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domingo, agosto 19, 2012

«EL PORTO»


                                           
 En una de las empresas en que trabajé en París conocí a dos portugueses: José Fonseca, natural de San Antonio. Era éste un  hombre bajito y ancho de espaldas, moreno, de frente ancha, cejas espesas y pelo color azabache, ondulado y peinado hacia atrás. Se había comprado una vivienda en las afueras de Saint Denis, algo de lo que no habían sido capaces de hacer algunos compañeros de trabajo franceses, quienes vivían en  habitaciones alquiladas, y por tal motivo sentían hacia él una animadversión que manifestaban en soeces comentarios sobre el trabajo que debía realizar la esposa de José para conseguir el dinero necesario para  pagar la casa.
José Fonseca García, o tal vez García Fonseca, no lo recuerdo, era una bellísima persona y aunque sin duda alguna debía sentirse ofendido respondía siempre  amablemente, argumentando las dobles jornadas de trabajo que ambos, él y su esposa, habían realizado durante años limpiando oficinas  después de acabar la jornada laboral en las fábricas.
Era un hombre trabajador y servicial, jamás protestaba cuando los franceses se negaban a realizar un trabajo peligroso por los gases o por la radiactividad y el encargado se lo endosaba a él.
Un par de veces tuve el honor de comer en su casa y allí conocí a su familia: una mujer bajita y gruesa, que lucía una cara de muñeca de porcelana preciosa, y dos niños de ocho y doce años, también chaparritos, que enseguida hicieron amistad conmigo mostrándome todos su deberes escolares y sus juguetes.
 Cuando me fui de mi buhardilla, sita en la calle Montmartre, en el centro de París, le dije que si quería se llegase  a  mi casa para entregarle algunos electrodomésticos y muebles, pues cuando me casé la empresa me entregó las llaves de  un apartamento precioso en Epinay, al norte de París,  y yo quería amueblarlo al gusto de mi flamante esposa. 
Trabajé durante dos años con José y al despedirnos nos abrazamos emocionados y quedamos en visitarnos en España o en Portugal.

 El otro portugués era un joven de 26 años, natural de Oporto y recien llegado de Angola, en donde había permanecido cinco años cumpliendo el servicio militar al que obligaba el dictador Salazar.
Parecía africano: piel  tostada, labios gruesos y cabello fino y rizado. Era  bajito, de mi misma estatura, aquella generación nuestra se había criado con las mismas deficiencias nutritivas y los huesos no se habían estirado lo suficiente, resultando un tipo de personas de escasa altura y con tendencia a engordar. En caso de apuros, no servíamos ni para guardias civiles, pues lo único que exigían para entrar en el cuerpo era medir no menos de 1´70, llevar bigote y haber realizado el servicio militar.
Era tan mala persona, que no recuerdo ni su nombre: le llamábamos “el Porto” (el nombre de su ciudad natal, Oporto),  y estaba medio loco. Era muy violento y se enzarzaba en  discusiones patrióticas, criticando las costumbres francesas, llegando a las manos ante la más mínina insinuación de superioridad de los franceses. Yo me llevaba bien con él por miedo. Sentía un miedo atroz  a contradecirle;  cuando se  enfadaba, sus ojos se hinchaban, parecían salirse de las órbitas y gritaba para decir las cosas.
En el comedor  de la empresa disfrutaba relatando anécdotas de su vida en Angola, cuando su batallón  rodeaba de noche un poblado y asesinaba a los habitantes y los descuartizaba  con el machete para no despertar a los otros, y todos violaban a las mujeres y niñas. Todos dejábamos de comer y lo mirábamos pasmados, preguntándonos qué hacía ese hombre en la empresa. El Delegado sindical se quejó a la Dirección y dijeron que nada se podía hacer mientra el realizara bien su trabajo; no se le podía prohibir al portugués que contara las mismas cosas que ellos, los franceses, habían hecho en Indochina.
Pero la peor  faceta del Porto aún estaba por desvelarse y el destino quiso que fuese yo quien la descubriera:
En mayo de 1968, París estaba paralizado por las huelgas: no había transporte público ni abastecimiento a los mercados ni a las estaciones de servicios, y amenazaban con  dejarnos sin gas ni electricidad. La gente utilizaba su propio vehículo para acudir al trabajo y las gasolineras no tardaron en quedarse sin carburante.

 Yo tenía un coche de segunda  mano, un Citroen DS 19, con el depósito lleno y el jefe me pidió que por favor recogiera a "el Porto", que me cogía casi de camino, apenas un desvío de un kilómetro, y lo llevara a la fábrica, pues era muy importante que el prototipo que estaban construyendo en la sección de "el Porto" se acabara en la fecha prevista. Así lo hice durante una semana, el tiempo que me duró el combustible. Dejé mi coche abandonado en la avenida de Rivoli, cerca del  museo Louvre.
La mayoría de las empresas no secundaba la huelga, pero fueron obligadas a cerrar por falta de suministro y porque los trabajadores no podían acudir a sus puestos.
 Estuve tres o cuatro días sin ir a trabajar, deambulando por el Quartier Latín, escuchando discursos en la Sorbona y corriendo delante de los antidisturbios, los CRS, y  llegando a mi casa de madrugada, exhausto tras caminar varios kilómetros.
Súbitamente, una mañana París apareció rodeada de tanques y soldados y apareció el general De Gaulle en la televisión: “Soy yo o el caos”. Y se acabó la huelga. Todos volvimos a la rutina. La empresa me recompensó por haber llevado al portugués a trabajar mientras pude.
Una semana después, el viernes por la noche, se presentó en mi casa "el Porto" con una chica árabe. Era muy joven, creo que no tendría ni 16 años, aunque en su rostro había huellas de haber vivido momentos muy duros. Yo nunca he sido capaz de adivinar la edad de los negros ni de  los árabes o los orientales y aunque "el Porto" me aseguraba que la chica era mayor de edad no me fiaba. Me dijo que me  la traía en agradecimiento por haberle llevado a trabajar durante una semana. Me quedé pasmado y sin saber qué decir.
La chica me miraba y sonreía, sabía a lo que venía y ella estaba de acuerdo.
Yo no, yo tenía una relación, nos queríamos mucho y lo que menos deseaba es que llegara en ese momento y se encontrara una mora en mi casa. O que los vecinos llamaran a la policía y me acusaran de corrupción de menores. Le dije al Portu que se la llevara, pero él insistió. Decía que  la chica era su amiga, su amante y la de todos los portugueses del edificio en que vivía, y que no debía rechazar su regalo si yo quería seguir siendo su amigo. Antes de irse miró a la joven muy serio y le dijo: «Procura que mi amigo no tenga ninguna queja de ti, o me las pagarás»
Ella asintió con la cabeza.
Nos quedamos los dos solos, yo le dije que me explicara un poco de qué iba la cosa y ella me confesó que vivía en el mismo rellano de "el Porto",  que su padre se la ofrecía a los portugueses por dinero, y que a veces éstos le pegaban. Me pidió por favor que  tomara lo que quisiera de su cuerpo, pues no quería que "el Porto" se enfadara con ella: "está loco", decía.
 A las razones que expuse más arriba, he de añadir que la chica no me gustaba físicamente. Para nada. No me gustaban las africanas con su pelo alborotado y tan rizado, sus labios carnosos, enormes, y su piel tostada y con marcas tribales. Lo que a mí me gustaban eran las blancas, fuesen morenas, rubias o  pelirrojas. Más tarde descubriría las mulatas nacidas de la unión del  hombre blanco sudafricano y las negras nativas. Eso era otra cosa.  Copular con aquella niña argelina no me tentaba lo más mínimo, y menos sabiendo que ella venía forzada y, de hacerlo, ella  no sentiría ningún placer porque como a toda musulmana intuía que le habrían extirpado el clítoris.
Pasamos la noche  hablando sentados el uno frente al otro, sin hacer ruido por temor a los vecinos. A las cinco, en el primer metro, se fue a su casa.
Ya en el trabajo el Porto me preguntó cómo se había portado y yo le dije que maravillosamente; pero que no lo repitiera porque yo tenía novia y  me había puesto en un grave aprieto.
 El día de san Fermín la empresa cerraba durante tres semanas por vacaciones. El Porto dijo que no pensaba volver, que se quedaba en Oporto, y me preguntó si quería traerlo hasta Irún, donde cogería un tren para Portugal. Se despidió de todos durante la comida pagando unas botellas de vino, y los compañeros  franceses, quienes por un vaso de Côtes du Rhône eran capaces de invitarte a hacer cama redonda con sus esposas, le abrazaron efusivamente con los ojos brillantes por la emoción.
Yo no quería quedar mal ni con él ni con la empresa, y acepté traerlo. Me aseguré de que sus papeles  estaban en regla y de que no llevaba nada que me comprometiera, y de mala gana le recogí al día siguiente y me lo traje hasta Irún.
 Me detuve delante de la estación de RENFE, y él me dijo que esperase  cinco minutos, que él iba a ver el horario de trenes y si tenía que esperar mucho me invitaría a unas cervezas y al chuletón. " Anda y que te jodan", pensé, y nada más lo vi  entrar en la estación, arranqué el coche y salí en dirección a Pamplona.


24 comentarios:

  1. Juan que aventuras y me temo que son verdad, si no todo la mayor parte. Mi querido amigo esto me dice que desgraciadamente nada ha cambiado mas bien va en aumento. Un beso.

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  2. Qué relatón nos pusiste hoy Juan, y como dice Mercedes, parece que todo fue verdad.
    La vida, nuestra vida está llena de cosas y anécdotas tan variadas que con el pasar del tiempo nos gusta recordarlas y hasta escribirlos.
    Y tú Juan lo cuentas muy amenamente. Es un gusto leerte.

    Que tengas una feliz semana amigo.
    Un abrazo

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  3. Hola, Mercedes: Todo lo escrito es verdad. Si te fijas en la parte de abajo la etiqueta dice "Memorias". Gracias por tu visita. Estoy viendo una peli terrible en Antena 3. Buenas noches. Besos

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  4. Así es genessis, poco a poco estoy escribiendo mis memorias. Algún día haré una recopilación. Buenas noches para ti. Un beso

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  5. Hola, María!
    ¿Has visto qué cambios? Uno se mira al espejo y luego mira la foto y exclama: ¡¿Quién coño es este tío?!
    Lo de la peli...
    Me gusta recordarlo todo, lo bueno y lo malo. Algún día contaré las cosas buenas, ¡ja,ja,ja!
    Un beso.

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  6. Juan:
    Por fin estoy de regreso y me encuentro esta amena historia.
    Tu si que te has visto envuelto en cada lío.
    un gusto pasar por este tu blog

    mario

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  7. Querido amigo, cosas de París año 1968, huelga general, rue Rivoli, has pasado por los lugares dónde José en aquella época habitaba, un mes duro, jejjejejeje... Al ver las fotos es cuando notamos el paso del tiempo, recuerdos de juventud.
    Me ha gustado tu relato, me has hecho vivir, el caminar de la capital de la luz.
    De nuevo volvería a todos esos lugares.
    Abrazos

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  8. ¡Hola, Mario! Ya era hora que volviras al trabajo, pillín, te pasas el año de vacaciones.Espero tu papa eté en perfectas condiciones. Un abrazo

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  9. Querida Higorca, observo que también añoras aquella época irrepetible. Muchas veces pienso en lo que dejé atrás. Del mayo 68 he escrito otro relato, que leyeron en una emisora catalana.Puedes escuchar un fragmento escribiendo en google "Inolvidable primavera".También lo puedes leer completo en el enlace de abajo. Un beso.

    http://ellugardejuan.blogspot.com.es/2006/03/inolvidable-primavera.html

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  10. Lo que se me pasó de poner es qué buen mozo el de las fotos, se parece a uno que conocí hace años y precisamente fue a trabajar en París....(jajaja)y yo me quedé en Bs. As. tejiendo y destejiendo...
    Nunca regresó. Ahora volví a coincidir con él por medio de un blog.

    Besos wapo!

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  11. ¡Muchas gracias, genessis!Pues me parece una feliz coincidencia, amiga. Yo encontré a un compañero de escuela infantil después de treinta años y me do mucha alegría.
    Besos

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  12. Juan, cuántas cosas has vivido, chico...
    Un abrazo

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  13. Hola, Antonio: toda una vida laboral dan para muchas experiencias, y supongo que no he vivido más que tú o cualquier persona de nuestra edad.Lo que pasa es que yo las cuento y la mayoría se las guarda. Ya me dice arriba María que "¿Por qué te castigas con esas pelis chiquillo?"
    Aún me queda presentar a otros personajes.Poco a poco.
    Un abrazo

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  14. Espero que el Porto tenga una vejez terrible y que pague en vida por todo el mal que ha hecho.

    Saludos.

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  15. Hola, Toro salvaje! Gracias por tu visita. El Porto seguramente se alistó como mercenario en cualquier ejército de los que ayudan a dictadores africanos.Es lo que mejor sabía hacer.
    Ojalá y lo pague del mismo modo:ojo por ojo y diente por diente.
    Saludos

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  16. Siempre es agradable visitarte y leerte.
    Con los años se tiende a mirar hacia atrás y recordar lugares, personas...

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  17. ¡Muchas gracias, Chary! Tienes razón, solemos mirar atrás y consolarnos con recuerdos de aventuras que jamás volverán. Quizás se deba a que nos da miedo mirar al futuro. Yo también disfruto mucho leyendo tus recetas, y aunque muchas de ellas me están prohibidas, se me hace la boca agua.
    Besos, amiga.

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  18. Anónimo1:43 p. m.



    Este artículo me ha parecido de lo más interestante.

    Lo recomendaré a los lectores de mi web. http://www.los-horoscopos.com

    Gracias por la información y buena suerte.

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  19. Las vivencias son esos carriles de la memoria, que en ocasiones nos aportantan momentos que siempre, siempre serán didácticos. Me ha gustado la historia y me hago cargo de la satisfacción al llegar a Pamplona.
    Un abraciño,
    Rosa María

    Nota: No mellegan tus comentarios a mi blog.

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  20. ¡Muchas gracias, Rosa María! Imagina la satisfacción que sentí al desembarazarme de aquel sujeto y llegar a tiempo de conocer los San Fermines en Pamplona.Besos

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  21. Juan:
    sigues usando la tableta para lectura o volviste a el libro papel.

    Mario

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  22. Hola, Mario: habitualmente uso el libro electrónico, pero si me prestan alguno en papel lo leo.
    Acabo de bajarme en formato epub la última novela de María Dueñas, que salió en papel el día 18 de agosto.El libro cuesta 22 euros, y a mí no me ha costado nada en epubgratis.me.
    Ya he amortizado los 170 euros que pagué por el ereader con funda y cargador.
    Unabrazo

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  23. Juan, bellisima e interesante historia, escrita magistralmente.
    Que interesante vida y que majas fotografías.
    Todo un placer Juan, tienes una vida intensa.
    Un abrazo

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  24. ¡Muchas gracias, Marian! Me halagas con tu amable comentario.Todos tenemos historias únicas suficientes para escribir un libro, pero no todos la contamos. Tu vida debe ser muy interesante, a ver si algún día te decides a contarla. O si no, me lo dices al oído, que yo sé guardar los secretos. Un beso grande, guapa.

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