Habíamos bajado del castillo de
Gibralfaro, desde el cual saqué varias fotos de Málaga y su Malagueta. Ahora
estaba sentada a mi lado en el Pimpi, con su cabeza apoyada en mi hombro. Habíamos
pedido un vino de los montes y algo para
picar, nos daba igual lo que fuese. Yo la besaba en la frente, en las mejillas,
en la nariz...
Acaricié su rostro y su cuello suavemente con la mano, ¡qué
piel cálida y suave piel la suya! Ella cerró los ojos un momento y besé sus párpados. Toda ella me atraía, sobre
todo su boca carnosa y distendida en una sonrisa magistralmente dibujada con
carmín. Iba a besarla cuando me despertaron los ladridos de Tomy, que escuchó
ruido en el rellano. Miré el despertador: las seis. " Será mi vecino que
se va a trabajar y espera el ascensor", pensé dándome la vuelta para el
otro lado y maldiciendo al perro.
¡Joder, para una vez que sueño
algo bonito!
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