Varias escritoras y poetas han expresado de diferentes formas en la Red el sentimiento doloroso por lo sufrido y el mensaje implicito de que ¡NUNCA MÁS SE PERMITA QUE SUCEDAN COSAS COMO ÉSAS!
Claudia Isabel, excelente y reconocida poeta de Buenos Aires, nos invita a leer su poema:Además del enlace de Claudia, quiero dejarles aquí el relato de Silvia Pereiro, otra argentina conocida en los foros literarios como LENY:

IDENTIDAD
Cuando tomó el colectivo aún faltaba un largo rato para la hora de la cita.
No importaba, bajaría unas cuadras antes y caminaría. Le vendría bien para tranquilizarse y, además, no había lugar para sentarse y ya le dolían las piernas. Recién en la vereda, se dio cuenta de que aferraba aún, junto al boleto y al pañuelo blanco, el rosario de cristal de roca que la acompañaba desde la comunión de su hijo. El más chico.
Comenzó a caminar mezclándose entre la gente que habitualmente paseaba los sábados por Rivadavia, preguntándose si podrían tener alguna idea de la felicidad y la ansiedad que estaba sintiendo. Supuso que no. El gesto adusto que se le había instalado desde hacía tres décadas y que nunca había logrado borrar, disimulaba muy bien cualquier emoción.
Pensó una vez más en el lugar elegido para el encuentro y que, quizás, no era el indicado. Pero él jamás había salido de Trelew y como el amigo que lo hospedaba vivía a pocas cuadras de allí, era posible que no estuviera tan mal.
Además en su última carta, él mismo le había pedido que la cita fuera en algún bar. La haría menos formal, menos solemne.
Cuando le faltaban pocos metros para llegar sintió un aleteo en el estómago, las manos le hormigueaban y las piernas le flaquearon. Debió aferrarse a una vidriera de la galería para no caerse.
Se preguntó nuevamente si alguno se habría dado cuenta, o si intuirían las mil imágenes que poblaron su cabeza como una película en retroceso…
…Cómo la primera carta que recibió de la asociación, en la que le avisaban que él había estado averiguando por su cuenta. Que había dudado toda su vida, pero que sólo se animó a confirmarlo cuando murieron sus padres. Sus padres…
…O el miedo a otro desgarro, a otra perdida, a hacerse ilusiones. Las mismas que se había hecho cuando en el setenta y nueve le contaron que su hijo, el más chico, estaba bien en Uruguay. Y las que le arrancaron cuando se enteró de que era mentira.
Mentiras. Siempre hubo mentiras.
Y lágrimas…
Durante el día, en oficinas inmundas donde los recursos de amparo se apilaban para borrarse. Y en la noche, cuando un país ignorante o cómplice, festejaba el triunfo del último gol de un mundial en el que éramos derechos y humanos, mientras estallaba en bocinazos y saltaba para no ser holandés.
…Tapando sus oídos mientras estrujaba el pañuelo blanco pensando en la Plaza. Y estrenando el gesto adusto y esas venas abiertas que parían la certeza del nunca más.
Nunca más verlo ni abrazarlo.
Nunca más saber si su nieto había nacido para ser, como ella y tantos otros, una víctima absurda y demencial de una guerra oscura y oculta…
Logró recomponerse y caminar los metros que le faltaban. Abrió la puerta de la confitería y los vio.
Y lo vio…
En los ojos francos de él y en la actitud asombrada del niño que lo acompañaba. En el corte de pelo, en la forma de las orejas, en la nariz recta y en la postura de los hombros.
Sus miradas se cruzaron y él se levantó empujando el brazo del pequeño.
— ¡Ahí está! —pareció decir.
Y el miedo al rechazo, a la ignorancia, al desprecio desapareció de golpe. Con la sonrisa de ambos. La misma…
La misma…
— ¡Hola abuela! — Dijo cuando ella llegó. —Te presento a tu bisnieto…