El Atomium es un monumento de 103 metros de altura construido en acero y aluminio que se inauguró en la Expo de 1958. Estaba previsto su desmontaje a los seis meses, cuando finalizara el acontecimiento, pero a la vista del enorme éxito de público, ha permanecido orgullosamente en pie, observando el verde paisaje hasta nuestros días.
En 2004 lo cerraron para reformarlo, y dos años más tarde fue abierto de nuevo. Ahora cuenta con un ascensor central que sube a 5 metros por segundo.
El Atomium es la representación aumentada 16 mil millones de veces de un átomo de cristal de hierro. Son nueve esferas de dieciocho metros de diámetro cada una, comunicadas entre sí por gruesos y largos tubos, cuyos interiores esconden escaleras mecánicas o normales.
Al ver la preciosa foto que aparece en la prensa, ha surgido de algún recoveco de mi memoria el recuerdo del viaje que hicimos a Bruselas mi esposa y yo en un autobús fletado por la asociación de vecinos de nuestro antiguo barrio, Parque Alcosa, en Valencia. Un viaje que quiero compartir con ustedes.
Salimos de Valencia sobre las diez de la mañana, y dos horas más tarde comenzábamos a marearnos haciendo oídos sordos a los lastimosos quejidos que emitía el acelerado motor del vehículo al subir lentamente el Puerto del Ragut, un estrecho trazado en zigzag al borde de un barranco situado en las cercanías de Segorbe, en cuyo fondo divisábamos con cierto temor tres o cuatro camiones y autocares destrozados en anteriores accidentes.
Foto: El autor de este articulo aligerado del peso de treinta años
Paramos en Zaragoza para comer y luego nos alcanzó la noche en Pamplona, invitándonos gentilmente a detenernos para pernoctar y visitar un poco la ciudad.
La siguiente etapa fue París, ciudad que todos sabían que yo conocía y por ello me invitaron a hacer de guía: los llevé a subir a la torre Eiffel, a ver el Trocadero, Notre Dame, el Arco de Triunfo y los campos Elíseos, el Sacre Coeur, Pigalle… Entramos en las Galeríes la Fayette, y ya anocheciendo cogimos la autopista del Norte para recorrer los trescientos Km. que nos quedaban hasta Bruselas.
A esas alturas, la mayoría de nosotros estábamos hasta los mismos c…. del viaje en autocar, más aún habiendo soportado estoicamente durante casi todo el trayecto español los anuncios de RENFE: “Papá, ven en tren”. Ahora, hartos de saltar en los asientos a cada bache, oliendo a tigre en celo, sin ducharnos desde que salimos de Pamplona, sin aire acondicionado ni nada, el dichoso anuncio nos parecía una burla.
En Bruselas visitamos el centro histórico y al segundo día fuimos al Atomium. Nos quedamos maravillados ante la originalidad del monumento. Unos peldaños conducen a la primera esfera, donde unas azafatas reciben al visitante y se adquiere el billete para subir a las esferas superiores. Los tubos enormes que unen las esferas son las escaleras mecánicas que conducen hasta ellas. Cada esfera era un museo o exposición de algo, la que más me gustó fue la dedicada a la electricidad y las transmisiones: allí estaban expuestos todos los medios que el Hombre había inventado para comunicarse: la primera pila eléctrica, la bombilla, la dinamo, el primer teléfono, la primera radio, la gramola, el telégrafo, hasta la televisión en color…
Un restaurante-cafetería en la esfera central, que nadie usó debido al precio abusivo, y el descenso por escaleras normales, tipo salida de urgencias, hasta la planta baja.
Por la tarde fuimos a visitar la ciudad cada cual por su lado. Mi esposa y yo entramos en una tienda tipo Corte Ingles, de varias plantas. Estuvimos mirando los libros, la ropa y los “souvenirs” para comprar algo para la familia y amigos. En el ático había un self service-restaurante y allí cenamos muy bien con una vista preciosa de la Grande Place
A la hora de pagar la cuenta entregué billetes de mil pesetas y no me lo aceptaron: querían francos. Miré en mis billetes por si aparecía la foto de Franco, pero no tuve suerte: el billete lo presidía la imagen de un obispo. Les dije que en la entrada exhibían el famoso cartel Cambio, Change, Exchange, y que yo entendía que cambiaban cualquier clase de moneda. No hubo manera. Alegaban que ese cartel era válido exclusivamente en el centro comercial, donde se encontraba la sucursal bancaria, pero no en el restaurante. Mi esposa se quedó de rehén junto a la caja mientras yo corrí a la planta baja a cambiar la moneda antes de que cerraran la tienda. Llegué por los pelos.
Por un momento pasó veloz ante mí, sin detenerse, la idea de aprovechar la ocasión y dejar allí a mi esposa: comida no le faltaría, y ya le buscarían alojamiento. Una ocasión única de desaparecer y recuperar la soltería, la libertad; pero luego me dije que dónde iba a estar yo mejor que con mi querida Carmen, mi niña, la madre de mi hijo, mi compañera de fatigas y alegrías.
En ninguna parte. Por eso hoy, viendo las fotos del Atomium, recordamos aquella anécdota lejana y nos reímos juntos.
El viaje de retorno fue rápido: Bruselas- Andorra, donde nos detuvimos para pasar la noche y comprar aparatos a bajo precio y pasarlas a España de contrabando: cámaras de fotos, aparatos de música, magnetófonos, tabaco y licores. Al día siguiente por la noche, y reventados de tanto autobús, llegamos a Valencia.