El día 23 de febrero de 1981 fue un día como los precedentes: muy caluroso, con algún repentino aguacero y trabajo muy duro.
Ese día, después de cenar, estábamos tomando unos güisquis en el salón cuando un soldador de Algeciras, que se comunicaba a diario con su familia a través de una emisora de onda corta, nos dijo que se había producido un golpe de estado en España, y todos dejamos de hablar y de tirar dardos contra la diana para acercarnos al él y tratar de entender lo que sucedía. Fuimos a la sala de televisión y vimos en directo a Tejero irrumpiendo en el Parlamento.
Y la noticia corrió como la pólvora en el campamento. Los trescientos españoles que trabajábamos en la refinería nos apelotonamos delante de las oficinas, exigiendo nuestros pasaportes y que nos llevasen al aeropuerto.
El jefe nos dijo que no sabía nada, que las noticias eran confusas y que, de todas formas, el avión de Iberia había salido a las seis de la tarde y no había aviones para España hasta el día siguiente a la misma hora. Todos queríamos hablar por teléfono con la familia y se formó una cola. Yo me fui con un amigo en un taxi a Secunda, el pueblo más cercano, para hacer la llamada desde un restaurante que solíamos visitar los fines de semana. Y en poco más de media hora pude hablar con mi esposa.
Ella estaba asustada.
—Juani, han pasado tanques por la avenida hacia el centro de Valencia. Al ver a los guardias pegando tiros, yo he apagado el televisor, he acostado a los niños enseguida y he cerrado puertas y ventanas. ¿Tú vas a venir?
—Es que no hay avión hasta mañana por la tarde.
—Estoy asustada, Juani. He llamado por teléfono a tus padres y les he dicho que no salgan de su casa.
—Cariño, estamos todos en la oficina exigiendo nos lleven de vuelta a España, veremos qué hace la empresa. Cuídate, mañana te llamo con lo que haya.
Cuando regresamos al campamento, pasada la media noche, vimos que repetían la noticia en la televisión, y algunos guardias civiles saltaban a la calle por las ventanas del Parlamento, y más tarde aparecía el rey en la pantalla. Todo había terminado.
Al día siguiente fuimos a trabajar muy alterados y cansados. Pero no podíamos quedarnos en la cama, pues si no fichas la entrada al trabajo no cobras el día. Y pasamos las diez horas de jornada como pudimos, contentos después de todo, al saber que el problema se había solucionado.
Ese día, después de cenar, estábamos tomando unos güisquis en el salón cuando un soldador de Algeciras, que se comunicaba a diario con su familia a través de una emisora de onda corta, nos dijo que se había producido un golpe de estado en España, y todos dejamos de hablar y de tirar dardos contra la diana para acercarnos al él y tratar de entender lo que sucedía. Fuimos a la sala de televisión y vimos en directo a Tejero irrumpiendo en el Parlamento.
Y la noticia corrió como la pólvora en el campamento. Los trescientos españoles que trabajábamos en la refinería nos apelotonamos delante de las oficinas, exigiendo nuestros pasaportes y que nos llevasen al aeropuerto.
El jefe nos dijo que no sabía nada, que las noticias eran confusas y que, de todas formas, el avión de Iberia había salido a las seis de la tarde y no había aviones para España hasta el día siguiente a la misma hora. Todos queríamos hablar por teléfono con la familia y se formó una cola. Yo me fui con un amigo en un taxi a Secunda, el pueblo más cercano, para hacer la llamada desde un restaurante que solíamos visitar los fines de semana. Y en poco más de media hora pude hablar con mi esposa.
Ella estaba asustada.
—Juani, han pasado tanques por la avenida hacia el centro de Valencia. Al ver a los guardias pegando tiros, yo he apagado el televisor, he acostado a los niños enseguida y he cerrado puertas y ventanas. ¿Tú vas a venir?
—Es que no hay avión hasta mañana por la tarde.
—Estoy asustada, Juani. He llamado por teléfono a tus padres y les he dicho que no salgan de su casa.
—Cariño, estamos todos en la oficina exigiendo nos lleven de vuelta a España, veremos qué hace la empresa. Cuídate, mañana te llamo con lo que haya.
Cuando regresamos al campamento, pasada la media noche, vimos que repetían la noticia en la televisión, y algunos guardias civiles saltaban a la calle por las ventanas del Parlamento, y más tarde aparecía el rey en la pantalla. Todo había terminado.
Al día siguiente fuimos a trabajar muy alterados y cansados. Pero no podíamos quedarnos en la cama, pues si no fichas la entrada al trabajo no cobras el día. Y pasamos las diez horas de jornada como pudimos, contentos después de todo, al saber que el problema se había solucionado.
Del libro CUANDO ESPAÑA DESPIERTE.https://www.amazon.es/CUANDO-ESPA%C…/…/ref=tmm_pap_swatch_0…
Opinión de una lectora:
M. Carmen Rubet
5,0 de 5 estrellas
La novela nos relata las vida de un hombre al que le ha tocado luchar en la vida y el desencanto hacia el presente. La trama, además de distraernos, nos permitirá descubrir una serie de lugares y acontecimientos curiosos e históricos, como bien pueden ser la España de la dictadura franquista, el mayo del 68 en París y el apartheid en Sudáfrica, porque una de las constantes en el relato es el deambular del protagonista para conseguir un puesto de trabajo, algo que nos dejará ver lo difícil que fue y puede llegar a ser la vida del español fuera de sus fronteras. Por tanto, la considero una narración interesante y amena que merece mis cinco estrellas.
M. Carmen Rubet
5,0 de 5 estrellas
La novela nos relata las vida de un hombre al que le ha tocado luchar en la vida y el desencanto hacia el presente. La trama, además de distraernos, nos permitirá descubrir una serie de lugares y acontecimientos curiosos e históricos, como bien pueden ser la España de la dictadura franquista, el mayo del 68 en París y el apartheid en Sudáfrica, porque una de las constantes en el relato es el deambular del protagonista para conseguir un puesto de trabajo, algo que nos dejará ver lo difícil que fue y puede llegar a ser la vida del español fuera de sus fronteras. Por tanto, la considero una narración interesante y amena que merece mis cinco estrellas.