Miguel, “el Valladolid”, era un soldador de etnia gitana de treinta y dos años, alto, con bigote y muy impulsivo en las asambleas que tuvimos en Cofrentes. Si tenía razón en un planteamiento lo defendía a capa y espada, aun contra todos los reunidos.
Por eso no es de extrañar que cuando no secundaba un paro le dieran palos hasta en su sombra. Aparte de eso, siempre concertaba un incentivo con su encargado antes de iniciar un trabajo. Si se lo daban, lo hacía rápido y bien para poder comenzar otro, si no se lo aceptaban pasaba varios días dándole vueltas al tubo que debía soldar.
Había alquilado un piso en un cuartel abandonado de la Guardia Civil del pueblo, y ese dato pintoresco—un gitano viviendo en un cuartel de la Benemérita— causaba risas entre los compañeros; pero a mí me demostraba su inquebrantable firmeza en defender sus intereses: si una casa en un viejo y destartalado cuartel le salía a mitad de precio que otras, ya podían reírse, ya, que él iba a lo suyo. No en vano, tenía cinco hijos que criar.
Miguel fue el primero que salió contratado para trabajar en el extranjero para construir una planta de gas licuado en Libia, con la empresa Rías Baixas, de Pontevedra. Lo sacaron de allí al poco tiempo escondido en un baúl de herramientas, lo llevaron así al aeropuerto y lo enviaron a España. El día antes, había estado mirando por el ventanuco de una casa del poblado a una mujer árabe mientras se bañaba en un barreño. Fue descubierto y tuvo que salir huyendo con el todo terreno; pero una banda de moros fue a buscarlo al campamento y como los guardias de protección no los dejaban pasar, instalaron sus tiendas en la puerta y lo esperaban afilando sus dagas.
Me encontré a Miguel trabajando en la línea de gas donde me enviaron castigado con Pascasio e Iñaki. Bueno, rectifico: me encontré a Miguel haciendo trabajar a una docena de negros y mulatos mientras que él permanecía sentado bajo un toldo tomando café y fumando grifa.
Como estoy escribiendo de manera muy sintetizada, he omitido algunos datos en mis anteriores entradas. Por ejemplo: que cada pareja de soldadores tenía a su disposición a cuatro peones negros para realizar el trabajo de preparación del lugar en que se iba a trabajar. Si el tubo estaba a ras del suelo, ellos habrían una zanja para que pudiésemos soldar por debajo del tubo cómodamente sentados. Si por el contrario el tubo estaba alto, ellos construían el andamio necesario. Le entregábamos dinero y los enviábamos a comprar agua, coca colas y tabaco.
A veces regresaban, otras, las más, se quedaban con el dinero y no volvían. Y como todos se parecían tanto, al cabo de tres días no sabíamos si eran los mismos ayudantes o eran otros.
Ellos sabían que eran explotados salvajemente, que nosotros cobrábamos diez rands la hora y ellos 30 céntimos. Y aunque algunos de ellos eran tan buenos soldadores como nosotros, se negaban a soldar por ese precio y preferían hacer de peones. Por eso, nada más se iba el Foreman (Encargado), se dejaban caer de brazos y se acostaban en cualquier sitio. Pascasio, Iñaki y yo, para que no les azotaran, hacíamos zanjas y andamios nosotros mismos.
Miguel había encontrado la solución al problema y nos quedamos pasmados de su eficacia. Los mismos ayudantes negros le preparaban una tienda para descansar, trajeron una silla y una mesa, y se encargaban de que una cafetera se mantuviera encendida todo el día sobre un infiernillo eléctrico:
Miguel les pagaba un Rand de su bolsillo a cada uno y ellos se peleaban por trabajar en su puesto. Por la mañana traía la mochila llena de latas de cerveza y se las ofrecía a ellos al doble, recuperando así parte de su inversión. A los negros les estaba prohibido beber alcohol, y a los blancos vendérselo; pero Miguel se llevaba una botella de coñac y les vertía un poco en el café. Y los morenos se desvivían por tenerlo contento.
Compraba paquetes de galletas y se los llevaba al trabajo, galletas que cambiaba por hierba. Los paquetes vacíos de galletas regresaban por la tarde al campamento llenos de grifa, y Miguel los vendía entre los grifómanos. Aparte de ése, montó otro negocio: sus ayudantes traían por las noches a sus hermanas, primas o amigas en una furgoneta y aparcaba a medio kilómetro del campamento. Miguel conducía hasta ellas a españoles, libaneses y franceses poco exigentes en cuanto a principios morales y medidas de higiene, y se desfogaban por 3 rands, de los que un tercio iba a parar al bolsillo de Miguel.
Miguel hizo tres campañas de seis meses cada una en Sasol; no fue jamás más allá de Secunda, a 7 km, y cuando regresó a España, sabiendo que cuando iban en grupo los aduaneros no miraban las maletas, se colocó en medio de todos nosotros (regresábamos noventa trabajadores, los unos de vacaciones; los otros, licenciados) al salir del avión y logró pasar una maleta grande cargada con paquetes de galletas rellenos de marihuana prensada.
Según dijo en la cafetería en la que nos despedimos, la maleta valía un millón de pesetas de entonces. Nos volvimos a encontrar años más tarde en la Central de Almaraz, en una parada técnica Lo encontré muy demacrado, era igual de pobre y de avaricioso; le habían violado a una hija y otra tenía los brazos plagados de pinchazos de heroína.
"Cuanto más posee el hombre, menos se posee a sí mismo (Arturo Graf)"
"Cuanto más posee el hombre, menos se posee a sí mismo (Arturo Graf)"
“No es más rico quien más tiene, sino el que menos necesita”.
Hola Juan, me gustó mucho todo lo que cuentas y de verdad ese Miguel con lo listo que era no consiguió mejorar su vida.
ResponderEliminarQue suerte tuviste cuando él se metió en el medio de vosotros, mira si los aduaneros abriesen la maleta!!!! Ni quiero pensar lo que podría haber pasado!!!
“No es más rico quien más tiene, sino el que menos necesita", me gustó esta frase, es tuya?
Besitos
Flor
Bueno, le hubiera pasado a él solo, cada cual era dueño y reponsable de su maleta y nosotros no teníamos por qué saber qué contenía la suya.
ResponderEliminarLa frase no es mía, yo no tengo nada. La he leído en internet, como esta otra:
"no es más rico quien más tiene, sino el que menos necesita"
"Cuanto más posee el hombre, menos se posee a sí mismo (Arturo Graf)"
Gracias por tu vista y comentario.
Un beso, Florecilla.
Juan, pero de que hablas "yo no tengo nada" pero que dices!! Mira lo que tienes,tanto, tanto para dar a nosotros y a los tuyos, con todas tus memorias, con toda tu vida tan rica y tan noble.
ResponderEliminarBueno, no me gusta que te refieras a ti de esa manera.
Besitos
Flor
Juan, sigo tus relatos. Me parece que el tal Miguel podría haber entrado de jefazo en el Banesto. Vaya tío haciendo que los demás curren por él y despues vendiéndoles la birra para recuperar la pasta.
ResponderEliminarUn saludo y ¡ozú! que vida has llevado. Menos mal que te jubido.
Quiero decir, al final, que te has jubilado.
ResponderEliminarGracias, Flor.Un beso
ResponderEliminarPues sí, Antonio, "el Valladolid" era tan buen negociante, que podía venderle arena a los tuaregs del desierto.
ResponderEliminarPero yo no le confiaría mis ahorros.
Gracias por tu seguimiento. Un abrazo.
un relato muy bien contado, muy realista, muy actual.
ResponderEliminarInteresante para transmitir entre algunos jóvenes y no tantos que piensan que tendrán más haciendo menos.
Me encantó tu poema a la Luna que vi aquí y en el blog de Flor.
Te seguiré para actualizarme con tus cosas y te invito a mi casa. si te gusta, espero me sigas.
Desde Argentina, un abrazo
http://unosyotros.blogspot.com
Hola, Susuru, me alegro mucho de que al fin entres en mi blog. Te he visto comentar por muchos blogs a los que yo también entro.Son muchos los blogs amigos argentinos.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus amables palabras, y añado tu blog ahora a mi lista de amigos.
Un abrazo