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lunes, julio 31, 2023
EL INDULTO DE FRANCO
miércoles, julio 19, 2023
MIS RECUERDOS: Finca “ El Rincón del Rosario”, verano de 1961
viernes, julio 07, 2023
RECUERDO DE LOS SANFERMNINES DEL AÑO 1969
CAPÍTULO 26
LAS
VACACIONES, JULIO DE 1969
Al llegar el mes de julio, mi empresa cerraba por vacaciones durante veintiún días. Yo decidí disfrutarlas en Valencia con mis
padres, pues el año anterior las pasé con unos amigos en Royan, en el suroeste
francés. Alquilamos una casita en una playa donde había dos bunkers alemanes de
la segunda Guerra Mundial.
En junio no se hablaba de otra cosa en la factoría.
Las preguntas más frecuentes eran: ¿Adónde vas de vacaciones? ¿Con quién vas?
¿Cuánto te cuesta el alojamiento?
Fue en la mañana del 6 de julio, último día de
trabajo, cuando Souto, el portugués, mantuvo una fuerte discusión con el
encargado y le dijo que se iba a Oporto y ya no volvería, pues estaba harto del
racismo y discriminación de los franceses.
Entonces vino a verme y me preguntó si podía venirse conmigo en el coche hasta
San Sebastián, de donde salía un tren que lo llevaba a Portugal sin tener que
pasar por Madrid.
Llegamos a San Sebastián a las siete de la tarde.
Souto quería que me quedase con él las tres horas que faltaban para la salida
de su tren, pero yo me negué alegando que aún había sol y que quería llegar a
Pamplona antes de que oscureciera.
—Venga, Juanito, brindemos en nuestra despedida porque
nos vaya bien y algún día nos volvamos a ver.
No pude evitar
tomarme dos o tres cervezas con él en una callejuela cercana a la estación,
donde nos obsequiaron con un espectacular chuletón a la plancha. Al final se me
hizo de noche y me despedí del portugués cuando faltaban escasos minutos para
la salida de su tren.
Me fui contento de perderlo de vista, pero el destino
me preparaba una sorpresa.
Apenas comencé a subir el puerto de Alsasua, un grupo
de guardias civiles me dio el alto. Sus correajes y guantes reflectantes, se
veían a más de cien metros.
Eran cuatro los guardias, una pareja a cada lado de la
carretera. Mientras uno se acercaba y me pedía la documentación, los otros me
apuntaban con sus fusiles.
—¡Vos papiers!
Yo le saludé en español
— Buenas noches, soy español.
Eso fue mi
perdición:
—¡Mi sargento,
es un español!
El sargento me
abrió la puerta de golpe, me agarró del brazo y me sacó de un tirón, dejándome
tirado en el asfalto. Los otros tres se acercaron y me encañonaron mientras el
oficial hacía las preguntas.
—¿De dónde viene y adónde va?
—Vengo de París y voy a Valencia, a pasar las
vacaciones
—¿A qué hora ha salido de París?
—A las siete de la mañana
— Ha tardado mucho, ¡qué ha estado haciendo?
—No tenía prisa y me he estado parando cuando se me
apetecía. He llevado a un compañero a la estación de San Sebastián, un
portugués
—¡Abra la maleta!
Apenas saqué la
llave de la cerradura y abrí la maleta me empujaron y la volcaron en el suelo.
Un guardia registró toda la ropa del equipaje y luego, al no encontrar lo que
fuere que buscaban, me ordenaron
continuar el viaje. Tuve que recoger todo el contenido de mi maleta del
suelo y ordenarlo; ellos continuaban apuntándome con sus armas y no me ayudaron
en nada ni se excusaron. Yo llevaba
pantalón corto y tenía la rodilla rozada
y con hilos de sangre del golpe que me di contra el suelo cuando me sacaron del
Dyane 6.
Me fui de allí
humillado y con un sentimiento de impotencia indescriptible, maldecía la hora
en que decidí venir a España de vacaciones, ¡con lo bien que lo pasaba yo en
París! Pero tenía que ver a mis padres y dejarles algo de dinero.
Apenas había recorrido cinco kilómetros cuando vi otra
vez los guantes y los correajes luminosos dándome el alto. Me detuve en el
arcén y esperé.
—¡Baje del coche!
«¡Por favor, Dios mío, qué tengo que soportar más!»,
exclamé mentalmente. Salí del vehículo y el guardia me dijo:
—¡Deme sus documentos y abra la maleta!
—¡Pero si me acaban de registrar otros guardias hace
cinco minutos!
—¡Usted se calla y obedece! —grito fuera de sí al
tiempo que me arreaba una bofetada. Yo sentía un fuerte dolor en el pómulo y
comencé a sangrar por la nariz. Su compañero se acercó y me empujó contra el
coche mientras otros dos me apuntaban con sus fusiles. Soportando el dolor y
aterrorizado (Podían muy bien pegarme un tiro y alegar cualquier cosa, la ley
de fugas, por ejemplo, o arrojarme a un barranco; nadie se enteraría), abrí la
maleta y esperé a que lo revolvieran
todo.
Media hora más
tarde, me dejaron marchar.
Llegué a Pamplona a las cuatro de la madrugada, aparqué en una plaza y me dispuse a dormir un
poco. Me fue imposible conciliar el sueño. Pero cerré los ojos y traté de
descansar. Había gente vestida de blanco y con pañuelo rojo amarrado al cuello
tumbada por todas partes entre botellas vacías y vómitos. Era el día 8 de
julio, el día anterior habían comenzado los Sanfermines. Cuando escuché
levantar la persiana de la puerta de un bar,
fui a tomar café y a lavarme un poco. Luego salí a la calle para continuar viaje y me detuve en una
gasolinera a la salida de Pamplona para
repostar.
Cuando llegué
a Valencia con el ojo morado y el pómulo
hinchado, y conté lo que me había
pasado, nadie me creía. «Algo habrás hecho», decían.
Hasta entonces yo no hablaba de política, y menos aún contra el Régimen, al que me
sentía agradecido por haberme concedido
una beca para estudiar F. P. como interno en la Escuela de Formación
Profesional de Málaga. Cada curso escolar costaba nueve mil pesetas de las de
1956. Para que se hagan una idea, el salario base de mi profesor de Tecnología
era entorno de las mil doscientas pesetas al mes. O sea: mi beca costaba ocho
veces el sueldo mensual de un profesor de enseñanza secundaria.
Yo no había
emigrado por carecer de trabajo, como habían hecho cientos de miles de
españoles, pues era fijo en la empresa Caparrós; me fui a Francia por otros
motivos: conocer el mundo libre e independizarme y para librarme del servicio militar, pues el
Gobierno consideraba que la entrada de divisas servía mejor a España que
mantener a un joven durante un año sin hacer nada, y por tal motivo en el
Consulado de París ofrecían la exención del servicio a todo varón que firmase un documento comprometiéndose a
permanecer trabajando en el extranjero
durante diez años.
Viví bien, no
me sacrifiqué limpiando oficinas al acabar mi jornada laboral en la empresa,
como hacían otros compañeros para ahorrar dinero y enviar divisas a España.
Amaba a mi país, pero el trato y las vejaciones
recibidas aquella noche por la
Guardia Civil me hicieron reflexionar y
me marcaron para siempre.
Al regreso de las vacaciones me apunté al sindicato CGT y colaboré con ellos en la distribución del semanario Vie Ouvriere. Durante la noche me pasaba horas escuchando a Dolores Ibárruri en Radio Pirenáica; me suscribí al diario L´Humanité y acudía a las diversas ferias y fiestas organizadas por el Partido Comunista para recaudar fondos.
LEER MÁS EN EL LIBRO DE MIS MEMORIAS:
lunes, junio 26, 2023
LA FÁBRICA CITRÖEN , PARÍS, AÑO 1963
Yo intentaba pues hallar trabajo por todos
los medios. Sabía por los periódicos que
la Citröen contrataba personal permanentemente, pues el trabajo era de tal dureza que la gente entraba
por una puerta y salía al poco tiempo por otra.
Distinta era la fábrica Regie Renault, en
ésa, todo el mundo quería trabajar. Había que superar exámenes teóricos en
francés. Por ello era tan difícil conseguir un puesto.
Me levantaba a las cinco de la mañana para
coger el primer tren del Metro con el fin de llegar de los primeros a la plaza
y coger sitio en las filas delanteras.
Todo era en vano: cuando llegaba, tras cuarenta minutos de trayecto, encontraba
una escena deprimente: varios centenares
de personas ocupaban la plaza, empujándose unas a otras
para situarse delante de la puerta de la
oficina de contratación, donde habían instalado una especie de ring de madera
de unos cuatro metros de lado, con su barandilla de cuerdas incluida.
Observándolo desde lejos, empinado sobre mis zapatos, me preguntaba para qué
servía. Pronto tendría la respuesta:
A las nueve de la mañana en punto se abría
una puerta del edificio y salían tres o cuatro hombres muy bien vestidos,
parecían que iban a una fiesta en vez de a contratar personal. Súbitamente, la
multitud se agitaba empujando y gritando con el brazo alzado mostrando su
documentación en la mano. Uno de los ejecutivos de Citröen llevaba un megáfono
y anunciaba: «Solo vamos a contratar a cincuenta personas, es inútil permanecer
ocupando la plaza todo el día, dificultando la circulación. Por ello, una vez
terminada la selección, deben despejar
la plaza.»
Mientras decía eso, los otros observaban y
elegían los candidatos entre la gente ansiosa y alterada que tenían delante. De
pronto señalaban a uno de ellos, casi siempre el más alto y fuerte, y le
decían: «Tú, acércate si quieres trabajar». Y el señalado se abría paso a
codazos, empujones y hasta puñetazos para llegar hasta el estrado. Algunos
aprovechaban el hueco que iba dejando tras él para seguirle y avanzar unas
filas. Los demás le miraban con envidia y esperaban tener la misma suerte.
Cuando el elegido subía hasta el estrado,
uno de los empleados de la fábrica le cacheaba, le sobaba los músculos de los
brazos y piernas, le miraba la dentadura, le preguntaba la edad y el nombre, y
finalmente diagnosticaba: «Este es bueno para
la planta de fundición».
Después señalaban a otro y le invitaban a
acercarse. La operación se repetía hasta alcanzar el cupo de los 50. Conseguido esto, los directivos se iban y
cerraban la puerta. A los pocos minutos aparecía un camión de los
antidisturbios provisto de un cañón de agua dirigido a la multitud. Así
despejaban la plaza.
Desolado ante el trato que se dispensaba a
los emigrantes, propio de los tiempos de la esclavitud, pensé seriamente en
volver a España a recuperar mi puesto de trabajo, aunque hubiese de realizar el
servicio militar, algo que
me angustiaba, pues mis hermanos me habían asegurado que en los cuarteles, en
vez de hacerte un hombre de provecho, tal como todo el mundo anunciaba, te
hacían sufrir sin necesidad y te robaban media vida.
Aprovechaba la mañana para visitar la zona. Muchas fábricas
rodeaban a la Citröen, proveyéndola de componentes. Justo al lado había una fábrica de neumáticos, envuelta
en vapor y despidiendo un fuerte olor
a goma quemada, que convertían el aire fresco y matinal en irrespirable. En
ella trabajaban dos amigos procedentes del mismo pueblo que yo: Dolores y su
novio José el Negro. A las doce disponían de media hora para comer y ellos
salían y comentábamos lo sucedido en la puerta de la Citröen. Ellos me animaban
siempre: «Otro día tendrás mejor suerte, Juan. Tienes que madrugar más para
estar en primera fila».
Al día siguiente me levanté a las tres de
la madrugada y cogí un taxi. No sirvió de nada: cuando llegué, la plaza estaba
a tope. Muchos emigrantes llegaban a París y se dirigían directamente a la
plaza Balard cargados con sus maletas, y se sentaban sobre ellas delante de la
fábrica. Los candidatos eran portugueses, polacos, yugoslavos y españoles.
A quince metros a la derecha de la
puerta principal había otra puerta bajo un cartel en letras grandes que decía:
«Solo para africanos», y una multitud de negros y árabes pernoctaba ante ella.
Un día, ¡por fin!, fui invitado a
subir al estrado. Fue gracias a Dolores. Ella cambiaba de turno, y después de
cenar con ella y José en su
habitación (me ayudaron mucho mientras estuve sin empleo) me dijo:
—Yo entro a trabajar a las once. Si
quieres, me acompañas a la fábrica de
neumáticos y te quedas luego en la plaza Balard hasta que abran los de la
Citroën.
—De acuerdo.
¡Qué largas se me hicieron las horas sentado
en medio de la neblina en la acera de la factoría!
Para acompañar a Dolores estrené una
cazadora de ante, color marrón, que había comprado en Cortefiel por un elevado
precio, a pesar de beneficiarme de las rebajas de enero. Ese día yo estaba en
primera fila, frente a las cuerdas del ring, y cuando salieron los directivos
una avalancha de gente me empujó contra ellas. Yo apenas podía moverme.
Entonces los directivos me señalaron y entré pasando el cuerpo entre las
cuerdas y rozándome con ellas. Estaban impregnadas de alquitrán y salí con mi
cazadora llena de rayas negras y las manos pringadas.
Después de sufrir el manoseo del experto
en esclavos, entré en una oficina para un examen médico y firmar el contrato y
los documentos necesarios para obtener el permiso de trabajo y la tarjeta
de la seguridad Social. Cuando
mostré al jefe de personal los documentos que acreditaban mi
profesión y mis estudios se echó a reír.
Luego, despectivamente, me dijo:
—Los puestos de trabajos cualificados son
para los franceses.
—¡Pues que se queden los franceses con la
fábrica! —le espeté.
Recogí mis documentos y me fui de allí sin mirar
atrás. Esa noche, regresé a la rutina de antes: mercado y periódicos. La Suzi
me ayudó a escribir en francés una solicitud de trabajo y yo la copiaba y la enviaba a todas
las empresas que ofertaban trabajo para
soldadores en los periódicos. Me salía más barato que los billetes de
Metro necesarios para ir a visitarlas. Total, si iba solo no iba a entender la
respuesta
https://www.amazon.es/CARRETERA-MANTA-MEMORIAS-EMIGRANTE-RETORNADO-ebook/dp/B08V1GZLCX
domingo, junio 18, 2023
EL REPOSO DEL GUERRERO
La pasada semana, cuando el viejo aparato de música se negó a funcionar, nos preguntamos con tristeza, Carmen y yo, qué íbamos a hacer con el medio centenar de cassettes que guardamos desde hace cincuenta años. Una de ellas contiene la grabación de 1975 en la que yo le contaba un cuento a mi hijo mayor, de tres años de edad.
Fuí a buscar un nuevo aparato a Carrefour y a un par de tiendas de electrónica, pero los radiocassettes no se venden ya, y en en una de ellas incluso se rieron de mí:
«
Es usted muy anticuado, caballero. Estamos en el siglo XXI, la era digital».
Pues
Amazon no me ha fallado y, desde el momento en que la pedí, en 24 horas me la llevaron
a casa.
Este pequeño
aparato tiene conexíón para auriculares, conexión VHS para escuchar música
enlatada en pendrives. Arriba, tiene el lector de Cd´s, y en el frontal, la
radio y el lector de cassettes.
Y aquí hemos
pasado la mañana al fresco escuchando
tranquilamente música española. ¡Se oye de maravilla!
¡Y mi Carmen desborda hoy ternura hacia mí! A ver
qué pasa.
https://youtube.com/shorts/uGGSnEP787o?feature=share
viernes, junio 16, 2023
EL SR. GONZÁLEZ LLEGA TARDE PARA COMER.
¡Buenos días amig@s! Vamos a por el viernes con alegría
El tío José González, que llega tarde a comer, la familia está hambrienta esperándole.
— ¡Pero cómo has tardado tanto!, ¿Dónde estabas? — dice su esposa
— En el sicólogo, que me ha quitado las ganas de fumar.
— ¡Pero si estás fumando
— Ya, pero sin ganas.
El niño se niega a comer. Dice que ya está harto de que le pongan donuts en el desayuno y el padre, conciliador, le dice a la madre:
— María ponle un huevo frito al niño.
El niño:
—¡Ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy!.
—¿Pero qué te pasa niña, por qué lloras? —pregunta el jefe.
—Porque no no veo a los payasos que dice mi papá que trabajan
con él .
El jefe mira con ira a su subordinado y le dice:
—Ya hablaremos sobre esto. Cada día se parece usted más a un calcetín
— ¿Un calcetín, yo..?
—Sí, solo sirve para meter la pata
—Perdone, jefe es que tengo un grave problema. Anoche fui a ver a un abogado.
—¿Y cómo le fue?
—Ahora tengo dos problemas.
—¡Está usted loco, señor mío!
—¿Loco yo? Yo me veo muy saldable.
—¿En qué lo nota?
—En que por la calle todos me saludan
—Usted no sirve para nada, solo hace reír a su compañeros cada vez que tropieza y se cae por las escaleras. Señor González:¡Váyase!
martes, mayo 23, 2023
MI PROGRAMA ELECTORAL
¡Buenos días, amig@s!
miércoles, mayo 10, 2023
EL MILAGRO
Me sentía nostálgico, la ansiedad me consumía. Busqué en un cajón y encontré una pastilla. No estaba caducada y me la tomé. Media hora más tarde me sentía mejor. Fue entonces que noté su presencia y me giré a observarla: ¡Era una joven espectacular!
Ya apenas la recordaba, hacía varios años que no la había visto así, tan bonita, tan joven y decidida.
Me paré a observarla detenidamente: había engordado, eso era evidente, también había aumentado hasta el doble la estatura de la estatura que tenía última vez que la vi. Su tez sonrosada, lisa y brillante aun sin maquillaje, me encantaba; su cabeza, ovalada y erguida sobre un elástico y cimbreante cuerpo, ponía la guinda a esa maravillosa criatura que otrora tanto placer me regalaba.
No hay duda, debo reconocerlo: la pastillita azul hace milagros.
© Juan Pan García
lunes, abril 24, 2023
CUENTOS PARA VIAJAR LEJOS
Ayer, Día del Libro, terminé de leer el libro que me trajo desde Torredonjimeno (Jaén) mi amigo Antonio Gómez Hueso, profesor jubilado residente en la citada ciudad.
El Libro se compone de veinte
relatos variados:
El robo de una cruz en un remoto monasterio de Etiopía y su inaudita recuperación, un episodio desconocido de la vida de la gran Billie Holiday, una espectacular partida de ajedrez entre un rey y un soldado musulmán, una moneda que mata a quien la posee, y la continuación de la historia de Eleanor Rigby, el encuentro de Antonio Machado con la señora enlutada, son algunos de los temas de estos relatos, tan insólitos como apasionantes, que nos trasladarán a otras épocas y a otros mundos.
A mí, la verdad me ha atrapado. A pesar de leerlo a ratos, porque tenía otras cosas pendientes, he leído sus 190 páginas durante el fin de semana. Lo podéis encontrar en Amazon
https://www.amazon.es/Cuentos-viajar-lejos-Antonio-G%C3%B3mez/dp/1708641130
jueves, abril 20, 2023
LOS RECORTES EN SANIDAD
Hace unos día al ir a besar a Carmen me tuve que alzar de puntillas porque parecía que ella había crecido. La verdad es que ella sigue midiendo igual que antes, no así yo, que al igual que la ropa de algodón, parece que he encogido.
Cogí cita urgente y fui a ver a mi doctora, pues no era normal que mi Carmen tenga que inclinarse un poco para darme y recibir mis besos.
Lo primero que me preguntó la doctora es esto.
—¿ Y en la cama no coinciden ustedes frente a frente para hacer el amor?
—Po zí. No miramos y todos los órganos coinciden a la misma distancia. Solo los pies no coinciden: los de ella son más largos que los míos.
— Eso tiene arreglo: Va usted a una librería y compra este libro que le enseñará a recuperar los seis o siete centimetros que han perdido sus vertebras al reducirse las almohadillas que las unen y separan. Yo, con los seis minutos que dedico a cada paciente, no puedo explicárselo. Usted se lee todas las indicaciones y luego las pone en práctia.
¡Pasmaíto me quedé, la verdad! En vez de medicamentos me manda comprar y leer un libro. Un libro que no entra en las recetas admitidas por la Seguridad Social. No sé adónde vamos a llegar con los recortes.
Total, que ayer fui a Carrefour a comprar el libro y me lo leí. Yo no entendía nada. ¿Cómo me va a ayudar a crecer un libro en el que cada página contiene 200 números de teléfonos y el nombre de sus propietarios? ¡Era un grueso tomo de las Página Amarillas!
Enfadao, muy enfadao, fui a ver a mi doctora, sin tener cita ni miedo a que llamase ala policía ni nada, y me colé dentro de la consulta con el dichoso libro.
— ¿ No ve usted que estoy atendiendo a esta señora?
— ¿También la va usted a engañar como me engañó a mí? ¡Me ha hecho comprar una guía telefónica para crecer!
— Po zí, y le demuestro que es efectiva. Llevo treinta años ejerciendo en la Seguridad Social. Y no es usted el primer paciente que se queja de haber decrecido. Súbase la báscula y póngase contra la pared bien derecho para que lo mida.
Y me subí: 1 60 centímetros
—Ahora ponga el libro debajo y subase encima.
Y lo hice: 166 centímetros
— ¿Ve usted como yo tenía razón? Cuando vaya a abrazar a su eposa o a besarla se sube encima del libro
¡Qué barbaridad, cuánto sabe esta señora, se nota que ha estudiado y tiene muchos años de experiencia!
©Juan Pan García, 20/04/23
lunes, abril 17, 2023
NOTICIAS DEL CORONAVIRUS
Foto del diario El Mundo
Cuando Curro Hernández fue a misa el domingo y escuchó decir al cura que él se había vacunado por recomendación de Dios, que vela por sus representantes en la Tierra, lo aceptó en seguida.
Ya podían decir misa los tertulianos del mundo televisivo, que él solo confiaba en el padre don Julián, el mismo que le había bautizado, dado la primera comunión y lo había unido en matrimonio con la Juana dos años antes.
Dios solo velaba por sus fieles y él no lo era, de ahí que cuando el jueves dio positivo en un test, comprendió que ese era su castigo. Pero estaba equivocado, muy equivocado.
Los síntomas que apreciaba el día siguiente no eran los mismos del corona virus que anunciaban los médicos en la radio y en Televisión Española: dolor de garganta, fiebre, malestar general, dificultad para respirar… Lo suyo era unos granos en el labio, la lengua llena de llagas, su verga inflamada y dolor al orinar.
¡Joder! ¿De qué me han servido las mascarillas?— exclamó mientras llamaba al 112.
La voz de la empleada parecía enojada al otro lado, ¡como si fuese ella la enferma y no yo.!
«¿Dónde ha estado?, ¿Con quién? ¿Ha llevado usted la mascarilla puesta? Tiene que quedarse confinado en su domicilio durante dos semanas. Un médico estará, en contacto con usted por teléfono y le irá dando instrucciones. Si empeora, tendremos que hospitalizarle.»
¡Y hospitalizado estaba!
«¡¿Pero qué he hecho yo para merecer tal castigo, Dios mío?! », pensaba mirando al techo blanco y esterilizado de la UCI, tendido en una cama con goteros pinchados en el brazo, un tubo grueso en la tráquea y una sonda en el pene, que manipulaba en ese instante una enfermera para extraer una muestra de los fluidos y analizarla.
Pensó en su mujer, encerrada en su casa sin poder salir ni a comprar. Ella no estaba tan grave como para hospitalizarla, fue él quien la contagió.
Fue la voz de una periodista dando las Noticias de la 3 en una radio, colocada piadosamente en la sala por una enfermera para que no se hicieran tan largas las jornadas, las que respondió a sus preguntas.
«Dos docenas de feligreses han sido víctimas del Covid 19 durante la celebración de la misa dominical. La Iglesia está precintada y los enfermos confinados en sus domicilios. Así mismo, el bar de alterne El Paraíso ha sido cerrado por el mismo motivo, hallándose sus trabajadoras en la UCI del hospital de la ciudad ».
¡La Lola en la UCI! La misma que satisfacía periódicamente todos sus deseos por muy retorcidos que fueran. Recordó que, siguiendo la normativa, mientas se consumía en el bar no hacía falta llevar la mascarilla. Y él no la llevaba puesta, ni siquiera llevaba una en el bolsillo. Condones, tampoco. Y una reflexión se fue abriendo camino en su mente:
«Tal vez Dios perdone los errores cometidos; pero el coronavirus y la sífilis, no. »
martes, abril 04, 2023
PUBLICAR EN AMAZON
Una de las ventajas de publicar como editor independiente en Amazon es la posibilidad de corregir el texto una vez publicada la obra.
En efecto: en las editoriales clásicas, imprimen una tirada de X ejemplares que una vez publicadas ya no se pueden corregir de los fallos tipográficos (siempre los hay aun en los libros de editoriales potentes y famosas).
Ayer introduje en mi libro «Ay Dios qué cosas pasan» el Certificado de Registro como Autor. Al mismo tiempo corregí dos faltas que vi en los ejemplares que he recibido de prueba.
A partir de ahora, todos los ejemplares que se compren mostrarán el certificado del registro de propiedad intelectual inscrito en una entidad privada muy importante. CEDRO.
La Junta de Andalucía, que cobra por registrar una obra 15 euros y tarda meses en enviarte el certificado, te obliga a desplazarte a la delegación provincial y presentar una copia física de la obra, llevando en mano el certificado del banco con el pago de la citada tasa.
Supuestamente, puedes hacer esta operación vía telemática; pero yo he perdido diez días intentándolo sin éxito. Por eso he acudido a CEDRO, entidad en la que soy socio como escritor, y la he registrado en cinco minutos, y... ¡GRATIS!
Registrar una obra literaria o artística no es obligatorio; pero es muy útil cuando vez que alguien la copia o vende alegando que es suya. El certificado con el día y la hora de registro demostraría ante la Justicia quién es, en tales casos, el plagiador.
sábado, abril 01, 2023
¡AY DIOS, QUÉ COSAS PASAN!
Solo han tardado tres días en publicarlo y traerlos a casa.
Estoy muy contento, están muy bien encuadernados y se leen bien.
Espero que ustedes, que tanto habéis reído leyendo en Facebok algunos relatos de los que contiene el libro, lo compréis para pasar buenos ratos ahora que llegan el buen tiempo y las vacaciones. O para regalárselo a una persona querida.
También tendréis un buen recuerdo mío.
Lo podéis comprar aquí en papel o en ebok: https://www.amazon.es/dp/B0BZF75XX6