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lunes, julio 31, 2023

EL INDULTO DE FRANCO


Foto del autor de este escrito en 1964.

Yo trabajaba en una empresa de Levallois, distrito 18 de París, cuando Franco decretó la amnistía general:
"El Decreto-ley 10/1969, de 31 de marzo, por el que se declara la prescripción de todos los delitos cometidos con anterioridad al 1 de abril de 1939 es una norma legal de España promulgada por el dictador Francisco Franco el 31 de marzo de 1969, que puso fin a las responsabilidades penales derivadas de la Guerra Civil .."

Recuerdo que ese mismo año, el 31 de julio, mi compañero de trabajo José López García, refugiado político español, natural de Almacella, Lérida, vino a España dispuesto a pasar las tres semanas que nos correspondía por vacaciones. El alcalde, al enterarse por la embajada (donde le habían entregado el pasaporte), de que José venía, organizó el recibimiento en la parada del coche de línea con la banda de música local.

Todo el pueblo acudió al evento, pues entonces no todos tenían televisor ni existían redes sociales ni el Sálvame, y a falta de otra cosa, la gente asistía a misa o a cualquier acontecimiento importante. Y este lo era.

José López lucía un traje a medida de color azul marino, chaleco blanco y corbata celeste, lucía unos zapatos rojos, italianos. Le acompañaba un hombre delgado, ojos de hambre, sin afeitar con pantalones raídos con bolsas en las rodillas, y camisa de cuadros.

El alcalde pronunció un discurso de bienvenida, y tras interpretar la banda el himno nacional disolvió a lo congregados:.
—Ya sabéis, no se permiten reuniones de más de tres personas — les dijo.
Luego, bajó los tres escalones de la entrada del ayuntamiento y se dirigió al hombre que acompañaba aJ indultado:
—¿ Usted también ha regresado del exilio, aprovechando el indulto de su Excelencia?
—¡No, que va! Yo vivo aquí, he venido a esperar a mi hermano José.

Entonces el párroco del pueblo, agarró a José por el brazo y le dijo:
—Bueno, hijo, has regresado al redil y España te ha perdonado. Ahora vamos a la iglesia para confesarte y poder así reconciliarte con Dios. ¿Te parece bien?
—Me parece.
Y una vez arrodillado en el confesionario, el cura le pregunta:
—¿Qué hiciste para verte obligado a huir dejando tu casa y tu familia?
—¿ Guardará usted el secreto?
—¡Pues claro, hijo, lo que se diga aquí es secreto de confesión!
—Maté a 18 curas.
El sacerdote dio un respingo, se encogió de miedo y se tapó la boca para no gritar. Pasados dos o tres tensos minutos, le preguntó:
—Dime, hijo: ¿Cómo es que lograste escapar? ¿Dónde te escondiste?
—Eso mismo le pregunto, señor cura: ¿Dónde se escondió usted que no le vi?
© Juan Pan García
¡Buenos días, amig@s! Feliz lunes.

miércoles, julio 19, 2023

MIS RECUERDOS: Finca “ El Rincón del Rosario”, verano de 1961



El tractor que yo conducía era un Hanomac Diesel, de cadenas. Era el único que disponía de volante, los de la marca Caterpillar se manejaban con palancas: una para girar a la derecha y otra para la izquierda; una para ir adelante y otra hacia atrás.

Junto al volante había un dispositivo que mantenía fija la dirección, de manera que en líneas rectas podía desentenderme del volante. Los campos tenían una longitud de doscientos metros y estar todo el día yendo de arriba hacia abajo y viceversa arando o llevando la grada de discos era monótono. Nosotros acostumbrábamos a fijar el volante al iniciar el surco, enfilábamos la línea y nos bajábamos del tractor para buscar nidos de patos y coger los huevos. A veces eran serpientes lo que nos encontrábamos. Debíamos estar pendiente del tractor y salir corriendo antes de que llegase al canal, pues si llegaban a él sin conductores, caían al agua.

Eso fue precisamente lo que me sucedió un día: había estado en la verbena hasta la madrugada y luego había estado bebiendo con los amigos. A las seis de la mañana regresé a la finca. Debía reemplazar a mi compañero a las ocho y cuando él me despertó me monté sin problemas en el tractor. Pero al cabo de una hora, con el ruido del motor me entró sueño y comencé a dar cabezadas. Me esforzaba por espabilarme y mantenerme despierto, pero fue inútil. El Hanomac llegó al borde del canal e inclinó bruscamente el morro hacia abajo, lanzándome al aire. Afortunadamente caí por un lateral pues, si no, las cadenas me hubieran pasado por encima. El tractor tenía tanta fuerza que siguió avanzando dentro del agua y hubiera salido por el otro lado si la púa del arado, de un metro y medio de larga, no se hubiera clavado en el lecho del canal.

Otro compañero faenaba en la misma parcela, él iba en una dirección y yo en la contraria, y nos cruzábamos en cada viaje en el medio del camino. Mi compañero llegó al final del surco y se alarmó al darse la vuelta y no ver mi tractor. Imaginándose lo peor, desenganchó el arado y condujo el tractor a toda velocidad al canal. Me encontró saliendo del agua, llorando y atacado de los nervios y con una pierna sangrando
Necesitaron la fuerza de tres tractores, tirando de sendos cables, para sacar el mío del canal.

El jefe de maquinaria estaba furioso e intentó pegarme, pero le hice frente diciendo que si mi padre no me pegaba no le iba permitir hacerlo a un extraño. Eso le enfureció aún más y fue a quejarse al administrador. A consecuencia de eso, me quitaron el tractor y me castigaron tres meses a trabajar con pico y pala, excavando zanjas con una cuadrilla de jornaleros.
Durante las dos o tres semanas que aguanté haciendo ese trabajo, descubrí la cara oculta de los hombres del campo, sus resentimientos contra el Régimen y la amargura que los invadía al haber perdido la guerra. Cada día comentaban lo que habían escuchado durante la madrugada en Radio Pirenaica, una emisora ubicada en Andorra que incitaba a la rebelión e informaba de sucesos que el Gobierno trataba de ocultar: las actividades sindicales clandestinas, las torturas que sufrían algunos en las cárceles, los avances del comunismo en Europa...

En la cuadrilla había un hombre de Pego, alto delgado y alcoholizado, que al parecer había pilotado un avión ruso, Polikarpov I-16, durante la guerra, y de vez en cuando los compañeros le animaban a contar alguna anécdota. La que más me hizo gracia fue aquélla en que habiendo terminado de arrojar las bombas se quitó las botas y las lanzó también sobre el enemigo.


En esos días Radio Pirenaica ensalzaba a Fidel Castro en su lucha contra la invasión americana. Pasamos unos días con el alma en vilo a causa de la instalación de misiles rusos en Cuba, pues los Estados Unidos habían dado un ultimátum: si los barcos rusos que transportaban las piezas para los misiles no se detenían, se declararía la 3ª guerra mundial. Finalmente no pasó nada, pues según la locutora de la Pirenaica, Dolores Ibárruri, la Pasionaria, los americanos habían aceptado las condiciones de los rusos....


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viernes, julio 07, 2023

RECUERDO DE LOS SANFERMNINES DEL AÑO 1969

 

CAPÍTULO 26

 

                     

          LAS VACACIONES,  JULIO DE 1969

 

Al llegar el mes de julio,  mi empresa cerraba  por vacaciones durante veintiún días.  Yo decidí disfrutarlas en Valencia con mis padres, pues el año anterior las pasé con unos amigos en Royan, en el suroeste francés. Alquilamos una casita en una playa donde había dos bunkers alemanes de la segunda Guerra Mundial.

En junio no se hablaba de otra cosa en la factoría. Las preguntas más frecuentes eran: ¿Adónde vas de vacaciones? ¿Con quién vas? ¿Cuánto te cuesta el alojamiento?

Fue en la mañana del 6 de julio, último día de trabajo, cuando Souto, el portugués, mantuvo una fuerte discusión con el encargado y le dijo que se iba a Oporto y ya no volvería, pues estaba harto del racismo y discriminación de los franceses.

Entonces vino a verme y me preguntó  si podía venirse conmigo en el coche hasta San Sebastián, de donde salía un tren que lo llevaba a Portugal sin tener que pasar por Madrid.

 

 

Llegamos a San Sebastián a las siete de la tarde. Souto quería que me quedase con él las tres horas que faltaban para la salida de su tren, pero yo me negué alegando que aún había sol y que quería llegar a Pamplona antes de que oscureciera.

—Venga, Juanito, brindemos en nuestra despedida porque nos vaya bien y algún día nos volvamos a ver.

 No pude evitar tomarme dos o tres cervezas con él en una callejuela cercana a la estación, donde nos obsequiaron con un espectacular chuletón a la plancha. Al final se me hizo de noche y me despedí del portugués cuando faltaban escasos minutos para la salida de su tren.

Me fui contento de perderlo de vista, pero el destino me preparaba una sorpresa.

Apenas comencé a subir el puerto de Alsasua, un grupo de  guardias civiles me dio el alto.  Sus correajes y guantes reflectantes, se veían a más de cien metros.

Eran cuatro los guardias, una pareja a cada lado de la carretera. Mientras uno se acercaba y me pedía la documentación, los otros me apuntaban con sus fusiles.

—¡Vos papiers!

Yo le saludé en español

— Buenas noches, soy español.

 Eso fue mi perdición:

 —¡Mi sargento, es un español!

 El sargento me abrió la puerta de golpe, me agarró del brazo y me sacó de un tirón, dejándome tirado en el asfalto. Los otros tres se acercaron y me encañonaron mientras el oficial hacía las preguntas.

—¿De dónde viene y adónde va?

—Vengo de París y voy a Valencia, a pasar las vacaciones

—¿A qué hora ha salido de París?

—A las siete de la mañana

— Ha tardado mucho, ¡qué ha estado haciendo?

—No tenía prisa y me he estado parando cuando se me apetecía. He llevado a un compañero a la estación de San Sebastián, un portugués

—¡Abra la maleta!

 Apenas saqué la llave de la cerradura y abrí la maleta me empujaron y la volcaron en el suelo. Un guardia registró toda la ropa del equipaje y luego, al no encontrar lo que fuere que buscaban, me ordenaron  continuar el viaje. Tuve que recoger todo el contenido de mi maleta del suelo y ordenarlo; ellos continuaban apuntándome con sus armas y no me ayudaron en nada ni se excusaron.  Yo llevaba pantalón corto y tenía la rodilla  rozada y con hilos de sangre del golpe que me di contra el suelo cuando me sacaron del Dyane 6.

 Me fui de allí humillado y con un sentimiento de impotencia indescriptible, maldecía la hora en que decidí venir a España de vacaciones, ¡con lo bien que lo pasaba yo en París! Pero tenía que ver a mis padres y dejarles algo de dinero.

Apenas había recorrido cinco kilómetros cuando vi otra vez los guantes y los correajes luminosos dándome el alto. Me detuve en el arcén y esperé.

—¡Baje del coche!

«¡Por favor, Dios mío, qué tengo que soportar más!», exclamé mentalmente. Salí del vehículo y el guardia me dijo:

—¡Deme sus documentos y abra la maleta!

—¡Pero si me acaban de registrar otros guardias hace cinco minutos!

—¡Usted se calla y obedece! —grito fuera de sí al tiempo que me arreaba una bofetada. Yo sentía un fuerte dolor en el pómulo y comencé a sangrar por la nariz. Su compañero se acercó y me empujó contra el coche mientras otros dos me apuntaban con sus fusiles. Soportando el dolor y aterrorizado (Podían muy bien pegarme un tiro y alegar cualquier cosa, la ley de fugas, por ejemplo, o arrojarme a un barranco; nadie se enteraría), abrí la maleta y esperé  a que lo revolvieran todo.

 Media hora más tarde,  me dejaron marchar.

Llegué a Pamplona a las cuatro de la madrugada,  aparqué en una plaza y me dispuse a dormir un poco. Me fue imposible conciliar el sueño. Pero cerré los ojos y traté de descansar. Había gente vestida de blanco y con pañuelo rojo amarrado al cuello tumbada por todas partes entre botellas vacías y vómitos. Era el día 8 de julio, el día anterior habían comenzado los Sanfermines. Cuando escuché levantar la persiana de la puerta de un bar,  fui a tomar café y a lavarme un poco. Luego salí a la calle para  continuar viaje y me detuve en una gasolinera  a la salida de Pamplona para repostar.

 Cuando llegué a  Valencia con el ojo morado y el pómulo hinchado, y conté  lo que me había pasado, nadie me creía. «Algo habrás hecho», decían.

Hasta entonces yo no hablaba de política,  y menos aún contra el Régimen, al que me sentía agradecido por  haberme concedido una beca para estudiar F. P. como interno en la Escuela de Formación Profesional de Málaga. Cada curso escolar costaba nueve mil pesetas de las de 1956. Para que se hagan una idea, el salario base de mi profesor de Tecnología era entorno de las mil doscientas pesetas al mes. O sea: mi beca costaba ocho veces el sueldo mensual de un profesor de enseñanza secundaria.

 Yo no había emigrado por carecer de trabajo, como habían hecho cientos de miles de españoles, pues era fijo en la empresa Caparrós; me fui a Francia por otros motivos: conocer el mundo libre e independizarme y para  librarme del servicio militar, pues el Gobierno consideraba que la entrada de divisas servía mejor a España que mantener a un joven durante un año sin hacer nada, y por tal motivo en el Consulado de París ofrecían la exención del servicio a todo varón  que firmase un documento comprometiéndose a permanecer trabajando  en el extranjero durante diez años.

 Viví bien, no me sacrifiqué limpiando oficinas al acabar mi jornada laboral en la empresa, como hacían otros compañeros para ahorrar dinero y enviar divisas a España. Amaba a mi país, pero el trato y las vejaciones  recibidas aquella noche  por la Guardia Civil me hicieron reflexionar y  me marcaron  para siempre.

Al regreso de las vacaciones me apunté al sindicato CGT y colaboré con ellos en la distribución del semanario  Vie Ouvriere. Durante la noche me pasaba  horas escuchando a Dolores Ibárruri en Radio Pirenáica;   me suscribí al diario L´Humanité y acudía a las diversas ferias y fiestas organizadas por el Partido Comunista para recaudar fondos.


LEER MÁS EN EL LIBRO DE MIS MEMORIAS:

CARRETERA Y MANTA: MEMORIAS DE UN EMIGRANTE ESPAÑOL RETORNADO eBook : Garcia, Juan Pan: Amazon.es: Tienda Kindle

 

lunes, junio 26, 2023

LA FÁBRICA CITRÖEN , PARÍS, AÑO 1963

 

Yo intentaba pues hallar trabajo por todos los medios. Sabía por los periódicos que  la Citröen contrataba personal permanentemente, pues el trabajo era de  tal dureza que la gente entraba por una puerta y salía al poco tiempo por otra. 

Distinta era la fábrica Regie Renault, en ésa, todo el mundo quería trabajar. Había que superar exámenes teóricos en francés. Por ello era tan difícil conseguir un puesto.

Me levantaba a las cinco de la mañana para coger el primer tren del Metro con el fin de llegar de los primeros a la plaza y coger  sitio en las filas delanteras. Todo era en vano: cuando llegaba, tras cuarenta minutos de trayecto, encontraba una escena deprimente: varios centenares  de  personas  ocupaban la plaza, empujándose unas a otras para situarse  delante de la puerta de la oficina de contratación, donde habían instalado una especie de ring de madera de unos cuatro metros de lado, con su barandilla de cuerdas incluida. Observándolo desde lejos, empinado sobre mis zapatos, me preguntaba para qué servía. Pronto tendría la respuesta:

A las nueve de la mañana en punto se abría una puerta del edificio y salían tres o cuatro hombres muy bien vestidos, parecían que iban a una fiesta en vez de a contratar personal. Súbitamente, la multitud se agitaba empujando y gritando con el brazo alzado mostrando su documentación en la mano. Uno de los ejecutivos de Citröen llevaba un megáfono y anunciaba: «Solo vamos a contratar a cincuenta personas, es inútil permanecer ocupando la plaza todo el día, dificultando la circulación. Por ello, una vez terminada la selección, deben  despejar la plaza.»

Mientras decía eso, los otros observaban y elegían los candidatos entre la gente ansiosa y alterada que tenían delante. De pronto señalaban a uno de ellos, casi siempre el más alto y fuerte, y le decían: «Tú, acércate si quieres trabajar». Y el señalado se abría paso a codazos, empujones y hasta puñetazos para llegar hasta el estrado. Algunos aprovechaban el hueco que iba dejando tras él para seguirle y avanzar unas filas. Los demás le miraban con envidia y esperaban tener la misma suerte.

Cuando el elegido subía hasta el estrado, uno de los empleados de la fábrica le cacheaba, le sobaba los músculos de los brazos y piernas, le miraba la dentadura, le preguntaba la edad y el nombre, y finalmente diagnosticaba: «Este es bueno para  la planta de fundición».

Después señalaban a otro y le invitaban a acercarse. La operación se repetía hasta alcanzar el cupo de los 50.    Conseguido esto, los directivos se iban y cerraban la puerta. A los pocos minutos aparecía un camión de los antidisturbios provisto de un cañón de agua dirigido a la multitud. Así despejaban la plaza.

 

Desolado ante el trato que se dispensaba a los emigrantes, propio de los tiempos de la esclavitud, pensé seriamente en volver a España a recuperar mi puesto de trabajo, aunque hubiese de realizar el servicio militar, algo  que me angustiaba, pues mis hermanos me habían asegurado que en los cuarteles, en vez de hacerte un hombre de provecho, tal como todo el mundo anunciaba, te hacían sufrir sin necesidad y te robaban media vida.

Aprovechaba la mañana  para visitar la zona. Muchas fábricas rodeaban a la Citröen, proveyéndola de componentes. Justo al lado había una  fábrica de neumáticos, envuelta en vapor y despidiendo un fuerte   olor a goma quemada, que convertían el aire fresco y matinal en irrespirable. En ella trabajaban dos amigos procedentes del mismo pueblo que yo: Dolores y su novio José el Negro. A las doce disponían de media hora para comer y ellos salían y comentábamos lo sucedido en la puerta de la Citröen. Ellos me animaban siempre: «Otro día tendrás mejor suerte, Juan. Tienes que madrugar más para estar en primera fila». 

Al día siguiente me levanté a las tres de la madrugada y cogí un taxi. No sirvió de nada: cuando llegué, la plaza estaba a tope. Muchos emigrantes llegaban a París y se dirigían directamente a la plaza Balard cargados con sus maletas, y se sentaban sobre ellas delante de la fábrica. Los candidatos eran portugueses, polacos, yugoslavos y españoles. A  quince metros a la derecha de la puerta principal había otra puerta bajo un cartel en letras grandes que decía: «Solo para africanos», y una multitud de negros y árabes pernoctaba ante  ella.

 Un día, ¡por fin!, fui invitado a subir al estrado. Fue gracias a Dolores. Ella cambiaba de turno, y después de cenar con  ella y José en su habitación (me ayudaron mucho mientras estuve sin empleo) me dijo:

—Yo entro a trabajar a las once. Si quieres,  me acompañas a la fábrica de neumáticos y te quedas luego en la plaza Balard hasta que abran los de la  Citroën.  ¿Te parece bien?

—De acuerdo.

 ¡Qué largas se me hicieron las horas sentado en medio de la neblina en la acera de la factoría!

 Para acompañar a Dolores estrené una cazadora de ante, color marrón, que había comprado en Cortefiel por un elevado precio, a pesar de beneficiarme de las rebajas de enero. Ese día yo estaba en primera fila, frente a las cuerdas del ring, y cuando salieron los directivos una avalancha de gente me empujó contra ellas. Yo apenas podía moverme. Entonces los directivos me señalaron y entré pasando el cuerpo entre las cuerdas y rozándome con ellas. Estaban impregnadas de alquitrán y salí con mi cazadora llena de rayas negras y las manos pringadas.

Después de sufrir el manoseo del experto en esclavos, entré en una oficina para un examen médico y firmar el contrato y los documentos necesarios para obtener el permiso de trabajo y la tarjeta de  la seguridad Social. Cuando  mostré al jefe de personal los documentos que acreditaban  mi profesión y mis estudios se echó a  reír. Luego, despectivamente, me dijo:

—Los puestos de trabajos cualificados son para los franceses.

—¡Pues que se queden los franceses con la fábrica!  —le espeté.

Recogí  mis documentos y me fui de allí sin mirar atrás. Esa noche, regresé a la rutina de antes: mercado y periódicos. La  Suzi  me ayudó a escribir en francés una solicitud de   trabajo y yo la copiaba y la enviaba a todas las empresas que ofertaban trabajo para  soldadores en los periódicos. Me salía más barato que los billetes de Metro necesarios para ir a visitarlas. Total, si iba solo no iba a entender la respuesta

 Del libro “Carretera y manta. Memorias de un emigrante español retornado”  

https://www.amazon.es/CARRETERA-MANTA-MEMORIAS-EMIGRANTE-RETORNADO-ebook/dp/B08V1GZLCX

domingo, junio 18, 2023

EL REPOSO DEL GUERRERO



La pasada semana, cuando el viejo aparato de música se negó a funcionar, nos preguntamos con tristeza, Carmen y yo, qué íbamos a hacer con el medio centenar de cassettes que guardamos desde hace cincuenta años. Una de ellas contiene la grabación de 1975 en la que yo le contaba un cuento a mi hijo mayor, de tres años de edad.

Fuí a buscar un nuevo aparato a Carrefour y a un par de tiendas de electrónica, pero los radiocassettes no se venden ya,  y en en una de ellas incluso se rieron de mí:

« Es usted muy anticuado, caballero. Estamos en el siglo XXI, la era digital».

Pues Amazon no me ha fallado y, desde el momento en que la pedí, en 24 horas me la llevaron a casa.

Este pequeño aparato tiene conexíón para auriculares, conexión VHS para escuchar música enlatada en pendrives. Arriba, tiene el lector de Cd´s, y en el frontal, la radio y el lector de cassettes.

Y aquí hemos pasado la mañana  al fresco escuchando tranquilamente música española. ¡Se oye de maravilla!

¡Y  mi Carmen desborda hoy ternura hacia mí! A ver qué pasa.

https://youtube.com/shorts/uGGSnEP787o?feature=share 


viernes, junio 16, 2023

EL SR. GONZÁLEZ LLEGA TARDE PARA COMER.

 


¡Buenos días amig@s! Vamos a por el viernes con alegría

El tío José González, que llega tarde a comer, la familia está hambrienta esperándole.

   ¡Pero cómo has tardado tanto!, ¿Dónde estabas? — dice su esposa

   En el sicólogo, que me ha quitado las ganas de fumar.

— ¡Pero si estás fumando

— Ya, pero sin ganas.

El niño se niega a comer. Dice que ya está harto de que le pongan donuts en el desayuno y el padre, conciliador,  le dice a la madre:

   María ponle un  huevo frito al niño.

El niño:

 —¡Ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy!.

 Al terminar de desayunar el González agarra de la mano  a su hijita de 5 años y la lleva a su oficina para presentársela a su jefe y para que vea el despacho dónde él trabaja. La niña entra en la oficina y se echa a llorar

  ¿Pero qué te pasa niña, por qué lloras? —pregunta el jefe.

  Porque no no veo  a los payasos que dice mi papá que trabajan

con él .

El jefe mira con ira a su subordinado y le dice:

  Ya hablaremos sobre esto. Cada día se parece usted  más a un calcetín

— ¿Un calcetín, yo..?

  Sí, solo sirve para meter la pata

 Perdone, jefe es que tengo un grave problema. Anoche fui a ver a un abogado.

  ¿Y cómo le fue?

 Ahora tengo dos problemas.

 ¡Está usted loco, señor mío!

  ¿Loco yo? Yo me veo muy saldable.

 ¿En qué lo nota?

En que por la calle todos me saludan

Usted no sirve para nada, solo hace reír a su compañeros cada vez que tropieza y se cae por las escaleras. Señor González:¡Váyase!

martes, mayo 23, 2023

MI PROGRAMA ELECTORAL

 ¡Buenos días, amig@s!

Harto de escuchar tantas estupideces, harto de que en la campaña electoral se hable del programa del Gobierno, de la ETA, que ya no existe, de viajar gratis por toda Europa mientras aquí yo, por ejemplo, llevo ocho meses esperando me visite el especialista en Reumatología, he aceptado la invitación del partido YLHM (Yo lo hago mejor) a participar anoche en un mitin en mi barriada.

Los nervios me atenazaban y, además, una hora antes caí atrapado por la verborrea del Ratón en el bar. Cuando me di cuenta, había llegado la hora de lanzarme al ruedo, perdón, de subirme al estrado, y llevaba una docena de copas de manzanilla.

El polideportivo estaba lleno a rebosar, la gente se movía inquieta en su asientos y no sé por qué la dirección del partido en la ciudad me miraba con ojos de mala leche. Al terminar el acto, un periodista de un diario local me enseñó las notas que había tomado de mi discurso y me pedía las firmase:

“...Y a esos agricultores que llevaban un mes pidiendo ayudas para la sequía y ahora que se las iban a dar cambian de opinión y las piden contra las inundaciones y el granizo, les prometo ayudarles cuando se pongan de acuerdo, porque no se puede estar en misa y repicando”.
Ayer la desgracia atacó a los ciudadanos del sudeste español, concretamente en Almería, donde cayeron dos litros por metro cuadrado, causando la muerte de 124 personas en una hora.
Ucrania va ganando por goleada, pero nosotros no vamos a permitir el racismo en los combates. Todo aquél que lo manifieste será expulsado del campo de batalla y se le impondrá una multa de 4000 euros.
La ley será igual para tod@s, aplazaremos la entrada en prisión a todos los condenados que aleguen que están enfermos, independientemente de que se trate de un líder político de guante blanco o de un camello callejero.
Todo el que tenga una vivienda la cederá a los ayuntamientos para alojar a los okupas. De esa manera ya no serán okupas sino propietarios legales. A los anteriores `propietarios se les concederán ayudas para que viajen gratis por Europa y busquen un alojamiento asequible a sus posibilidades “
Yo no sé si dije todo eso o me está manipulando el periodista. Lo único que recuerdo bien es que la gente me abucheaba ( había muchas pancartas de Vox entre el público) y que la finalizar levanté mi copa y grité: ¡Por el Cádiz oé, oé, oé!
Esta mañana me he cruzado con dos vecinas y ni me han saludado. En verdad, y concluyo, la política en vez de unir esfuerzos, divide a las personas



miércoles, mayo 10, 2023

EL MILAGRO

 

Me sentía nostálgico, la ansiedad me consumía. Busqué en un cajón y encontré una pastilla. No estaba caducada y me la tomé. Media hora más tarde me sentía mejor. Fue entonces que noté su presencia y me giré a observarla: ¡Era una joven espectacular!

Ya apenas la recordaba, hacía varios años que no la había visto así, tan bonita, tan joven y decidida.

Me paré a observarla detenidamente: había engordado, eso era evidente, también había aumentado hasta  el doble la estatura de la estatura que tenía última vez que la vi. Su tez sonrosada, lisa  y brillante aun  sin maquillaje, me encantaba; su cabeza,  ovalada y erguida sobre un  elástico y cimbreante cuerpo, ponía la guinda a esa maravillosa criatura que otrora tanto placer me regalaba.

 No hay duda, debo reconocerlo: la pastillita azul hace milagros.

© Juan Pan García


lunes, abril 24, 2023

CUENTOS PARA VIAJAR LEJOS

 


Ayer, Día del Libro, terminé de leer el libro que me trajo desde Torredonjimeno (Jaén) mi amigo  Antonio Gómez Hueso, profesor jubilado residente en la citada ciudad.

El Libro se compone de veinte relatos variados:
El robo de una cruz en un remoto monasterio de Etiopía y su inaudita recuperación, un episodio desconocido de la vida de la gran Billie Holiday, una espectacular partida de ajedrez entre un rey y un soldado musulmán, una moneda que mata a quien la posee, y la continuación de la historia de Eleanor Rigby, el encuentro de Antonio Machado con la señora enlutada, son algunos de los temas de estos relatos, tan insólitos como apasionantes, que nos trasladarán a otras épocas y a otros mundos.

A mí, la verdad me ha atrapado. A pesar de leerlo a ratos, porque tenía otras cosas pendientes, he leído sus 190 páginas durante el fin de semana. Lo podéis encontrar en Amazon

https://www.amazon.es/Cuentos-viajar-lejos-Antonio-G%C3%B3mez/dp/1708641130

jueves, abril 20, 2023

LOS RECORTES EN SANIDAD



Hace unos día al ir a besar a Carmen me tuve que alzar de puntillas porque parecía que ella había crecido. La verdad es que ella sigue midiendo igual que antes, no así yo, que al igual que la ropa de algodón, parece que he encogido.
Cogí cita urgente y fui a ver a mi doctora, pues no era normal que mi Carmen tenga que inclinarse un poco para darme y recibir mis besos.
Lo primero que me preguntó la doctora es esto.
—¿ Y en la cama no coinciden ustedes frente a frente para hacer el amor?
—Po zí. No miramos y todos los órganos coinciden a la misma distancia. Solo los pies no coinciden: los de ella son más largos que los míos.
— Eso tiene arreglo: Va usted a una librería y compra este libro que le enseñará a recuperar los seis o siete centimetros que han perdido sus vertebras al reducirse las almohadillas que las unen y separan. Yo, con los seis minutos que dedico a cada paciente, no puedo explicárselo. Usted se lee todas las indicaciones y luego las pone en práctia.
¡Pasmaíto me quedé, la verdad! En vez de medicamentos me manda comprar y leer un libro. Un libro que no entra en las recetas admitidas por la Seguridad Social. No sé adónde vamos a llegar con los recortes.
Total, que ayer fui a Carrefour a comprar el libro y me lo leí. Yo no entendía nada. ¿Cómo me va a ayudar a crecer un libro en el que cada página contiene 200 números de teléfonos y el nombre de sus propietarios? ¡Era un grueso tomo de las Página Amarillas!
Enfadao, muy enfadao, fui a ver a mi doctora, sin tener cita ni miedo a que llamase ala policía ni nada, y me colé dentro de la consulta con el dichoso libro.
— ¿ No ve usted que estoy atendiendo a esta señora?
— ¿También la va usted a engañar como me engañó a mí? ¡Me ha hecho comprar una guía telefónica para crecer!
— Po zí, y le demuestro que es efectiva. Llevo treinta años ejerciendo en la Seguridad Social. Y no es usted el primer paciente que se queja de haber decrecido. Súbase la báscula y póngase contra la pared bien derecho para que lo mida.
Y me subí: 1 60 centímetros
—Ahora ponga el libro debajo y subase encima.
Y lo hice: 166 centímetros
— ¿Ve usted como yo tenía razón? Cuando vaya a abrazar a su eposa o a besarla se sube encima del libro
¡Qué barbaridad, cuánto sabe esta señora, se nota que ha estudiado y tiene muchos años de experiencia!

©Juan Pan García, 20/04/23

lunes, abril 17, 2023

NOTICIAS DEL CORONAVIRUS

 

Foto del diario El Mundo


Cuando  Curro  Hernández fue a misa el domingo  y escuchó decir al cura que él se había vacunado por recomendación de Dios, que  vela por sus  representantes en la Tierra, lo aceptó en seguida.

 Ya podían decir misa los tertulianos del mundo televisivo, que él solo confiaba en el padre don Julián, el mismo que le había bautizado, dado la primera comunión y lo había unido en matrimonio con la Juana dos años antes.

Dios solo velaba por sus fieles y él no lo era, de ahí que cuando el jueves dio positivo en un test, comprendió que ese  era su castigo. Pero estaba equivocado, muy equivocado.

Los síntomas que apreciaba el día siguiente  no eran los mismos del corona virus que anunciaban los médicos en la radio y en Televisión Española: dolor de garganta, fiebre, malestar general, dificultad para respirar… Lo suyo era unos granos en el labio, la lengua llena de llagas, su verga inflamada  y dolor al orinar.

 ¡Joder! ¿De qué me han servido las mascarillas?— exclamó mientras llamaba al 112.

La voz de la empleada  parecía enojada al otro lado, ¡como si fuese ella la enferma y no yo.!

«¿Dónde ha estado?, ¿Con quién? ¿Ha llevado usted la mascarilla puesta? Tiene que quedarse confinado en su domicilio durante dos semanas. Un médico estará, en contacto con usted por teléfono y le irá dando instrucciones. Si empeora, tendremos que hospitalizarle.»

¡Y  hospitalizado estaba! 

«¡¿Pero qué he hecho yo  para merecer  tal castigo, Dios mío?! »,  pensaba mirando al techo blanco y esterilizado de la UCI, tendido en una cama con goteros pinchados en el brazo, un tubo grueso en la tráquea y una sonda en el pene, que manipulaba en ese instante una enfermera para extraer una muestra de los fluidos y analizarla.

Pensó en su mujer, encerrada en su casa sin poder salir ni a comprar. Ella no estaba tan grave como para hospitalizarla, fue él quien la contagió.

 Fue la voz de una periodista  dando las Noticias de la 3 en  una radio, colocada piadosamente en la sala por una enfermera para que no se hicieran tan largas las jornadas, las que respondió a sus preguntas.

 «Dos docenas de feligreses han sido víctimas del Covid 19 durante la celebración de la misa dominical. La Iglesia está precintada y los enfermos  confinados en sus domicilios. Así mismo, el  bar de alterne  El Paraíso ha sido cerrado por el mismo motivo, hallándose sus trabajadoras en la UCI del hospital de la ciudad ».

¡La Lola en la UCI!  La misma que satisfacía periódicamente todos sus deseos por muy retorcidos que fueran. Recordó que, siguiendo la normativa, mientas se consumía en el bar no hacía falta llevar la mascarilla. Y él no la llevaba puesta, ni siquiera llevaba una en el bolsillo.  Condones, tampoco. Y una reflexión se fue abriendo camino en su mente:

«Tal vez Dios perdone los errores cometidos; pero el coronavirus y la sífilis, no. »

 

 

martes, abril 04, 2023

PUBLICAR EN AMAZON

 Una de las  ventajas de publicar como editor independiente en Amazon es la posibilidad de corregir el texto una vez publicada la obra.

En efecto: en las editoriales clásicas, imprimen una tirada de X ejemplares que una vez publicadas ya no se pueden corregir de los fallos tipográficos   (siempre los hay aun en los libros de editoriales potentes y famosas).

Ayer introduje en mi libro «Ay Dios qué cosas pasan» el Certificado de Registro como Autor. Al mismo  tiempo corregí dos faltas que vi en los ejemplares que he recibido de prueba.

A partir de ahora, todos los ejemplares que se compren mostrarán el certificado del registro de propiedad intelectual inscrito en una entidad privada muy importante.  CEDRO.

La Junta de Andalucía, que  cobra por registrar una obra 15 euros y tarda meses en enviarte el certificado, te obliga a desplazarte a la delegación provincial y presentar una copia física de la obra, llevando en mano el certificado del banco con el pago de la citada tasa.

Supuestamente, puedes hacer esta operación vía telemática; pero yo he perdido diez días intentándolo sin éxito. Por eso he acudido a CEDRO, entidad en la que soy socio como escritor, y la he registrado en cinco minutos, y... ¡GRATIS!

Registrar una obra literaria o artística  no es obligatorio; pero es muy útil cuando vez que alguien la copia o vende alegando que es suya. El certificado con el día y la hora de registro demostraría ante la Justicia quién es, en tales casos, el plagiador.

sábado, abril 01, 2023

¡AY DIOS, QUÉ COSAS PASAN!

¡Ya han llegado los primeros ejemplares de mi nuevo libro! El séptimo que publico.




Solo han tardado tres días en publicarlo y traerlos a casa.

Estoy muy contento, están muy bien encuadernados y se leen bien.
Espero que ustedes, que tanto habéis reído leyendo en Facebok algunos relatos de los que contiene el libro, lo compréis para pasar buenos ratos ahora que llegan el buen tiempo y las vacaciones. O para regalárselo a una persona querida.
También tendréis un buen recuerdo mío.
Lo podéis comprar aquí en papel o en ebok: https://www.amazon.es/dp/B0BZF75XX6