Foto del diario El Mundo
Cuando Curro Hernández fue a misa el domingo y escuchó decir al cura que él se había
vacunado por recomendación de Dios, que vela por sus
representantes en la Tierra, lo aceptó en seguida.
Ya podían decir misa los tertulianos del mundo
televisivo, que él solo confiaba en el padre don Julián, el mismo que le había
bautizado, dado la primera comunión y lo había unido en matrimonio con la Juana
dos años antes.
Dios solo velaba por sus fieles y
él no lo era, de ahí que cuando el jueves dio positivo en un test, comprendió
que ese era su castigo. Pero estaba
equivocado, muy equivocado.
Los síntomas que apreciaba el día
siguiente no eran los mismos del corona
virus que anunciaban los médicos en la radio y en Televisión Española: dolor de
garganta, fiebre, malestar general, dificultad para respirar… Lo suyo era unos
granos en el labio, la lengua llena de llagas, su verga inflamada y dolor al orinar.
¡Joder! ¿De qué me han servido las
mascarillas?— exclamó mientras llamaba al 112.
La voz de la empleada parecía enojada al otro lado, ¡como si fuese
ella la enferma y no yo.!
«¿Dónde ha estado?, ¿Con quién?
¿Ha llevado usted la mascarilla puesta? Tiene que quedarse confinado en su
domicilio durante dos semanas. Un médico estará, en contacto con usted por
teléfono y le irá dando instrucciones. Si empeora, tendremos que hospitalizarle.»
¡Y hospitalizado estaba!
«¡¿Pero qué he hecho yo para merecer
tal castigo, Dios mío?! »,
pensaba mirando al techo blanco y esterilizado de la UCI, tendido en una
cama con goteros pinchados en el brazo, un tubo grueso en la tráquea y una
sonda en el pene, que manipulaba en ese instante una enfermera para extraer una
muestra de los fluidos y analizarla.
Pensó en su mujer, encerrada en
su casa sin poder salir ni a comprar. Ella no estaba tan grave como para
hospitalizarla, fue él quien la contagió.
Fue la voz de una periodista dando las Noticias de la 3 en una radio, colocada piadosamente en la sala
por una enfermera para que no se hicieran tan largas las jornadas, las que
respondió a sus preguntas.
«Dos docenas de feligreses han sido
víctimas del Covid 19 durante la celebración de la misa dominical. La Iglesia
está precintada y los enfermos
confinados en sus domicilios. Así mismo, el bar de alterne El Paraíso ha sido cerrado por el mismo
motivo, hallándose sus trabajadoras en la UCI del hospital de la ciudad ».
¡La Lola en la UCI!
La misma que satisfacía periódicamente todos sus deseos por muy
retorcidos que fueran. Recordó que, siguiendo la normativa, mientas se consumía
en el bar no hacía falta llevar la mascarilla. Y él no la llevaba puesta, ni
siquiera llevaba una en el bolsillo.
Condones, tampoco. Y una reflexión se fue abriendo camino en su mente:
«Tal vez Dios perdone los errores cometidos; pero el
coronavirus y la sífilis, no. »