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jueves, septiembre 21, 2006
¡ NO VAYÁIS NUNCA A ESE PUEBLO!
Hay un lugar en Galicia donde se divierten con los perros, golpeándolos con una barra hasta que mueren.
El asesino ha sido televisado en directo. Para que nadie se acerque a ese pueblo maldito, ni entre por error en el antro donde se comentan y celebran esas barbaridades, dejo aquí estos datos que he encontrado difundidos por la Red.
DATOS DEL ASESINO DE PERROS:
JUAN LADO PALMIER
TELEFONO 981840030
C/PORTO 9
15965 AGUIÑO
RIBEIRA
LA CORUÑA
Lugar de reuniones de los asesinos de perros: Bar Furón, propiedad de Juan Lado.
Envío un fuerte abrazo al veterinario y le animo a que siga defendiendo a los animales.
martes, septiembre 19, 2006
AGUIÑO, NIDO DEL HORROR
La agencia de viajes se había visto desbordada por la excesiva demanda. Necesitaron alquilar cuatro autocares extras para cumplir con el compromiso. Tres de ellos eran exclusivamente ocupados por alumnos del instituto Juan Lara de El Puerto de Santa María. El billete no era caro: incluía el viaje de ida y vuelta en autocar de lujo, tres días de visita por Galicia con visita al lugar del horror, y dos noches de hotel en la capital.
La agencia había aconsejado que los viajeros estuviesen preparados con todas las medidas de seguridad requeridas para la visita: vacunas antirrábicas, antimalaria, anti tifus, antitodo lo que se había inventado vacunar. No se debía correr ningún riesgo, la empresa no se hacía responsable de los posibles accidentes provocados por incumplimiento de estas normas.
Una vez llegados al lugar del terror los visitantes no debían aceptar ninguna clase de alimentos ni bebidas de los lugareños; debían todos cubrirse la nariz con una mascarilla homologada contra los virus infecciosos; no tocar nada sin guantes, no acercarse a menos de tres metros de los bichos que pacían en el lugar.
Tras diez horas de agotador viaje, llegaron a Coruña y se dirigieron derechos al hotel para refrescarse, cambiarse de ropa y dar una vuelta por la ciudad. A las nueve volvieron al hotel para cenar y después subieron a las habitaciones reservadas por la agencia. Así pasaron la primera noche.
Amaneció un día gris y lluvioso, una finísima cortina de agua continuada, que aunque no necesitaba del paraguas podía al cabo de un tiempo empapar completamente las ropas de los visitantes.
Después de desayunar cargaron con agua, bocadillos y toda clase de objetos para no tener que comprar nada en el terrorífico lugar que iban a visitar y subieron a los autocares.
Al cabo de cuatro horas de deambular por los prados y colinas achicharradas por los incendios veraniegos llegaron a un cruce de carreteras, donde estaba señalizada la ruta a seguir para entrar en el pueblo maldito. Una fila de carteles con una calavera impresa sobre los textos anunciaban las medidas de seguridad a tener en cuenta para poder visitar el lugar sin peligro. Todo el personal se colocó los guantes y las mascarillas mientras los autobuses se acercaban a la plaza del pueblo. Los profesores reunieron a sus alumnos y les suplicaron que permaneciesen juntos en grupo y que ninguno se rezagase. Momentos después todos los visitantes bajaron de los vehículos con sus cámaras fotográficas y videos preparadas para inmortalizar las imágenes conseguidas aquel día para enseñarlas orgullosamente a todos los amigos que se habían quedado en tierra por carecer de billete.
De pronto vieron correr hacia ellos a un animal horrible dando gritos: tenía el aspecto de una mujer, iba vestida con blusa y falda, y su cabello era rubio como la paja del trigo; pero los colmillos, la baba que salía por las comisuras de sus labios, los ojos a punto de salirse de sus órbitas, sus gesticulaciones rabiosas y el lenguaje intraducible que empleaba dirigiéndose a los turistas demostraba que estaban ante uno de los auténticos representantes de la fauna que habitaba el lugar. Las cámaras salieron prestas de sus estuches y comenzaron a grabar al animal salvaje; al momento vieron abrirse las puertas y ventanas de las casas y una muchedumbre de seres extraños y salvajes salieron y se acercaron dando gritos a lo autocares. Los profesores ordenaron que todos los alumnos se refugiasen dentro de lo vehículos y los chicos subieron rápidamente, asustados. Desde la comodidad de sus asientos pudieron grabar todo el barullo que se había formado en la calle. Al cabo de unos minutos un hombre salió de una casa que tenía un letrero que decía. “Clínica veterinaria” y hacía señales con las manos de que se acercaran los autocares a su casa; tenía una maleta preparada y lo que al parecer deseaba era huir del lugar. Pero la supuesta mujer rubia lo vio y dio un grito espeluznante, y todos los seres salvajes aullaron enseñando sus babeantes colmillos y se lanzaron sobre él. Uno de ellos encendió un trapo y metió fuego a la casa, otro echaba veneno a los perros guardianes del veterinario para que no pudiesen defenderlo.
El autobús avanzó lentamente para no aplastar a ninguno de esos salvajes, por temor a las represalias de éstos; los maestros pedían a gritos que se apresurase a cualquier precio para socorrer al funcionario que el Estado había enviado para ayudar a los animales indefensos de aquel pueblo para protegerlos y vacunarlos contra la rabia y la locura de sus feroces habitantes. Los salvajes se volvieron contra el autocar y comenzaron a golpear los cristales y a lanzar piedras contra los vehículos. De pronto me vi dentro del sueño, viajaba en uno de los autocares sentado junto al conductor. Fotografié a uno de aquellos feroces seres con los ojos casi fuera de las órbitas, los colmillos soltando babas y la mano sosteniendo una viga de hierro que traía para atacarnos. El veterinario consiguió subir a uno de los vehículos y todos salimos rápidamente de aquel infierno. Anotamos el nombre del pueblo: Aguiño, para jamás olvidarlo y no permitir que ningún familiar o amigo se aventurase por aquellas tierras. Señalamos el nombre con un círculo en el mapa, decididos a publicar lo que vimos y pedirle al Gobierno que exterminase aquellos animales tan fieros.
Se nos acabaron las ganas de visitar otros lugares famosos: Santiago, Finisterre, Orense, ect. Ninguna de esas ciudades protestaron por los asesinatos de los perros y permiten que los sigan comentiendo.
Al pasar por Madrid decidimos ir a sentarnos ante las puertas del Ministerio del Interior. El Ministro nos aseguró que ya habían tomado las medidas oportunas: sellar el término municipal, impedir la entrada o salida al pueblo por tierra o por mar, esperando que sus salvajes se matasen entre ellos mismos al sufrir el hambre y la sed; luego sembrarían de sal los campos y rociarían con cal viva las calles y guaridas de esos seres sanguinarios disfrazados de humanos que apaleaban hasta matarlos a sus propios perros.
Nos fuimos de vuelta a El Puerto, confiando en que se llevasen a cabo esas medidas y que desapareciesen de la Tierra esos engendros. No pudimos dormir bien aquella noche, inmersos en terribles pesadilla, viendo las queridas mascotas que acostumbrábamos a ver en las ciudades descuartizadas aún vivas por los dientes y pezuñas de aquellos salvajes. Al llegar a nuestra ciudad hemos puesto carteles con las fotos ampliadas de aquellos engendros y hemos pedido a nuestros conciudadanos que eleven una petición al Gobierno para que declaren la prohibición de visitar, comprar o vender algo en aquella zona reservada y peligrosa, con el fin de colaborar en la extinción de los salvajes aquellos.
En las agencias de viajes hemos colocado un enorme cartel que tiene una calavera pintada y un texto debajo que dice:
Aguiño, pueblo maldito. No lo visites, no gastes tu dinero en ello; no merecen esos puercos que reciban alimentos. Que mueran de hambre y el nombre maldito sea borrados de todos los documentos. Y éste que escribe sobre aquellos sucesos, aunque fuese en un sueño,
apoya ahora, completamente despierto, con su firma que se cumplan esos Decretos.
JUAN PAN GARCÍA
martes, septiembre 05, 2006
MI AMIGO
lunes, septiembre 04, 2006
ESTA NOCHE, SÓLO DESEO OLVIDARLA
No fue suficiente para retenerla y se fue entre nubes de tormenta, sin mirar detrás para no ver tirado, sobre el asfalto de la vida, una piltrafa humana deshecha.
Y ahora no tengo a nadie a quién enviarle esta carta; ella ya no existe… No para mi alma. Mi corazón vestido de acero, y mi alma recubierta de telarañas.
Árbol seco del monte arrasado por el fuego terrible del engaño; no seré siquiera lugar de nidos para alegres pajarillos, y entre tanto verdor vivo, destaca mi tronco amarillo por las termitas carcomido.
No tengo a nadie que escuche… y mi voz retumba sola en el eco del olvido. No deseo pan ni agua, ni sol ni lluvia, ni calor ni frío.
Esta noche solamente quiero olvidarla._
Se tarda mucho en encontrar un buen amigo; pero en sólo un minuto puedes perderlo.¡Cuidalo!
jueves, agosto 17, 2006
LA ÚLTIMA FOTO
Pinchar sobre la foto para verla a tamaño natural.
Nueva York no es Madrid, ni mucho menos Cádiz.
En septiembre hace frío en Nueva York; en Cádiz las personas aún se bañan en las playas.
Los 150 mil turistas que a diario acudían a visitar el Word Trade Center en el mes de septiembre iban abrigados; sabían que tendrían frío allá arriba, en las terrazas situadas sobre los 110 pisos de oficinas de cada torre, donde trabajaban 50 mil personas.
Ese día, un joven vestido con yérsey, cazadora y un gorro de lana cubriendo su cabeza, se dirigió a uno de los 120 ascensores de la torre norte, dispuesto a ver la ciudad desde 417 metros de altura. Sobre la espalda llevaba una mochila con sus cosas personales, entre ellas una buena máquina fotográfica clásica. El ascensor, con capacidad para cincuenta personas, lo elevaría sobre la ciudad a una velocidad de 22 pulgadas por segundo.
Era un visitante más de entre los miles que subían a diario, pero éste llenó las páginas de toda la prensa mundial, por si alguien podía identificarlo. Era el Señor X.
¿Quién era el hombre que se apoyaba en la baranda de la torre tan temprano?
¿Estaba de vacaciones? ¿Viaje de boda? O, simplemente, estaba de paso por la ciudad y quiso visitar el edificio más importante de América, el símbolo del bienestar y la prosperidad de EE.UU.
¿Quién era la persona a quien le entregó su cámara para que le fotografiase?, ¿un turista anónimo?, ¿un amigo? ¿Su novia o esposa?, ¿algún miembro de su familia?
La vista que aparecía ante sus ojos era impresionante desde aquella terraza, y por nada del mundo dejaría de atrapar esa imagen. Una fotografía que guardaría siempre, que mostraría a familiares, amigos… y que algún día enseñaría con orgullo a sus hijos y nietos,
La persona que manejaba la cámara estaba ajustando la imagen cuando, de pronto, apareció en el visor de la máquina un enorme avión, precioso, brillando con la débil luz solar que se filtraba a través de la neblina de la recién estrenada mañana.
— ¡Note muevas, es una vista genial!, gritó el fotógrafo accidental, segundos antes de asimilar lo que estaba viendo a través del objetivo.
El joven se quedó quieto y sonrió.
¡Clic! ¡Clic!
La imagen quedó impresionada en el carrete. Y la fecha.
Fue la última foto que captó la máquina, la última que se hizo el Señor X.
Durante las milésimas de segundo que tardó el obturador de la máquina en cerrarse, el avión llegó a su destino. A partir de ahí, el caos.
El carrete lo encontraron los agentes del FBI entre los escombros, dentro de una máquina aplastada.
El Horror, atrapado en un clic de milésimas de segundo, testigo de cargo para la Historia.
Señor X: descanse en paz…
martes, agosto 08, 2006
La lotería
Después de aguantar durante treinta años que en todas partes le tocasen los huevos, a mi hermano mayor le tocó la Lotería de Navidad el año pasado. Enseguida llegaron a su casa cientos de personas, la mayoría desconocidas, y las pocas que mi hermano conocía entre ellas eran directores de cajas de ahorros y de bancos que antes no habían querido concederle la hipoteca para comprarse un campito para sembrar tomates, pimientos y lechugas para sus ensaladas.
—Aquí finaliza la farola.
miércoles, julio 12, 2006
VISITA DEL PAPA A VALENCIA
FOTOS CEDIDAS A LOS LECTORES POR CANARIAS 7 e INFORMACION.ES
—Po yo creo habé eccuchao que fue elegío en una eleccione zecreta aentro del Vaticano por un montón de cura, zin observaore ni interventore ni ná para controlá la limpieza del voto. Ezo no ectá bien en una democracia.
—Pero es que eso no es una democracia, sino una teocracia: Dios en el Cielo, y en la Tierra el Papa, y ellos tienen sus propias normas.
—Ah, ya… Pue po lo victo él no cree musho en Dió: ha venío eccoltao por un caza de la Fuerza Aérea, como zi Dió no fuera capá de proteger a zu reprecentante en este mundo. Y el Ectao ecpañó ha zacao a mile de policía de otro lugare para protegel-lo durante zu ectancia en Valencia, dejando a lo ciudadano abandonao y en mano de lo quinqui y delincuente.
— ¡Hombre, eso es normal! Es un jefe de estado el que nos visita. Y como tal, recibe los mismos honores que cualquier jefe de estado.
— ¿Y dede cuándo un jefe de ectado entra en un paí y monta un tinglao como éce para hacé zu campaña política contra el Gobienno que le recibe? ¿Tú ha victo que Jorge Búh llegue a Ecpaña y en una ciudad de lan má importante monte un ecpectáculo ací y comience a criticá al Zapatero po habé hesho lo contrario de lo que él decía? ¿Va, por cazualiá, nuestro Precidente a un paí árabe a decil-le que ezo de diccriminá a la mujere y la ablación del clítori ectá mal y que deben de cactigar a quien lo hace?
—Hombre, es que en España somos diferentes, ya lo decían antes, cuando mandaba Franco. Aquí somos hospitalarios, acogedores y sabemos convivir con personas de otras culturas. Recuerda que en la Edad Media vivíamos juntos y en paz los cristianos, los árabes y los judíos. Ahora no podíamos hacerle un feo al Papa.
—Pero ¿No dice la Contitución que Ecpaña é un paí laico? ¿Por qué eza democtración de podé e injerencia en la política que la mayoría ha votao?
—Mira, no le des más vueltas. España sigue siendo católica, y la prueba es que un millón de personas se ha desplazado para recibir a su Sumo Pontífice.
—Un millón de cuarenta millone no é la malloría. ¿Por qué no pagan ello lo gacto que han ocazionao? Ahora el Gobierno deccontará de la pencione a lo viejo y lo parao ece montón de millone que ha coctao la fiecta del viejo eze. Porque de algún lao lo tendrá que quitá, ezo no ce debatió en lo prezupuezto del Ectao, digo yo…
—Hombre, ellos también han sacado dinero vendiendo recuerdos: fotos pañuelos, gorras, agua embotellada, rosarios supuestamente bendecidos, ect. Es como cuando fuimos a la romería del Rocío, ¿te diste cuenta del negocio que tienen montado allí?
— Zi, pero laz obra que ce han hesho en Valencia para el ecenario, el alumbrao, la zeguridad, la retranmicione en la cadena pública de radio y televición, lo pañale…todo ezo lo pagamo entre tó, aunque yo cea ateo.
— ¿Qué dices de pañales? Estás desvariando.
— ¡Cómo! ¿No te dicte cuenta de que el Papa andaba tó encogío y con la pierna abierta? ¡Lo dodoti, hombre! El hombre no puede dejá la miza ni la ceremonia de apertura para irce al cuarto de baño, no; é un viejo de 78 año, y a eza edá ce zufre de incontinencia y ce mean en lo calzone y la pata abajo ci no hay un retrete cerca. Pue, ¡hacta ezo lo pagamo nozotro! Al probe hombre lo han tenío de un lao pa otro, de receción en receción; luego hizo lo diccurso, el teatro, la Caballé… Y durante ece tiempo él zin moverce, con la mano junta zobre zu vientre, aguantando… Y entre tanta mile de enfermera no habían hesho ninguna cura para atendé al Papa.
—No son enfermeras, son monjas.
—¿Zí? Po como llevan la toalla eza por la cabeza como la enfermera, po yo creía que eran ezo: enfermera. Y mientra tanto, toa la ciudá pata arriba, zin autobuce y zin metro, la calle cortá al tráfico... Meno mal que ya ce fue el hombre.
—Bueno, hombre, por unos días que recibimos a las familias más buenas y honestas de España, no te vas a poner a llorar, ¿Verdad?
—¿La má guena? ¿Por qué?, ¿ porque no joen como la demá? Pregúntale al Beni, que ha pazao to er día barriendo el lugá donde han pazao la noshe. ¡Estaba toíto el zuelo lleno de condone!
—Muy raro eso que dices; ellos son del OPUS, y practican la castidad hasta el matrimonio.
—¡Opú, opú, opú!, decían ella cada vé que le empujaban el zipote para entro. Meno mal que ya pazó tó, que el hombre ece ce fue, que zi no, ce queaban toa la jovene de Valencia preñá.
—Sí, se fue muy rápido, llegó al avión, saludo un instante y enseguida despegó el aparato.
—¡Claro! Lo que él quería é llegá a zu caza y centarce delante dun televizó grande, con pantalla LCD y vé el partío entre Italia y Francia. El tiempo jucto de llegá, lavarce de lo dó día de traciego, curarce laz hería, comé, una ciectecita —que é una coctumbre llevá al Vaticano por loz Obizpo y embajaore —, y luego, a la ziete, vé el partío.
— ¿Estás loco?, ¿de qué heridas me hablas?
—¡Hombre…! Le dieron una paliza zoberbia, lo he victo en la televición y oío en mi Mp3. Por tóa palte que iba: en el ectrao, en la catedrá, en la ectación del metro… ziempre tuvo zu espalda llena de cardenale…
— Muy gracioso, hombre. Y ¿qué más has visto en televisión?
—Que el pobre ce creía que era un montruo del ecpectáculo, como la Madonna o Zekira. ¿Lo victe con lo brazo en alto zaludando al público decde el eccenario, mientra la multitú gritaba “a por ello, oeee. A por ello, oee ”? Apena uno centenare aplaudiendo. No ce le ocurrió hacé lo minmo que Zakira en el ectadio de Berlín: cantá mientra movía el culo contra laz ingle del negro. ¡Ezo zí que hubiera zio un éccito!, ver al Papa bailá y mover el tracero pegaíto al cuerpo de un negro fuerte como el Makelele y contemplá abzorto cómo ce elevaba del zuelo, mirando hacia el cielo y bendiciendo a la multitú. Pero no, no hacía má que elevá lo brazo y zonreí, con la cabeza un poquitín incliná, no zé zi vigilando po zi ce le zalía la orina por bajo la zotana o porque tenía daño en la cervicale.
—¡Venga, paga ya y vámonos! ¡Qué falta de respeto, por Dios! Hay que respetar las creencias religiosas de los demás, ¿aún no te has enterado?
—¿Zí? Y la mía qué, ¿Quién la recpeta? ¿Quién ma preguntao a mí zi quiero que venga eze zeñor aquí a molectarme durante má de una zemana zin poé conducí ni í a trabajá por cauza de lo cambio originao por ece viaje y sin podé vé un programa de televición que no zalga él en la noticia?
Están tó el año pidiendo dinero pa laz ONG que trabajan en condicione infrahumana en Hicpanoamérica, India, África, y rezultan que ce gactan má dinero en ecte viaje que el que reciben tóa laz ONG junta, ¿de qué me vale poner una X en la cazilla de “Finez Zociale” en mi declaración de la renta zi luego pagamo tó ezo viaje, aunque zeamo ateo u no creamo en Dio?
—Eso es lo mismo, ateo es aquél que no cree en Dios.
—¡Venga lla, hombre! Te juro que lla no iré má a votá por ningún parázito de ezo que no gobiennan zin pedí tu opinión pa ná. ¡Venga lla! Camarero, cobre la cuenta, que paga mi hermano, que para ezo yo ha trabajao musho para que é valla al colegio. Y que le vallan dando pol culo a tó ellos.
FIN
Nota: El narrador no se hace responsable de las opiniones vertidas por esos dos hermanos.
martes, julio 04, 2006
ALGAR de Santa María Guadalupe
ALGAR es un pequeño pueblo situado a horcajadas sobre un monte. Está a 20 kilómetros de Arcos de la Frontera, en el corazón de la provincia de Cádiz. Pertenece al grupo de los llamados "Pueblos Blancos” de la Sierra de Cádiz, y esto es así porque sus casas son blancas, encaladas cada año, y la blancura destaca sobre el paisaje.
Algar es un pueblo relativamente joven, no ha cumplido aún ni tres siglos de historia, y su fundación tiene algo de mágico:
Cuentan que allá por los años 1750, un rico hacendado, don Domingo López de Carvajal, que vivía en su palacio de El Puerto de Santa María, viajaba de regreso de México, donde tenía minas de oro. En mitad del oceano Atlántico sufrieron una tormenta que puso en peligro la vida de todos los pasajeros: los golpes de mar zarandeaban la nave de un lado al otro, tenía sus amarres rotos y la carga suelta por la cubierta… todo presagiaba el hundimiento rápido de la goleta en que viajaban. Fue entonces que don Domingo López de Carvajal se puso de rodillas ante un cuadro de la patrona de México, Nuestra Señora María de Guadalupe,que él había comprado en el país azteca, y que había sido pintada por un artista anónimo. Desesperado y preso del miedo y la ansiedad, don Domingo le hizo esta promesa:
“Virgen santa, María de Guadalupe: si me salvas de morir en estas aguas, te construiré una iglesia en el sitio más seco de la provincia de Cádiz. Y para que vayan a verte compraré todas las tierras alrededor de la iglesia, la tuya, y construiré viviendas y se lo daré todo a los más pobres del lugar”.
Milagrosamente, el mar se calmó y don Domingo se salvó y llevó a su mansión el cuadro de la Virgen. Años más tarde, en los días 15 y 16 de agosto de 1757 el hombre cumplió su promesa: le compró por 155,200 ducados de vellón al Ayuntamiento de Jerez de la frontera la llamada Dehesa de Algar, una finca de 5,220 aranzadas, equivalentes a cuatro mil metros cuadrados cada una, en total 2,080 hectáreas. La dividió en parcelas y las repartió entre las noventa familias más pobres de la Sierra de Cádiz. En el centro de la finca, sobre un monte, edificó el pueblo: una pequeña iglesia del mismo estilo que había visto en México; una posada para albergue de los caminantes; una cárcel para alborotadores y bandidos; la casa del Ayuntamiento y un palacio para él mismo.
Para labrar las tierras le dio a cada colono una yunta de bueyes y los aperos de labranza, y edificó una casa con granero para cada uno. Fue en 1776, tras largos años de pleitos con el Concejo de Jerez, cuando por fin se escribieron los nombres de los 90 colonos que debían recibir las tierras.
Por su gesto bondadoso, don Domingo recibió de Su Majestad Carlos III el título de Marqués de Atalaya Bermeja y Vizconde de Carrión.
Este pueblo, construido en la zona más seca de la provincia en lo alto de un monte, tiene en su límite Sur uno de los mayores embalses de Andalucía: El Guadalcacín.
Este pantano abastece a Jerez y a toda la Bahía de Cádiz, una población de ochocientas mil personas, que aumenta casi a un millón durante el verano, debido al turismo.
En este pueblo nacieron mis abuelos, mis padres, mis hermanos y este que escribe. Aún quedan en el Algar personas que llevan el apellido Pan, y unas ruinas conocidas como “El rancho de los Panes”.
En los años sesenta hubo una gran emigración de familias hacia el norte de España y Europa. Con ellas se fue la mía.
http://www.cadiznet.com/algar/
sábado, junio 24, 2006
MALDITO INTERNET
El motivo de escribirles es porque dicen que desahogarse es bueno para la salud, de eso sabe mucho mi siquiatra, pues pasa muchas horas escuchando los desahogos de los pacientes. Bueno, sin más dilación paso al objeto que ha conseguido que ahorita mismo me estén ustedes leyendo:
Resulta que mi mujer se pasaba el día con la cara seria, mustia, con un rictus torcido como sonrisa, quejándose de que la vida era un asco, una rutina: trabajar, trabajar y trabajar todos los días del año. Cuando llegaba la noche me daba la espalda y nunca me deseaba, “Estoy muy cansada”, decía.
Un día me pidió que le explicase la forma de entrar en la Red, una herramienta fundamental para mí, que me dedico a promocionar, vender los productos y atender los pedidos de los clientes de una conocida marca bodeguera. Soy trabajador autónomo y trabajo a comisión. Pero esto no importa, no era eso lo que quería contarles.
Me rogó que la enseñase a comunicarse con sus amigas por Internet, o sea: a chatear.
Yo acepté, muy contento de poder complacerla en algo, ya que nada parecía conseguirlo. Le dejaba el PC durante una hora después de cenar, mientras yo miraba las noticias y mi serie preferida en televisión. Luego necesitó dos horas, tres, cuatro…
Llegó a pasar toda la noche sentada ante la pantalla, comunicándose con alguien del otro lado del mundo. Tenían las horas cambiadas, decía ella: cuando mi esposa se acostaba, la amiga se levantaba y solamente podían coincidir madrugando una y trasnochando la otra. Difícil arreglo tenía el asunto.
Un día comenzó a sacar fotos antiguas y a escanearlas para enviárselas a su amiga, fotos de diez o quince años de antigüedad. Le dio por guardar en un CD las fotos que recibía de aquélla para que yo no la conociese: “No sea que te guste y quieras también charlar con ella”, me dijo.
Mi esposa ignoraba que yo me había convertido en un experto en informática, y que para mí descubrir la clave de su correo electrónico fue un juego de niños. Entré en su correo y… ¡me quedé de piedra!
Su amiga se llamaba Ramón, ¡RAAAMÓOOON! Tenía 40 años y decía que ella (mi esposa) era lo único en su vida, su sueño, su alegría, sus ganas de vivir, que moría de amor por ella y que tenía orgasmos mirándola en las fotografías. El tío era bajo, más bien gordo y medio calvo, y me había suplantado a mí, que medía 1´90 y tenía un cuerpo modelado durante muchos años en el gimnasio, y conservaba todo mi cabello largo y plateado.
¿Qué buscaba mi mujer? ¿En qué le había fallado yo? Esas fueron las preguntas que me acosaron en los días y noches siguientes.
Me dediqué a observarla con atención. Parecía otra: se vestía como las dieciochoañeras, vestidos de la talla treinta y ocho; se cambió de peinado y tenía una sonrisa permanente en sus labios. El otro día, al salir del ascensor, nos cruzamos con unos vecinos del 2º y se quedaron mirándola. La vecina no pudo contener su admiración y le dijo: “Chica, que guapa estás, pareces enamorada”, y ella se sonrojó como un clavel de la feria de Sevilla.
Me propuse llegar hasta el final en mi investigación, ¡al cuerno con la Ética!, qué cojones, a nadie le gusta que le pongan cuernos, aunque sean digitales o como se llamen.
Abrí su correo y me fui derecho a la “papelera”, puse un CD en su sitio y copié todo lo que ella había eliminado para leerlo con tranquilidad, si se puede tener tranquilidad cuando alguien obeso y medio calvo se está trajinando a tu mujer desde el lado opuesto del globo. ¡Y menos aún si éste se llama Ramón! ¿Os imagináis a vuestra esposa diciéndole a un extraño “Ramoncín…te amo, soy tuya…?”¡Qué horror!
Lo primero que abrí fueron las cartas de ella y fue lo peor que hice en mi vida: las cosas que ella decía que le haría a su enamorado no me las ha hecho a mí ni en sueños. Ella, que siente repugnancia hasta de beber en mi mismo vaso, le hacía una felación al enano que lo dejaba tumbado sin sentido. Le mostraba sin pudor cada rincón de su cuerpo, dándole detalles de su forma y situación; le decía lo que deseaba que el otro le hiciese en el momento que leyese lo que ella le estaba escribiendo, cosas que cuando yo quise hacerlas casi se me divorcia porque decía que era un pervertido… Encontré los piropos que le dedicaba al miembro viril del enamorado, que este le había enviado en una foto: un pene feo, más bien delgado y corto: doce centímetros a lo más en estado excitado. Se me nublaron los ojos por la rabia y por la impotencia… ¡Por la impotencia! Esa era la excusa que daba ella por desearlo tanto aun estando casada, ¡decía que yo era impotente y que no la satisfacía!¡Yo, que cumplía todos los martes y sábados continuadamente desde que nació nuestro hijo, que ahora tiene veinte años! ¡Impotente yo, que se me ponen las venas de mis 19 centímetros de nabo hinchadas como rabos de lagartos solamente al verla en bragas! ¡Ay, Dios! ¿Qué le ocurre a mi esposa?
Y el otro cabrón diciéndole que su mujer no vale nada comparado con mi niña, porque aquélla tiene las tetas lacias y secas; que si el vientre parece el de una preñada, que si… ¡Por favor! Y mi esposa le sigue el juego y le dice que “desea comérselo con papas, que no le da asco, que todo se lo traga…”
El otro día me pidió que le instalase el Messenger, con micrófono y cámara. No le pregunté por qué, me lo imaginaba… Y comenzó la sesión de “cine amateur”: ella se desnudaba ante la cámara para que su amado se masturbara. ¡Pienso yo que harían eso! Lo hacía cuando yo me acostaba. Me hacía el dormido y la dejaba gozar lo que quisiera, de todas formas peor que antes no sería, cuando ella estaba tan triste, seria y amargada.
De pronto un día todo acabó, ella ya no quiso más Internet, ni más fotos ni más cartas: lo dejaba todo y volvía a mi cama y con amor me abrazaba y besaba. Yo quité la cámara, el micro y el Messenger, que en mi casa nada de eso hacía falta. Y volvieron los años mozos de recién casados, el amor y sus pecados… ¡Todo maravilloso! ¿Qué había pasado?
Pues eso, que por la web cámara salen todos los defectos, que mi esposa no tiene veinte años como la que aparecía en las fotos que ella había enviado, los años no pasan en balde. Y que el enamorado también la había engañado con las fotos: ahora era realmente él en persona el que mi esposa veía por el monitor y su picha era mucho más corta aún que en la foto, y claro, pienso yo que fue por eso: nadie cambia una autopista por una vereda, ni una caña de lomo ibérico por una salsicha frankfurt. En fin, les he contado todo eso para que sepan el Internet es un peligro grande; muchos matrimonios se han destruido por su culpa.
Ahora mi esposa me ama más que nunca. “Ay, mi amor… Si tú supieras que he estado a punto de abandonarte para irme lejos, muy lejos…”, me dice mientras cruza sus piernas sobre mí. Y yo guardo silencio y me guardo mi secreto mientras la amo.
Ella ahora se va sola a la cama y me deja trabajar tranquilamente en el ordenador. Sabe que me tendrá dos veces a la semana como antes, como siempre…
Desde hace un par de días me escribo con Alicia, una mujer preciosa, de ojos color turquesa y labios que destilan miel. Me ha enviado un par de fotos, es preciosa, ummmm..… ¡pa mojar pan y comer!
FIN
miércoles, mayo 10, 2006
Flor silvestre
Flor silvestre y campesina
Flor sencilla y natural
No te creen una flor fina
Por vivir junto al nopal
No eres rosa ni eres lirio
Mucho menos flor de lis
Pero adornas hasta el martirio
Y al cardón haces feliz
Como tú mi flor silvestre
Tuve en la sierra una flor
Nunca supe de la suerte
Y sí mucho del dolor
Flor humilde flor del campo
Engalanas el zarzal
Yo te brindo a ti mi canto
Florerilla angelical
Mientras duermes en el suelo
Te protege el matorral
Y el cardillo y cornizuelo
Forman tu valla nupcial
Siempre has sido mi esperanza
Linda flor espiritual
Yo te he dado mi confianza
Florecita del zarzal.
Canción ranchera mexicana, de “Los Guayaki”
viernes, abril 28, 2006
¡VUELA,PAJARITA !
domingo, abril 23, 2006
NO SOMOS NADA
Has estado a mi lado junto al semáforo y ni siquiera te has dado cuenta de los sentimientos que me has provocado; me has mirado de soslayo durante un segundo y en ese tiempo me has analizado y me has valorado; luego has cruzado la calle con pasos ligeros, ondulantes, calculados… para atraer las miradas de los mortales: las de ellas, que se fijarán en tus ropas caras, tu perfume y tus andares para intentar imitarte dentro de sus posibilidades; las de ellos, como la mía, de admiración y deseo.
Tú pasas sin ver nada, despreciando lo que sin duda vas buscando: sentirte amada, deseada y poseída, pues para eso te has preparado al salir de tu casa así tan bella.
No sabes que cada segundo que pasa es un tiempo perdido del que te resta de vida; que no te vas a llevar ningún abalorio ni vestido; que lo que no disfrutes ahora será para siempre perdido. Has pasado junto a mí y ni siquiera me has visto… ¡Lástima! Hubieras pasado un buen rato conmigo y te hubiese hecho feliz para comenzar el día con otra cara, más humana, sin arrogancia, más atractiva aún si cabe.Pero tú lo has querido así; tú te lo pierdes, princesa.
sábado, marzo 25, 2006
EL ÁRBOL VIEJO
Cuando ha transcurrido gran parte del otoño y el árbol desecha sus hojas muertas, cayendo éstas al suelo convertidas en alfombra de pasos perdidos; cuando sus desnudas ramas se aprestan para sufrir las crudezas del invierno, si antes no son podadas para alimentar al fuego; cuando nadie busque su sombra en el duro invierno, y quede él olvidado en un rincón del parque, a merced de la lluvia, del frío y de los vientos… siente él la soledad y el miedo, con la única compañía de los gorriones, de los tordos y los cuervos, que descansan en sus ramas mientras buscan alimento.
Es por eso que si sucede un milagro como el que hoy ha sucedido: que una paloma blanca fije su nido en su tronco carcomido, y al posarse le transmita su calor y del corazón sus latidos, y acaricie suavemente con su plumaje el tronco raído, y su canto resuene dulcemente en el nido… entiendo que el árbol se estire y se mantenga erguido...y se sienta orgulloso y feliz de estar vivo.
De pronto buscará con ansia la humedad de la tierra, ésa que le dará la savia nueva que vestirá de nuevo sus ramas secas; que lo llenará de vida y de sueños en su nueva primavera.
martes, marzo 21, 2006
CITA EN MÉRIDA
La función estaba acabando y yo no sabía aún qué decisión tomar: ¿Acudir al encuentro o marcharme para olvidar todo el asunto? Observé el majestuoso teatro construido en el siglo 1º por Agripa en la vertiente oeste de una colina cercana al río Guadiana. Las figuras del escenario recordaban el fasto de esta ciudad, construida 25 años antes de Cristo para los “Eméritos”, como llamaban a los soldados licenciados de las legiones romanas, de ahí su nombre: Emérita Augusta, la Mérida actual. Sus habitantes eran considerados ciudadanos romanos. Fue erigida en capital de la provincia, y como tal, contenía los mejores servicios de la época: Un largo puente sobre el río; calzadas que la comunicaban con Roma, atravesando Hispania; acueductos para traer el agua; una presa para conservarla, que aún está en servicio; numerosos templos, monumentos y casas señoriales.
Miré mi reloj y me puse aún más nervioso: debía de decidirme ya, antes de que la gente comenzara a levantarse de sus asientos y el teatro se quedase vacío. Luego sería imposible hacer lo previsto, los guardas del recinto me echarían del lugar.
El día antes había recibido un email de la persona que más deseaba en el mundo, la más inalcanzable también. Era una famosa escritora. Me había enamorado de ella leyendo sus obras; la conocía a través de sus relatos, su estilo, la emoción que imprimía a sus frases, el sentimiento que transmitía con ellas. Luego compré su último libro y vi su foto en la portada: fue el flechazo. La seguí en una presentación pública del libro y conversé con ella unos momentos, el tiempo de pedirle que me firmase su obra y poco más, pero suficiente para sentir penetrar en mí su perfume: una mezcla de jazmín y maderas nobles; de ver su precioso escote, que mostraba un canal oscuro entre dos suaves colinas de piel fina y blanca. Admiré su forma de andar, graciosa y armoniosa, sobre sus rojos zapatos de altos tacones, que estilizaban aún más si cabe sus hermosas piernas.
Me entregó luego el libro firmado mirándome a los ojos, y sonriéndome pícaramente al observar mi arrobo, me dijo: Le he puesto mi email por si desea luego comunicarme su parecer sobre el libro.
Aquel fue el primer segundo de mi lenta agonía. Me leí el libro aquella misma noche y le escribí al día siguiente, expresándole mi fascinación por su novela. Fue mi primer mensaje, luego siguieron muchos más; ninguno obtuvo respuesta.
Me convertí en un idiota: compraba la prensa para saber si aparecía alguna noticia de ella; asistí a varias presentaciones de libros sólo por volver a verla; compré un perfume que olía lo mismo que ella, un Coco Chanel, y rocié mi cama con él; le pedí que me firmase el mismo libro en otra rueda de prensa, para sentir de nuevo su olor, su calor, su aura… para estar cerca de ella.
—¿No le he visto antes? —me preguntó.
—No sé…-balbuceé, todo hecho nervios.
Y ayer recibí ese misterioso e inesperado mensaje: “Hola, soy tu musa, como bien me llamas en tus emails; mañana asistiré a una representación de uno de los clásicos en el Teatro Romano de Mérida. Antes de que acabe me iré a las milenarias letrinas y allí te esperaré. No tardes”.
Miré en la guía el lugar de la cita: estaba a cincuenta metros detrás del escenario. Las letrinas las mandó construir Agripa para el servicio de los actores romanos, se hallaban al final de una calzada adornada con columnas y arcos en medio de un jardín. Me levanté cuando el público aplaudía y los actores se aprestaban para el ritual de aparecer y desaparecer varias veces en el escenario y recibir el premio a su ego por la actuación. Salí del teatro y me dirigí al lugar.
La calzada estaba en penumbras, iluminada indirectamente por la luz que los focos proyectaban sobre el grandioso y espectacular monumento. Vi a mi princesa sentada en un banco de uno de los pasillos del jardín. Un lugar solitario, alumbrado por la luz del cuarto menguante lunar.
Ella se levantó y vino a mi encuentro, me cogió de la mano y me llevó hasta el asiento. Yo estaba apunto de morir, lo sentía por la opresión de mi pecho, donde latía mi corazón como un martillo pilón.
—He querido estar contigo sola, ocultándome de mi marido y de los periodistas, arriesgándome a perderlo todo, porque, lo mismo que tú, yo siento algo nuevo desde el día en que te conocí. ¿Tú me amas? Dime…
—¿Y me lo preguntas?- dije yo, abrazándola y besándola ciega y apasionadamente —¿Adónde me llevas, mi vida? Estoy loco por ti desde la primera vez que te vi.
—¿Adónde te llevo? , ¿y tú?, ¿adónde me llevas? Siento que me pierdo, me pierdo… ¿Qué haces, mi amor…?
—Me siento morir, pero… ¡qué bonito es esto, qué bueno! Tengo un poco de miedo.
—¿Tienes miedo? También yo… ¿Por qué hacemos esto? Dios…
—Yo no lo sé…
—Tampoco yo…
—Eres dulce y suave, ¡mira que eres dulce…! Como una espuma, sí, como la espuma.
—Pero, ¡cómo tiemblas! Tiemblas tanto como yo.
—Te aseguro que no es de frío. Es por ti. ¡Cómo te amo!
—¿Cómo me amas? Dímelo…
—¿Nos desnudamos?
—Nos desnudamos, ya no tengo miedo a nada.
—Yo sí… Tengo miedo de mí.
La luna fue testigo de ese encuentro, donde los suspiros se mezclaron con el murmullo del aire entre los rosales y los setos; donde las flujos de nuestros cuerpos se unieron al rocío de la noche, protegidos en todo momento por la mirada de la escultura de una diosa romana, que nos sonreía desde su pedestal.
Fue un grupo de turistas ingleses quienes, guiados por una azafata del Teatro, nos despertó a las diez de la mañana el día siguiente.
FIN
martes, marzo 14, 2006
INOLVIDABLE PRIMAVERA
Miré a María Asunción, que estaba dormida en el sofá-cama desnuda, apenas cubierta por la sábana. Tenía un cuerpo bonito, bien proporcionado, de carnes apretadas y tostadas. Sus rasgos eran criollos: labios carnosos, nariz pequeña, ojos de miel, cabello abundante, negro azabache, largo y lacio. Descansaba plácidamente, recuperándose de la turbulenta noche que habíamos vivido. Llegamos ya de madrugada y estuvimos hablando de ella, de su maravilloso país, de sus ríos y selvas; de su presidente, el general Stroessner, uno más de los generales que gobernaban el mundo. Me dijo que ella era libre, de ésas que decían: “Haz el amor y no la guerra”, que se entregaban a quien lo necesitara y que por tanto no quería ataduras. “Estoy contigo, pero no te pertenezco”, me dijo. Miré el reloj: las 11. La dejé dormir.
La conocí el día anterior en la Sorbonne, durante la proyección de una película en uno de los anfiteatros de la Universidad. Horas antes, observé que en el barrio latino se aglomeraba toda la población estudiantil, ocupando escalones, fuentes, terrazas y muelles del Sena. Jóvenes de diferentes especialidades, culturas y países convivían habitualmente por esa zona; pero siendo el centro de la revuelta, miles de estudiantes de otros lugares habían acudido a solidarizarse con aquéllos y era prácticamente imposible encontrar un hueco donde descansar sin ser arrollado por esa masa humana que gritaba expresando sus convicciones y que arrastraba a la gente hacia los actos celebrados dentro de la Universidad. Me encontré sentado en un anfiteatro del centro de enseñanza, viendo cortometrajes de personajes como El Ché, Mao, Fidel Castro, que eran seguidos por debates en torno a esos líderes y sus doctrinas revolucionarias.
Fue durante el debate que siguió a un cortometraje de esos que una chica que se hallaba sentada a mi lado me ofreció beber agua de una botella. Bebí y la miré para darle las gracias. Era una joven de piel morena; parecía mulata, pero no lo era. No le pregunté nada, pero me presenté y tras el protocolo de rigor, quedamos en salir fuera a presenciar los acontecimientos. Ahora dormía en mi sofá, ajena a lo que sucedía en el exterior de aquella buhardilla de la Rue Montmartre.
Minutos más tarde, yo me dirigía por la Rue de Rívoli en busca de mi Citroen ID19, más conocido por “Tiburón”, que dejé abandonado en medio de la calzada junto a otros miles de vehículos que se habían quedado sin carburante. Estábamos ya a mediados de mayo de 1968.
Todo comenzó porque los estudiantes pedían una drástica reforma en la Universidad. Los padres apoyaron a sus hijos y los sindicatos de la Regie Renault se sumaron a la huelga. Pronto se le unieron otras fábricas y toda la industria quedó paralizada. Pero lo peor estaba por venir: la paralización general del transporte.
Las ciudades se quedaron sin abastecimiento, las estaciones de servicio sin carburante; las empresas cerraban porque sus empleados no podían acudir a sus puestos. Las calles se llenaron de coches abandonados en medio de la calzada o estacionados en doble y tercera fila en el lugar en que se quedaban secos. El mío estaba frente a las tiendas de La Samaritaine, cerca del Louvre.
Comprobé que todo estaba en orden y me dirigí a Nôtre Dame. Luego atravesé el puente hacia el barrio Latino para alcanzar el Boulevard St. Michel, donde a esas horas los soldados del Ejército limpiaban las calles de adoquines, botellas, coches calcinados y botes de humo diseminados tras los enfrentamientos nocturnos.
A lo largo de la avenida personas de toda índole se arremolinaban alrededor de espontáneos oradores, que realizaban toda clase de discursos, enfrentados por la parálisis del país. En el titular del matutino París Jour, leí que el Gobierno no dejaba salir los capitales de Francia y que los trabajadores extranjeros sólo podrían enviar a sus familias remesas de 200 Francos mensuales. El día 13 se calcularon en 9 millones los trabajadores en huelga. Los actos vandálicos de los estudiantes estaban dirigidos por un tal Daniel Cohn-Bendit, un francés descendiente de judíos alemanes, que estudiaba Sociología en la Universidad de Nanterre. Días antes, había sido expulsado de Francia y regresó por sorpresa. Durante los enfrentamientos con la policía enseñaba a sus seguidores la manera de arrancar los adoquines de la calles y lanzarlos con fuerza contra los antidisturbios. La agenda se había convertido en rutinaria: manifestaciones y discursos por la tarde; barricadas por la noche, frente a una feroz respuesta de los CRS (Cuerpo Republicano Especial). En la madrugada del día 16, se contaron mil heridos de consideración. Varios coches ardieron durante la noche, proyectando siluetas dantescas de la confrontación. Yo estaba convencido de que todo aquello acabaría en una guerra civil.
Miré de nuevo mi reloj: las doce, hora de regresar. Todo estaba cerrado por carecer de existencias, ninguna panadería, carnecería o restaurante. Menos mal que yo había conseguido llenar un armario de conservas en previsión de que la huelga se alargase. En las fachadas de los edificios, en los escaparates y en las farolas aparecían carteles de todas clases, referentes a la huelga. El que más impresionaba era uno que mostraba a un policía de los antidisturbios con casco, gafas y máscara en una pantalla de televisión. Debajo tenía el mensaje siguiente: No enciendas tu televisor, el Gobierno te vigila.
Cuando llegué a mi apartamento, después de subir las escaleras hasta la octava planta, oí unos acordes de guitarra y una voz dulce y suave de mujer que cantaba:
Barlovento, barlovento
tierra ardiente y del tambor
Tierra de las fulias y negras finas
que se van de fiesta
La cintura prieta al son de la curbeta
Taki, taki ta , y de las minas.
Abrí la puerta y vi a María sentada en el sofá, tocando una vieja guitarra que yo guardaba colgada en la pared desde hacía dos o tres años. Ella la había afinado y se acompañaba de unas notas nostálgicas. Al verme me sonrió, sin dejar de cantar:
Sabroso que mueve el cuerpo
La barloventeña cuando camina
Sabroso que suena el tan
Taki , taki tan sobre las minas
Que vengan los comunqueros
Para el baile de San Juan
Que la mina está templada
para sona taki, taki ta.
Me senté en la moqueta frente a ella y aplaudí cuando acabó su canción. Entonces se levantó y vino a mí y me besó. Luego se asomó a la ventana y descubrió a las palomas que habitaban en los tejados. Me miró y sonrió. Le di un paquete de maíz que yo guardaba para alimentarlas y ella se volvió a asomar para echarles la comida. Tenía unas piernas largas y muy bonitas, bien torneadas. Al inclinarse sobre el alféizar me di cuenta de que no llevaba ninguna otra prenda debajo de la camisa larga que se había puesto. Me acerqué a ella y me arrodillé, la abracé y puse mi mejilla pegada a sus nalgas. Sentí algo inolvidable, maravilloso. Su piel me transportó por las verdosas aguas del río Paraná, a través de una selva de plantas frescas y de olores diferentes. Su perfume delicado y envolvente me llevó hasta el Corpá, y me enseñó la belleza y majestuosidad de las aguas de Guairá, despeñándose a más de cien metros de altura, enmarcadas en un arco iris alucinante. Me sumergí en ellas con pasión y deseo y me dejé arrastrar por las impetuosas aguas hasta el lejano remanso reparador que sucede a la vorágine.
Al anochecer me dijo que se iba a la Universidad para unirse a sus compañeros en la lucha. Yo la acompañé.
El boulevard estaba rebosante de gente; junto al puente de St. Michel, centenares de furgones policiales esperaban ansiosos la orden de ataque. En las calles se enfrentaban los partidarios de continuar luchando, que ofrecían por 1 franco el libro “Mao Tse Tung” para ayudar a los encerrados en la Sorbonne, contra los partidarios de la reivindicación pacifista, que repartían folletos y fotos de Luter King.
Serían poco más de las diez cuando oí el griterío que subía desde el río, me asomé a la esquina de la rue Sorbonne y vi que la gente corría hacia arriba. La masa humana se dirigía al edificio central de la Universidad a refugiarse. Miré hacia abajo y vi un espectáculo terrorífico: los antidisturbios avanzaban pegados hombro con hombro y formando filas compactas, que iban desde una acera a la otra golpeando salvajemente con sus porras a todo aquél que estuviese en la calle obstaculizando su camino. Viendo las puertas de los edificios cerradas, la gente se pegaba a las paredes y los portales. En vano: todos eran golpeados con dureza. Los que caían al suelo eran pisoteados por todo el regimiento de CRS, que se dirigía sin miramientos hacia la Sorbonne.
Me volví al escuchar mi nombre, era María Asunción que me llamaba desde la puerta del centro universitario, rogándome que me refugiase dentro con ella; pero vi que era imposible: un grupo considerable de personas se interponían entre nosotros y no me podía mover porque la calle ya estaba al completo, como el metro en las horas puntas. Le dije adiós con la mano y me salí por otra calle en dirección contraria a los guardias, hacia los Jardines de Luxemburgo. Atravesé de nuevo el Sena por el Puente de las Artes y llegué a mi casa con las luces del alba. Me duché mientras escuchaba la radio y oí que las fuerzas de seguridad habían desalojado a los estudiantes que habían ocupado la Universidad, que muchos de ellos estaban heridos, que otros estaban detenidos y que algunos serían expulsados de Francia.
El 24 de mayo, el general De Gaulle se entrevistó en Baden-Baden con otro general. Al día siguiente, París amaneció rodeado de tanques. La huelga había terminado.
El general convocó elecciones y sacó la mayoría absoluta en la primera vuelta: la gente deseaba la paz y la estabilidad. A partir de ese día los precios se multiplicaron por 100: había que pagar los destrozos.
Nunca supe más de María. Pregunté varias veces entre los universitarios y les mostraba una foto que había obtenido de ella, por si la conocían. Nadie sabía de ella.
Fue al cabo de seis o siete meses que recibí una postal de Paraguay con este extraño texto:
Ta mo apesä che ñe´é
Magma yboit recoviá
Jha ipypé toro añuá
Co che py`á renyjhe;
Jha jhetá mba`é porá
Aicua´ánde rejha´é
A yé pane oimé ndavé
Revy`á nde yuruvy
Re jhecharamo ipoty
Jha omimbi nde rapecué.
Nunca lo entendí, es verdad, pero cada vez que lo miro veo entre líneas su bellísima imagen y huelo su perfume. Me acuerdo muchas veces del poema del film” Esplendor en la hierba” y creo que es muy cierto cuando dice:
“Aunque el Sol abrase la hierba, y del rosal vuelva mustias las hojas y caigan al suelo sus pétalos de terciopelo; aunque sean éstos esparcidos por el viento… Su belleza permanece para siempre en mi memoria.”
Fin.
viernes, marzo 03, 2006
El BALCÓN
Un balcón colgado
Sobre un mar de viejas tejas
Un patio con naranjos
En la colina alcuesqueña.
Prodigioso amanecer
¡De ensueño!
Esa luz de rojo fuego
Que acaricia mi lecho.
Mujeres cotilleando en el patio
Alrededor de conos de pitarra.
Niños jugando con un gato
Que trepa a mi ventana y escapa
Balcón destartalado, viejo
Vigía de robles y almendros
De ovejas y cochinillos
Castillo de Montánchez, a lo lejos
Y del camino hacia Trujillo.
“Si un día muero, dejad el balcón abierto
El niño come naranjas
Desde mi balcón lo veo
Y el segador siega el trigo
desde mi balcón lo siento.
Si un día yo muero
Dejad mi balcón abierto "
Estas palabras dichas
Por Federico García Lorca
Que leyeron en la radio
En la hora de la siesta
Quiero hoy hacerlas mías
Pensando en mi ventana vieja.
viernes, febrero 17, 2006
BETHLEHEN
Pero antes de subir miro a mi alrededor: las personas que me aman están inclinadas sobre mí en el lecho, dando gritos y llantos. Veo en la cama el cuerpo de una joven de apenas treinta años, de cabellos largos y rizados de color plata, como los tenía mi abuela; tiene pecas en la cara y sonríe mientras duerme.
No quiero molestarles y silenciosamente me subo al coche. Los cuatro caballos blancos de luz intensa vuelan a una velocidad vertiginosa; desde lo alto admiro las blancas cordilleras, las azules aguas de los océanos y el verde color de las praderas y montañas, ¡todo es maravilloso! Cruzo un mundo de estrellas lejanas y al fin llego hasta un lugar desde donde se irradian todas las luces del universo.
FIN
Juan Pan García. Registro de la Propiedad intelectual de la Junta de Andalucía, clave CA─ 1632