
Me dirijo a ustedes porque dicen que el desahogarse es bueno para la salud. Bueno, sin más dilación paso al tema que deseo comentarles:
Resulta que mi santa mujer se pasaba el día con la cara muy seria, mustia, con un rictus torcido como sonrisa, quejándose de que la vida era un asco, una rutina: trabajar, trabajar y trabajar todos los días del año. Cuando llegaba la noche me daba la espalda y nunca me deseaba, “Estoy muy cansada”, decía.
Un día me pidió que le explicase la forma de entrar en Internet, una herramienta que yo uso a diario porque es fundamental para mí, pues soy trabajador autónomo y trabajo a comisión para una conocida marca bodeguera, dedicándome a promocionar sus productos y atender los pedidos de los clientes. Pero esto no importa, no era eso lo que quería contarles.
Mi esposa me rogó que la enseñase a comunicarse con sus amigas por el MSN, o sea: a chatear.
Yo acepté, muy contento de poder complacerla en algo, ya que últimamente nada parecía conseguirlo. Después de cenar, le dejaba el ordenador durante una hora mientras yo miraba las noticias y mi serie preferida en televisión. Pero al cabo de unos días me dijo que necesitaba el PC durante dos horas, tres, cuatro…
Llegó a pasar toda la noche sentada ante la pantalla, comunicándose con alguien del otro lado del mundo. «Tenemos las horas cambiadas —decía ella—: cuando yo me acuesto, mi amiga se levanta y solamente podemos coincidir trasnochando una y madrugando la otra». Difícil arreglo tenía el asunto.
Un día comenzó a sacar fotos antiguas de nuestro álbum y a escanearlas para enviárselas a su amiga, fotos con diez o quince años de antigüedad. Le dio por guardar en un CD las fotos que recibía de su amiga para que yo no la conociese: “No sea que te guste y quieras también charlar con ella”, me dijo.
Ella no sabía que yo me había convertido en un experto en informática y que descubrir la clave de su correo electrónico fue un juego de niños para mí. Entré en su correo y… ¡me quedé de piedra!
Su amiga se llamaba Ramón, ¡RAAAMÓOOON! Tenía 40 años y decía que ella (mi esposa) era lo único en su vida, su sueño, su alegría, sus ganas de vivir, que moría de amor por ella y que tenía orgasmos mirándola en las fotografías.
El tío era bajo, más bien obeso, y medio calvo, ¡y me había suplantado a mí, que medía 1´90 y tenía un cuerpo modelado durante muchos años en el gimnasio, y conservaba todo mi cabello largo y plateado!
¿Qué buscaba mi mujer? ¿En qué le había fallado yo? Ésas fueron las preguntas que me acosaron en los días y noches siguientes.
Me dediqué a observarla con atención. Parecía otra: se vestía como las dieciochoañeras, enfundándose vestidos de la talla treinta y ocho; se cambió de peinado y lucía una sonrisa permanente en sus labios. El otro día, al salir del ascensor, nos cruzamos con unos vecinos del 2º y se quedaron mirándola. La vecina no pudo contener su admiración y le dijo: “Chica, que guapa estás, pareces enamorada”, y ella se sonrojó como un clavel de la feria de Sevilla.
Me propuse llegar hasta el final en mi investigación, ¡al cuerno con la Ética!, qué cojones, a nadie le gusta que le pongan cuernos, aunque sean digitales, virtuales o como se llamen.
Abrí su correo y me fui derecho a la “papelera”, puse un CD en su sitio y copié todo lo que ella había eliminado para leerlo con tranquilidad, si se puede tener tranquilidad cuando alguien obeso y medio calvo se está trajinando a tu mujer desde el lado opuesto del globo. ¡Y menos aún si éste se llama Ramón! ¿Os imagináis a vuestra esposa diciéndole a un extraño “Ramoncín…te amo, soy tuya, soy de vos…?”¡Qué horror!
Lo primero que abrí fueron las cartas de ella, y fue lo peor que hice en mi vida: las cosas que ella decía que le haría a su enamorado no me las ha hecho a mí ni en sueños.
Ella, que siente repugnancia hasta de beber en mi mismo vaso, le decía al enano que con sumo gusto le haría una mamada que le haría perder el sentido. Además, le describía sin pudor cada rincón de su cuerpo, dándole detalles de su forma y situación. Las mismas cosas que deseaba que el otro le hiciera, yo se las había propuesto hacerlas muchas veces, y casi se me divorcia porque decía que yo era un pervertido… Encontré los piropos que le hacía al miembro viril que le había enviado en una foto su “amante”: uno más bien delgado y corto: doce centímetros a lo más en estado excitado.
Se me nublaron los ojos por la rabia y por la impotencia…
¡Por la impotencia! Ésa era la excusa que daba ella por desearle tanto aun estando casada, ¡decía que yo era impotente y que no la satisfacía! ¡Yo, que cumplía todos los martes y sábados desde que nació nuestro hijo, que ahora tiene veinte años! ¡Impotente yo, que se me ponen las venas de mis 19 centímetros de nabo hinchadas como rabos de lagartos solamente al verla en bragas! ¡Ay, Dios! ¿Qué le ocurre a mi esposa?
Y el otro cabrón diciéndole que su mujer no vale nada comparado con mi niña: que si aquélla tiene las tetas lacias y secas; que si el vientre parece el de una preñada, que si… ¡Por favor! Y mi esposa le sigue el juego y le dice que “desea comérselo con papas, que no le da asco, que todo se lo traga…”
El otro día me pidió que le instalase para el Messenger el micrófono y la cámara. No le pregunté para qué, me lo imaginaba… Y comenzó la sesión de “cine amateur”: ella se desnudaba ante la cámara para que su amado se masturbara. ¡Pienso yo que harían eso!
Lo hacía cuando yo me acostaba. Yo me hacía el dormido y la dejaba gozar lo que quisiera, pues, de todas formas, peor que antes no íbamos a estar, cuando ella estaba tan triste, seria y amargada.
De pronto un día todo acabó: ella ya no quiso más Internet, ni más fotos ni más cartas; lo dejaba todo, volvía a mi cama y con amor me abrazaba y besaba. Yo quité la cámara, el micro y el Messenger, pues en mi casa nada de eso hacía falta. Y regresaron los años mozos de recién casados, el amor y sus pecados… ¡Todo maravilloso!
¿Qué había pasado?
Pues eso, que por la web cámara salen todos los defectos, y mi esposa no es la misma chica de veinte años que aparecía en las fotos que ella le había enviado; los años no pasan en balde. Y que el enamorado también la había engañado: su picha era mucho más corta aún que en la foto.
Intuyo que fue por eso: nadie cambia una autopista por una vereda, ni una caña de lomo ibérico por una Frankfurt.
En fin, les he contado todo esto para advertirles de que esto del Internet es muy peligroso; muchos matrimonios se han destruido por su culpa.
Ahora mi esposa me ama más que nunca. “Ay, mi amor… Si tú supieras que he estado a punto de abandonarte para irme lejos, muy lejos…”, me dice, mientras cruza sus piernas sobre mis nalgas. Y yo guardo silencio y me guardo mi secreto mientras con cariño la penetro. (¡Anda, con rima y todo!).
Ahora ella se va sola a la cama y me deja trabajar tranquilamente en el ordenador hasta altas horas de la madrugada. Sabe que me tendrá dos veces a la semana como antes, como siempre…
Desde hace un par de días me escribo con Alicia, una mujer tierna y sensual. Tiene ojos color turquesa y labios que destilan miel. Me ha enviado un par de fotos, es preciosa…
FIN