Mi mujer adora escuchar la radio en el equipo de música mientras se entretiene sentada en el balcón haciendo ganchillo. Ya ha hecho con sus bonitas y delicadas manos una colorida manta de lana para cada uno de sus hijos y nietos. En ello ha puesto el alma
Ella perdió a su madre a los nueve años. Su padre contrajo nuevo matrimonio y dejó a Mari Carmen y a su hermano Manolito al cuidado de su abuela, que los crió amorosamente como si fueran sus hijos. La abuela se dedicaba a vender joyas y muebles.
El abuelo era un hombre delgado y bajito, tenía el rostro moreno y surcado de profundas arrugas; sus manos eran fuertes y nervosas, curtidas por el sol y por las labores del campo
Los dos hermanos nunca supieron qué había sucedido antes de su llegada a la casa para que su abuelo se fuera a vivir al campo, abandonando a su esposa y a sus cuatro hijas, pues ni su abuela ni sus tías jamás hablaron de ello.
Cobraba una pensión exigua y debía de trabajar para ayudarse a cubrir los gastos. Iba por los cortijos y granjas pidiendo trabajo, y se lo daban quizás porque exigía menos sueldo y se conformaba con dormir en un jergón de paja tirado en un rincón de las cuadras, con la única compañía de los animales.
Una vez al mes, iba a Jerez a cobrar la pensión y se acercaba a la casa y gritaba desde el portal: « ¡Mari Carmen, baja!»
Y su nieta bajaba corriendo las escaleras de aquella casona de dos plantas, donde vivían cuatro familias alrededor de un patio interior lleno de macetas.
Al llegar a la puerta de la calle, el viejo cogía en brazos a su nieta y cubría su carita de besos, luego la colocaba en el suelo y buscaba en sus bolsillos alguna baratija que había comprado al pasar por la plaza. Y mientras la niña contemplaba su nuevo regalo, él abría su capazo y sacaba un ramito de flores silvestres recogidas con cariño para ella mientras caminaba hacia el pueblo. La nieta, asombrada por la belleza del color azul de las violetas y del oro y el blanco de las margaritas destacando entre las hojas verdes de los tallos, cogía el ramo y se lo pegaba a la nariz para aspirar con deleite el natural perfume; luego se abrazaba al abuelo y lo miraba con sus enormes ojos celestes brillando de alegría y agradecimiento.
Así todos los meses, todos los años… hasta que un invierno tan frío y lluvioso que no permitía laborar el campo, regresó a su casa.
A la espera de que lo volviesen a llamar en la granja, el viejo compraba palma, pita y aneas y fabricaba escobas, sopladores y capazos, que vendía en una tienda a bajo precio. Descontando el coste de los materiales, le quedaba poca cosa; pero él no podía estarse quieto, ni dejaba de ir a pedir trabajo en la granja. Decía que si no le daban trabajo con sus gallinas y el ganado, se moriría. Y acertó.
A los seis meses de su regreso, murió.
Fue una agonía dolorosa.
Las últimas semanas las pasó encamado con tez amarillenta y tiritando de fiebres. A veces, cada vez más seguido, se masajeaba su vientre, quejándose de terribles dolores. Fue la abuela quien sacó de la cómoda el calcetín donde ella escondía sus ahorros y llevó al marido al hospital para que le hicieran unos análisis. Los médicos le diagnosticaron «algo malo y sin solución» en el estómago.
Los dos ancianos nunca se dirigieron la palabra, pero ella permanecía a su lado con su nieta, quien ya había cumplido los dieciocho años. Y entre ambas lo lavaban, lo vestían y le daban comida y medicinas.
Al igual que las velas que su esposa le ponía a la virgen pequeña de barro que presidía el comedor, el abuelo fue extinguiéndose poco a poco. Una tarde, el enfermo estaba muy mal, tenía en su rostro dibujado el rictus del rápido desenlace, y la abuela le dijo a Manolíto que fuera a avisar a sus tías. Cuando éstas llegaron, acompañadas de sus esposos e hijos, encontraron al viejo ya difunto tumbado sobre la cama y vestido con su único traje. Entre la abuela y su nieta lo habían lavado y preparado para recibir las últimas visitas.
Las hijas rebuscaron en el baúl que contenía sus pertenencia y no hallaron otra cosa que ropas viejas y algunas herramientas para trabajar la palma y la anea, nada de interés, a parte de una radio a pilas, casi nueva, que hacía poco se había comprado para espantar la soledad en los escasos ratos libres que le dispensaban en la granja.
La radio estaba protegida por una funda de piel con unas ranuras para el dial y una correa para llevarlo colgado al hombro. Un trocito de papel sobresalía del interior de la funda: era una nota doblada, y la desplegaron para ver lo que había escrito: « El día que yo me vaya, esta radio será para mi Mari Carmen».
Y ahí está la radio ocupando sitio en un cajón. No funciona desde hace muchos años, ¡pero cualquiera la tira!: «Es la herencia de mi abuelo —me dice mi Carmen cada vez que insinúo desprenderme de ella–. En ella está su alma».
Y es verdad, la radio parece impregnada de él. Me da un poco de respeto cogerla; veo las huellas del uso en el correaje, en la aguja del dial, en los botones de encendido y búsqueda de emisoras… Y cuando mi mujer se lo acerca a la nariz, dice que aún huele a campo, a violetas y jaramagos.
Conmovedor cuanto cuentas de esa radio vieja, de aquel objeto en el que se guarda una esencia para quien lo recuerda.
ResponderEliminarFantástico, de verdad.
Me ha parecido muy conmovedor.
hermosísimo Juan lo que has relatado con un amor hacia esa ;Maricarmen, dile que esa manta es bellísima que yo tejí una parecida para mi casamiento pero esta es más bonita, ....le has dado un aire tan bonito a este relato que me quedé emocionada leyendo.Un beso mi amigo eres un sol y otro sol tu Maricarmen con esos hermosos ojos celestes(que tu has mendionado) .Un beso a ella también,Y el recuerdo de ese abuelo y su legado la radio ¡Magnífico Juan!
ResponderEliminarJuan:
ResponderEliminarBello y conmovedor relato el que nos regalas Juan, refleja un cariño entrañable.
pero quiero que sepas que yo me apunto para las siguiente cobija que haga Maricarmen es verdaderamente hermosa.
hasta pronto Mario
Esa radio es más que una radio.
ResponderEliminarEs un recuerdo con forma de radio.
Tirarla sería tirar el recuerdo.
Saludos.
¡Gracias, Lady Luna!Tú siempre tan amable. Muchos besos y que disfrutes del verano.
ResponderEliminarHola, M.Susana, me encanta tu comentario, siempre tan efusivo. Le di los besos de tu parte a Mari Carmen.La manta de lana hace furor, es la sexta que hace. La primera fue la mía,en 2007, es la que se ve en la foto en que presento mi novela
ResponderEliminarBesos para ti.
Hola, Mario, gracias por tu visita y amable comentario en estos días tristes para ti por la pérdida de tu hermano.
ResponderEliminarTe apunto en la lista de las mantas,ja,ja, no creo que vaya a hacer muchas más.Pero si vienes a España te llevas una nueva,y si no te doy la mia.
Un abrazo
Hola, Toro Salvaje, gracias por tu visita. Esa última frase me ha impactado, pues me ha recordado que una vez para aligerar el espacio, que ya estaba casi lleno, eliminé varios correos antiguos y cuando se lo dije a una amiga de Málaga se enfadó y me dijo: "Si has borrado mis palabras, me has borrado a mí".
ResponderEliminarY dejó de escribirme.
La radio tiene 44 años ya. Y los que le quedan, pues creo que antes me tiran a mí que a ella.
Saludos, amigo
Qué entrañable y certera es la historia que cuentas. En esas horas de radio están incluídos muchos sentimientos y recuerdos.
ResponderEliminarConserva todo lo que puedas, y trasmitelo como lo has hecho.
Gracis por compartirlo.
Muchos besos para tu mujer y para ti.
Sí, Duna, de recuerdos, para dar y regalar tiene la radio: Ama Rosa, El derecho de nacer,las voces de Matilde Vilariño y la Conesa, Gila y el carro de Manolo Escobar.. En fin, gracias por tu amable comentario. Un beso
ResponderEliminarJuan refleja un cariño entrañable por esa radio.
ResponderEliminarGracias por tu visita y comentario buen fin de semana Saludos
Hola, J.Ramón, lo mismo te deseo, que lo disfrutes. Un abrazo
ResponderEliminarDefinitivamente hay objetos que tienen alma para sus dueños, máxime cuando lo hemos heredado de alguien tan entrañable. Es como si viéramos en ellos a esa persona que nos los legó.
ResponderEliminarQue tierno y estremecedor relato el que nos dejas hoy Juan.
Un abrazo a ti y a tu mujer
"Es como si viéramos en ellos a esa persona que nos los legó".
ResponderEliminarEso mismo es lo que piensa mi esposa acerca de la radio, Belkis. Muchas gracias por tu aportación.
Feliz semana.Un abrazo.