite, tomate y sal, y con eso no carburan al cien por cien las neuronas. Prometo estrujar mi mente para sacar a la luz mejores ideas. Paciencia, dentro de poco cobraremos la paga de Navidad y podré alimentarme como es debido, y entonces las ideas brillantes llegarán a mí como las señales del satélite a mi antena digital. Gracias por vuestra paciencia. Merci pour vötre patience, Obligado por lo mismo. Thank you for items.
A mí de todas formas, el marisco me sienta mal :-) Psss...
ResponderEliminarUn besazo
Quizás no estés contento con el relato, Juan, y quizás no sea la prosa a la que nos tienes acostumbrado, pero tiene un gracejo que me ha parecido genial.
ResponderEliminarHa sido un auténtico cachondeo y un placer. Enhorabuena.
Un abrazo.
¡Vaya, Ana, me va a salir barato invitarte! ¡Qué tal unas cervecitas con papas al alioli?
ResponderEliminar- PSSSSSS
-¿PSSSSSS?
Un beso
Bueno, g.lr. tu amabilidad es notable. Se agradece, vaya que sí.
ResponderEliminarUn abrazo.
No es simple amabilidad, Juan, sino mi sincera opinión. No me gusta la crítica literaria, pues no me considero cualificado para realizarla, así que me dejo llevar por las impresiones que el relato me procura. En este caso me he divertido mucho, y eso es lo que intento reflejar en mi comentario.
ResponderEliminarEntiendo que escribes bastante mejor que lo que este cuento refleja, pero éste tiene una frescura que produce una lectura realmente agradable. Quizás no sea un compendio de buen hacer literario, pero bienvenido sea así, pues conseguir entretener con la lectura está al alcance de no muchos.
Un abrazo.
De nuevo te agradezco tus palabras, amigo g.l.r. son muy estimulantes y me incitan a esforzarme por mejorar.
ResponderEliminar¡Ya quisiera yo mostrar en mi prosa el estilo literario tuyo!
Un abrazo.
Favor que usted me hace, caballero, pero ese deseo ya lo ha visto usted cumplido.
ResponderEliminarUn abrazo.
P.S.- Bueno, ya no pondré más comentarios -al menos hasta el siguiente post- que me estoy poniendo empalagoso.
Bueno Juan, de verdad un gusto leerte PSSSSS jajajajaja
ResponderEliminarBesos
Flor
Psss... Juan, escucha. En mi pueblo hay un sujeto que cuando le preguntaron por cómo le había ido el viaje en tren en su primera vez, contesto: No veas como corría el tren, pero los postes corrían más todavía.
ResponderEliminarA mí me lo contaron este fin de semana y les dije: Pssss... ¿y a mí que mecuentas?
Un abrazo
jajaj
ResponderEliminarPsss es algo!
A mi me gustó tu loco relato!
Un abrazo amigo
Gracias , Flor.
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Ja,Ja,ja! Antonio, me alegra tu sentido del humor.Yo también veía pasar as luces a garnvelocidad en sentido contrario, pero...a mí psssssss
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola, Claudia, gracais por pasar. Me alegro de que te haya gustado. Un beso.
ResponderEliminarEstupendo relato, Juan.
ResponderEliminarOriginal, con gracia, y un algo entrañable.
Saludos.
¡Anda, Lola en la revista Woman!
ResponderEliminarGracias , amiga, me alegro de que te haya gustado.
Un beso.
Juan, pssssss!!! Jajaja. Qué exactitud la del revisor, ¿qué vivía con el reloj pegado, la criatura? Parece que le gustaba el rigor, porque lo que es el vigilante como se lo tomaba con calma. Me ha divertido este viaje en tren.
ResponderEliminarY, ah, bueno, me gusta el marisco, pero cómo no, un buen bollo con tomate, aceite y sal, es gloria bendita, también. Qué te voy a contar, jeje.
Un beso grande, amigo,
Margarita
¡Ja,ja,ja! Margarita, ese revisor tomaba nota de todo para hacer su informe.Le preguntas por qué lo hace y responde "PSSS.... por que me da por ahí".
ResponderEliminarEl pá amb tomaca també en agrá molt.
¿Has visto cómo hablo idiomas? Es que tuve que aprender para poder treballar en la llínea Madrid-Santa Engracia- Barna.
Un beso, amiga, me alegro de haberte hecho pasar un ratito agardable.
Pues a mí, pssss. ¿Quién no lo ha dicho alguna vez? Siempre sonará mejor que decir a mí me la... Coincido con G.L.R. el objetivo de esta historia está conseguido e incluso no exento de cierta metáfora (las luces de los edificios en dirección contraria)del todo acertada. ¿Qué más quieres?
ResponderEliminarJuan, muy bueno el articulo. Me tendrá que contar alguna anécdota en la entrevista.
ResponderEliminarSaludos.
Manuel Téllez, Director del programa "Nostalgia bajo la Luna" de Radio Arcos
Cierto, Manuel, quién no ha dicho Pssss..., alguna vez. Por cierto: no es lo mismo decir Psss... que hacer piss, todos lo sabemos.
ResponderEliminar¿Tú quieres hacer pis? En la primera puerta, a la derecha.¿Y qué metáfora es esa que escribo sin darme cuenta?
La verdad es que suena mejor decir Psss... que decir "A mí, como si te la machacas en un yunque". Esto del lenguaje popular es un cachondeo.
Un abrazo, amigo, gracias por tu visita.
Hola, amigo Manuel Tellez, un placer verle opinar por aquí.
ResponderEliminarIntentaré recordar algo para contarte en esa noche mágica a la Luz de la Luna.
Un abrazo y gracias por venir.