Nunca había oído hablar de ella. No es una flor natural, sino creada por artesanos: toman el tallo seco de una planta con numerosos brazos y en cada uno de ellos insertan una flor de jazmín cerrada. Cuando se abre por la tarde, forma una preciosa esfera blanca y perfumada.
Una mañana calurosa de agosto, en el centro de Málaga, una mujer entrañable, con quien participaba en un foro literario y a la que fuimos algunos amigos a conocer en persona aquel día, me la regaló diciendo que me traería buena suerte.
Una mañana calurosa de agosto, en el centro de Málaga, una mujer entrañable, con quien participaba en un foro literario y a la que fuimos algunos amigos a conocer en persona aquel día, me la regaló diciendo que me traería buena suerte.
También me regaló otra biznaga de metal plateado para mi esposa. Recuerdo que pasé un maravilloso día con ellos visitando su ciudad querida: subimos al castillo de Gibralfaro, recorrimos sus murallas, paseamos por los jardines de la Alcazaba y bebimos cerveza fresca en una terraza.
La flor murió al poco tiempo, como nuestra amistad: todo era artificial, como todo lo virtual, y al paso de los días y los meses nada quedó de las promesas que nos hicimos al despedirnos.
Y hoy, al cambiar el tiempo y guardar la ropa veraniega, descubro en la solapa de una chaqueta una biznaga plateada, recuerdo de aquel día en que todos prometimos volver a vernos tras intercambiar unos besos y unos abrazos en los que entregué mi alma.
Al ver la flor metálica siento un aroma dulce penetrar por mi nariz y los recuerdos pasan rápidamente ante mí, empañando mi rostro de un halo de nostalgia: el calor y la suavidad de la piel de su mejilla; sus ojos, color miel, reflejando mi timidez; vestido amarillo, piel dorada por el sol de la playa, cabellos azabache, labios sensuales, carnosos, su permanente sonrisa...
Tal como la biznaga natural murió a los pocos días, mientras permanece inalterable la biznaga de acero, así murió rápidamente nuestra relación amistosa y sólo permanece clavada en mi memoria, como este imperdible de acero en el paño de lana, su encantadora imagen.
Estimada Mª José, (Leola para los demás): En una calle de Málaga, una calurosa y soleada mañana de agosto me ofreciste una biznaga. En prueba de amistad me la entregaste, mirándome a los ojos, franca, con una sonrisa de hada iluminando tu cara, sembrando en mí la esperanza de una relación amistosa y continuada.
La brisa del mar se llevó las promesas; la distancia levantó una muralla alta, y la palabra, ésa que esclaviza a quienes la pronuncian, rompió definitivamente el cordón que nos ataba.
Hoy quiero recordarte, hermosa mujer malagueña, y tomando tu biznaga en mi mano formulo un deseo: que te mime la suerte y que te cuide la felicidad, y que cada vez que veas a alguien vendiendo biznagas, que sepas que aquí, tan lejos, yo guardo la tuya y cada vez que la vea pensaré en ti, mi simpática anfitriona de aquel día, ya lejano, en la bella ciudad de Málaga.
Hermosa flor, sabes una cosa querido amigo Juan? –una flor nunca dura do primaveras, pero la amistad no importa si es virtual o física si es verdadera no muere nunca.
ResponderEliminarEspero que tu amiga lea esto y comprenda que fue escrito por lo que veo con el ama y el alma no miente y muy por el contrario ama.
Por lo tanto con ella no se juega.
Mil besitos de agua
merchy
"pero la amistad, no importa si es virtual o física, si es verdadera no muere nunca."
ResponderEliminarPues entonces sería eso, Merchy, que no era verdadera amistad.
Pero no importa, ya pasó todo. Lo he escrito porque al ver la flor me acordé de aquel día y me sentí tierno e inspirado.
El día que murió nuestra amistad me dolió mucho, todo el mundo guardó el luto, y hasta los cayucos dejaron de arribar a las costas gaditanas creyendo que se acababa el mundo; pero luego comprobaron que la vida continuaba. Así ha sido.
Ah, te dejé un mensaje en el foro hace días.
Un beso, amiga.