AVISO PARA QUIENES COMPRARON MI NOVELA "CUANDO ESPAÑA DESPIERTE":
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Mi pensión no me llega a final de mes y me he visto en la obligación de buscar un trabajo extra. En todas partes me rechazan por la edad al no poder realizar los esfuerzos físicos que exigen ciertos trabajos; además está en contra de mí el el hecho de ser un jubilado. Es por eso que vi el cielo abierto cuando el día 5 de enero del presente año me llamaron desde Madrid para proponerme un empleo de cobrador de morosos.
No necesitaba ser fuerte ni mostrar un abdomen ondulado cual tableta de chocolate, ni tampoco presumir de juventud; solo necesitaba tener el valor, el duro corazón y la poca conciencia de presentarme en las viviendas a exigir a las personas señaladas en mi lista el pago de las deudas pendientes, siguiéndolas si fuere necesario por todas partes vestido con un frac, como si fuese al teatro de la Opera,
Cuando la semana pasada la empres me envió el dossier de mi amiga del alma, mi amor secreto a voces, aunque no pueda desvelar aquí su nombre por eso de la defensa de los datos privados, el corazón me dio un vuelco, un "sursaut", un brinco, ¡joder ya me entienden!
Mi amiga del alma, mi musa, inspiradora de mis poemas amorosos, la culpable de mis desvelos (ahora mismo son las cuatro de la mañana y mientras ella duerme apaciblemente y sin sospechar nada, cansada después de haber echado un polvo que ya quisiera echarle yo, me encuentro aquí pensando en ella, escribiendo sobre ella, sobre nosotros). ¡La niña de mis ojos está endeudada y me envían a mí a cobrar la deuda!
Me viene a la mente su belleza, su sonrisa eterna, su trasero divino... y su orgullo luciendo a su marido, treinta años más joven y más alto que yo, y mucho más atractivo (tiene el aspecto de un cónsul romano) presumiendo siempre de su nuevo y lujoso todo terreno Kia Sportage, mucho más caro y potente que mi Seat Ibiza del 99...
Ella sabe que la amo. Lo sabe por mi forma de mirar con la mirada extraviada, pensante, extraviada ( ¡Uy, esto ya lo he dicho!), por las palabras melosas que le he dedicado, por los poemas encendidos que me ha inspirado y he publicado sin poner nombres, pero que ella sabe que va dirigido a ella, ¡y porque se lo he dicho, joder, que todo hay que decirlo aquí para que entiendan ustedes!
Le dije:
―Te quiero, musa mía, te adoro y quiero hacerte mía.
―¿Zí?, y tu muhé, ¿lo zabe ella? ¡Anda y largate lla! Má vale que la cuide y la quiera pue ella é la que te mantiene tan apuecto y tan zano. Y no me güelva a decíl ná de ezo, Juan, que no me quiero enfadá con uctede.
!Qué corte por Dios! No sabía adonde meterme. ¡Y yo que creía que ella me correspondía!
Y ahora tenía en mis manos el poder y la ocasión de bajarle los humos.
― Buenos días, morenita mía, vengo a cobrar una deuda de tres mil trescientos cuarenta y seis euros a una tienda de mueble. Me lo vas apagar o te amargo la vida.
― ¡¿Quéeeeeeeeeee?! ¿Que ezo hioputa te han disho que llo le debo dinero? ¡¿A tiiiiii?!
― Po zí, a mí. Y no me voy sin cobrar.
― Ay, Juan, no me haga ecto, por favó, que ezo de la deuda no lo zabe ni mi marío.
― Pues a ver qué hacemos, porque ese es tu problema, yo cumplo con mi trabajo...
― ¿Y no podemo arreglal-lo tú y yo, zin que ze entere naide?
¡Wauuu, por fin! Ya se le ha olvidado el orgullo, ya no me mira por encima del hombro. Ahora voy a tener la ocasión de obtener compensación por sus anteriores desprecios. ¡Voy a ir a por todas! Sí, ya sé que no es ético aprovecharse de una mujer débil que no razona impedida por el miedo a que la gente sepa que no es lo que aparenta.
― Tú ya sabes la única cosa que deseo en la vida, corazón. Si me la das, me olvido de cobrar; pero te advierto que vendrán otros, la compañía quiere cobrar...
― Oye,,, Juanito...tú no me ectará proponiendo acoctarte conmigo, ¿verdá?
― Pues... Si no quieres deshacer la cama, no hace falta que nos acostemos; aquí de pié te como a besos
― Bueno, zi é zolo comparí uno bezo, vale. Má no porque tengo la regla.
¡La madre que me parió, para una vez que... !
― ¡Un abrazo y unos besos, y acariciarte y comerte entera, chiquilla que me tienes loco! Venga ya que es tarde!
Y en el momento de abrazarla e ir a besarle los labios recibo un golpe en el ojo que veo las estrellas. ¡¿Coño, qué pasa, dónde estoy?!
Mi mujer me ha dado un codazo en el centro del ojo al girarse en la cama. Y encima me pregunta:
―¿Qué ta pazao, cariño? Anda y duermete otra vé que é mu temprano
Me he enterado en la radio de que el aeropuerto de Barajas está a tope de viajeros esperando anuncien la salida de sus aviones.
Después de pasar la noche durmiendo en los bancos y sobre sus maletas, la compañía ADENA les ha ofrecido un café con magdalenas y donust. Había un señor que se bebía el café, se comía los donust y guardaba las magdalenas en la mochila: Luego se cambiaba de sitio para volver a desayunar. A la tercera vez la azafata lo ha descubierto:
—¿Usted no ha desayunado antes? Creo que lo he visto, yo misma le he servido.
—Sí, es que estoy recopilando vitaminas y energía para poder volver a mi casa
—Pero su vuelo saldrà dentro de unas horas, seguramente. Ya le darán su almuerzo en el avión. ¿A dónde se dirige usted? ¿Nueva York, París, Berlín...?
—No, no; a mí me dan miedo los aviones. Yo estoy esperando a que las máquinas quitanieves limpien la calle para dirigirme al cajero de Bankia del pueblo, que es donde vivo.
.
El clima no acompañaba, hacía mucho frío y soplaba un viento desagradable que se clavaba como garfios en las orejas y provocaba lagrimas en los ojos. El fugitivo se ajustó el abrigo y avanzó con las manos en los bolsillos y los brazos apretados a los costados. La Luna le observaba desde lo alto, reinando en un cielo despejado. Una fina sábana de escarcha comenzaba a cubrir las calles y los tejados de pizarra.
El anciano enfiló la angosta calle, con la mirada clavada en la puerta posterior del palacio. Avanzaba lentamente, apoyándose con una mano en la pared, exhausto por la dura travesía que había soportado. Declarado en busca y captura, y perseguido con todos los medios a su alcance por una policía alentada por los medios informativos, que publicaban sus fechorías aumentándolas y distorsionándolas, como es costumbre en ellos, y sabiéndose odiado por la ciudadanía, que lo acusaba de todas sus desgracias, el fugitivo había decidido entregarse.
Una pareja de guardias le reconocieron y se abalanzaron sobre él y lo esposaron, reflejando en sus rostros el odio que los embargaba y que sólo la obediencia debida a las leyes les impedía manifestar salvajemente contra el anciano. Cuando llegaron a la puerta del palacio, los guardianes le aferraron por los brazos y le condujeron sin miramientos por un pasillo en dirección a una sala en cuya puerta, con letras doradas, un rótulo decía: Archivos Generales.
«Acomódate donde quieras y escribe todo lo que recuerdes para que lo tengan en cuenta los jueces que deben juzgarte. Los ánimos están exaltados, ya has sido condenado, y todos claman por una rápida ejecución», dijo el jefe del retén, empujándole adentro y cerrando la puerta.
No era el primero, ni seguramente sería el último, que acabaría en aquella sala: en una estantería, conservados en el interior de unos cofres rectangulares forrados en piel y cuidadosamente alineados, en cuyos lados y destacando sus nombres en letras doradas, se hallaban los restos de sus predecesores.
―¡¿Y qué querían que hiciera?! Estaba todo tan mal cuando me encomendaron el trabajo… ―gritó el viejo.
Recordó que una semana antes, mientras cenaba en un hostal de carretera, a cien kilómetros de donde se hallaba, había visto en la televisión al Rey, pronunciando su discurso navideño con voz monótona, repitiendo la retahíla de palabras huecas y ambiguas que el Jefe del Estado había pronunciado en la misma fecha durante los últimos cincuenta y cuatro años, sugiriendo lo que deberían de hacer los trabajadores para que el sistema funcionase bien.
A lo largo de su vida sólo había conocido calamidades de todo tipo: ciudades y bosques devastados por inundaciones e incendios; numerosos atracos de maleantes a bancos y joyerías; decenas de mujeres muriendo a manos de sus parejas… Había sentido en su boca el amargo sabor de los prestamos usureros concedidos por insaciables banqueros; había visto a millones de desocupados suplicando comida en los centros sociales; había observado a miles de viejos rebuscando alimentos caducados en los contenedores de basura de las grandes superficies, y en los vertederos; había visto la desesperación en los rostros de cientos de miles de familias desahuciadas, que vivían con sus hijos bajo los portales, bajo los puentes, en las estaciones del Metro y de los trenes; había presenciado la huida al extranjero de miles de jóvenes estudiosos y titulados universitarios, y otros jóvenes enrolándose en el Ejército y en las compañías de Seguridad porque no encontraban un trabajo donde aplicar sus conocimientos; miles de ancianos muriendo por la pandemia solos en las residencias, o de frío en sus casas porque no podían pagar la calefacción; la impotencia y desesperación de cientos de miles de viajeros atrapados durante días en aeropuertos fuera de servicio por causas inconfesables; miles de camioneros atrapados durante días en las autopistas heladas porque se les negaba la entrada al reino Unido; la desfachatez de los políticos que viven como reyes en otra galaxia, lejos de sus representados, y asegurándose sus sueldos y pensiones mientras recortaban las de los ciudadanos…
De pronto sonó un repique de campana y la gente que había hecho caso omiso a la prohibición de la señora Ayuso de ocupar la Plaza Mayor, saltando las barreras y desbordando la fuerza pública, guardó silencio y permaneció quieta, expectante, con los ojos clavados en el reloj de la plaza, sujetando bolsitas de uvas en las manos y las copas de Cava preparadas para el brindis.
En ese momento, un guardia abrió la puerta de la sala y se echó a un lado para dejar paso a un desconocido, diciendo:
—Este es tu sustituto. Ha querido conocerte antes de partir.
El visitante, un joven fuerte y alto, le miró despectivamente de arriba a bajo y le dijo:
—¡Que te jodan, mal nacido!
Seguidamente, salió de la sala y desapareció por el pasillo.
Entonces entró en la habitación un sacerdote con una Biblia en la mano, seguido de cuatro guardias armados.
—¿Ya, padre? —inquirió el hombre.
—Sí, hijo; ya es la hora.
En el mismo instante en que el anciano era ejecutado en la sala desierta de los archivos, en la puerta del palacio apareció su sustituto alzando una mano para saludar a las cámaras de televisión y a la multitud reunida en la plaza. Luego comenzó a caminar entre ellos.
Y todos lo recibían alegremente alzando sus copas y gritando:
¡Bienvenido, 2021!
«Querida Isabel:
Siempre
fui un hombre atolondrado e irresponsable. De soltero, a menudo
viajaba por mi trabajo, salía mucho y no podía dejar de dar rienda
suelta a mi fogosidad; no me retenía de pasar entre piernas
extrañas.
Un
día me dije: Basta, asienta tu cabeza, vuelve al pueblo, cásate con
ella y quédate para siempre, aunque sean menores tus ingresos,
aunque debas privarte de algunos lujos. Y así lo hice.
Y
nuestra vida fue apasionada y amorosa. Los años pasados a tu lado me
acostumbraron a tu amor y a tus caricias, apasionadas al comienzo;
rutinarias, mecánicas, repetidas después de un largo tiempo.
Y
apareció tu amiga, la mejor de entre ellas.
A
mis cuarenta y tantos años yo era viejo, vivía cansado, añorando
los viejos
tiempos de nuestro enamoramiento, los felices primeros años de casados. No quería vivir el tiempo que me quedaba de vida prisionero de la angustia del conformismo, y tener aventuras de amor y de pasión soñaba en mis momentos lúcidos.
Y
tu mejor amiga, en bandeja de plata me lo puso.
Fuimos
dos locos que se entregaron a la pasión sin límites, a disfrutar
del sexo maduro y experto del uno; del nuevo, inexperto y ansioso del
otro: una conjunción extremadamente agradable, adictiva y
apasionada.
Pero
con el tiempo me di cuenta de que faltaba algo en esa loca relación:
el amor…
Sucedió lo mismo que con el coche que teníamos,
¿recuerdas? Aquel viejo seiscientos que tuvimos durante catorce
años, que nunca nos dejó tirados, porque yo conocía cada uno de
sus componentes, cada uno de sus síntomas, y encontraba el remedio a
sus fallos fácilmente: los platinos, las bujías, el carburador, la
dinamo, el árbol de levas, los cilindros y pistones, las válvulas…
Cuando
había algún problema, yo lo desbarataba todo y lo arreglaba con
paciencia y cariño. Y luego vi aquel suntuoso coche alemán que me
deslumbró, me hipnotizó. Y me lancé a por él, privándote de
otras cosas básicas.
Sí,
es verdad que cuando salía con él llamaba la atención y que mi
prestigio alcanzó cotas insospechadas; pero no podía dormir de
noche, tales eran mis problemas: no conocía su motor ni sus teclas;
cualquier problema era insuperable, imposible de solucionar;
cualquier pieza costaba un ojo de la cara. ¡No podía mantenerlo!
Tú
no decías nada, nunca te quejaste mientras estirabas el dinero como
goma para llegar a fin de mes.
Mi
felicidad era sólo aparente, pura fachada; por dentro me deshacía
en reproches y lamentos. Arrepentido del cambio. Es verdad que el
vehículo tenía fuerza, una potencia y un lujo envidiables; pero yo
echaba de menos al seiscientos, a pesar de que ya era viejo: me
llevaba a los mismos sitios, era más sencillo, más familiar, más
comprendido, más mío, más nuestro…
No
sé si me he explicado, pero lo mismo sucedía con tu amiga: cuando
acabábamos el acto sexual, que apenas duraba veinte minutos, nos
volvíamos dos seres extraños, metódicos, nostálgicos. Ella
ansiaba ostentar otras cosas, lujos que yo no podía costear. Nuestra
relación no tenía futuro y lo sabíamos. Una vez conocidos nuestros
recónditos secretos no quedaba otra cosa que el pensar mirando al
techo, saboreando el cigarrillo, añorando
algo. Ella, no lo sé; yo sí.
Ese
algo eras tú, tu sosegada vida de entrega y sufrimiento; tu cariño
ciego, que daba la vida por tenerme contento, sin conseguirlo… Fui
yo quien destruyó nuestro paraíso, y ahora vuelvo a ti y te
escribo. Cuando te llegue esta carta, verás que no te ruego que me
perdones, ni te digo lo mucho que te he querido, ni que cada día que
he vivido lejos de ti he mirado esa foto nuestra que llevo en mi
cartera, donde nos vemos abrazados y enamorados, felices como dos
jóvenes ricos.
Pasaba
cada día bajo tu ventana para sentir tu presencia a través de los
visillos. Sabía que estabas ahí escondida, mirándome con odio,
reprochándome mi machismo maldito. Sé que no hay segundas
oportunidades, que cada acto sufre sus consecuencias, que jamás
volverás a ser la misma que conocí; pero aun así, pasaba para
sentirte cerca, esperando que te mostrases para poder ver en tu cara
las marcas que han dejado mis afrentas y poder así irme tranquilo y
justificar mi decisión: en aquel nogal del río, bajo el cual nos
besábamos desde niños, donde te entregaste a mí por primera vez y
donde nos hicimos esa foto y esas promesas que jamás he cumplido…
Allí cuelga ya la soga que ejecutará, en breve, mi castigo.»
Isabel, con lágrimas en los ojos, rompió la carta en pedazos y exclamó:
¡Pues cuélgate de una vez! Esta vez no me vas a engañar!
Juan
Pan García. Registrado, Todos derechos reservados.
La vi un día agarrada a su cintura y mirándole a los ojos.
El afortunado amigo la besó en los labios y el abrazo se hizo intenso; luego ambos caminaron hacia el hotel, dejando mi corazón sangrando. Ella, la niña de mis ojos, la que yo amaba tanto aun sabiendo que era inalcanzable para mí, la misma a quien desde hacía años yo miraba como un joven nini mira el Ferrari en el escaparate de un concesionario.
Al día siguiente desayunamos los tres en el hotel. La alegría emanaba de sus ojos y sus risas espontáneas resonaban en el patio. Yo la miraba arrobado, sonriendo estúpidamente, mientras un ejército de hormigas mordía mis entrañas y unas voces extrañas martilleaban mi mente, insistiendo en hacerme comprender que ella era feliz y que yo debía aceptarlo, pues siendo una joven, preciosa, con carrera universitaria y buena posición económica, yo, humilde obrero metalúrgico con trabajo eventual, jamás podría satisfacer sus necesidades.
El desayuno entraba en el precio de la habitación y por tanto no había que pagar nada. Había llegado la hora de las despedidas y nos levantamos. Él me dio un abrazo y ella se acercó para darme un beso. Yo la besé en la mejilla despacio, aspirando el aroma de su piel, y sintiendo como mi alma me abandonaba y se iba con ella para siempre...
—¡Juan, deja ya el ordenador que la comida se enfría, joer, que tengo hambre! —grita mi mujer desde la cocina.
¡Ea, ya se me fue la idea que quería plasmar!, a tomar por culo el relato
—Ya voy, cariño. Cinco minutitos más y acabo.
—Yo empiezo a comer, tú haz lo que quieras.
Ayer terminé de leer “El secreto de la casa del río”, de Sarah Lark.
Una mujer necesita un trasplante de riñón y su prima y mejor amiga se ofrece a donarle uno de los suyos. Los médicos no se atreven por temor al rechazo, pero al tratarse de un pariente cercano, ven en la operación la única posibilidad de salvación de la enferma.
La familia de la donante se opone, pero al ver que ella estaba decidida a hacer lo que fuere por salvar a su prima le desvelan un secreto: ellas no son primas, ni su madre es su madre biológica sino que fue adoptada.
Desde ese momento siente la necesidad de indagar para descubrir sus orígenes, y eso la lleva a Croacia , primero, y a Nueva Zelanda después. donde descubrirá la historia de cinco de sus antepasados y sus historias de amor, enternecedoras a veces; otras, interesadas; violaciones, asesinato y engaños...
Es un libro entretenido e interesante y pedagógico sobre el origen, la singularidad de la selva y las costumbres de Nueva Zelanda; contiene una historia de amor enternecedora que ocupa casi cien páginas; pero al mismo tiempo es un libro enrevesado con tantos nombres raros de personas y lugares: me vi obligado algunas veces a retroceder varias páginas para saber quién era o de dónde procedía cada personaje. El final se intuye cien página antes.
Ayer publiqué en Facebok varias fotos del centro histórico de El Puerto, una de las cuales tiene mucha historia:El Palacio de Vizarrón, más conocido por La casa de las Cadenas fue construido a finales del siglo XVII por Juan Vizarrón Araníbar.
En este palacio fue donde se firmó el decreto por el que El Puerto dejó de ser una ciudad sujeta al ducado de Medinaceli y pasó a ser de la Corona.
En este palacio se alojaría durante sus visitas a la ciudad el primer Rey de España de la casa Borbón, Felipe V, acompañado de su segunda esposa,la italiana Isabel de Farnesio.
De espaldas al río, la casa palacio de Pablo Vizarrón, actualmente reconvertida en una casa de vecinos, fue declarado en 2006 Monumento de Interés Cultural.
En octubre de 2004, el Alcalde Hernán Díaz firmó el decreto de demolición de una parte del edificio, el cual fue paralizado por la Junta de Andalucía ante la denuncia de Izquierda Unida.
La sentencia fue comunicada al ex-alcalde 9 años después del inicio del derribo, hecho por el que fue condenado a 8 años de inhabilitación para cualquier cargo público.
En la foto, portada que ilustra mi poema a La Rosa, incluido en el cuaderno de poemas que inscribí en el Registro de la Propiedad Intelectual el 4 de septiembre de 1995 con la clave CA- 1632
¡Buenos días, amig@s!
Lo que os voy a contar no os lo vais a creer, pero es verdad; doy fe:
Estaba yo de madrugada bajándome los pantalones,dispuesto a lavarme mis partes pudendas, el bidé lleno de agua fresquita, cuando al sentarme escuché una voz:
— En mi vida anterior, yo era como tú, Juanito
Me levante raudo y miré detrás; pero, no había nadie, solo el recipiente de loza blanca. Y sin embargo,¡yo lo había oído! Observé un momento el agua: salían ondas del centro hacia los lados. como si hubiera caído algo
—Yo era igual que tú, Juan, me gustaban mucho los trasero de la féminas, estaba obsesionado con ellos, me giraba en la calle para contemplarlos cada vez que me cruzaba con una mujer. Y hacía los mismo en la obra, tanto desde el andamio en que trabajaba como a ras del suelo sacando escombros. Con mucho gusto les haría un traje de saliva a algunas de ellas, que pasaban mostrando sus encantos con sus leggins. Un día encontré entre los cascotes una lámpara de bronce, y la froté y pedí un deseo como leí en el cuento. De pronto tembló la tierra y se levanto un remolino de viento; yo me asusté y caí de rodillas, rezando. Entonces, de entre el polvo que se había levantado surgió un enorme genio erguido y con los brazos cruzados, que me miraba despectivamente
— ¡Pide un deseo, uno solo, y te sera concedido!
—Yo no tuve tiempo de pensar, las palabras salieron de mi boca sin mi consentimiento:
— Quiero ver culos de mujeres mientras viva.
— ¡ Et voi-lá, Ça y est!
— ¡Y me convirtió en bidet!
—Oye: ¿Eso era lo que querías ver?
— No, ese es el problema. Yo estaba bien en los cuartos de baño de mujeres en las discotecas, salas de cine, restaurantes, exposiciones de cuarto de baño. Allí venían de todas las edades, y la visión de unos compensaba los otros... Pero últimamente te lo veo a ti,¡joder!, y es un castigo. ¿No te puedes dar una ducha como todo el mundo?
Amig@s, esto sucedió de verdad, ¡y yo no bebo alcohol ni fumo ni me pincho! ¿Será que es verdad que hay un antes y un después del coronavirus?
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